Alejandro Irigoyen Páez, periodista capital del siglo XX mexicano, sin saberlo me inculcó la costumbre de recurrir constantemente a los diccionarios a la mínima duda, en aquellos años, lo veía acudir inmediatamente al diccionario que invariablemente estaba encima del escritorio, siempre a la mano. Todo era prescindible en su mesa de trabajo, menos un Pequeño Larousse Ilustrado. Aprendí a respetar a ese grueso libro de pastas duras y delgadas hojas.
Rubén Villalpando llegó a El Fronterizo de Ciudad Juárez, en la búsqueda de un puesto de corrector de galeras, que ya no existían, se trabajaba en procesadores de palabras, que son un antecedente a las computadores hoy tan comunes. Necesariamente era a finales de 1986 o principios de 1987, llegó con su infaltable boina, que otras veces era sombrero Fedora y en verano podría ser cachucha de beisbol.
Para el puesto de corrector se necesitaba un periodo de prueba, de no más de un mes, de hecho días eran suficientes para saber sí quien postulaba para el puesto tenía lo necesario: buena ortografía, sintaxis y capacidad de leer con cuidado y rapidez, que no es cualquier cosa. Rápido y bien, aquí no cabe esa salida graciosa de ¿que quieres, rapidez o precisión?
Total que a las dos o tres semanas, me decidí a pasar el trago amargo, que siempre se tiene cuando se le va a comunicar a alguien que el puesto de trabajo es para otra persona o cualquier otro pretexto para dar una noticia que nunca es agradable. Hice llamar a Villalpando a la dirección; por desagradable que sea es una labor que no se puede descargar en otros, no en un universo de 40 ó 50 personas que son las que había en El Fronterizo, entre reporteros, correctores de estilo, de galeras y fotógrafos, la que solemos llamar redacción.
Amable como era, cortés como era, llegó a la oficina a principios de la jornada y a su entrada lo primero que vi fue un diccionario en su mano. De inmediato cambio mi perspectiva, no habría malas noticias, porque entre otras cosas era un compañero de labores de trato suave, amable. El diccionario en su mano me decía que había interés por hacer bien el trabajo, que había conocimiento de sus condiciones y la suficiente tenacidad para mejorar.
Que bueno que sea haya quedado en esa redacción, era un conjunto de jóvenes que con con vocación y trabajo formaban el mejor equipo de la ciudad, recuerdo a Eduardo Osorio, Adriana Candia, Jorge García, Joaquín Orozpe, Mario Trejo, Raúl Flores Simental, Alejandro Páez Varela, Héctor Varela Unive, Marco Antonio Ojeda, Jorge Jiménez, Juanito Robles, El Pillo, Mahoma, en fin, cometo el error de mencionar a unos cuantos y omitir a muchos. En esa redacción cayó en suerte Rubén Villalpando Moreno, tuvo esa ventura y había tenacidad.
No me tocó verlo despegar como reportero, pero a la vuelta de un año o dos, empece a ver su firma en la primera plana. Laborioso, su nombre también empezó a imprimirse en la primera plana del diario nacional La Jornada. No únicamente veía su nombre encabezando informaciones, no pocas veces eran las notas principales, las que desplieguen a ocho columnas.
Hombre de izquierda, escogió La Jornada y ahí fueron décadas de labor periodística. Cuando lo vi con el diccionario no pensé que estaba viendo un reportero en ciernes, sólo vi a un hombre en sus treintas, que hacía lo necesario para tener el trabajo digno.
No me sorprendió verlo en la Mañanera con Andrés Manuel López Obrador de fondo, alegando por los periodistas independientes y la necesidad de darles seguridad social. Fue memorable su participación, sencilla, directa, al punto, como se redacta una nota informativa
No volvimos a trabajar juntos, pero compartimos muchas tasas de café, en estas casi cuatro décadas de amistad, porque la nuestra fue una amistad sin estridencias, tranquila y permanente.
Mis últimos recuerdos de Villalpando, es verlo a las ocho de la mañana llegar a Sanborns y ocupar la cabecera de la mesa de siempre, de 30 años o más que el abría y que pocas veces compartía, salvo con los cafeteros tempraneros, porque al filo de las nueve-diez de la mañana, se iba a reportear. Su platica siempre serena, siempre interrogando, queriendo conocer otros puntos de vista.
Descanse en paz el amigo tranquilo, Rubén Villalpando Moreno.


