¿Me arrepiento?, No, de ninguna manera.
-Muchas personas en Oklahoma perdieron a sus seres queridos, le dice el periodista.
A lo que McVeigh responde:
Lo siento. Pero ¿sabe?, no es la primera madre que pierde a un hijo, ni el primer abuelo que pierde a un nieto. Así que cállese la boca, carajo. No son especiales. Supérenlo!
Investigación y edición de José Luis Muñoz Pérez
Era un extremista, militante ultranacionalista, ex sargento condecorado del US Army que seguramente hoy votaría por Trump dada su mentalidad supremacista, la obsesión y el absolutismo por el derecho a poseer armas, la idea de hacer que “Estados Unidos vuelva a ser grande» y la filiación a la violencia. Soñaba que su masacre desataría una revolución contra el gobierno de los Estados Unidos en protesta por una iniciativa para regular el uso de armas entre civiles. En busca de aplausos para su causa asesinó a 168 personas, incluyendo 19 niños, e hirió a otras 680 en el mayor y más sangriento atentado terrorista perpetrado por un estadunidense en los Estados Unidos, al destruir un edificio federal en Oklahoma. Fue detenido por la policía minutos después de la masacre por conducir un auto sin placa de circulación, -que él mismo había retirado y olvidado reinstalar- y remitido por portar una pistola sin permiso, pero no se le relacionó con el atentado hasta dos días después, a punto de ser liberado. Su nombre fue Timothy McVeigh y murió ejecutado un día como hoy 11 en junio.

Millones de personas aplaudieron su muerte, pero otras lamentaron que no sufriera.

Su ajusticiamiento rompió con 38 años sin ejecuciones de reos federales en la unión americana, en gran parte por presiones de la opinión pública que a su vez las había pausado y llevado la política al respecto a detalladas revisiones. Fue el primer reo federal de la historia en recibir la muerte por inyección, un método indoloro que pareció demasiado benévolo a muchos de quienes lo repudiaban. Apenas 8 días después, otro reo federal sobre el que no pesaba la exigencia de la opinión pública, Juan Raúl Garza, mexicano de nacimiento naturalizado en Estados Unidos, traficante de mariguana que asesinó a otros tres individuos del mismo oficio, fue el siguiente en correr igual sentencia. Luego vino la de Louis Jones, un negro veterano condecorado de la Guerra del Golfo sin antecedentes penales que secuestró y asesinó a una joven soldado blanca y alegó trastornos mentales debido a su exposición a gas nervioso en Irak, ajusticiado el 18 de marzo de 2003. Tras ellos 3 vino otra pausa de 17 años en las ejecuciones de reos federales sentenciados a muerte en el país, hasta que llegó al gobierno Donald Trump y las reanudó el 14 de julio de 2020, con la muerte de Daniel Lewis Lee, un caso altamente polémico considerado injusto ya que su cómplice, mayormente culpable, que fue quien disparó contra las víctimas, había sido sentenciado a cadena perpetua. Pero Trump tenía prisa en reanudar las ejecuciones, con propósitos efectistas.

Por supuesto, los ajusticiamientos en los 19 estados donde está vigente la pena de muerte prosiguieron sin interrupción durante las dos épocas de pausa en las federales.
McVeigh eligió como fecha para cometer su atrocidad el día del segundo aniversario de otra masacre, la de Waco, Texas, ocurrida el 19 de abril de 1993 en el Rancho Monte Carmelo de una secta que acumulaba armas, cuando el FBI lanzó un ataque con gas lacrimógeno luego del cual se desató un incendio en el que murieron 76 personas, incluidos 25 niños, dos mujeres embarazadas y el líder David Koresh, que se decía reencarnación de Jesucristo. El FBI los presionaba para que salieran, depusieran las armas y se entregaran a la justicia. Algunos lo hicieron. Días antes Koresh había advertido a las autoridades que los niños eran sus hijos y que no saldrían de la finca. Fue este un caso que conmovió a la sociedad norteamericana y responsabilizó a las autoridades federales de un pésimo manejo de la crisis, como sin duda así fue. El escritor Gore Vidal la identificó como la mayor masacre de civiles estadounidenses a manos de su propio gobierno desde la matanza de los indios wounded knee ocurrida en 1890. El mismo presidente Bill Clinton lo calificó de un grave error por la presión violenta ejercida sobre los sectarios autollamados “davidianos”, cuando se pudo simplemente esperar a que salieran de su trinchera ilegal, tarde que temprano. Sin embargo, tras el error, Clinton sostuvo en su cargo a la procuradora Janet Reno, que fue quien aprobó la orden de bombardear con gas la finca.

McVeigh acudió a Waco durante el asedio de las autoridades al rancho, que se prolongó durante 51 días, desde el 28 de febrero, y mientras permanecía en el límite permitido fue entrevistado por una joven estudiante de periodismo a la que le declaró su indignación por la actitud del gobierno intentando impedir que los civiles acumularan armas. “El gobierno tiene miedo de las armas que tiene la gente porque quiere tener el control de la gente en todo momento. Una vez que se les quitan las armas, se puede hacer cualquier cosa con la gente. Se les da un centímetro y se llevan un kilómetro. Nos estamos convirtiendo lentamente en un gobierno socialista. El gobierno está creciendo continuamente y se hace más poderoso, y la gente necesita prepararse para defenderse del control gubernamental”, le dijo. Esta sería la idea central de su “filosofía”.
La elección de la fecha de aniversario conllevó el claro mensaje de que su masacre era un acto de venganza contra el gobierno. Paralelamente en esas semanas se discutían en el congreso otras restricciones a la venta de armas de asalto.

Durante el interrogatorio al ser enjuiciado McVeigh también expresó su indignación con el gobierno por otro caso relacionado con posesión de armas, conocido como el “Asedio de Ruby Ridge”. Fue éste un sitio de once días en 1992 en el condado de Boundary, Idaho, cerca de Naples. Comenzó el 21 de agosto, cuando los Marshalls intentaron arrestar a Randy Weaver con una orden judicial después de que no compareciese por cargos de posesión ilegal y tráfico de armas de fuego. Weaver dijo que no se rendiría, y los miembros de su familia y su amigo Kevin Harris también se resistieron. Durante el reconocimiento de la propiedad Weaver por parte de los Marshalls, seis agentes se encontraron con Harris y con Sammy Weaver, el hijo de Randy de catorce años, en un bosque cerca de la cabaña familiar. Se produjo un tiroteo. El agente William Francis Deagan, Sammy Weaver y el perro de los Weaver, Striker, murieron en el enfrentamiento. En el mismo asedio, la esposa de Weaver, Vicky, fue asesinada cuando cargaba a su bebe por un francotirador del FBI, que McVeigh identificó como Lon Horiuchi.

Todas las bajas ocurrieron en los primeros dos días de la operación. El conflicto fue finalmente resuelto por negociadores civiles. Harris se rindió y fue arrestado el 30 de agosto, y Weaver y sus tres hijas se rindieron al día siguiente. McVeigh lo refería invariablemente en sus conversaciones contra el gobierno.

El mismo día del atentado cometido por McVeigh, 19 de abril de 1995, fue ejecutado por inyección letal Richard Wayne Snell, otro supremacista condenado por dos asesinatos, el de un casacambista a quien cazó con un rifle por considerarlo erróneamente descendiente de judíos y el de un policía negro. Era miembro de una organización supremacista llamada “Pacto, la espada y el brazo del Señor” que consideraba a judíos y a todos los no blancos como hijos de satán. En algún momento, Snell hizo planes para bombardear el edificio que luego destruyó McVeigh, pero declaró que desistió cuando el lanzacohetes que pretendía utilizar le estalló, lo cual interpretó como una señal de que Dios no estaba de acuerdo con su plan. Su ejecución estaba anunciada desde hacía meses en el estado de Arkansas. Cuando fue detenido, a su organización se le decomisaron 155 monedas sudafricanas de oro con valor de unos 3 mil 500 dólares cada una, un cohete antitanque ligero, 94 armas largas, 30 pistolas, 35 escopetas recortadas y ametralladoras, una ametralladora copia japonesa de la Lewis de la Primera Guerra Mundial , en calibre .303 y tres barras y media de explosivos C-4. Gran parte de este arsenal había sido robado. Horas antes de su ejecución Snell se enteró de la destrucción del edificio Murrah, por televisión, sonrió y asintió con la cabeza. No fue vinculado al atentado de McVeigh ni se conoce evidencia de que ambos desquiciados hayan tenido contacto.

McVeigh también sabía que el 19 de abril de 1775 tuvo lugar la Batalla de Lexington, que marcó el inicio del levantamiento armado de los colonos contra el Imperio Británico. En su coche de huida, McVeigh incluyó una pegatina que esperaba que las autoridades encontraran. Llevaba la cita del patriota de la Guerra de la Independencia, Samuel Adams: «CUANDO EL GOBIERNO TEME AL PUEBLO, HAY LIBERTAD. CUANDO EL PUEBLO TEME AL GOBIERNO, HAY TIRANÍA». Debajo del lema, McVeigh garabateó sus propias palabras: «¡Quizás ahora sí habrá libertad!
Como resultado del atentado, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la Ley de Antiterrorismo y Pena de Muerte Efectiva de 1996, que endureció las normas de hábeas corpus en los Estados Unidos, así como una legislación diseñada para aumentar la protección en torno a los edificios federales para dificultar futuros ataques terroristas. El 19 de abril de 2000 se inauguró el Memorial Nacional de Oklahoma City en el sitio donde estuvo el edificio federal Murrah, dedicado en conmemoración de las víctimas del atentado. En cada aniversario del ataque se realizan misas y ceremonias luctuosas en la misma hora del día en que se produjo la explosión.

McVeigh consideró que el gobierno de los Estados Unidos se extralimitaba y pretendía desarmar a los ciudadanos para someterlos a una “esclavitud indefensa” y repartió panfletos con títulos como «El gobierno de los EE. UU. inicia una guerra abierta contra el pueblo estadounidense» . También distribuyó en diferentes estados tarjetas con el nombre y el domicilio del francotirador Horiuchi, con la expectativa de que alguien se animara a asesinarlo. Su vida había transcurrido en estrecha relación con las armas. Nacido el 23 de abril de 1968 en Pendleton, poblado rural de Nueva York de un matrimonio de confesión católica, asistió sus primeros años con su padre a la iglesia en su ciudad natal. Tras el divorcio de sus progenitores vivió con su padre y sus dos hermanas con su madre. Su abuelo paterno, Ed McVeigh tuvo una gran influencia sobre él y fue quien le contagió su interés y posterior pasión por las armas. Lo enseñó a disparar y frecuentemente lo llevaba a tirar al blanco. Ed coleccionaba armas en su casa y Timothy se encariñó con él como una figura paterna. Se dedicó a desarrollar su puntería, pasando horas disparando a latas de refresco en un barranco.

Según versión de sus familiares, a los 14 años, McVeigh se obsesionó por la supervivencia y durante una temporada acumuló en casa comida y equipo de campamento preparándose para un ataque nuclear o un derrocamiento comunista del gobierno de Estados Unidos. En esos niveles circulaba su mente desde tan temprana edad. Evidentemente ya era presa de contaminación ideológica.
El perfil que de él elaboró el FBI incluye que cuando obtuvo el grado de sargento en el ejército aprovechó su jerarquía para cargar a los soldados negros las tareas más difíciles, peligrosas e indeseables y utilizar contra ellos lenguaje despectivo. En alguna ocasión fue reprendido por sus superiores por portar una camiseta de “poder blanco” que adquirió en un mitin de Ku Kux Klan en el que se lanzaron consignas contra los militares negros. En Wikipedia se narra que uno de sus compañeros recordó una ocasión en la que McVeigh llegó al trabajo «con aspecto de Pancho Villa», pues llevaba cruzadas en el pecho carrilleras con balas.
McVeigh se graduó de High School en junio de 1986. En su último año fue nombrado «el programador informático más prometedor» pero mantuvo siempre bajas calificaciones y adquirió fama de ser muy callado. Luego cursó un breve periodo en una escuela local de negocios. Por aquella época, leyó por primera vez Los Diarios de Turner (1978), una novela ultraderechista de corte neonazi, escrita en 1978 por William Pierce, un ex profesor de física que fundó la organización neonazi National Alliance que llama a la insurrección y narra la historia ficticia de Earl Turner, un aficionado a las armas de fuego que, ante el endurecimiento de las leyes sobre posesión de armas por los civiles, inicia una revolución supremacista blanca construyendo un camión-bomba cargado de nitrato de amonio -el mismo explosivo que utilizó McVeigh- y haciéndolo estallar en las oficinas centrales del FBI en Washington D. C. desatando “una heroica guerra apocalíptica que finalmente restaura la «grandeza» de Estados Unidos”.
Fue una lectura que le impactó de por vida y le alimentó la idea paranoica de un complot del gobierno para derogar la segunda enmienda que otorga derechos a los ciudadanos de poseer y portar armas. También estaba suscrito a la revista Soldier of Fortune -mercenario- le apasionaban las tácticas de francotirador y los artículos sobre explosivos. Con frecuencia llevaba armas a la escuela y gustaba de impresionar con ellas a sus compañeros.

Se inscribió en la Asociación Nacional del Rifle y en 1988, con 20 años de edad, se enlistó en el ejército. Ahí conoció a Terry Nichols guía de su pelotón. Rápidamente hicieron amistad por tener ideas supremacistas coincidentes y por su afición a las armas. Luego ambos fueron transferidos a Fort Riley en Junction City, Kansas , donde conocieron y se hicieron amigos de Michael Fortier. Años después los tres serían cómplices en el descomunal atentado.

McVeigh se destacó como artillero de alto rendimiento al operar con notable destreza el cañón M242 de 25 mm de los vehículos de combate Bradley en la 1.ª División de Infantería, por lo cual obtuvo su ascenso. De Fort Riley se le destinó a la Operación Tormenta del Desierto. En su primer día en la guerra destruyó un tanque iraquí a más de 500 yardas de distancia provocando la rendición del pelotón enemigo. Luego le arrancó la cabeza a un soldado iraquí con un disparo a 1,100 yardas de distancia, recibiendo el aplauso y la admiración de sus compañeros. Vivió momentos de gran felicidad y entusiasmo al presenciar los vestigios de la llamada Masacre de la Carretera, al salir de la ciudad de Kuwait después de que las tropas estadounidenses, canadienses, inglesas y francesas acribillaron con bombas de racimo la noche del 26 al 27 de febrero de 1991 a contingentes iraquíes que emprendían la retirada, causando cientos de víctimas. Primero atraparon a los iraníes en retirada entre dos flancos y luego descargaron cientos de bombas. Los soldados que sobrevivieron a los ataques aéreos fueron posteriormente atacados por las unidades terrestres de la coalición, en lo que fue, efectivamente, una famosa masacre. Las imágenes con cientos de vehículos incendiados y destruidos a lo largo del camino y cientos de cadáveres esparcidos impresionaron al mundo entero y provocaron la orden de alto al fuego dictada por el presidente Bush.
McVeigh recibió por su servicio en la Guerra del Golfo condecoraciones como la Medalla Estrella de Bronce, la Medalla al Servicio de Defensa Nacional, la Medalla al Servicio del Sudoeste Asiático, la Cinta al Servicio del Ejército y la Medalla de la Liberación de Kuwait. Nunca en su vida se sintió más realizado.
Al regresar de la guerra ostentoso y ufano, intentó enrolarse en el cuerpo de Boinas Verdes, una sección de Fuerzas Especiales del Ejército, pero su condición física no le favoreció y fue rechazado al segundo día de pruebas. Consecuentemente en 1991 pidió su baja del Army, que le fue concedida honorablemente, pero quedó anímicamente lastimado con la institución. Volvió entonces a vivir con su padre y a buscar empleo. Sólo encontró uno, menos que mediocre, de guardia de seguridad, que le ahondo su frustración. En cierto momento se mudó a un departamento paupérrimo y sin teléfono, lo que causó que no estuviera disponible para la empresa cuando se requerían horas o servicios extras, enconflictando la relación laboral.
Por segunda ocasión en su vida intentó cortejar a una joven, pero fue rechazado. Sólo había tenido una novia en la adolescencia con la que duró muy poco tiempo. De hecho, no se sabe de ninguna relación firme ni formal, ni siquiera pasajera con alguna pareja en toda su existencia. Fue un motivo más que acrecentó su frustración. Alguna vez confesó que se sentía muy nervioso tratando con mujeres. Ciertamente, su tema de conversación casi único eran las armas y la amenaza que el gobierno significaba para los ciudadanos, que por supuesto no era propiciatorio de ningún romance. El Sitio Famous Trials afirma que lo más probable es que nunca en su vida tuviera relaciones sexuales y en otros se le menciona como un Incel, acrónimo de la expresión inglesa involuntary celibate, célibe involuntario.
En febrero de 1992 envió una extensa carta al periódico Union-Sun & Journal de la región neoyorkina cercana a Niagara que la publicó resumida:
La delincuencia está totalmente descontrolada. Los delincuentes no temen al castigo. Las cárceles están sobrepobladas, así que saben que no estarán encarcelados por mucho tiempo. Esto genera más delincuencia, en un patrón cíclico creciente.
Los impuestos son un chiste. Independientemente de lo que prometa un candidato político, aumentarán. Más impuestos siempre son la respuesta a la mala gestión gubernamental. Lo echan a perder. Sufrimos. Los impuestos están alcanzando niveles catastróficos, sin que se vislumbre una desaceleración.
El «sueño americano» de la clase media prácticamente ha desaparecido, sustituido por gente que lucha por conseguir la comida de la semana siguiente. ¡Dios no quiera que se averíe el coche!
Los políticos están erosionando aún más el «sueño americano» al aprobar leyes que se supone son una «solución rápida», cuando en realidad solo buscan la reelección del funcionario. Estas leyes tienden a «diluir» un problema por un tiempo, hasta que este reaparece con fuerza y agravado (de forma similar a cómo una cepa bacteriana se automodifica para contrarrestar un medicamento conocido).
Los políticos están fuera de control. Sus salarios anuales superan el salario promedio de una persona en toda su vida. Se les ha confiado el poder de regular sus propios salarios y han violado gravemente esa confianza para vivir en el lujo.
¿Racismo en aumento? ¡Créanlo! ¿Acaso las frustraciones de Estados Unidos se están desahogando? ¿Es una frustración válida? ¿Quién tiene la culpa del desastre? En un momento en que el mundo ha visto fallar al comunismo como un sistema imperfecto para gestionar a la gente, la democracia parece encaminarse por el mismo camino. Nadie ve el panorama general.
Quizás tengamos que aportar ideologías para lograr el gobierno utópico perfecto. Recuerden, la sanidad pública era una idea comunista. ¿Debería permitirse que solo los ricos vivan más? ¿Significa eso que, por ser pobre, una persona es inferior y no merece vivir tanto, por no llevar corbata al trabajo?
¿Qué hace falta para que nuestros funcionarios electos se den cuenta? ¡Estados Unidos está en grave declive!
No tenemos té proverbial que desechar, ¿deberíamos, en cambio, hundir un barco lleno de importaciones japonesas? ¿Es inminente una guerra civil? ¿Tenemos que derramar sangre para reformar el sistema actual? Espero que no lleguemos a eso. Pero podría suceder.
TimMcVeigh
6289 Campbell Boulevard
Luego se fue a vivir a Decker, Michigan con su amigo Terry Nichols a la granja de un hermano de este llamado James. Junto con Michael Fortier dieron tumbos por varios estados visitando exposiciones de armas y comerciando con algunas de ellas. La relación entre los tres se hizo más estrecha y McVeigh fue padrino de bodas de Michael. Juntos consumían drogas, principalmente metanfetaminas y ocasionalmente mariguana.

Cuando sucedió el sitio a la propiedad de David Koresh en Waco por el FBI, la ATF y el ejército, McVeigh viajó conduciendo hasta donde se le permitió acercarse a fin de protestar y hablar con quien quisiera escucharlo acusando al gobierno de ser socialista y de querer someter a los estadunidenses prohibiendo las armas. Durante semanas se desempeñó como activista y vendiendo pegatinas con sus consignas. “Teme al gobierno que teme a tu arma”, rezaba una de ellas. Ahí lo entrevistó la estudiante de periodismo como lo mencionamos previamente.
McVeigh estaba viendo la televisión en la granja de los Nichols el 19 de abril cuando las fuerzas gubernamentales lanzaron su ataque contra el arsenal-refugio fortificado de los Davidianos. Los tanques abrieron agujeros en el complejo y los agentes dispararon gas lacrimógeno en el interior. Los dispositivos pirotécnicos disparados contra el edificio lo convirtieron en un infierno. Al final, 74 hombres, mujeres y niños fueron encontrados muertos dentro del complejo. McVeigh, en Michigan, se quedó atónito y consternado: «¿Qué es esto? ¿En qué se ha convertido Estados Unidos?».
Luego del fatal desenlace McVeigh comenzó a elucubrar lo que dio en llamar su venganza contra el gobierno.
Algunos analistas contemporáneos se preguntan con insistencia la razón por la que otros individuos no fueron involucrados en la responsabilidad del atentado, específicamente algunos líderes de Identidad Cristiana.
En el otoño de 1993, McVeigh y Terry Nichols visitaron por primera vez Elohim City, «La Ciudad de Dios» un complejo de 161 hectáreas ubicado en una zona montañosa aislada y escarpada en la frontera entre Oklahoma y Arkansas. Fue fundada por el supremacista blanco Robert Millar como un asentamiento de Identidad Cristiana en 1973. Identidad Cristiana fue o es un movimiento ultraderechista que afirma que los pueblos anglosajones, celtas, germánicos y nórdicos son los verdaderos israelitas, y no los que se identifican como los judíos actuales. Esta creencia se basa en la idea de que las diez tribus perdidas de Israel se dispersaron y eventualmente se establecieron en Europa. Tanto los partidarios de la «semilla» como los de la Identidad Cristiana Británico-Israelí se remiten a la información contenida en La Decimotercera Tribu de Arthur Koestler para respaldar sus opiniones sobre los judíos modernos. Koestler afirma que la mayoría de los judíos que sobrevivieron al Holocausto eran de ascendencia europea oriental, principalmente del Imperio Jázaro. Fue este un estado judío compuesto principalmente por turcos, prominente entre los siglos VII y X. Estaba ubicado en Europa Oriental y controlaba una zona vital entre el Mar Caspio y el Mar Negro. Tras la destrucción de su imperio, se cree que las tribus y comunidades jázaras migraron a Rusia y Polonia, donde se encontraban las mayores poblaciones judías a principios de la Edad Moderna. Según Koestler, esta migración ha llevado a muchos historiadores a especular que la mayoría de los judíos del mundo actual podrían no ser de origen semítico, sino de ascendencia jázara.
La Identidad Cristiana se dice la auténtica teología que enfatiza el cumplimiento de las leyes y mandamientos de Dios. Elohim City era un foco de actividad antigubernamental, donde McVeigh escuchó por primera vez la idea de un complot para volar un edificio federal en Oklahoma City. Para McVeigh, la de otoño con Terry sería la primera de al menos dos, y muy probablemente cuatro o más, visitas al complejo.
En 1994, las actividades de McVeigh se volvieron abiertamente delictivas. Según informes del FBI, es probable que McVeigh participara en una serie de robos a bancos en el Medio Oeste con una banda de Elohim City para recaudar fondos para proyectos que involucraban violencia antigubernamental. McVeigh investigaba bancos y probablemente conducía el coche de huida en algunos de los atracos. También planeó y llevó a cabo, con la ayuda de Nichols, un robo a mano armada a un armero de Arkansas con el que había trabado amistad en varias ferias de armas. Aparentemente Nichols intentó guardar la mayor parte del dinero robado para uso personal, ocultándolo en un almacén de Las Vegas. Luego, acompañado por Fortier, robaron varios artículos de una armería de la Guardia Nacional de Arizona.
Por esa misma época el consumo de metanfetaminas de McVeigh y Fortier aumentó y Timothy se volvió cada vez más explícito en la promoción de su visión apocalíptica del mundo. Una carta escrita por McVeigh en julio de 1994 a su amigo de la infancia, Steve Hodge, reveló la evolución de su pensamiento: «He jurado defender la Constitución contra todos los enemigos, extranjeros y nacionales, y lo haré… He llegado a la paz conmigo mismo, con mi Dios y con mi causa. La sangre correrá por las calles, Steve, el bien contra el mal. Hombres libres contra aspirantes a esclavos socialistas. Reza para que no sea tu sangre, amigo mío».
En septiembre de 1994, según las conclusiones del gran jurado federal, comenzó a planear la destrucción del Edificio Federal Murrah. La fecha identificada por el gran jurado para el inicio de la conspiración fue el 13 de septiembre. Ese día, McVeigh se encontraba
-según los registros del FBI que muestran un recibo de una habitación de motel en Vian, Oklahoma- visitando Elohim City y probablemente participando con otros activistas antigubernamentales en una serie de maniobras militares. El 13 de septiembre también marcó el día en que, casualmente o no, se promulgó una nueva ley federal que prohibía las armas de asalto.
Terry lo acompañó en varias etapas de la planeación y en la adquisición de los insumos para elaborar la bomba. Varias veces estuvo a punto de desistir, pero la presión de McVeigh lo obligó a continuar.
Octubre de 1994 fue un mes ajetreado para McVeigh y sus cómplices. Él y Terry Nichols compraron una segunda tonelada de nitrato de amonio a la misma cooperativa agrícola. Un robo en una cantera cerca de Marion, Kansas, el 3 de octubre, les proporcionó a McVeigh y Nichols un suministro de dinamita y detonadores. Disfrazado de motociclista, McVeigh compró nitrometano, un combustible propio para las carreras que también fue utilizado en la construcción de la bomba, por casi 3 mil dólares en un circuito de Dallas. Entre estas misiones de recolección de suministros, McVeigh se dió tiempo para visitar Oklahoma City, inspeccionar el edificio y calcular su propia posición en el momento probable de la explosión de la bomba. Ahí calculó como huiría y en qué, y ubicó el lugar donde dejaría el auto de huida.
McVeigh también realizó dos visitas en octubre a Kingman, Arizona. Alquiló otro almacén y, bajo la permanente compañía de Michael Fortier, probó la mezcla explosiva que había elegido para el atentado. McVeigh intentó involucrar a Fortier para que ayudara en el atentado, pero Fortier se resistió. A pesar de los esfuerzos persuasivos de McVeigh, Fortier dejó claro que no deseaba estar en Oklahoma City el día del atentado.

La estrecha relación de McVeigh con supremacistas blancos y otros opositores al gobierno en Elohim City continuó durante 1994. Además de participar en robos a bancos, existen pruebas que sugieren que personas del complejo estuvieron involucradas en el plan del atentado. Según Carol Howe, informante del Buro de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego, quien trabajó de forma encubierta en Elohim City, Andreas Strassmeir y Dennis Mahon realizaron el primero de tres viajes a Oklahoma City en noviembre para inspeccionar posibles objetivos del atentado. Howe informó a su supervisor de estos acontecimientos. La BATF estaba lo suficientemente alarmada por los informes de Howe como para planear un asalto a Elohim City, pero tras una reunión en febrero de 1995 con funcionarios del FBI y la Fiscalía de los Estados Unidos, la operación planeada se canceló, quizá escaldados por los hechos de Waco. Por supuesto, no hay forma de saber si el asalto, de haberse llevado a cabo, habría evitado la tragedia en Oklahoma City, pero también se desconocen las razones esgrimidas para cancelar la operación pese a los informes recabados por los agentes encubiertos. A mi forma de entender el error de Waco pesaba demasiado.
En marzo de 1995, cuando Terry Nichols le comunicó a McVeigh que quería retirarse del plan del atentado, McVeigh tuvo que buscar ayuda en otros lugares para las últimas etapas del proyecto. Se especula que su ayuda provino de Elohim City. McVeigh quería ser visto como el cerebro de la trama y, en sus declaraciones, desestimó el papel de otros en la conspiración, lo que generó incertidumbre sobre el papel exacto que desempeñaron. Una prueba de polígrafo realizada por McVeigh demostró que era sincero respecto a su propio papel en el atentado, pero no determinantemente igual respecto al papel de otras personas no acusadas, cuando negó que la banda de Elohim City tuviera algo que ver con el atentado, pues los resultados del polígrafo sugieren que podría haber mentido al respecto para proteger a otros.

Varios testigos también identificaron a Michael Brescia, miembro del ARA, Ejército Republicano Ario, como «John Doe No. 2», quien se decía que estaba con McVeigh en Kansas pocos días antes del atentado.
Dos individuos también condenados a muerte que compartieron con él vecindad en las celdas, David Hammer y Jeffrey Paul, en su libro de 2004 «Secretos por los que vale la pena morir«, afirman que McVeigh les reveló que él y cuatro miembros del Ejército Republicano Ario, con conexiones en Ciudad Elohim, se reunieron varias veces en marzo y abril de 1995 en el desierto de Arizona, donde «realizaron simulacros de colocar la bomba y escapar'». Los dos autores también afirman que McVeigh les contó que conoció en Las Vegas a un hombre al que llamaba «Poindexter», quien le proporcionó información detallada sobre el montaje de bombas, y que volvería a visitarlo en la habitación de McVeigh en el Hotel Imperial de Kingman.
El 5 de abril, dos minutos después de una llamada a la empresa de alquiler Ryder desde su habitación den un motel en Kingman, McVeigh llamó a Elohim City. Se desconoce el contenido de esa conversación, por supuesto, pero se ha especulado mucho en libros y sitios de internet sobre si McVeigh intentaba coordinar planes para atentados con algunos residentes del complejo. Tres días después de su llamada, McVeigh llegó a Oklahoma, donde fue visto en Lady Godiva’s, un club de striptease de Tulsa, en compañía de los militantes de Elohim City, Andreas Strassmeir, y un tercer hombre, que algunos sugieren que podría ser Michael Brescia. Una cámara de seguridad en un camerino del club grabó a McVeigh diciéndole a una bailarina: «El 19 de abril, me recordarás toda tu vida».

El Domingo de Pascua, 16 de abril, McVeigh, Nichols y probablemente «John Doe #2» viajaron a Oklahoma City. McVeigh y John Doe #2 a bordo del Mercury Marquis recién comprado por McVeigh, mientras Nichols los seguía en su camioneta. McVeigh estacionó el viejo Marquis, que iba a ser su coche de escape, en un estacionamiento cerca del Edificio Murrah, le quitó la placa, colocó en el parabrisas un letrero diciendo “no remolcar no está abandonado” y luego regresó al Motel Dreamland con Nichols y John Doe #2.
La tarde del 17 de abril, McVeigh salió del taller de carrocería Elliot’s en Junction City con el camión de alquiler de Ryder. En un formulario que llenó declaró que planeaba usarlo para un viaje de cuatro días a Omaha. McVeigh salió del Dreamland Motel en el vehículo Ryder alrededor de las 4:30 de la mañana siguiente.
Las versiones sobre lo que sucedió después difieren considerablemente. Ya sea solo (una versión) o después de recoger a Brescia (otra), McVeigh condujo hasta el almacén en Herington, donde se reunió (según la versión que se crea) con el experto en bombas Poindexter o con Terry Nichols. (Según Secrets Worth Dying For, McVeigh dijo que Nichols «no se presentó» en el almacén. Dice que McVeigh se quejó: «Él y Mike [Fortier] son hombres a los que les gusta hablar con dureza, pero al final sus perras e hijos mandan»). Los hombres, quienesquiera que fueran, cargaron bolsas de mechas y bidones de nitrometano en la camioneta. En su biografía autorizada, McVeigh afirmó que él y Nichols también cargaron bolsas de fertilizante en el camión y luego completaron el montaje de la bomba esa misma mañana en Geary Park. Según esta versión, McVeigh partió solo esa misma tarde, rumbo al sur por la I-35 hacia Oklahoma. Aparcó el camión Ryder para pasar la noche cerca de Ponca City, Oklahoma, y durmió en la cabina.

Las entrevistas del FBI respaldan en parte cada una de las versiones contradictorias. La pareja propietaria del Santa Fe Trail Diner en Herington, donde se encontraba el almacén de McVeigh, declaró a los entrevistadores federales que vieron a McVeigh, Nichols y a un tercer hombre parecido a John Doe #2 desayunando en su establecimiento alrededor de las 8:00 a. m. del día anterior al atentado. Los testigos también informaron haber visto una camioneta Ryder y otra camioneta pickup en el lago Geary una o dos horas después. Los dueños de un asador en Perry, Oklahoma, declararon a los agentes que vieron a McVeigh y a «un acompañante corpulento» cenar en su restaurante alrededor de las 7:00 p. m. ¿Qué conclusión se puede sacar de estos diversos avistamientos? Quizás nunca sepamos con exactitud quién ayudó a McVeigh en las 24 horas previas a los terribles sucesos del 19 de abril.
La luminosa mañana del 19 de abril de 1995 despuntaba radiante de primavera y los jefes de los diferentes cuerpos de seguridad de Oklahoma jugaban golf desde las 8 horas en un torneo convocado para recabar fondos destinados a una obra benéfica. La competencia entre funcionarios, tanto federales como estatales, se tornaba animada y reñida. De pronto, 10 minutos después de las 9 sonó el beeper de uno de ellos e inmediatamente otro y luego otro. Antes de 5 minutos habían sonado todos y por supuesto el torneo se suspendió. Los jefes policiacos corrieron a sus respectivos autos y emprendieron la marcha a toda velocidad rumbo al centro de la ciudad. No fue que hubieran renunciado a la causa benéfica, recibieron el informe de una gran explosión y desde la carretera pudieron apreciar una gruesa columna de humo elevándose. Algunos también conocieron en el trayecto informes adicionales como que la detonación ocasionó el estallido de los cristales de los edificios a 5 cuadras a la redonda, pero nadie imaginó lo que vieron al llegar: todo el frente del edificio federal Alfred P. Murrah estaba desmoronado del cimiento a la azotea y en lo que fue la northwest 5ª. street del frente había un cráter de 5 metros de profundidad y 12 de ancho.

En total 324 edificios cercanos, en un radio de dieciséis manzanas, quedaron dañados y se incendiaron 86 vehículos.
La movilización policiaca y de las fuerzas de rescate registró la mayor intensidad de la historia, pero el agente de la policía estatal Charles J. Hanger recibió la orden por radio de mantenerse en su posición habitual vigilando la Interestatal 35 en el condado de Noble. Pasadas las 10 con 20 minutos, a 50 millas del centro de Oklahoma City pasó frente a él un Mercury Marquis amarillo sin placa de circulación. Lo siguió y lo detuvo. Desde la patrulla le gritó al conductor que bajara. No recibió respuesta y repitió la orden. Entonces descendió un hombre alto y delgado, vistiendo una camiseta con la imagen de Abraham Lincoln y la leyenda en latin sic semper tyrannis ( así siempre los tiranos), las palabras que John Wilkes Booth gritó tras asesinar al presidente. Hanger se le acercó y le pidió su licencia. Cuando hizo el movimiento para sacarla, notó un bulto en su cintura. Con la mano derecha sacó su pistola y con la izquierda tocó el bulto. El conductor detenido le dijo al policía “mi arma está cargada”. El policía puso el cañón de la suya en el cuello del conductor y le respondió “la mía también”. Lo desarmó y lo condujo sin resistencia a la cárcel del poblado de Perry por carecer de permiso para portar el arma. Nadie pensó que estaba deteniendo al autor del atentado en Oklahoma.
En las primeras horas posteriores a la explosión surgieron muy diversas versiones. Primero se pensó que había sido gas. Y muy pronto, en el canal 9 de la televisión local una reportera descubrió que ese día era el aniversario de los trágicos sucesos de Waco y su instinto periodístico la llevó a suponer que ambas tragedias pudieran estar relacionadas. La especulación despertó de inmediato otras sospechas. El cráter dio la pauta a los expertos para determinar que había sido una bomba.
En cuanto los medios locales lo divulgaron se comenzó a hablar de un acto terrorista y de inmediato se mencionó la supuesta presencia en la zona de personas con rasgos árabes o de medio oriente. Algunos “testigos” describieron a detalle la fisonomía de presuntos “sospechosos”. Eran “dos morenos y barbudos” y fueron vistos frente al edificio momentos antes de la detonación, dijeron.
En pocos minutos corrió por Oklahoma y luego por todo el país la afirmación de que la explosión era un atentado cometido “por terroristas árabes”.
En Perry, el conductor detenido Timothy McVeigh fue puesto tras las rejas en espera de llevarlo a la corte y fijarle una fianza para que obtuviera su libertad.
Las labores de rescate comenzaron a mostrar la dimensión de la tragedia al encontrar más y más cadáveres y decenas de personas heridas y atrapadas. Entre los primeros en llegar estuvieron padres de los pequeños que asistían a una guardería en el 4º piso del edificio. Madres y padres desgarrados por la incertidumbre de lo sucedido y por la certeza de que sus hijos estuvieron donde ahora sólo veían escombros, humo y polvo. Un fotógrafo captó la imagen de un bombero cargando el cadáver de un pequeño que dio la vuelta al mundo y ganó un pulitzer.
Los médicos rescatistas realizaron proezas increíbles, amputaciones in situ para poder sacar cuerpos con vida, trasfusiones de sangre y cirugías entre los escombros…Una enfermera murió mientras auxiliaba a un paciente al caer un trozo de loza sobre su cabeza.
Un equipo llegó hasta lo que quedaba de la guardería infantil. Desde el suelo frente al edificio las familias angustiadas ansiaban noticias. Entre ellas estaban los Cooper, matrimonio de los primeros en llegar, padres del pequeño Frank de 3 años.
Una preocupación de los expertos en atentados partía de la experiencia de que en casos semejantes los terroristas instalaban una segunda bomba para que estallara en los momentos en que los rescatistas entraran en acción, de manera que hubo quien se dedicó específicamente a su búsqueda…Y cuando cientos estaban en plena faena de rescate un experimentado jefe de los buscadores visualizó algo aterrador: una caja de lanzacohetes en las oficinas en ruinas de una dependencia de aduanas.

Inmediatamente dio la voz de alarma conforme al protocolo. Había que desalojar el edificio sin demora. Cundió el pánico. La mayoría corrieron despavoridos. Algunos médicos se resistieron, pues estaban atendiendo pacientes, tratando de salvarles la vida. Mientras docenas huían aterrorizados, uno de ellos tuvo que ser amenazado por la policía: o se retiraba o le dispararían en una pierna. El jefe buscador se dispuso, junto con un agente estatal, a subir hasta el 6º piso destruido en una escalera retractil. Se acercó a la caja y comprobó que, efectivamente tenía un pesado contenido. Con tremenda sangre fría y extremo cuidado la bajaron con un artefacto robótico. En pocos minutos el derruido edificio quedó libre de personal de rescate, pero con muchos atrapados que no habían logrado ser rescatados. En un sitio apartado los expertos en explosivos pudieron abrir la caja y comprobaron que contenía un “artefacto explosivo”…Pero falso. Era un símil utilizado en la oficina de aduanas para capacitar personal preventivo. Tan igual a uno real que confundió al experimentado jefe.
Los rescatistas pudieron regresar a sus labores y salvaron decenas de vidas.

Los buscadores de pistas peinaban toda el área circundante cuando a unos 100 metros del cráter producido por la explosión encontraron un eje de camión un tanto retorcido y un testigo que presenció su caída del cielo. “Escuché un ruido como de helicóptero y luego cayó ese fierro frente a mi”, declaró. El jefe de los buscadores de evidencias llamó a un veterano oficial con dos décadas de experiencia en el área de autos robados. Rápidamente encontró un número de serie que limpió con una sustancia química especial y pudo leer : PVA 26077. Eso los llevó a identificar a qué vehículo pertenecía, un Ford F-350, y de allí a localizar a los dueños: una arrendadora en el estado de Kansas, cerca de la frontera con Oklahoma. El vehículo había sido rentado días antes a un sujeto que firmó como Robert Kling. Llamaron a un dibujante de retratos hablados y 24 horas después del atentado tenían los bosquejos de los rostros de 2 sujetos, uno de ellos el tal Kling. Ninguno era árabe ni barbudo.

En Perry la oficial de la cárcel se dispuso a enviar a Timothy McVeigh a la corte.
Desde las 7 am largas filas de donantes de sangre se formaron en Oklahoma, donde afloraba el sentimiento de solidaridad. Los vecinos de la ciudad llevaban alimentos, materiales para facilitar la búsqueda, botas, agua, etc.
En la región fronteriza de Oklahoma con Kansas los agentes trabajaron también desde muy temprano mostrando en restaurantes, hoteles, gasolineras y otros establecimientos los retratos hablados de los arrendadores del camión. Pronto tuvieron frutos. En el Motel Dreamland de Junction City la propietaria y manager Lea McGrow reconoció a uno de ellos. “Este es muy parecido a un hombre que vino en un camión Ryder y pasó aquí una noche”. Confirmó que iba sólo y encontró la papeleta del registro, a nombre de Tim McVeigh, con un domicilio en Michigan. Los agentes verificaron las llamadas telefónicas que el inquilino hizo desde su habitación y encontraron una a un restaurante de comida para entrega. Su pedido, para una sola persona, fue solicitado por Robert Kling. Todo indicaba que Kling y McVeigh eran la misma persona.
En la cárcel de Perry la oficial que solicitó la audiencia para McVeigh recibió la respuesta de que ese día la corte estaba muy saturada y le pidieron que resguardara al detenido un día más. Así fue. El FBI, que había tomado el liderazgo de las investigaciones debido a que el atentado conllevó la muerte de 9 agentes federales, decidió reservar el nombre del principal sospechoso pero los retratos hablados ya estaban en la televisión y aparecerían en los periódicos meridianos y en las ediciones extra. Todo el país vió con estupor que los presuntos terroristas no eran árabes como daban por hecho, sino norteamericanos. Eran de los suyos. O, como los llamaron, “terroristas domésticos”.
También, McVeigh y sus compañeros de celda vieron la noticia. No faltó, por supuesto, quien le dijera “ese se parece mucho a ti”. Pero McVeigh replicó, “Sí, pero dice que su estatura es de 1.75 y yo mido 1.88”. Años después, McVeigh relataba ésta anécdota y decía: “mordieron el anzuelo y me dejaron en paz”.
Pero el FBI, no.

La mayor sorpresa que recibieron los investigadores federales fue el resultado de una consulta a la base de datos del país en Washington, sobre Timothy McVeigh: la computadora les informó que se encontraba detenido en la cárcel del condado de Noble, Oklahoma, acusado de delitos menores. De inmediato el líder de la investigación se comunicó con las autoridades del condado para advertirles que su preso pasaba a poder de las autoridades federales. No pudo ser más oportuno, pues unos minutos después hubiera quedado en libertad bajo fianza. Agentes del FBI viajaron de inmediato a Perry, con la misión de trasladar a McVeigh, quien se preguntaba constantemente por qué las autoridades tardaban tanto. En canal local de televisión se enteró y divulgó la noticia, de manera que muy pronto la cárcel de Perry se vió rodeada de periodistas, que fueron testigos del momento en que lo sacaron. Son las primeras imágenes que se transmitieron de McVeigh. Lo transportaron en helicóptero a la Base Aérea Tinker, cerca de Oklahoma City. El oficial encargado del operativo habló con el piloto para pedirle que volara bajo, pues temía que, de ser el detenido parte de una conspiración profesional, como lo suponía, sus líderes intentaran eliminarlo y bombardearan la nave. “Literalmente volamos librando las cercas de los ranchos”, comentó.

Antes de su comparecencia esa noche, McVeigh se reunió brevemente con dos abogados de oficio. «Sí», les dijo, «yo hice el atentado».
Esa misma mañana un grupo de agentes localizó el domicilio de Michigan que resultó ser la granja de James Nichols en Decker. La rodearon sigilosamente y en determinado momento entraron en la casa. No encontraron a nadie. Pero en la revisión hallaron varios documentos, incluyendo un recibo a nombre de Terry Nichols, por la compra de 900 kilos de nitrato de amonio, restos de cable detonador, un recibo de compra del explosivo Primadet y un mapa dibujado a mano del centro de Oklahoma City. También una foto del ejército en la que aparecían ambos, Timothy y Terry, entre otros 30 soldados, y algo clave: una tarjeta de prepago para uso de teléfonos.
La investigación arrojó el dato de que Terry tenía un hijo con su ex esposa, Lana Padilla, que vivía en Harrington, Kansas. No fue difícil localizar su domicilio.
Mientras tanto el agente especial a cargo localizó y habló con William McVeigh, el padre de Timothy, un maestro de historia en la Toms River Regional High School District de New Jersey con un curriculum impecable. No tenía ni una infracción de tráfico en su expediente. Estaba muy avergonzado. Cuando le preguntaron si acaso su hijo hubiera cometido tal cosa con quién se habría acompañado, no dudó y dijo dos nombres: Terry Nichols y Michael Fortier.
Fortier vivía en Arizona con su esposa e hijo. Los dos amigos íntimos de McVeigh estaban localizados antes de cumplirse 3 días del atentado, el camión identificado, detectadas las compras de los insumos para elaborar la bomba y gracias a la tarjeta telefónica, elaborado un mapa de los movimientos que realizaron. Ciertamente, el FBI trabajó con gran eficiencia y prontitud y ya tenía a McVeigh en su poder.
La policía ubicó la casa de Lana Padilla y estableció un cerco de vigilancia. A las pocas horas vieron salir de ahí a Terry en compañía de Lana y del hijo de ambos. Abordaron un auto y se dirigieron directamente a la estación de la policía local. Terry se bajó y se entregó. Acudir a refugiarse en casa de su ex esposa reveló que era un solitario y la opinión de Lana fue determinante para su decisión de entregarse.
Por su parte, Fortier al ser abordado negó toda participación, dijo que él había permanecido las últimas semanas en su domicilio sin salir del área y que podía probarlo. En un principio estuvo reticente, pero el FBI le prometió que reuniría las evidencias necesarias para llevarlo a la pena de muerte y lograron asustarlo. Se dobló y pidió convertirse en testigo, revelando una gran cantidad de información determinante para acusar a McVeigh. Efectivamente, no participo en la colocación de la bomba, pues eso lo hizo McVeigh sólo, pero sabía de los planes y una sola llamada anónima a la policía pudo evitar la catástrofe, pero no la hizo.
Finalmente, el gobierno federal presentó cargos contra los tres : McVeigh y Nichols por conspiración para bombardear un edificio federal y por el asesinato de agentes federales, y Michael Fortier por no informar a las autoridades sobre el atentado y mentir a los agentes federales sobre su conocimiento del mismo. Fortier aceptó colaborar con la fiscalía a cambio de no enfrentar cargos de conspiración, la promesa de indulgencia por los delitos que admitió y la promesa de que su esposa no sería acusada.
McVeigh nunca obtuvo el juicio que deseaba. Intentó convencer a sus abogados de que presentaran una «defensa de necesidad» que le permitiera presentar pruebas de los «crímenes» del gobierno federal que su atentado pretendía prevenir. McVeigh creía que al menos algunos jurados, si se enteraban de las acciones del gobierno en Ruby Ridge y Waco, encontrarían justificado el bombardeo. Suponía que un juicio político podría brindarle la oportunidad de presentar sus argumentos “contra un gobierno federal extralimitado”.

El abogado principal de McVeigh fue Stephen Jones, un activista republicano que había llevado otros casos con gran carga política. La relación entre McVeigh y su abogado pronto se tensó cuando McVeigh sospechó que Jones era la fuente de una filtración, publicada en el New York Times, de que McVeigh había confesado. A McVeigh también le molestó la negativa de Jones a invocar su «defensa de necesidad», convencido de que McVeigh no tenía ninguna posibilidad de demostrar —como se le exigiría— que el gobierno federal lo puso en «peligro inminente».
Además, Jones creía que McVeigh estaba asumiendo mucha más responsabilidad de la justificada por el atentado y que, aunque claramente culpable, McVeigh solo era parte de una gran conspiración. Jones pensaba que encajaba con la personalidad de McVeigh que se sacrificara por quienes compartían su causa antigubernamental. Jones dedicó considerables recursos a investigar los posibles vínculos de McVeigh con terroristas árabes, con Andreas Strassmeir y sus socios de Elohim City. Tanto es así, que McVeigh empezó a llamar sarcásticamente a su abogado «Sherlock Jones». «Me estaba investigando, no defendiendo», se quejó McVeigh. En su libro sobre el caso McVeigh, «Otros Desconocidos: Timothy McVeigh y la Conspiración del Bombardeo de Oklahoma City», Jones escribió: «Resulta difícil suponer que este atroz crimen fue obra de dos hombres, cualesquiera dos… ¿Pudo [esta conspiración] haber sido diseñada para proteger y amparar a todos los involucrados? Es decir, a todos, excepto a mi cliente…». Jones consideró presentar a McVeigh como «el chivo expiatorio designado» en una trama ingeniosamente diseñada, pero su propio cliente se opuso a la estrategia y el juez Matsch, tras una audiencia, dictaminó que las pruebas relativas a una conspiración mayor eran demasiado insustanciales para ser admisibles.
La selección del jurado en el caso McVeigh comenzó el 31 de marzo de 1997, un mes después de la aparición de una noticia nacional que informaba que McVeigh declaró a los investigadores de la defensa que había bombardeado el Edificio Murrah a la hora precisa para «aumentar el número de muertos». La inoportuna filtración probablemente se produjo cuando un miembro de la defensa entregó al Dallas Morning News un disco de computadora con informes del FBI, sin saber que el contenido de su entrevista con McVeigh también estaba en el mismo disco. McVeigh se convenció de que cualquier posibilidad de conseguir un jurado comprensivo, o de recibir un trato comprensivo por parte del juez, se esfumó con la historia sobre su entrevista.

Mientras tanto, la señora Cooper, madre del pequeño Frank que murió en la guardería, todas las noches acudía a la prisión donde McVeigh estaba recluido y se estacionaba en su auto frente al edificio en silencio solitario pensando cómo podría entrar para llegar a él y golpearlo sin parar.
Los alegatos iniciales comenzaron el 24 de abril, ante una sala abarrotada en el Palacio de Justicia Byron C. Rogers y una audiencia con circuito cerrado de televisión en Oklahoma, que incluía a muchas víctimas y sus familias. El fiscal principal, Joseph Hartzler, víctima de esclerosis múltiple en silla de ruedas, inició el juicio con una dramática declaración inicial que recordó al jurado las tremendas pérdidas sufridas dos años antes:
«Todos los niños que mencioné murieron, y muchos más: docenas y docenas de otros hombres, mujeres, niños, primos, seres queridos, abuelos, nietos, estadounidenses comunes y corrientes que se dedicaban a sus asuntos. Y la única razón por la que murieron… es que estaban en un edificio propiedad de un gobierno que Timothy McVeigh tanto odiaba… Y el hombre que cometió este acto está sentado en esta sala detrás de mí. Después de hacerlo, huyó del lugar de los hechos, e incluso evitó dañarse los tímpanos porque llevaba tapones».
Hartzler atacó con desdén los intentos de McVeigh de presentarse como un patriota moderno «como Patrick Henry y Samuel Adams». Hartzler recordó al jurado que «nuestros antepasados no lucharon contra mujeres y niños británicos; lucharon contra otros soldados». Y, dijo, los combatieron de forma justa: «No pusieron bombas ni huyeron con tapones para los oídos».
La fiscalía presentó 137 testigos.
Michael Fortier resultó ser el más importante. Fortier pudo llevar a los jurados desde el Timothy McVeigh que observó inmediatamente después de Waco, quien en ese momento había desatado un torrente de veneno antigubernamental, hasta el que estaba listo y preparado para enviar un mensaje al mismo gobierno en Oklahoma City. Fortier contó al jurado cómo McVeigh, en la sala de su casa en octubre de 1994, le había proporcionado planes detallados para volar el Edificio Murrah. Para entonces, según Fortier, McVeigh ya había elegido la fecha de su ataque para conmemorar el segundo aniversario del asalto de Waco.
Uno de los momentos más memorables del juicio se produjo cuando Joseph Hartzler le preguntó a Fortier: «¿Habló usted con McVeigh sobre las muertes que causaría una bomba así?». Fortier respondió: «Le pregunté sobre eso… Le dije: ‘¿Y qué hay de toda la gente?». Y me explicó que consideraba a todas esas personas “como si fueran los soldados de asalto de la película Star Wars. Puede que fueran inocentes individualmente, pero como formaban parte del imperio del mal, eran culpables por asociación”.
También se presentaron las grabaciones de la entrevista que le realizó en prisión el periodista Lou Michel de Búfalo News. Aunque fueron 60 horas de conversación, se destacaron algunos pasajes extremadamente escalofriantes, cuando declara:
“Decidí terminar con vidas humanas pero no por beneficio personal, sino por el bien común. Esta guerra comenzó en Waco.
¿Me arrepiento?, No, de ninguna manera.
-Muchas personas en Oklahoma perdieron a sus seres queridos, le dice el periodista.
A lo que McVeigh responde:
Lo siento. Pero ¿sabe?, no es la primera madre que pierde a un hijo, ni el primer abuelo que pierde a un nieto. Así que cállese la boca, carajo. No son especiales. Supérenlo!
El 10 de agosto de 1995, McVeigh fue acusado de 11 cargos federales, incluyendo conspiración para usar un arma de destrucción masiva, uso de un arma de destrucción masiva, destrucción con el uso de explosivos y ocho cargos de asesinato en primer grado por la muerte de los agentes de la ley que estaban en el edificio. De todos los cargos fue declarado culpable. Los fiscales no pudieron presentar cargos contra McVeigh por las 160 muertes restantes en un tribunal federal porque esas muertes eran competencia del estado de Oklahoma. Debido a que McVeigh fue declarado culpable y sentenciado a muerte, el estado de Oklahoma no presentó cargos de asesinato contra McVeigh por las otras 160 muertes.
La señora Cooper tuvo sentimientos encontrados, pero prevalecía sobre todos uno: no quería que McVeigh muriera. Le parecía una salida demasiado fácil, para él, mientras los deudos de los niños y las víctimas asesinadas debian cargar con el dolor toda la vida. Quería protestar cuando el jurado recomendó la pena de muerte y observó que el psicópata ni se inmutó.
Después del veredicto, McVeigh intentó calmar a su madre diciendo: «Piénsalo de esta manera. Cuando estaba en el ejército, no me viste durante años. Piensa en mí de esa manera ahora, como si estuviera en el ejército de nuevo, en una misión para el ejército». El 13 de junio, el jurado recomendó que McVeigh recibiera la pena de muerte. Antes de que el juez pronunciara formalmente la sentencia, McVeigh se dirigió al tribunal por primera vez y dijo: «Si el tribunal lo permite, deseo utilizar las palabras del juez [Louis] Brandeis en su disidencia en Olmstead para hablar por mí: ‘Nuestro gobierno es el maestro poderoso y omnipresente. Para bien o para mal, enseña a todo el pueblo con su ejemplo’. Eso es todo.»
McVeigh estuvo recluido en Colorado hasta 1999, junto a otros reclusos famosos, como el Unabomber Theodore Kacyznski y el cerebro del primer atentado de 1993 contra el World Trade Center de Nueva York, Ramzi Yousef. En una carta a los autores de American Terrorist, Kacyznski afirmó que McVeigh le «gustaba», describiéndolo como «un aventurero por naturaleza» … «muy inteligente» que expresaba ideas que «parecían racionales y sensatas». Yousef, por su parte, hizo frecuentes intentos infructuosos de convertir a McVeigh al Islam.
La sentencia de muerte fue postergada el 16 de mayo, después de que el FBI encontrara cerca de 3 mil 100 páginas de documentos sobre su investigación que los agentes federales no entregaron a los abogados defensores durante el juicio. Los documentos incluían transcripciones de entrevistas y de notas tomadas por los agentes federales que no eran relevantes para el veredicto de culpabilidad. Según el abogado Jones, los documentos podrían probar que el acusado era parte de una conspiración más grande. «No todo el mundo ha sido arrestado. Todavía hay otros que están libres», dijo a la CNN Jones quien siempre creyó que en el atentado participó mucha más gente. Pero tras la revisión nada cambió
Una solicitud de McVeigh de que su muerte fuera televisada a nivel nacional fue denegada, al igual que la petición de que sus cenizas fueran esparcidas en el Memorial Park creado en el lugar donde estuvo el edificio del atentado. El día antes de su ejecución, McVeigh dijo en una carta a The Buffalo News: «Lamento que estas personas hayan tenido que perder la vida, pero esa es la naturaleza de la bestia. Se entiende de antemano cuál será el costo humano». Dijo que si resultaba que había una vida después de la muerte, él «improvisaría, se adaptaría y superaría”, un eslogan no oficial entre los marines del Ejército de Estados Unidos que se hizo popular gracias al personaje de Clint Eastwood, el sargento Thomas Highway, en la película Heartbreak Ridge. Y agregó: Si hay un infierno, entonces estaré en buena compañía con muchos pilotos de combate que también tuvieron que bombardear a inocentes para ganar la guerra«. También dijo: «Sabía que quería esto antes de que sucediera. Sabía que mi objetivo era el suicidio asistido por el estado y cuando sucede, acabas de hacer algo que estás tratando de decir que debería ser ilegal para el personal médico… “Cuando me maten habré ganado 168 a 1″.
Mil 600 periodistas se acreditaron en la penitenciaría de Terre Haute, Indiana, para cubrir la ejecución de McVeigh y otros mil 800 se desplazaron a Oklahoma City para seguir la reacción de los familiares de las víctimas del atentado pero sólo 10 de los 3 mil 400 asistieron en persona a la ejecución, y sin poder emplear grabadoras o cámaras.
Fue ejecutado por inyección letal a las 7:14 a. m. de un 11 de junio como hoy, el de 2001. Terry Lynn Nichols fue sentenciado a cadena perpetua por 160 cargos de homicidio. Michael Fortier fue condenado a 12 años de cárcel por no advertir al gobierno sobre el atentado.
Tres meses después su masacre sería superada en el ataque a las Torres Gemelas del World Trade Center, pero la suya sigue siendo la más sangrienta perpetrada por un norteamericano en suelo norteamericano.
Tres décadas después, el atentado ha vuelto a la agenda cultural, ya que el extremismo de derecha que impulsó a McVeigh está en auge.
En 2025, se cree que la amenaza de extremistas violentos con base en EE. UU. es alta, según el Departamento de Seguridad Nacional. Los ataques terroristas nacionales y las conspiraciones contra objetivos gubernamentales motivados por convicciones políticas partidistas casi se triplicaron en los últimos cinco años, en comparación con los 25 años anteriores juntos.

Las crónicas, tanto nuevas como recientes, del atentado de Oklahoma no son solo una reflexión sobre el pasado, sino una advertencia sobre el futuro.
En su galardonado libro sobre el atentado, Homegrown (2023), el abogado y periodista estadounidense Jeffrey Toobin retoma el atentado de Oklahoma, encontrando paralelismos inquietantes entre el extremismo antigubernamental del atacante y las opiniones de los trumpistas insurrectos del 6 de enero. Escribe:
En los treinta años transcurridos desde el atentado de Oklahoma City, el país ha recorrido un camino extraordinario: desde el horror casi universal ante la acción de un extremista de derecha [McVeigh] hasta la aceptación generalizada de un presidente que refleja los valores del terrorista. Su aceptación de la violencia como respuesta justificada a los agravios políticos se refleja en la retórica de la presidencia de Trump; el más famoso,(hasta la publicación del libro) su discurso del 6 de enero, cuando exhortó a sus partidarios a marchar hacia el Congreso y «luchar con todas sus fuerzas».
Todas las tendencias que McVeigh encarnaba, el extremismo político, la obsesión y el absolutismo por el derecho a poseer armas, la idea de hacer que “Estados Unidos vuelva a ser grande» y, sobre todo, la adopción de la violencia se unieron bajo el liderazgo trumpista.

Al igual que McVeigh, los alborotadores que irrumpieron en el Capitolio percibieron la rebelión como similar a la lucha revolucionaria de los Padres Fundadores. Ellos también creían que la violencia era necesaria para lograr sus objetivos. De esta manera, McVeigh representa un prototipo temprano del votante agraviado de Trump. Las acciones de McVeigh y algunos partidarios de Trump pertenecen a una larga tradición de extremismo obsesionado con las armas, antidemocrático y violento. La única diferencia es que las ideas extremistas de Trump se han generalizado. Toobin cree que si las redes sociales hubieran existido a principios de los 90, McVeigh habría podido integrar el ejército que anhelaba. «Más que cualquier otra razón», concluye Toobin, «internet explica la diferencia entre la cruzada solitaria de McVeigh y los miles que asaltaron el Capitolio el 6 de enero de 2021».
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