Para mi dilecto amigo Pablo Leos Mayagoitia en su onomástico y para mi sobrina Patricia Chávez de Siqueiros y mi amiga Paulina Mercado con quienes comparto cumpleaños hoy.
Investigación y edición de José Luis Muñoz Pérez
Fue el inicial descubridor del saber europeo para los indígenas y lo hizo desarrollando una innovación didáctica humanista y multidisciplinaria sin precedente. Fue también el primero en poner por escrito la lengua náhuatl usando caracteres latinos, aporte de enorme relevancia que marcó un hito en la historia de la lingüística y la difusión cultural. Vino al mundo revelado para los europeos que Hernán Cortes llamó la Nueva España, enviado por el Emperador Carlos V en acuerdo con el Papa Adriano VI, con la más elevada misión política y espiritual imaginable: salvar del desastre la posibilidad de la salvación cristiana de las almas, amenazada en Europa por la decadente corrupción de la iglesia romana que se tambaleaba ante el desafío luterano y el avance expansionista musulmán. En su escuela, San José de los Naturales, continuidad de la primera de corte cristiano en este continente que él fundó, se pintó la imagen original de la Virgen de Guadalupe mexicana. Hijo de un emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico III, vivió siempre en humildad, y siendo el clérigo más respetado y amado de su época en su comunidad, se mantuvo toda la vida como hermano lego; tres veces rechazó ser obispo. Aunque no se conoce su acta de nacimiento, se sabe que nació un día como hoy 29 de junio, fecha de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, -las dos figuras fundamentales de la Iglesia- muy probablemente en 1480 como Pieter Van Der Moere, pero la historia lo registra como Pedro de Gante. Su legado lo consagra como un modelo de educador y dedicación, respeto y amor paternal hacia los pueblos indígenas.
Desembarcó en Veracruz descalzo, y así caminó 400 kilómetros hasta Tenochtitlan, en penitencia para implorar fuerzas que le ayudaran a cumplir la descomunal tarea que le encargaron el Emperador y el Papa.
Antes de entrar en su vida, preciso es echar un ojo a lo que vivía el mundo que enmarcaba su existencia en esa ápoca. Anotemos 5 acontecimientos históricos clave:
1.- Hernán Cortes había derrotado al ejército imperial mexica encabezando una confederación político-militar de tlaxcaltecas, chichimecas, totonacas, cempoaltecas, otomíes y otras naciones en 1521, en nombre de su rey Carlos.
2.- Carlos de Gante, hijo de Felipe El Hermoso y de Juana La Loca, se había convertido en 1516 en Rey de Castilla, de León, de Aragón y de Navarra, Valencia y Mallorca, unificando en su corona todos los reinos de España y el Principado de Cataluña, por herencia de sus abuelos los Reyes Católicos, y también en rey de Sicilia, Nápoles y Cerdeña, otra herencia de su abuelo Fernando. Era desde la edad de un año duque de Luxemburgo. En 1520, a la muerte de su abuelo Maximiliano heredó el Archiducado de Austria, el condado de Flandes y el ducado de Borgoña, que había heredado a su abuela Maria su abuelo Carlos el Temerario porq euien se llamó así, obteniendo ese mismo año la corona del Sacro Imperio Romano Germánico.
Sin duda, el príncipe más poderoso de Europa y de la cristiandad.

3.- El 31 de octubre de 1517 el monje Martín Lutero clavó en las puertas de la iglesia del Castillo de Wittenberg sus famosas 95 tesis, desafiando al papado en lo que se identifica como el inicio del Cisma Protestante, en álgido crescendo en 1522.
4.- En enero de 1522 es electo Papa en ausencia -no asistió al cónclave ni imaginaba ser candidato- el holandés Adriaan Floriszoon Boeyens, un cardenal novato, ex preceptor, ex tutor y representante del rey Carlos en los reinos de España, conocido como Adriano de Utrech, con el nombre pontificio de Adriano VI; hombre austero, simpatizante activo de la Devotion Moderna, movimiento favorable a una reforma que superara la decadencia, la corrupción y el despilfarro que caracterizaban a la curia vaticana. Fue el último papa no italiano antes de Juan Pablo II.

5.- En 1521 las tropas turcas del Sultán Solimán El Magnifico, el mayor enemigo de la cristiandad, se apoderaron de Belgrado y asentaron sus fronteras al sur del Danubio; en 1523 tomaron la estratégica Isla de Rodas en el Mediterráneo, poniendo en jaque a Europa y con ella al cristianismo, fracturado ya por el movimiento de Lutero.
Es en ese contexto que Carlos y Adriano, ambos con formación de profunda influencia erasmista, -es decir, racionalistas partidarios de una necesaria y urgente renovación de la iglesia dentro del catolicismo que comenzara con una transformación espiritual individual, a través del estudio de las Escrituras y la práctica de la caridad cristiana, de la interioridad y de la búsqueda de una fe genuina- ponderan que la posibilidad de la salvación de las almas por la única vía que consideraban factible, el cristianismo católico, está en riesgo de perderse; y entienden la conquista de Hernán Cortés como el espacio que el cielo les brinda para salvarla.

Recordemos que simultáneamente efervescía con fuerza en la Europa de esos años una revitalización de la antiquísima idea milenarista, que se refería a la creencia en el regreso de Cristo para reinar físicamente sobre la Tierra durante mil años antes del fin del mundo, a la que si bien ni Adriano ni Carlos daban cabida en su pensamiento racional, tampoco podían ignorar como fenómeno social y político manifiesto, influenciando movimientos populares y religiosos. El milenarismo se vinculó con la Reforma, donde algunos activistas lo interpretaron como una señal de los tiempos y una justificación para sus críticas a la Iglesia de Roma, ya de por si desprestigiada por temas como la venta de indulgencias que tantos dividendos aportó a favor de la revuelta luterana. Surgieron entonces movimientos milenaristas, a menudo con connotaciones políticas y revolucionarias, que esperaban un cambio social radical, marcando un período de agitación y expectativas del arribo de un nuevo orden mundial. Necesariamente debía ser componente infaltable del análisis integral.
Como vimos, Carlos y Adriano se encontraban en posición de gobernar el mundo. Pero el mundo se mostraba ingobernable. Como una de las grandes y primeras decisiones estratégicas de su poderosa y comprometida condición optaron por enviar al “nuevo mundo” una avanzada que sirviera de pie para reinventar el cristianismo fuera de la descomposición que lo aquejaba. Por supuesto, darían la pelea contra las formidables adversidades que enfrentaban, pero jugarían a la par una carta que ni turcos ni protestantes podrían obstaculizar por quedar fuera de su ámbito y de los caóticos vicios europeos.

Como una alineación de voluntades, Hernán Cortés había escrito al rey una carta que recibió a principios de 1522 -sincronizada con la elección de Adriano de la que el conquistador aún no tenía noticia- en la que le anunciaba la toma de la ciudad de México y le pedía enviara al imperio recién conquistado frailes mendicantes cuya sencillez reflejara fielmente el mensaje de Cristo, siendo muy específico en que no al alto clero, porque: “Habiendo obispos y otros prelados no dejarían de seguir la costumbre que, por nuestros pecados, hoy tienen en disponer los bienes de la Iglesia, que es gastarlos en pompas y en otros vicios, en dejar mayorazgos a sus hijos y parientes… y si ahora viesen (los nativos) las cosas de la Iglesia y servicio de Dios en poder de canónigos y otras dignidades, y supieran que eran ministros de Dios, y los viesen usar de los vicios y profanidades… sería menospreciar nuestra fe y tenerla por cosa de burla; y sería a tan gran daño, que no creo aprovecharían ninguna otra predicación que se les hiciere”.
No pudo ser esa misiva más oportuna y coincidente con la Visión de Estado de Carlos y Adriano.
El mismo año, el 15 de octubre, el rey concedió a Cortés el cargo de Gobernador y Capitán General de la Nueva España y Provincias della, con la consigna en el nombramiento “para que se acreciente en esa tierra Nuestra Fe Católica y se salven las ánimas de los indios”.
Adriano ya había sido electo pero aun no era coronado Sumo Pontífice cuando, desde Zaragoza, antes de viajar a Roma, que se sepa como su primer acto papal, expidió la bula Charisimo in Christo filio nostro Carolo quinto Romanum et Hispaniarum Catolicum Regi. Conocida como bula Omnimoda, otorga al rey la facultad de enviar ministros a las Indias, y da a los elegidos «autoridad para todo ejercicio, en ambos fueros de los actos episcopales con la extensión que ellos creyesen conveniente para la conversión y aprovechamiento de los indios».

Carlos conformó entonces la primera avanzada con el colaborador por años de su corte y tío abuelo suyo Pieter Van der Murer, hijo ilegitimo de Federico III el padre de su abuelo Maximiliano I, y por tanto su bisabuelo- y con su confesor fray Juan Clapión, quien entusiasmado se postulo como voluntario cuando el rey le consultó su opinión sobre el propósito que ideaba con Adriano, y pronto le comunicó que otro insigne franciscano, fray Francisco de los Ángeles Quiñones, primogénito de una familia de las más ilustres de Castilla, estaba igualmente entusiasmado en ir a las indias a encabezar la magna misión fundacional.
El tío Pieter ya había estado antes en Castilla. Viajó con Carlos en su comitiva en 1517 cuando fue a recibir la herencia y a jurar como rey, y en esa ocasión conoció y escucho a un sacerdote y encomendero sevillano radicado en La Española que le causó profunda impresión por su discurso y elocuencia: Fray Bartolomé de las Casas. Veía este religioso como fin primordial de toda la empresa en América y como justificación última la evangelización de los Indígenas. Quizá fue él quien dio a Pieter parte de la clave para su entusiasmo. Descubrió así el hijo del emperador ya fallecido que era aquella una misión para él, y apenas descubierta fue gozosamente aceptada. Dejaría el esplendor de la corte del Rey Carlos que fue su hogar y el camino de los honores y la riqueza para vestir el sayal de Francisco. Decidió entonces apartarse del mudo en llamas que veía en el teatro político eclesial de Europa e ir hacia las tierras nuevamente descubiertas a levantar, desde sus cimientos, una nueva cristiandad.
Carlos V y Adriano VI eligieron a Pieter por su fé, en ambos sentidos, el de ser un hombre preparado, piadoso y entregado a la auténtica fidelidad al Todpoderoso y el de ser un hombre merecedor de confianza en su idoneidad.

De recién nacido su padre separó a Pieter de su madre Beatrix –nombre de origen latino que en la lengua del emperador austriaco se escribe y pronuncia igual, y significa “que es y hace feliz”, “la que da felicidad”- una jovencita dama de compañía de su nieta, y lo envió a vivir en casa de su hijo legítimo y primogénito, el Archiduque de Austria y duque de Flandés Maximiliano I, en Gante, junto con su hijo coetáneo Felipe el Hermoso, que sería el padre de Carlos V. Pese a que no se le posicionó como príncipe, por ser bastardo, tímido, tartamudo y menospreciado por la arrogancia de Felipe y la indiferencia de su hermanastro, Peter recibió excelente educación y aprendió filosofía, gramática, matemáticas, música, pintura, historia y por supuesto teología, con relevantes maestros de la talla de Adriano de Utrech, rector de la Universidad de Lovaina y como Desiderius Erasmus van Rotterdam, quien concurría con frecuencia a la culta corte, bajo la tutela de la Regente Princesa Margarita, hermana de Felipe e hija de Maximiliano, viuda del príncipe Juan de Castilla quien fuera el malogrado delfín de los Reyes católicos en los reinos de ambos.
Sin embargo, en aquellos precisos días de los preparativos, el destino reclamó su preminencia. Clapión y Quiñones, ya contando con la autorización del rey y del papa para emprender su viaje, acudieron felices al Capítulo General de la Orden seráfica de Burgos de 1523 en plan de despedida, pero ahí la muerte sorprendió a Clapión y Quiñones fue elegido superior de los franciscanos.
Fue menester por ello replantear la integración del equipo.
Asi el rey-emperador se decidió por otros dos intachables flamencos de viviente santidad, entusiasmados por la misión: Johan Dekkers, que por 14 años había sido profesor de teología en La Sorbona y fue su confesor, y a su también cercano y venerable sabio Johan Van der Awera, de quien se sabía era próximo pariente del rey de Escocia, quienes serán conocidos históricamente como Juan de Tecto y Juan de Ayora, por la deformación que de todo nombre extranjero hacían los castellanos.

Ninguno de los 3 dominaba el idioma de Castilla. Hablaban neerlandés-alemán y dominaban el latín y el francés, pero sin duda eran de la absoluta confianza y respeto del joven monarca y a los 3 conocía y apreciaba el nuevo Papa.
Se embarcaron en Sevilla el 1 de mayo de 1523 y aportaron en las playas de Chalchiucuecan -lugar de conchas preciosas- Veracruz, el 13 de agosto -exactamente en el segundo aniversario de la caída de México Tenochtitlan- y fueron recibidos por 3 españoles y un grupo de indígenas “auxiliares”, todos sorprendidos por su humildad y por su insistencia de caminar descalzos, lo que solo soportaron un tramo Tecto y Ayora por su condición de avanzada edad.
En sus alforjas, Pieter atesoraba desde que salió de Gante un pequeño atado con una docena, o quizá veintena de estampitas de vírgenes impresas en xilografía, técnica que había recobrado gran popularidad en su época con el auge de la imprenta, tanto en Bruselas como en Berlín, en París y en la propia Gante. Recordemos que Gante era entonces una gran metrópoli, rica y culta, la segunda mayor del norte de Europa, sólo superada por Paris, pero más grande y poblada que Londres, que Viena y que Berlín.
En la entrada al Valle de México fueron recibidos gustosamente por Hernán Cortés, pues mostraban las cualidades que había solicitado en su misiva. Como este vivía en Coyoacán debido a que México Tenochtitlán aun era una ruina infestada, decidió enviarlos a radicar en Texcoco, ya gobernada por sus aliados bajo el mando de Ixtlixóchitl, hijo menor de Nezahualpilli y por lo tanto nieto de Nezahualcoyotl y además, sobrino de Moctezuma Xocoyotzin.
Desde su arribo al continente americano nunca nadie volvió a llamarle Pieter. En delante fue siempre Fray Pedro y por supuesto, su apellido Van der Moere para nadie era familiar y fue olvidado.

Se instaló definitivamente en Texcoco donde Ixtlixóchitl -flor de obsidiana, a quien se considera artífice de la caída de Tenochtitlán por su preciso conocimiento de su situación y debilidades del ejército mexica- por intermediación de Cortés ordenó preparar dignos alojamientos en el palacio de Nezahualcoyotl, precisamente frente al tianguis y a un costado de lo que fue el teocalli de Tezcatlipoca, “El Espejo humeante”, el siniestro dios de la adversidad, omnipresente y omnipotente, asociado con la noche, la hechicería y la guerra pero también con la providencia, la belleza y el jaguar, considerado un dios creador y también destructor, de carácter a menudo voluble y caprichoso, que lo mismo fascinó su complejidad que su calidad demoníaca horrorizó a Gante. Acaso como medida de exorcismo, Gante levantó enfrente, en una sala del palacio, un altar en el que inició la adoración diaria de un crucifijo y una imagen de la Virgen. A su primera escuela se le conoció como La Capilla de la enseñanza y estuvo ubicada en tres sitios diferentes, rodos vecinos en Texcoco.

Fray Pedro entabló excelente relación con Ixtlixochitl -bautizado como Hernando Cortés Ixtlixochitl- quien le confío para su recíproca educación a cerca de 50 niños, casi todos de su amplísima estirpe, pues más de 15 eran nietos de Nezahualpill hijos de sus numerosos hermanos, entre estos Tetlahuehuezquititzin, Nezahualquentzin, Tecpacxochitzin, Tecocoltzin, Huaxpitzcactzin, Cacamatzin, quien ocupaba el puesto de tlatoani de Tetzcoco en 1519, cuando los conquistadores españoles fueron recibidos en México-Tenochtitlan por Moctezuma, y Cuicuitzca, opositor de Cacamatzín que se alió con Cortés y fue bautizado con el nombre de Marcos, pero después ejecutado por orden de Cuauhtémoc, y Coanacoch, que fue Tlatoani enemigo de los españoles, a quien sucedió Ixtlixochitl.
Mientras tanto, Tecto y Ayora acompañaban con frecuencia a Cortés.

Ayora aventajó rápidamente en el manejo del castellano y mantenía fluida comunicación con el gobernador y Capitán General, en tanto Pedro avanzaba en el dominio del náhuatl, teniendo como maestros principales a los niños texcocanos, a quienes reciprocaba con clases de canto, de dibujo y de latín, aderezados con introducciones a la doctrina cristiana, con plena venia de Ixtlixóchitl. Su enfoque era único para la época, ya que agregaba a la educación religiosa algunas artes y oficios. Sus conversaciones eran a señas, con algo de nahuatl y de latín, ausente la lengua de castilla que ninguno comprendía. También introdujo innovadoras técnicas de enseñanza, como por ejemplo utilizó grandes mantas para enseñar el Ave María a los niños, lo cual se sabe porque en el Manuscrito de la Historia Eclesiástica Indiana se le ve con una vara y una gran manta leyendo el catecismo, según apunta el respetado historiador Javier Eduardo Ramírez López de la arquidiócesis de Texcoco.
Convertido en niño como sus maestros y alumnos, Fray Pedro jugaba con los niños y anotaba metódicamente el significado de las cosas y los seres que le rodeaban, según le hacían saber, estableciendo una rica y fructífera dinámica que poco a poco le fue permitiendo exponer trazos teológicos y doctrinales, pese a su tartamudeo que asombraba y divertía a los menores.

Más tarde optó por el método del internado. Los estudiantes eran recluidos sin salir y sin tener contacto ni siquiera con sus padres, mucho menos con sus madres, a fin de que permanecieran alejados de las tradiciones y costumbres, principalmente de las creencias religiosas, mientras absorbían el pensamiento cristiano.
En varias cartas hace referencia a ese proceso. En la de 1529 escribe a sus hermanos de orden: “… recogimos en nuestras casas a los hijos de los señores y principales para instruirlos en la fé católica y ellos después enseñan a sus padres… Saben estos muchachos leer y escribir, cantar, predicar y celebrar el oficio divino a uso de la iglesia…”
Ahí permaneció Gante poco más de 3 años, en los que primero dominó el náhuatl que el castellano. De ello da cuenta Fray Juán de Zumárraga, ampliamente conocido como el primer Obispo de la Ciudad de México –no debe ignorarse que antes que Zumárraga fue obispo de Tlaxcala Julián Garcés- gran amigo y confidente, quien escribe en un carta en 1531: “entre los frailes más aprovechados de la lengua de los naturales hay uno en particular llamado Pedro de Gante”.
Dice su biógrafo Ezequiel A. Chavez: “De las dificultades que para ponerse en relación con los indios tenía no pudo triunfar con sólo aprender el náhuatl, aunque saberlo fuera lo primero: los amó y por eso los entendió”
O cómo él mismo refiere: “por la gracia de Dios empecélos a conocer y a entender sus condiciones y quilates y cómo me había de haber con ellos”.
También refiere Gante que se dio cuenta de que “toda su adoración dellos a sus dioses era cantar y bailar delante dellos”, pues aun en la ceremonias cuando hacían sacrificios humanos antes de que ejecutaran a las víctimas “habían de cantar delante del ídolo y como yo vi esto y que todos sus cantares eran dedicados a sus dioses, compuse metros muy solemnes sobre la ley de Dios y de la Fé… y enseñé en ellos cómo Dios hizo al hombre por salvar el linaje humano y cómo nació de la Virgen María su hijo nuestro salvador quedando ella pura y sin mácula”.
Conocedor de música y de poesía, recurrió a ellas como instrumento fundamental de su pedagogía. Cuenta que “dos meses, poco más o menos antes de la Natividad de Cristo” dio a los indios simbólicas figuras de colores para que pintaran en sus ropas y que con ellas bailaran “porque ansi se usaba entre ellos, que conforme a los bailes y a los cantares que ellos cantaban así se vestían, de alegría o de luto, o de victoria”.
Claramente vemos a un maestro con grandes dotes didácticos implementando la psicología al idear sus métodos pedagógicos, conservando, transfigurando, sublimando sus artes y con ellas introduciendo su mensaje.
Mucho agradó a los niños el aprendizaje del bordado que formó parte de las primeras manualidades, seguidas de sastrería, zapatería y carpintería e incluso, a los adultos herrería. Fray Diego Valadez el primer fraile nacido en tierras mexicanas, quien fue su alumno, escribiría décadas después: “omnis artes illis osténdit” ya que “nullius énim nescius erat” – que todas las artes enseñó a los indios porque no ignoraba ninguna de ellas.
Posteriormente, ya en México, en su escuela San José de los Naturales se enseñó a los jóvenes a fabricar instrumentos de música. Motolinía y Mendieta cuentan que “hicieron y usaron flautas, chirimías, orlos, vihuelas, arpas y monacordios y al fin para una iglesia un órgano” y que “poco después que aprendieron el canto comenzaron a componer de su ingenio villancicos y cantos de órgano a cuatro voces y aun misas”.
Robert Ricaud en su magnífico libro La Conquista Espiritual dice que los estudios de canto “fueron fundados en México por tres franciscanos: Pedro de Gante, iniciador en todo, Fray Arnaldo de Basaccio y Fray Juán Caro”, un flamenco, un francés y un español guiados por el primero. Por cierto, de Juan Caro dice Mendieta en el capítulo 14 del libro IV de su Historia Eclesiástica Indiana que “sin saber palabra de la lengua náhuatl” Caro pasaba todo el día “enseñando a los muchachos las reglas del canto, en romance tan de propósito y sin pesadumbre, como si ellos fueran españoles” y que “los muchachos estaban, la boca abierta mirándole y oyéndole muy atentos a ver lo que quería decir…no sólo aprendieron y salieron con el canto llano, más también con el canto de órgano” que luego fueron a enseñar a las iglesias y los pueblos.

Menos de un año tenía Gante en Texcoco cuando llegaron los famosos “12 apóstoles franciscanos de la Nueva España”. Ellos fueron
Fray Martín de Valencia: Líder del grupo.
Fray Francisco de Soto,
Fray Martín de la Coruña,
Fray Juan Juárez,
Fray Antonio de Ciudad Rodrigo,
Fray Toribio Paredes de Benavente (Motolinía)

Fray Francisco de Cisneros
Fray Luis de Fuensalida,
Fray Juan de Ribas,
Fray Francisco Jiménez,
Fray Juan de Palos y
Fray Andrés de Córdoba.
Efectivamente, el flamante Superior de la orden seráfica que no pudo viajar al “nuevo mundo” por haber sido electo como mencionamos antes, fray Francisco de los Ángeles Quiñones, no olvidó de ninguna manera la encomienda que libraban Gante, Tecto y Ayora y se encargó de organizar un batallón que tendría gran trascendencia en la historia de la evangelización. Pensó que al igual que los apóstoles de Jesús, debían ser 12 los frailes quienes se sumaran a la tarea de los 3 pioneros, obtuvo la autorización del Papa Adriano VI y los envió bajo el liderazgo de Fray Martin de Valencia. Partieron de Sanlúcar de Barrameda el 25 de enero de 1524 y llegaron a Veracruz el 13 de mayo.
Igual que Gante, vestían humilde sayal e hicieron el recorrido desde la costa hasta Tenochtitlan caminando descalzos. También a ellos Cortés los recibió a su llegada, se hincó y les besó los pies sangrantes, provocando un gran asombro entre los naturales que rápidamente trascendió de boca en boca y alcanzó enorme fama. No era fácil de entender el hecho de que el poderoso Capitán General se hubiese postrado ante personajes que no portaban armas ni cascos, ni vestían lujosos trajes sino venían descalzos con los pies deshechos.
Sin embargo, no todo con su llegada fue alegría para Gante, pues trajeron consigo una noticia que le causó profunda tristeza: el 14 de septiembre de 1523 había fallecido Adriano VI.

Además del pesar propio por la muerte del maestro admirado, lo invadió un estado de incertidumbre y de congoja. Sabía que Adriano no estaba enfermo y tenía muy claro que no había sido bien aceptado por los romanos cuando fue electo Sumo Pontífice. También conoció, en ocasiones al detalle, que las medidas de Adriano contra el despilfarro causaron gran molestia en las élites vaticanas. No pudo evitar el verse presa de sospechas que lo acosaban día y noche. Más, cuando los comentarios con sus hermanos Tecto y Ayora redundaron en temores que ya habían sido manifiestos durante su viaje en barco, con largas disquisiciones sobre el impacto que tendría la recia y definida personalidad de Adriano, rebosante de sobriedad, en el pomposo mundo de la curia, acentuado en los últimos 8 años del reinado de Leon X, Giovanni de Lorenzo de Medici. Peor aún, la noticia de que Adriano fue sucedido por otro papa Medici, Julio, (Clemente VII) electo apenas 12 días después del fallecimiento de Adriano, le arrebataba la paz que vino anidando con regocijo en su corazón desde hacía meses con la dulce compañía de las almas inocentes y jubilosas que lo rodeaban, y le insertaba suspicacias.
En las clases estaba absorto. Su tartamudeo se acentuó, al grado de que era difícil seguirlo. Lo infantes lo contemplaban con desasosiego mientras él se debatía en una interna lucha desigual, que lo vencía, contra la admisión en su diálogo interno de palabras como “asesinato”, “traición”, “magnicidio”, “sacrilegio”. Transitaba incontroladamente de la pena a la indeseada rabia en las arenas movedizas del pecado de la sospecha. Iba de creer lo peor basándose en especulaciones o suposiciones, de la franca erosión de la confianza que le debía a los altos dignatarios de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana a la convicción de que había infiltrados capaces de ofender a Dios en su propia casa, al reproche a sí mismo por la tendencia a juzgar según apariencias y a dejarse llevar por los propios prejuicios. Se decía a sus adentros que la sospecha va en contra del amor cristiano, que implica creer lo mejor de los demás y actuar con confianza y respeto y que sospechar sin fundamento implica juzgar y menospreciar, lo cual va opuesto al mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo. A la par, lo atormentaba la fragilidad de su pensamiento y la facilidad con que transitaba entre uno y otro. Se veía rebotando entre los demonios de la especulación y su deber de asumir lo mejor de los demás.
Pero a fuerza de oración, tras varias semanas, poco a poco pudo volver a concentrarse imponiéndose la idea de que cualesquiera que hubieran sido, cualesquiera que fueran y tal cual sucederían los hechos en el mundo, todo está y estará en manos del Señor, y que su deber era continuar haciendo el bien sin claudicar. Poco a poco fue conciliándose con su fe, agradeciéndola cada vez más y buscando y encontrando nuevas ideas para el cumplimiento de su misión, redoblando el recuerdo de que Adriano había sido una de las manos de las que el Todopoderoso se sirvió para llevarlo hasta donde estaba. Sobre el padre Tecto no hay duda: la mayoría de las fuentes dicen que murió de hambre en la fallida y trágica expedición de Cortés a Las Hibueras -Honduras- “arrimado a un árbol”. Otra versión revelada en el libro El Manuscrito Extraviado, de Eduardo Aguilar Zarandona dice que la última noche de vida de Cuauhtémoc, Juan de Tecto estuvo con él e intentó salvarle la vida intercediendo con Cortés, quien no lo escuchó y sólo le pidió que confesara a Cuauhtémoc. Luego pidió a Tecto le diera los pormenores de la confesión, a lo que el fraile se negó indignado. Tecto cubrió de bendiciones a Cuauhtémoc y el rey mexica solo susurró que él sabía que Tecto estaría con él en sus momentos postreros. Fue ahorcado el 28 de febrero de 1525. Al siguiente día, el cuerpo de Juan de Tecto estaba sin vida, muy cerca del lugar donde murió Cuauhtémoc.
Pero de Ayora hay grandes dudas y sus biógrafos cometen contradicciones increíbles. Mendieta asegura que “fue servido el Señor de llevarlo para sí dentro de pocos días de su llegada. Su cuerpo fue depositado en la mesura casa del señor que los había acogido, en una capilla-convento que hoy permanece en la dicha ciudad de Tezcuco, con vocación del bienaventurado San Antonio de Padua, a donde siendo guardián el siervo de Dios Fr. Toribio de Motolinía, uno de los doce, lo trasladó del lugar donde primero estaba, a la sobredicha iglesia”.
Torquemada (lib. XX, cap. 18) copió a Mendieta, y Betancurt (Menologio, 18 de julio) refiere lo mismo. A pesar de estas autoridades, y de ser tan puntuales las señas, caben graves dudas acerca de la verdad del relato. Desde luego ocurre que el padre Ayora no murió dentro de los pocos días de la llegada, porque habiéndose verificado ésta en agosto de 1523, aún vivía cuando llegó fray Martín de Valencia con los doce, en junio de 1524. El mismo Mendieta dice (lib. ni, cap. 14) que al llegar encontraron a los tres flamencos, “venidos del convento de Gante”, luego no había muerto todavía el padre Ayora.
Por su parte Gante confirma en su carta de 1529 que ambos, Tecto y Ayora fueron con Cortés a la expedición de las hibueras y en la carta de 1532, asegura: Quant á mes compagnons, ils s’en allérent avec le gouverneur dans un autre pays, et ils y sont morts pour l’amour de Dieu, aprés avoir enduré des fatigues innombrables, siendo la única aseveración que encontré de que también falleció en la dicha expedición, pero sin ampliar la noticia.
Bernal Díaz (cap. 174) menciona también que Cortés llevó consigo “dos frailes franciscos flamencos”. Motolinia (frac. II, cap. 4) dice que el padre Tecto falleció el segundo año de su llegada a estas partes “con uno de sus compañeros, también docto”, que no podría ser otro que Ayora.
Sin embargo, en la enciclopedia del Pontificium Consilium de Cultura, una institución de la curia romana, creada por Juan Pablo II dice:
Fray Juan de Ayora, fray Pedro de Gante y fray Juan de Tecto llegaron a México en agosto de 1523, siendo de hecho, los primeros misioneros como tales en la Nueva España, pues anterior a ellos únicamente habían llegado los dos capellanes de la expedición de Hernán Cortés: el mercedario fray Bartolomé de Olmedo, y el presbítero Juan Díaz. Los tres se dedicaron en cuerpo y alma a la instrucción y evangelización de los indios. Fray Juan de Ayora aprendió a la perfección la lengua mexicana y la tarasca.
Después del arribo del grupo «de los doce», fue trasladado a Michoacán como provincial de su orden, y fue allí donde aprendió y dominó la lengua tarasca. Posteriormente, en el año de 1577 se embarcó en Acapulco para incorporarse a los trabajos de evangelización en las islas Filipinas. En esos lugares aprendió el idioma Chino, el Tágalo y el Illoco. Escribió: Tratado del Santísimo Sacramento en lengua mexicana; Arte y Diccionario de la lengua mexicana: Arte y Diccionario de la lengua Tarasca; Arte y Diccionario de la lengua Illoca de Filipinas. Murió en Manila en 1581”.
Lo referente a su hipotético traslado a Michoacán no necesariamente es imposible, y más aún, Fray Juán de Torquemada en su Monarquía Indiana, ( libro XIX, capítulo XXXIII) dice lacónicamente : El santo varón fray Juan de Ayora. provincial que fue de Mechoacan, entre otros tratados, dejó uno impreso en lengua mexicana, del santo sacramento del altar. Sin embargo, lo del traslado de Acapulco a Filipinas en 1577 es muy lejano a cualquier posibilidad, pues si cuando llegó a Veracruz en 1523 contaba ya con más de 60 años de edad, en 1577 tendría más de 115 y en 1588 más de 125.
Dejemos pues viva la duda, dado que la efeméride que hoy nos ocupa es sobre Pedro de Gante, -aunque en lo personal me inclino por la versión del propio Gante, por ser la fuente más directa.
Nos cuenta Don Ernesto de la Torre Villar, uno de sus más aplicados biógrafos que “entre 1524 y 1525 Fray Pedro dedicose a trasladar al náhuatl los principios esenciales de la doctrina , de tal suerte que para este año debió concluir esa labor y quedar lista su Doctrina Cristiana en Lengua Mexicana. Ante la falta de impresores en México y con el apoyo de sus compañeros decidió enviarla a prensas en los Países Bajos, en donde el arte de la imprenta florecía, pues en Brujas, Bruselas, Lovaina, Audenarde y Amberes había prósperos talleres que más tarde inundarían con sus obras las bibliotecas europeas y también americanas. Tal vez en Amberes –continua Don Ernesto- fue donde se imprimió, pues Vetancourt señala en su Menologio ese hecho y si lo asienta con firmeza es posible que haya tenido por lo menos un ejemplar en sus manos. Todos han desaparecido, al igual que numerosas obras que circularon en aquel tiempo.
Este relevante trabajo tuvo un eminente antecedente. Al observar que la única escritura que los naturales conocían era una combinación logográfica y silábica, simbólica, Gante consideró que para llegar a la escritura fonética era conveniente pasar por el puente de esos caracteres jeroglíficos. En ello profundiza Narciso Sentenach en su estudio “Catecismos de la doctrina cristiana en jeroglíficos para la enseñanza de los indios”.

Por su parte, García Icazbalceta en su “Bibliografía Mexicana, hace las siguientes anotaciones sobre la primera edición de la Doctrina: Mendieta dice que se imprimió, sin especificar dónde ni cuándo. Torquemada le copia. Vetancourt añade que “a los dos años la tenía impresa el autor en Amberes”, pero no se sabe si estos dos años deben contarse desde la llegada de Fray Pedro o desde que terminó de componerla. En las breves actas que trae Grijalva del primer capítulo que celebraron los agustinos el día de Corpus de 1534, dice que se ordenó que se enseñase a los indios la doctrina “conforme al doctrinal de Fray Pedro de Gante”.
También se sabe que se hicieron otras ediciones, en 1546-47 y en 1553. De la primera se conservan dos ejemplares, sin portada, y de la segunda un único ejemplar completo, que el Centro de Estudios Filosóficos Fray Bernardino de Sahagún publicó en edición facsimilar con prólogo y estudio de Don Ernesto de la Torre Villar, de la cual una copia tengo en mi biblioteca.
Para dimensionar la importancia de esta obra de Gante baste decir que antes no existía texto alguno en lengua náhuatl.

El maravilloso hablar de los pueblos originarios que carecía de un asidero o representación por escrito se incorporó a la literatura universal con la llegada de los misioneros franciscanos, pues después de Gante siguieron otros que desarrollaron con maestría y gran dedicación obras de gran trascendencia. La lingüística antropológica, la lingüística descriptiva y en buena medida la dialectología y la lexicografía se practicaron por primera vez en estas tierras con gran acierto y originalidad.
Es de todos conocido que la segunda lengua en el mundo que contó con una “gramática”, es decir con un compendio de características, reglas, significado y buen uso, fue la Náhuatl, después del castellano. Aunque algunas fuentes insisten en una publicada en 1531, la más antigua que se conoce fue Arte de la Lengua mexicana de fray Andrés de Olmos, publicada en copias manuales en 1547, a la que siguió la de fray Alonso de Molina en 1571, sumamente relevante por estar enfocada en el náhuatl más elegante y culto, que era el hablado por la élite en Texcoco.
Texcoco era la ciudad más culta del Anáhuac a la llegada de los europeos. Los análisis lingüísticos efectuados por los frailes misioneros de aquella época sobre varias de las principales lenguas mesoamericanas sorprenden por la manera como resolvieron tantos y tan arduos problemas. Si actualmente, con todos los recursos teóricos y metodológicos de que disponen los especialistas resulta sumamente complicada la aproximación a cualquier lengua ágrafa, imaginemos las dificultades que enfrentaron aquellos pioneros de la lingüística para poner bajo reglas de gramática y estructurar el léxico de lenguas que nunca antes habían sido sometidas a tales análisis y ajustadas a tales esquemas.

El docto mexicano Ignacio Guzmán Betancourt, de la Dirección de Lingüística del INAH, precisa en una conferencia impartida en el Museo Universitario de Arqueología de Manzanillo, Colima, el día 29 de septiembre de 2000:
“El castellano Andrés de Olmos (c. 1485-1571) terminó de redactar su Arte para aprender la lengua mexicana el día 1° de enero de 1547 (según él mismo lo asienta en la portada de su obra manuscrita), y es la más antigua de las gramáticas nahuas que conocemos y también la más antigua de una lengua indígena mesoamericana. Este tratado permaneció inédito en prensas hasta 1875 en que fue impreso en París, gracias al interés del ilustre mexicanista francés Rémi Siméon; sin embargo, la obra circuló ampliamente en su tiempo con múltiples copias en forma manuscrita, como lo demuestran los varios ejemplares que de ella aún se conservan. La primera gramática náhuatl que se imprimió fue la del extremeño por nacimiento pero tezcocano por adopción, fray Alonso de Molina (c. 1514-1585), Arte de la lengua mexicana y castellana, editada por Pedro Ocharte en 1571 y, algo insólito para la época, en 1576 fue reimpresa por Pedro Balli con algunos cambios y adiciones hechos por el autor. A casi veinte años de distancia de la publicación de esta segunda edición del Arte de Molina, aparece el Arte mexicana de Antonio del Rincón, salido de la imprenta de Pedro Balli en 1595. El padre Antonio del Rincón, a quien con todo derecho podemos considerar como el primer gramático-lingüista mexicano, no sólo por haber nacido en este suelo sino también por llevar sangre indígena en las venas, nació en Texcoco hacia 1556 y fue el autor de uno de los más celebrados tratados gramaticales de la lengua náhuatl o mexicana redactados en el siglo XVI”.

Luego de sus 3 y medio años en Texcoco y una breve estancia en Tlaxcala Gante se mudó a México, ciudad ya reestablecida y en la que Cortés insistió en radicar su nueva capital para aprovechar el prestigio imperial del que gozaba su nombre. Ahí, entre lo que es hoy el Tempo de San Francisco -frente al Samborn´s de Los Azulejos- y la Torre Latinoamericana, Gante construyó el templo dedicado a San Francisco, “primera iglesia que en esta tierra se hizo”, según le escribió a su sobrino el rey Carlos y enseguida su escuela San José de los Naturales para hijos de la nobleza indígena, a la que asistían 600 niños indígenas. A un costado, quedó instalada la capilla abierta, quizá la más grande de ese momento en Mesoamérica, también dedicada a San José.
Frente a la capilla abierta, Gante instaló la cruz cristiana más grande del mundo, elaborada de un tronco de Oyamel –Abies religiosa– traído del Ajusco por más de 100 indios, de 60 metros de altura, visible desde kilómetros a la redonda y que asombraba a los viajeros desde la llegada a México por el camino de los volcanes, como desde cualquier altura en los alrededores del Anáhuac.
Así lo recuerda en una carta escrita a Felipe II, del 23 de junio de 1558:
“…hice llamar a todos los convidados de toda la tierra: de 20 leguas alrededor de México, para que viniesen a la fiesta de la Natividad de Cristo, Nuestro Redentor;

y así vinieron tantos que no cabían en el patio que es de gran cantidad. Y cada provincia tenía hecha su tienda donde se recogían los principales, y unos venían de siete y ocho leguas, en hamacas, enfermos, y otros de seis y diez, por agua, los cuales oían los ángeles cantar la misma noche de la Natividad “hoy nació el Redentor del mundo”…Y así, estando ellos aquella noche de la Navidad en el patio de Nuestro Padre San Francisco en México… alzaron una cruz de doscientos pies y más de alto, la cual está hoy en día en el mismo patio”.
De ahí le dieron su nombre científico Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland que llevaron muestra de México y conocieron la cruz, y sus clasificadores Carl Sigismund Kunth, Diederich Franz Leonhard von Schlechtendal, y Adelbert von Chamisso.
Un artículo de la mediateca del INAH titulado Iglesia y Exconvento de San Francisco, dice : Se cree que San Francisco el Nuevo fue el primer conjunto de convento e iglesia que se erigió; los datos que existen sobre el templo se encuentran en el acta del cabildo de la ciudad de México con fecha del 2 de junio de 1525, que dice: Este día Alonso de Ávila, vecino de esta ciudad, pidió a los dichos señores un pedazo de solar que dijo estar en su casa y el monasterio del señor San Francisco. Hasta ahora no se han mudado los frailes al convento nuevo y que al presente existe, sino que viven en el provincial. Para el 21 de septiembre de 1525 los religiosos ya habían tomado posesión del convento de San Francisco el Nuevo. Se sabe que fray Pedro de Gante construyó, al noreste del convento, la capilla abierta de San José de Belén o de los Naturales.
La población por españoles venidos de la península y de islas caribeñas de lo que Cortés llamó La Nueva España fue rápida y copiosa y también la conversión de indígenas a la nueva religión, de tal suerte que los frailes bautizaban miles cada día. Gante comenta : “el religioso que me sirve de compañero y yo hemos bautizado en esta provincia de México a más de doscientos mil indios cantidad tal , en pocas palabras, que no podía precisarse”.

El rey Carlos, que recibía informes frecuentes, decidió en 1527 nombrar un obispo para México -entendido esto como la ciudad, o mejor dicho, una diócesis nueva con asiento en ella- dejando de lado la pifia de la que se llamó Diócesis Carolense, que dio origen al nombramiento del primer obispo, el fraile dominico Julián Garcés, tema que vale una mención: En 1519, cuando llegaron al rey Carlos las primeras noticias del descubrimiento de nuevas tierras más allá de las islas caribeñas, concretamente de Yucatán, sin contar con información precisa pero sí con intenciones evangelizadoras, solicitó al Papa Leon X que se erigiera un obispado en ese territorio. La desinformación era tal que imponiéndose paradigmas, se pensó que Yucatán era una villa principal rodeada de otros pueblos habitados por numerosos fieles cristianos, que contaba con una iglesia parroquial puesta bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios, invención de origen desconocido por supuesto absolutamente alejada de la realidad.
Sin embargo, el Papa emitió el 24 de enero de 1519 la Bula Sacri Apostalatus Ministerio; otorgó a la supuesta villa de los Remedios la categoría de ciudad, que a partir de entonces sería llamada “Carolina”, y la inexistente iglesia parroquial de la misma fue elevada al rango de catedral y designada sede de un obispo denominado Carolense, nombrándose al fraile dominico Julián Garcés para hacerse cargo de la nueva diócesis. Pronto se descubrió que Yucatán no contaba con ningún cristiano -aun- ni había tal ciudad y mucho menos una catedral, de modo que el Obispo Garcés decidió años después establecer su “Diócesis de Tlaxcala” donde, recordemos, vivían súbditos privilegiados de la corona de Castilla que contaban con el reconocimiento distinguido por su determinante participación en la derrota de los mexicas. Se instaló en la urbe elitista Puebla de los Ángeles, creada exprofeso para habitación de distinguidos españoles que optaron por vivir fuera de la conflictiva capital novohispana.

El caso es que Carlos pidió se nombrara un nuevo obispo para una nueva diócesis en la ciudad de México y eligió para el cargo a Fray Juan de Zumárraga, un fraile franciscano vasco que lo había hospedado en su convento y le había causado magnífica impresión. Zumárraga fue nombrado obispo de México el 12 de diciembre de 1527. Teniendo presente el testamento de su abuela Isabel La Católica, -Instrucción del 29 de marzo de 1503: «Que no se consienta hacer ningún mal ni daño ni en sus personas ni en sus bienes». «Que cuando algo les comprasen sea por su justo precio»… «Que los caciques no les maltraten ni hagan ninguna opresión a dichos indios»- Carlos lo nombró también Protector de los Indios.
Zumárraga llegó a Nueva España el 6 de diciembre de 1528 en compañía de los oidores de la primera audiencia -la autoridad judicial- Alonso de Parada, Francisco Maldonado y Diego Delgadillo, un trío de bandidos sinvergüenzas, y de quien sería su presidente, Nuño de Guzmán, uno de los personajes más corrupto y nefasto de que se tenga memoria de esa época, enemigo acérrimo de Cortés y azote de los naturales. Zumárraga debió enfrentar enormes dificultades para cumplir su papel de defensor de los indios y sufrió su autoritarismo y altanería, que incluyó un bloqueo comunicacional que impedía que saliera de la Nueva España cualquier carta que lo denunciara ante las autoridades y el rey. Entre otros recursos a su alcance, Zumárraga los excomulgó, a los cuatro, pero poco les importó. Por ciertas artes, el obispo pudo por fin filtrar una misiva al rey Carlos en la que le denunció:
“Los jueces del tribunal supremo con malsana avaricia cometen toda suerte de abusos. Se reparten entre ellos a miles de indios, encadenan esclavos, venden la justicia, toman a nobles indígenas como rehenes para pedir luego un rescate, todo para acumular cada vez más riquezas. Cometen tales venganzas que ponen en sublevación a todo el país”.
Recordemos que el bandido Guzmán había mandado dar muerte al Caltzontzin -jefe político- de Michoacán porque no pudo darle todo el oro que le exigía.
El odiado Guzmán no obtuvo castigo pero debió huir con su maldad a seguir haciendo daño en el occidente del país y en Pánuco.

Volvamos a nuestro tema.
Una de las tareas que asumió Gante ya instalado en México fue recorrer el valle destruyendo ídolos y templos acompañado de sus alumnos, que participaban festivamente. A la par, iniciaba la construcción de templos cristianos donde estuvieron los destruidos. En cada uno colocaban una imagen cristiana. Se calcula que en el período de los 10 años posteriores a su llegada , específicamente desde que salió de Texcoco, Gante lideró la construcción de más de 200 templos en la comarca. En algunos perduraban y en otros las imágenes cristianas recién colocadas eran rápidamente destruidas por los indígenas que las repudiaban.
Al formalizar una política de instalar imágenes sacras donde se destruía un templo pagano, Hernán Cortés y Fray Juan de Zumárraga acudieron con un pelotón de soldados, varios religiosos y una numerosa comitiva de indios al cerro del Tepeyac, que era el sitio donde se adoraba a Tonantzin, la Madre de los Dioses y de Todos Nosotros.
No existía ahí ningún templo construido ni que se sepa existió nunca. El templo de Tonantzin era el cerro mismo.

Pero era, por mucho, el sitio sagrado de los naturales más concurrido en todo el Anáhuac, por una sencilla razón: Tonantzin era, como dijimos, La Madre de los Dioses y de Todos Nosotros, por lo tanto, una autoridad ante la cual hombres y dioses eran iguales, hijos de la misma madre. Ante ella acudían cuando un dios faltaba a su obligación para quejarse. Por ejemplo, si Tlaloc había recibido los cientos de corazones de guerreros y los sacrificios de todas las doncellas que a través de su sacerdote había pedido y la contraprestación de las lluvias no llegaba, la población acudía a presentar su queja ante Tonantzin. Así, muchas de las peregrinaciones eran para pedir y otras para presentar reclamos.
Luego de la derrota de los mexicas, muchos de estos acudían con Tonantzin para quejarse de que sus dioses, como Huitzilopochtli, dios de la guerra, los habían abandonado. Motivos de queja había muchos. Así que el Tepeyac estaba frecuentemente concurrido.
Seguramente por eso el lugar fue elegido por Cortés y Zumárraga para inaugurar su alianza política de instalación de figuras cristianas, que aunque ciertamente ya la había puesto en práctica Gante, Cortés y Zumárraga la oficializaban. Zumárraga llegó a la Nueva España el 6 de diciembre de 1528 y Cortés había partido a la península a mediados de abril del mismo año, de manera que no coincidieron en México hasta el regreso del conquistador en julio de 1530.

Como todos sabemos, Cortés era extremeño, es decir originario de Extremadura, región donde se enclava en Cáceres el Santuario de Guadalupe -la española- de quien era devoto al igual que su madre y la gran mayoría de los pobladores de la región. Desde que Salió de su casa paterna llevaba consigo un lienzo con la imagen de la Virgen mora que le dio su madre, aunque en algún momento había dudado de ella, cuando se vio aterrorizado en su huida de Tenochtitlán aquella noche a la que llamaría triste. Sintiéndose perdido elevó sus plegarias, ya no a la morena, sino a la Virgen de los Remedios.
Aquella mañana de principios de otoño de 1530, unas semanas después del regreso de Cortés ya investido como Marques del Valle, llegaron ambos y su comitiva al Tepeyac y en un pequeño nicho recién construido instalaron el lienzo guadalupano de Cortés, que lo había donado desprendidamente como símbolo de la alianza entre autoridades militares y eclesiásticas en pro de la evangelización.
Así se instaló en el Tepeyac la primera Virgen de Guadalupe, en 1530.
No duró mucho. Esa misma noche los indios la quemaron.
Cuando se enteró, Cortés fue invadido por una arrolladora culpabilidad. Sintió haber traicionado a la Virgen, a su madre, a todas sus creencias, a su cultura entera; temió que la bienaventuranza que lo había acompañado llegaría a su fin y que justamente se haría acreedor a la desgracia; pensó que había sido él quien había abandonado a la virgen en manos de los infieles, despreciándola, deshaciéndose de Ella, enviándola a las llamas. Quizá nunca se lo pudo perdonar.
Cuando regresó a España lo primero que hizo fue peregrinar hasta el templo en Cáceres para pedir perdón.
Por su parte, Zumárraga asimiló racionalmente el hecho como un factor de la lucha que debía sostener en todo el Valle de México, donde claramente no fue un acontecimiento asilado, sino sabiendo que con frecuencia se presentaban situaciones similares, optó por una solución de corte administrativo: no depender de las imágenes que llegaran de España, del todo insuficientes y escasas, sino producirlas aquí mismo. La demanda era cada vez mayor, tanto por la expansión de actividad misionera y de los nuevos templos que constantemente se construían, como por la adversidad subyacente que destruía algunas imágenes acá y allá.
Llamó entonces Zumárraga a Pedro de Gante que ya había ampliado su escuela a fábrica de enseres y a otros frailes que operaban talleres de enseñanza, que ya eran varios, y les pidió fabricar imágenes cristianas: crucifijos, pinturas, esculturas. Así inició la elaboración de figuras sacras por manos indígenas, que en cierto momento el propio obispado tuvo que contener emitiendo reglas y limitándolas a sólo aquellas que estuvieran específicamente aprobadas, pues la imaginación indígena se desbordó abandonando los cánones.
En San José de los Naturales estudiaba un chamaco de 17 o 18 años, de los primeros alumnos de Gante en Texcoco, nieto de Nezahualpilli y bisnieto de Nezahualcoyotl, hijo de Cuicuitzca, el hermano de Ixtlixochitl que fue bautizado como Marcos y que también se llamaba Marcos, Marcos Cipac de Aquino. Era un magnífico pintor que desde niño conoció y aventajó en las técnicas europeas que enseñaba Gante. Inspirado en una o en varias de las estampitas xilográficas que Gante trajo de su tierra, Marcos elaboró una de las obras de arte más prodigiosas de todos los tiempos por la inimaginada trascendencia que ha tenido en la cultura mexicana e internacional, relevantemente en la devoción de los mexicanos, destinada a ocupar un lugar en el Cerro del Tepeyac, en sustitución de la malograda que perteneció a Cortés.

Las imágenes de las estampitas pertenecen a un modelo iconográfico flamenco-alemán, que data de la Edad Media, representando a una Virgen coronada, rodeada de una mandorla luminosa que en todas está de pie, algunas sobre una luna en cuarto creciente; en varias, ambas, luna y virgen, son sostenidas por un ángel con las alas abiertas. Los rayos luminosos que conforman las mandorlas (almendra en italiano) son en algunas todos ondulados y en otras se alternan, como en la que pinto Marcos, uno recto y otro ondulado. Para algunos estudiosos la que más se asemeja a la Virgen de Guadalupe mexicana es una conocida como La Virgen en la gloria, elaborada por autor anónimo y fechada en 1420 en Berlin, principalmente en el trazo, la postura corporal, la proporción de sus extremidades, e incluso los rasgos faciales, pero difiere en que la flamenca lleva en brazos al niño. En realidad la de Marcos presenta similitudes con varias de las obras reproducidas en las estampitas que circularon profusamente en el Flandes de los siglos XV y XVI donde nació y creció Pedro y en todo el Sacro Imperio Romano Germánico encabezado por su padre Federico III en las mismas fechas.
Pedro de Gante había usado las que trajo en múltiples ocasiones en su clases, tanto de arte como de teología, y las había mostrado como referentes del versículo 12: 1-6 del apocalipsis que dice; apareció en el cielo un gran presagio: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas, que seguramente inspiró a sus autores medievales y que hoy es tan frecuentemente mencionado. Como todos sabemos, la imagen de la Virgen de Guadalupe llevó por siglos una corona con semejantes características hasta que en un infortunado arrebato le fue recortada en 1895 para librar desesperadamente una necedad burocrática.

Muy probablemente todos habremos notado que el rostro del ángel que sostiene a la Virgen de Guadalupe no es infantil, como el común de los ángeles pintados, sino de un adulto un tanto calvo. Ciertamente es de un gran parecido con el de Fray Pedro de Gante. No me asombra que Marcos haya querido plasmar en el cuadro a su maestro.

Casualmente, en la antigüedad indígena chichimeca existió desde la época de la peregrinación al centro de México la figura del “teomama”, que significa “el que carga al dios”, una especie de sacerdote cuya función era precisamente la de llevar al ídolo en su caminar.
Notemos también que los colores de las alas del ángel son verde, blanco y rojo.
Nadie sabe a ciencia cierta cuándo y cómo se le dio el nombre de Guadalupe, pero razonablemente puede suponerse que tuvo que ver con la primera imagen cristiana que se colocó sin suerte en el Tepeyac.

Es irrelevante para ésta efeméride si la imagen original de la Virgen de Guadalupe mexicana fue modificada a través del tiempo, como seguramente lo fue por lo menos en ciertos detalles. Lo cierto e importante es que permaneció y que los indios no sólo la aceptaron sino espontáneamente la veneraron.
Sin errar, podemos decir que su primer milagro fue permanecer.
La autoría de Marcos fue ampliamente conocida y celebrada en las décadas siguientes y confirmada por fuentes oficiales hasta que de otros dos religiosos surgió 12 décadas después la hermosa tradición de las apariciones tanto en el Huei Tlamahuizoltica en náhuatl de Luis Lasso de la Vega, como en Imagen de la Virgen María Madre de Dios de Guadalupe milagrosamente aparecida en la ciudad de México, en castellano, del Bachiller Miguel Sánchez, que tuvo rápida y enorme aceptación en el imaginario colectivo, mucho antes de que la adoptara formalmente la curia vaticana.
Para muchos estudiosos el fenómeno guadalupano visto a nuestros días es prueba tangible de que la misión de Pedro de Gante de construir desde los cimientos una nueva cristiandad en América tuvo un trascendente éxito. Adriano puede estar en paz. Hoy por hoy la iglesia Católica cuenta con su mayor activo en las tierras donde el rey Carlos y sus enviados iniciaron la evangelización.
No satisfecho con haber construido la infraestructura educativa, como dice Don Ezequiel “no podía dejar de extender su benéfica acción a los indios enfermos, muy numerosos… Solicitó por lo mismo al Cabildo de la ciudad y de él obtuvo el 12 de julio de 1529 un terreno que estaba al otro lado de la acequia que hacia la parte del poniente del convento de San Francisco existía y en ese terreno edificó el año siguiente para los indios el Hospital de San José, donde, informaba, “a un tiempo…hay trescientos y cuatrocientos”.
Naturalmente aquella inmensa obra requería hacer gastos… sin embargo, los economizaba el conjunto esfuerzo de quienes gratuitamente con el trabajaban y los “auxilios pecuniarios Fray Pedro los recababa instando y suplicando a quienes podían socorrerlo…”
Sólo quien haya dedicado parte de su tiempo a la labor altruista sabe lo que significa el trabajo de procuración de fondos y que nunca hay dinero que alcance. Gante obtuvo de Carlos V un subsidio de 300 ducados para el mantenimiento de “los que enseñan en la capilla de San José a leer y escribir y cantar y tañer instrumentos de la iglesia… que le dieron por algunos años”.
Pero después su hospital fue destinado sin miramientos a otros propósitos con la promesa de que se construiría uno nuevo, que dos años más tarde aun no se iniciaba su edificación, lo cual sucedió hasta 1554.
Pero hubo siempre una lucha en la que topó con frustración, aquella contra el abuso y el trato deshumano y la condición miserable de los indios. Sus cartas al rey están plagadas de la misma queja y la descripción de la desgraciada vida de los naturales como, en contraste, de los felices adelantos que registraban sus alumnos en las artes y el saber.
En una de ellas dirigida a su sobrino Carlos, le dice:
“… obligados como son (los indios) a dar servicio de yerba y leña y zacate y gallinas sin tener acaso nada de esto ellos mismos, porque en su pueblo no lo tienen, acaece que han de comprar con su trabajo todo lo que les exigen y así los pobres andan arrastrados de día y de noche buscándolo y son maltratados… y hacen a estos indios que se alquilen contra su voluntad y quedan sus hijos y mujer muriendo de hambre y perdido de labrar su sementera…Por amor de Nuestro Señor, Vuestra Majestad se compadezca de ellos y considere lo que pasará la pobre india que está en su casa y no tiene quien la mantenga a ella y a sus hijos…justa cosa es que en lo porvenir la falta de amor a sus hijos se remedie y vuestra majestad haga cumplir las cédulas que ha mandado enviar en su favor, que si fueran cumplidas y los gobernantes y justicias no las disimulasen, que vendría y hubiera venido gran bien a esa gente…duéleme tanto decir esto, que por la pena que recibo no quiero alargarme en ello…Pues que Vuestra Majestad y yo sabemos lo cercanos e propincos que somos, e tanto que nos corre la mesma sangre, le diré verdad en todo, para descargo de mi conciencia y que Vuestra Majestad pueda descargar la suya…”
Carlos V murió mucho antes que su tio Pedro, el 21 de septiembre de 1558 en Yuste, ya retirado de su corona, a la que abdicó harto y frustrado y no logró que sus órdenes de respetar al indio se cumplieran, lo que tampoco sucedió en el reinado de su hijo y sucesor Felipe II, en el que aquella idea de emprender una nueva cristiandad quedó en el olvido, se asumió una contrarreforma no sólo como manera de enfrentar el protestantismo sino reafirmando la autoridad lineal de la iglesia, combatiendo cualquier atisbo de heterodoxia e imponiendo un estricto control sobre diversas muestras de religiosidad popular en las que fueron determinantes la acción de la Inquisición y mecanismos como el Índice de Libros Prohibidos, que llevaron a la Iglesia a rumbos que marcaron otra historia.

Pedro de Gante falleció en la Ciudad de México en abril de 1572, tras 48 años y 7 meses de apostolado, y fue sepultado el 20 de ese mes en una de las honras fúnebres más concurridas de la historia de la Nueva España.
El monumento a fray Pedro de Gante en la Ciudad de México fue inaugurado el 16 de enero de 1976, instalado en la calle Gante, en el Centro Histórico. Fue un regalo de la provincia belga de Flandes Oriental como muestra de amistad a México. Otra estatua de él junto con las de otros 3 frailes rodeaban a la de Cristóbal Colón en Paseo de la Reforma, conjunto que fue retirado por el gobierno de la Ciudad de México de Claudia Sheinbau por motivos partidistas.
Un puñado de escuelas incluyendo universidades del país llevan su nombre.
Para mi gusto personal, es él quien debió ser canonizado antes que personajes cuya existencia no ha sido comprobada.
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