Ciudad de México.- El balompié azteca despierta con un vacío inmenso este domingo. Manuel Lapuente Díaz, el hombre que forjó campeonatos inolvidables y elevó a la Selección Mexicana a su cima más luminosa, partió a los 81 años de edad. Su muerte, confirmada este sábado por el exportero y narrador Raúl Orvañanos a través de redes sociales, deja un legado de trofeos y recuerdos que trasciende generaciones. «Falleció un gran amigo y extraordinario futbolista y técnico. Manuel Lapuente. Descansa, My Friend», escribió Orvañanos, desatando una ola de tributos que recorre desde los vestidores hasta las gradas.
Nacido el 15 de mayo de 1944 en la bulliciosa Ciudad de México, Lapuente no solo pisó el césped como un guerrero incansable, sino que lo transformó en lienzo para sus estrategias maestras. Su carrera como jugador arrancó en 1964 con el Monterrey, donde debutó en la Primera División con la garra norteña que lo definiría siempre. Dos años después, el destino lo llevó a la capital para enfundarse la camiseta rayada del Necaxa, equipo que lo vio crecer como mediocampista versátil y combativo. Fueron años de sudor y entrega, forjando el carácter de un hombre que, ya en la década de los setenta, colgó las botas para asumir el rol que lo inmortalizaría: el de director técnico.
Lapuente no llegó al banquillo por casualidad. Su visión táctica, mezcla de disciplina y audacia, lo convirtió en un visionario del fútbol mexicano. Bajo su mando, equipos humildes se transformaron en titanes, y la Selección Nacional encontró su identidad en un deporte donde México siempre ha soñado con ser gigante.
El bicampeón de los Rayos y la Franja eterna
En la Liga MX, Lapuente es sinónimo de resurrección. Con el Necaxa de los noventa, armó una dinastía que aún resuena en los anales del balompié. En la temporada 1994-95, los Rayos conquistaron el título con un fútbol eléctrico, liderado por figuras como Alex Aguinaga y Alberto García Aspe. No conforme, repitió la hazaña en 1995-96, logrando el bicampeonato que selló su nombre en bronce. Aquellos torneos no fueron solo victorias; fueron lecciones de cómo un técnico puede unir a un plantel en torno a un ideal.
Pero su magia se desplegó con mayor brillo en Puebla, donde levantó a la Franja de sus cenizas. En 1982-83, guió al equipo camotero a su primer campeonato en décadas, un logro que parecía un milagro en un club de tradición pero sin coronas recientes. Siete años después, en 1989-90, repitió la proeza, un título que permanece como el último para el Puebla en más de tres décadas de lucha. «Manolo» no solo ganó; devolvió la fe a una afición que lo venera como a un santo laico. Y en el América, su paso en 2002 fue el bálsamo para una herida abierta: rompió la «maldición de los noventa», esa sequía de 13 años sin ligas, con un Clausura inolvidable que devolvió la grandeza a Coapa.
La cima con el Tri: Francia 98 y el trofeo que México atesora
Si su huella en los clubes es imborrable, con la Selección Mexicana Lapuente tocó el Olimpo. En el Mundial de Francia 1998, armó un equipo que bailó al ritmo de la samba y la precisión europea. Empates ante Bélgica y Países Bajos, y una derrota digna frente a Alemania en octavos, dejaron a México como un contendiente real, no solo un participante. Aquel Tricolor, con Cuauhtémoc Blanco y Luis Hernández como estandartes, jugó con alma y técnica, borrando complejos ante los grandes.
El clímax llegó en 1999, con la Copa Confederaciones en México. Bajo la dirección de Lapuente, el Tri venció a Brasil en la final, un 4-3 épico que incluyó un golazo de cabeza de José Manuel Abundis. Ese trofeo, el único de su tipo para el fútbol mayor mexicano, es el pináculo de su era. «El trofeo más importante que tiene México, él se lo dio», recordó con emoción el exportero Jorge Campos, quien le debe su presencia en ese Mundial. Lapuente también sumó Copas Oro y Campeones de la CONCACAF, consolidándose como el técnico más ganador de la Liga MX con cinco títulos ligueros.
La noticia de su partida corrió como pólvora en redes y medios, desatando un torrente de homenajes. El Club América, al que dirigió a la gloria, lamentó su pérdida con un mensaje que caló hondo: «Un grande que jamás volará solo». En Puebla, donde sus restos fueron velados en la Funeraria Camino al Cielo antes de su incineración y traslado a Atlixco para una misa privada, la afición camotera lo despidió entre lágrimas y aplausos. El Puebla FC prepara un tributo oficial, reconociendo al hombre que les regaló dos estrellas eternas.
Figuras del balompié no escatimaron palabras. Nacho Ambriz, técnico de León, dedicó un minuto de silencio antes de su partido contra Pumas y lo llamó «maestro». Mauricio Peláez, directivo y exjugador, lo recordó como su mentor en un video emotivo. La Federación Mexicana de Fútbol (FMF) lo homenajeó con imágenes de sus días al frente del Tri, mientras que en Tigres, donde evitó un descenso en los ochenta, la gratitud persiste. «Por siempre y para siempre, misión cumplida, campeón», escribió su familia en un adiós que resume una vida de victorias.
Manuel Lapuente no se fue solo; se lleva el corazón de un país que lo vio triunfar. En un fútbol que a veces olvida sus raíces, «Manolo» permanece como faro: prueba de que la estrategia, el coraje y un poco de Puebla pueden conquistar el mundo. Descansa, profe; tu legado patea para siempre.



