Ciudad de México.- Ocho décadas después de su nacimiento y nueve años tras su muerte, la figura de Juan Gabriel resurge con una intimidad desgarradora en «Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero», la miniserie documental de cuatro episodios que Netflix estrenó el 28 de agosto de 2025. Dirigida por María José Cuevas, la producción abre los cajones de los archivos personales del «Divo de Juárez» para desvelar no solo al ícono de la música mexicana, sino al hombre vulnerable que forjó su legado a base de dolor, talento y una voluntad inquebrantable. Con grabaciones caseras de más de cuatro décadas, fotografías nunca vistas y entrevistas exclusivas con sus hijos, amigos y colaboradores, la serie pinta un retrato dual: el Juan Gabriel del escenario, extravagante y eterno, y el Alberto Aguilera Valadez de la vida cotidiana, marcado por rechazos y anhelos profundos.
Alberto Aguilera Valadez llegó al mundo el 7 de enero de 1950 en Parácuaro, Michoacán, en el seno de una familia humilde golpeada por la tragedia temprana: su padre, Juan, se suicidó poco después de su nacimiento, dejando a su madre, Victoria Valadez Rojas, en una lucha constante contra la pobreza y las disputas familiares. Tras mudarse a Ciudad Juárez, Chihuahua, el joven Alberto encontró refugio en la música desde los 13 años, cantando en autobuses, calles y bares bajo el alias de Adán Luna, inspirado en un cómic popular. Ganaba apenas 10 dólares al día, pero su voz ya destilaba esa mezcla de ranchera y bolero que lo distinguiría. «Mi papá murió y entonces tuvieron problemas mi mamá con las cuñadas, ya sabes cómo son las cuñadas», relata el propio artista en una grabación emotiva incluida en el primer episodio, titulado «No tengo dinero», que dura 67 minutos y narra su ascenso desde el anonimato juarense hasta la capital, plagado de soledad y determinación.
El salto a la Ciudad de México fue un torbellino de rechazos. Hizo coros para Angélica María y compuso más de 150 canciones antes de firmar con RCA Víctor en 1971, adoptando el nombre Juan Gabriel en homenaje a su padre y a su maestro, el sacerdote Gabriel Solís, quien lo pulió artísticamente. «Juan Gabriel en el escenario es un estupendo cantante… pero fuera de él soy Alberto Aguilera», confiesa en un fragmento que Cuevas rescata para ilustrar esa dualidad que lo persiguió toda la vida. Su debut profesional ese mismo año con «No tengo dinero» no solo fue un hit, sino el pistoletazo de salida para una carrera que sumaría más de 500 composiciones, interpretadas por voces globales como Rocío Dúrcal y José José.
Heridas de infancia y la cárcel que lo redimió
No todo fue brillo en el camino del Divo. El segundo episodio, «Debo hacerlo» (64 minutos), indaga en las sombras que moldearon su resiliencia: a los cinco años, su madre lo internó en un orfanato por necesidad económica, donde creció falto de afecto y expuesto a abusos. En Ciudad Juárez, mientras trabajaba como mozo, sufrió una violación a manos de un sacerdote a los 13 años, un trauma que documentó en declaraciones juradas que la serie exhibe por primera vez, junto a fotos y huellas dactilares inéditas. «Las vivencias de infancia marcaron profundamente a Juan Gabriel», explica la producción, que también detalla su arresto injusto a los 20 años por robo en la Ciudad de México, lo que lo llevó a pasar un año y medio en la prisión de Lecumberri.
Paradójicamente, esa cárcel se convirtió en su salvavidas. Allí, el director del penal lo presentó a la cantante Enriqueta Jiménez, «La Prieta Linda», quien quedó impactada por su talento y gestionó su liberación. Ella misma lo recomendó a RCA, abriendo las puertas de la fama. Estas experiencias, según testimonios de colaboradores en la miniserie, infundieron en sus letras un empatía cruda, visible en himnos como «Amor eterno», que nació del duelo por la muerte de su madre en 1974. «Me perdí, me descontrolé», recuerda Juan Gabriel en una cinta casera, al evocar cómo la pérdida lo hundió en la desesperación antes de transformar el dolor en arte universal.
El enigma familiar y el precio de la fama
La serie no elude los misterios personales del artista, como el de sus cuatro hijos –Iván, Joan, Hans y Jean–, cuya llegada en la década de 1980 se muestra en videos hogareños donde Juan Gabriel los acuna y celebra sus primeros pasos. Adoptados presuntamente en Estados Unidos para blindarlos del escrutinio público, los hermanos crecieron en Santa Fe, Nuevo México, bajo el cuidado de Laura Salas, hermana de su manager Jesús. «Nos hizo vivir en Estados Unidos para protegernos de las noticias, de todo, de la otra parte del negocio de ser Juan Gabriel», revela Jean en una entrevista exclusiva, mientras Hans añade: «Super orgulloso de él». La producción evita especulaciones sobre inseminación artificial, pero deja claro que Juan Gabriel priorizó su rol paterno por encima de los chismes.
Sin embargo, la fama cobró su peaje. El tercer capítulo, «Pero qué necesidad» (61 minutos), explora cómo un libro confesional publicado en los 80 expuso su vida privada, erosionando amistades clave como la de su manager María de la Paz y la cantante Rocío Dúrcal, con quien compartió éxitos pero también rupturas dolorosas. Paralelamente, su familia crecía en medio de giras agotadoras, un telón de fondo que culmina en su preparación para el hito de los 90.
El clímax narrativo llega en el episodio final, «Amor eterno» (51 minutos), que rescata el magnoconcierto de 1990 en el Palacio de Bellas Artes, un templo de la «alta cultura» que Juan Gabriel conquistó pese a la resistencia elitista. Apoyado en la campaña de Carlos Salinas de Gortari, el show generó escándalo: críticos lo tildaron de «sacrilegio» y «vulgar», y el director de la Orquesta Sinfónica Nacional amenazó con huelga. «La música es la música. Yo deseo, de todo corazón, que todos mis compañeros tengan la misma bella oportunidad que yo», proclamó desde el escenario, ante un público extasiado que ovacionó su fusión de mariachi, orquesta y boleros.
Incluso en su última década, azotado por problemas financieros y una neumonía en 2014 que lo dejó intubado, Juan Gabriel colaboró con talentos como Natalia Lafourcade, demostrando que su voz, aunque quebrada, seguía vibrante. Su muerte por paro cardiaco el 28 de agosto de 2016 en Los Ángeles, un día después de un concierto, dejó un vacío que sus hijos aún procesan: «Alberto Aguilera, mi papá, murió en 2016. Pero Juan Gabriel aún está vivo aquí con nosotros, cantando», sentencia Hans. Frases como «Lo que se ve no se pregunta» perduran en memes y cultura pop, mientras su obra –de fiestas a duelos– sigue siendo el pulso de México.
Disponible en Netflix con audio en español latino y subtítulos múltiples, esta miniserie no solo honra al autor de más de 1.800 canciones, sino que invita a generaciones a redescubrir al hombre que convirtió sus «debo, puedo y quiero» en un himno colectivo de superación.



