París, Francia.- El Museo del Louvre, epicentro del patrimonio cultural mundial con sus 8,9 millones de visitantes anuales, se ha convertido en el escenario de un atraco que evoca las tramas de Hollywood, dejando al país en un estado de estupor colectivo y cuestionamientos profundos sobre su seguridad nacional. En apenas siete minutos, a plena luz del día del domingo 19 de octubre, cuatro encapuchados irrumpieron en la Galería de Apolo, rompiendo vitrinas con radiales para apoderarse de nueve joyas de la corona francesa, símbolos de la opulencia napoleónica y monárquica del siglo XIX.
Aunque la corona de la emperatriz Eugenia —compuesta por 1,354 diamantes, 1,136 de talla rosa y 56 esmeraldas, valorada en decenas de millones de euros— fue recuperada dañada en las cercanías del museo durante la huida, las ocho piezas restantes permanecen desaparecidas, avivando el temor de que sean desmanteladas para el mercado negro de gemas en lugares como Amberes o India. El presidente Emmanuel Macron, acorralado por crisis políticas y económicas, ha calificado el incidente como un «ataque directo a nuestra historia compartida», prometiendo una respuesta implacable mientras el Louvre extiende su cierre al menos hasta el martes, reembolsando miles de entradas y paralizando un flujo turístico que representa el 80% de sus visitantes extranjeros.
Con sello de crimen organizado profesional
El golpe se inició a las 9:30 de la mañana, apenas media hora después de la apertura del museo, cuando los delincuentes, disfrazados de obreros con chalecos amarillos, estacionaron un camión con montacargas en la esquina sur del Louvre, junto al Sena y en una zona en obras que facilitó su acceso discreto. Dos de ellos ascendieron al balcón de la segunda planta utilizando la plataforma elevadora, cortando la ventana con una amoladora angular en menos de cuatro minutos, activando alarmas que, según el Ministerio de Cultura, sonaron tanto en la ventana como en las vitrinas pero no detuvieron el avance.
Dentro de la galería, renovada en 2020 para resguardar estas reliquias, amenazaron a cinco guardias de seguridad con herramientas eléctricas —sin armas de fuego aparentes— y evacuaron a los turistas presentes, priorizando el protocolo de protección humana sobre la retención de bienes. Videos de vigilancia difundidos por BFMTV capturan el caos: un ladrón fuerza los cristales de una vitrina mientras el personal huye gritando «¡Evacuen!».
Cargaron el botín en mochilas, incendiaron parcialmente el montacargas para borrar evidencias y escaparon en dos motocicletas Yamaha TMAX hacia la autopista A6, abandonando en el puente Sully un chaleco amarillo y herramientas como sierras radiales, un soplete, gasolina, guantes y un walkie-talkie que ahora analiza la policía. La fiscal de París, Laure Beccuau, ha revelado sospechas de un «encargo» por parte de crimen organizado, posiblemente serbio —vinculado a la banda de las «Panteras Rosas», exsoldados yugoslavos con 800 miembros globales según Interpol—, o incluso lavado de dinero, descartando por ahora interferencias extranjeras pero no un coleccionista privado como destinatario final.
Los tesoros napoleónicos el botín
Las piezas sustraídas, de un valor patrimonial imposible de cuantificar pero estimado en cientos de millones de euros si se considera solo el lazo decorativo de Eugenia por 6.72 millones, encapsulan la grandeza imperial de Francia. Destacan la tiara de zafiros de las reinas María Amelia y Hortensia —con ocho zafiros y 631 diamantes—, un collar y pendientes a juego; el collar de esmeraldas de María Luisa, segunda esposa de Napoleón I, con 32 esmeraldas y 1.138 diamantes, regalo de bodas en 1810; un broche relicario de la misma; y la tiara y broche de la emperatriz Eugenia, esposa española de Napoleón III, con 2,000 diamantes y 212 perlas, obra del joyero Lemonnier en 1853.
Expertos como Stefano Papi, subastador de tesoros reales, subrayan que estas joyas, creadas tras la Revolución con gemas de la antigua corona, son «imposibles de vender intactas» por su trazabilidad histórica, lo que podría llevar a su desarme para revender perlas, diamantes y oro, destruyendo su esencia cultural. La corona recuperada, donada al Louvre en 1988 por el mecenas Roberto Polo tras una subasta, yace abollada como metáfora de la fragilidad de estos iconos: fue hallada en la ruta de escape, intacta en su valor simbólico pero marcada por la prisa de los ladrones.
Historiadores como Didier Rykner lamentan que este robo eclipse el legado de figuras como Eugenia de Montijo, cuya corona evoca la Exposición Universal de 1855 y el auge del Segundo Imperio, comparándolo con el atraco de la Mona Lisa en 1911, recuperada dos años después pero en un contexto menos voraz para el mercado negro.
Fallos de seguridad expuestos al escrutinio
El suceso ha destapado vulnerabilidades crónicas en el Louvre, el museo más visitado del planeta con 33.000 obras en exhibición sobre 24 hectáreas. Un informe del Tribunal de Cuentas previo al robo advertía de obsolescencia en infraestructuras, con alarmas desactivadas en ventanas por fallos falsos hace un mes y retrasos en el despliegue de nuevas cámaras y un centro de mando prometidos en enero por Macron en el proyecto «Louvre Nuevo Renacimiento», que incluye el traslado de la Mona Lisa a un espacio dedicado para combatir la saturación.
La presidenta del Louvre, Laurence des Cars, había alertado a la ministra de Cultura Rachida Dati sobre «averías multiplicadas» y la urgencia de renovaciones masivas, pero estas no evitaron el desastre en una sala con vitrinas blindadas que cedieron ante herramientas comunes. El ministro de Justicia Gérald Darmanin confesó en France Inter un «fracaso colectivo», evocando el incendio de Notre-Dame como herida nacional: «Los franceses sienten que les han robado su alma, no solo joyas». Dati admitió en TF1 que «en 40 años no se adaptó la seguridad a nuevas delincuencias», ordenando auditorías inmediatas en todos los museos franceses tras una ola reciente de atracos: pepitas de oro por 700,000 dólares del Museo Nacional de Historia Natural en septiembre, porcelanas y un jarrón por 9.5 millones del Adrien Dubouché en Limoges ese mismo mes, y cajas de rapé del Cognacq-Jay en 2024.
Presión política y cacería global
La reunión de crisis del lunes entre Nuñez, Dati y 60 investigadores de la Brigada de Represión de la Delincuencia ha intensificado la búsqueda, con interrogatorios a testigos como guías atrapados en el pánico y análisis forenses de grabaciones callejeras. Des Cars comparecerá el miércoles en el Senado bajo fuego cruzado de la oposición: el derechista Jordan Bardella lo tilda de «humillación insoportable» al esplendor francés, François Hollande de «acto grave contra nuestro patrimonio», y figuras internacionales como Pavel Durov en redes lo ven como «declive de una nación distraída». En X, el escándalo viraliza con memes de «La Casa de Papel» y especulaciones sobre las Panteras Rosas, mientras expertos como Arthur Brand, cazador de arte robado, advierten que sin capturas en 24-48 horas, las piezas «evaporarán» en circuitos ilícitos. Macron apela a la unidad para acelerar reformas, pero el eco de robos legendarios como el tren de Glasgow en 1963 resuena en una Francia frágil, donde este golpe no solo roba objetos, sino confianza en su custodia cultural.
El cierre temporal amenaza el turismo, pilar económico de París, con turistas como los Carpenter de EE.UU. describiendo la evacuación como «una película de Hollywood hecha realidad». Mientras la policía mantiene hermetismo, la nación procesa un trauma que cuestiona su rol como guardián de la memoria colectiva, recordando que incluso fortalezas como el Louvre —antiguo palacio real convertido en museo post-Revolución— sucumben a la audacia criminal. Con alertas a Interpol y una carrera contrarreloj, Francia contiene el aliento: recuperar estos emblemas no es solo justicia, sino reivindicación de su legado imperial ante un mundo que observa con incredulidad.



