Aquiles Serdán, Chihuahua. – Un silencio sepulcral envuelve el poblado de Santo Domingo, donde la Fiscalía de Distrito Zona Centro extrae, uno a uno, los restos de un horror que se repite. Ayer domingo, dos cuerpos más de hombres fueron izados desde las entrañas de la tierra, sumándose a los cuatro rescatados el sábado. Ya van seis en 48 horas, todos arrojados al abismo conocido como la Cueva del Diablo, un tiro de 110 metros que vuelve a erigirse como cementerio clandestino del crimen organizado.
El operativo arrancó el viernes 31 de octubre, iniciado por una llamada anónima que alertó sobre “varios cuerpos” en el fondo de la mina abandonada. Desde entonces, un cordón de seguridad cierra el acceso al tiro: agentes de la Agencia Estatal de Investigación aseguran el perímetro, mientras rescatistas de Protección Civil y antropólogos forenses se deslizan en rapel por la angosta chimenea. Arriba, soldados del Ejército Mexicano custodian el material que sube envuelto en bolsas blancas.
“El olor a muerte se pega a la ropa”, confiesa un rescatista que prefiere el anonimato. “Bajamos con linternas frontales y el eco de nuestras cuerdas es lo único que rompe el vacío”.
Sombras de Durango en el fondo del pozo
Fuentes extraoficiales filtran que al menos tres de los seis cadáveres coinciden en complexión y vestimenta con Ezequiel y Juan Corral Acuña, hermanos de 35 y 36 años, y Jair Núñez Gandarilla, de 40, desaparecidos el 29 de octubre al salir del Hotel Marrod en Chihuahua capital. Los tres viajaban desde Durango en una camioneta que nunca llegó a destino. La Fiscalía guarda silencio oficial, pero el fiscal general César Jáuregui Moreno admitió esta mañana que “las diligencias apuntan a un ajuste de cuentas”.
No es la primera vez que la Cueva del Diablo escupe restos. Desde 2019, cuando se hallaron los primeros cinco cuerpos, el tiro ha entregado al menos 17 osamentas más en operativos intermitentes. En 2020 se identificaron 12 víctimas; en 2021, otras cinco. Cada descenso revela casquillos percutidos, ropa desgarrada y la misma firma: un agujero de 800 metros que traga evidencias y esperanza.
En el Servicio Médico Forense de Chihuahua, genetistas trabajan contrarreloj. Muestras de ADN viajan a laboratorios especializados para cruzar perfiles con las 98 mil fichas de personas desaparecidas que pesan sobre el estado. Mientras, madres y esposas acampan a las puertas del anfiteatro, sosteniendo fotografías que ya amarillean.
“Si es mi hijo, que me lo entreguen aunque sea en pedazos”, dice una mujer que lleva tres días sin dormir. “Pero que no me digan otra vez que ‘sigan buscando’”.
La búsqueda no termina
Esta mañana, los rescatistas volvieron a bajar. Cámaras de pozo profundo recorren niveles inferiores y detectan “anomalías” que podrían ser más cuerpos. El operativo permanece abierto las 24 horas; la Fiscalía promete no abandonar el tiro hasta barrenar cada metro cúbico de oscuridad.
En Santo Domingo, las campanas de la iglesia repican al mediodía, pero nadie alza la vista. Saben que la Cueva del Diablo guarda más secretos que los que la luz del día está dispuesta a revelar.



