Lagos, Nigeria.– El laureado escritor nigeriano Wole Soyinka, primer africano en obtener el Premio Nobel de Literatura en 1986, anunció este martes que Estados Unidos le ha revocado su visa de no residente, un golpe que él atribuye directamente a sus acerbas críticas al presidente Donald Trump. A sus 91 años, Soyinka, figura icónica de la literatura y el activismo contra el autoritarismo, recibió la notificación el 23 de octubre y la compartió en una rueda de prensa en Lagos, donde bromeó sobre el documento oficial como una «carta de amor curiosa de una embajada». Sin embargo, tras el humor, emerge un principio inquebrantable: «No se trata de mí, no tengo interés real en volver a Estados Unidos. Pero hay un principio en juego. Los seres humanos merecen ser tratados con decencia dondequiera que estén».
La decisión, que Soyinka califica de «prohibición permanente», llega en un contexto de endurecimiento migratorio bajo la segunda administración Trump, donde las revocaciones de visas se han multiplicado contra voces disidentes. El autor, quien ha impartido clases en prestigiosas universidades estadounidenses como Harvard y Cornell, y que en 2021 publicó su última novela, Crónicas del país de la gente más feliz de la Tierra –un regalo, según él, para Nigeria–, ve en esta medida un reflejo de políticas que priorizan la lealtad sobre la libertad de expresión.
Un historial de rebeldía contra el poder
La relación de Soyinka con Estados Unidos ha sido tan profunda como conflictiva. En los años setenta y ochenta, el dramaturgo y poeta residió en el país con una green card, que le permitía una estancia indefinida mientras exploraba temas universales como la opresión colonial y la dictadura en obras como Una muerte prematura o El hombre ha muerto. Pero todo cambió con la elección de Trump en 2016. Poco después de la inauguración, Soyinka cumplió una promesa pública: destruyó su green card en señal de protesta, declarando que no pisaría suelo estadounidense bajo un liderazgo que consideraba divisivo y racista. «Tuve un accidente con mis tijeras hace ocho años», ironizó este martes, aludiendo a ese episodio que lo convirtió en símbolo de resistencia intelectual.
La visa revocada había sido emitida en primavera de 2024, durante la era Biden, pero en septiembre pasado, el consulado de Lagos le citó para una renovación que Soyinka rechazó asistir. La carta de revocación, leída en voz alta durante la conferencia, cita «información adicional disponible después de la emisión» como motivo, sin detallar nada más. Fuentes del Departamento de Estado, contactadas por medios como The New York Times , se limitaron a afirmar que «las visas son un privilegio, no un derecho, y pueden ser revocadas en cualquier momento cuando las circunstancias lo justifiquen». El consulado en Lagos remitió todas las consultas a Washington, que no respondió de inmediato.
Expertos en derecho migratorio, como Stephen Yale-Loehr, sugieren que el rechazo a la entrevista o las declaraciones públicas podrían haber inclinado la balanza, aunque insisten en que no hay cambios recientes en políticas específicas para nigerianos. En un verano marcado por restricciones a la duración de visas para ciudadanos de Nigeria, esta revocación personal parece un caso emblemático de discrecionalidad consular.
La comparación con Idi Amin: el detonante verbal
Soyinka no oculta su convicción: la revocación es represalia por sus palabras. En una entrevista con PM News en septiembre, el Nobel comparó a Trump con Idi Amin, el dictador ugandés que gobernó con mano de hierro entre 1971 y 1979, responsable de miles de ejecuciones. «Trump es la versión blanca de Idi Amin», dijo, para luego matizar con sarcasmo: «Idi Amin era un hombre de estatura internacional, un estadista, así que cuando lo llamé así, pensé que le hacía un cumplido». Esa analogía, que evoca abusos de poder y retórica incendiaria, resuena en un momento en que Trump ha intensificado su retórica antiinmigrante, desplegando tropas de la Guardia Nacional en fronteras y separando familias en detenciones temporales.
El escritor, exiliado él mismo durante la dictadura militar nigeriana en los setenta, ha sido un crítico constante de regímenes autoritarios, desde su propio país hasta el panorama global. «Ha estado comportándose como un dictador», añadió sobre Trump, enmarcando el incidente en una ola más amplia de silenciamiento: «Gente sacada de la calle, desaparecida por un mes; ancianas y niños separados». Esta no es solo una afrenta personal, sino un recordatorio de cómo las potencias, incluso las autodenominadas democráticas, castigan la disidencia.
Ecos de indignación: voces que claman por la decencia
La noticia ha desatado una tormenta de reacciones, desde la condena unánime de intelectuales hasta debates sobre hipocresía selectiva en la defensa de la libertad. PEN America, la organización defensora de la libertad de expresión, calificó la medida de «abrupta y arbitraria», alertando que impedirá intercambios culturales vitales con Estados Unidos . En redes sociales, académicos como Karen Piper lamentan: «Estamos perdiendo a nuestros mejores y más brillantes», comparando el caso con revocaciones a estudiantes pro-palestinos .
En Nigeria, las opiniones se dividen: el clérigo islámico Ahmad Gumi la ve como un complot para acallar opositores, mientras que analistas locales recuerdan las promesas pasadas de Soyinka de no volver bajo Trump, generando un debate sobre si esto es victimización o consecuencia lógica. En el ámbito internacional, figuras como el analista indio Sougat Chakraborty cuestionan la «indignación selectiva»: «¿Por qué no hay revuelo por Soyinka, pero sí por una erudita italiana denegada en India? ¿Es por su origen africano?» . El eco global, amplificado en plataformas como X, pinta un retrato de solidaridad fragmentada, donde el principio de decencia que defiende Soyinka choca contra realidades geopolíticas.
Desde Lagos, donde ha optado por quedarse, Soyinka cierra la puerta con elegancia: «No culpo a los funcionarios, pero no solicitaré otra visa. Si quieren verme, saben dónde encontrarme». En un mundo de fronteras cada vez más cerradas, su exilio autoimpuesto no es derrota, sino afirmación: la pluma, aun sin pasaporte, sigue siendo más poderosa que el sello consular.



