Texto e investigación de José Luis Muñoz Pérez
De silueta exquisitamente femenina, alta, esbelta, curvilínea, elegante; admirada por su sobresaliente belleza, causa fascinación y quien la conoce no la olvida jamás. Es la reina de Paris, y el mundo entero la conoce como La Torre Eiffel.
Es el monumento más visitado del mundo, el más reproducido en souvenirs y el que más réplicas ha inspirado.
Hace 138 años, un día como hoy 26 de enero, el de 1887, luego de intensos debates, competencia entre profesionales, litigios judiciales, maniobras políticas, pujas entre artistas y disputas mediáticas, comenzaron los trabajos para edificarla. Se hacía tarde. Ya se había perdido mucho tiempo y debía estar lista para la inauguración de la Feria Mundial de 1889, conmemorativa del primer centenario de la Revolución Francesa. La Tercera República, instaurada en 1870, -primer sistema duradero desde la caída del Antiguo Régimen en 1789- tenía primordial interés en refrendar los principios revolucionarios de Libertad, Igualdad y Fraternidad, y en mostrar al mundo su avance en la modernidad.
Su brillante constructor, el talentoso y audaz ingeniero Alexandre Gustave Eiffel logró la hazaña tras vencer otros muchos desafíos y culminó a tiempo su obra. El 31 de marzo de 1889, 2 años, 2 meses y 5 dias después de iniciarla, acompañado de su hija Claire subió a la cima e izó la bandera tricolor adoptada en definitiva por Francia en la Convención Nacional de 1794.
Quizá nadie imaginó que, con el tiempo, La Torre Eiffel se convertiría en un emblema nacional más famoso en el mundo que la propia bandera gala y que la misma Marsellesa. Habrá en otros países quien no sepa cuales son los colores del pabellón ni su orden y tampoco entonar el Himno Nacional de los franceses, pero todos sabemos que la Torre Eiffel está en Paris.
Hoy nadie podría imaginar a la Ciudad Luz sin ella.
Por supuesto, quien viaje a Paris querrá tener una foto en la Torre Eiffel.
Durante 41 años, hasta el 27 de mayo de 1930 cuando se inauguró el Edificio Chrysler de Lexington y 42 en Manhattan, con una altura de 319 metros, fue el edificio más alto del mundo, mas del doble que la Pirámide de Khufu ( Keops en griego) que por miles de años fue dueña absoluta del récord y tiene, en la actualidad, 138 metros de altura.
Desde 1959 la torre es ya más alta que el edificio Chrysler, pues con su nueva antena llegó a medir 324 metros y desde el 22 de marzo de 2022 creció a 330.
En el epílogo del Siglo XIX la humanidad estaba obsesionada con un apetito surgido de los sorprendentes avances tecnológicos de la época, que la hacían ambicionar lo que nunca se había intentado: un edificio de mil pies, o 300 metros de alto.
En Francia nació la idea de la primera Exposición Universal en 1849, (luego de otras “nacionales”, celebradas la primera bajo el Directorio, para festejar el sexto aniversario de la República, continuando después bajo el Consulado, realizándolas la Restauración cada cuatro años, y los gobiernos de Luis Felipe cada cinco), pero recibida con frialdad por sus Cámaras de Comercio, la realizó Londres en 1851, llamandola Great Exhibition of the Works of Industry of all Nations. Bajo el enérgico auspicio del Príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo y Gotha y consorte de Inglaterra y Escocia, esposo de la Reina Victoria, asombró al mundo con la muestra de infinidad de materias primas, maquinaria colosal, manufacturas sorprendentes, textiles maravillosos, novedosos procesos y productos químicos y farmacéuticos, artefactos arquitectónicos y de construcción que ilustraron las nuevas aportaciones de la Revolución Industrial… y también el Koh.i.Noor, ( montaña de luz, en lengua Persa) el diamante más grande del mundo, de 105,6 kilates, que luego fue engastado en la corona de la Reina Isabel.
Tuvo un impacto sin precedente.
Deslumbrado y ardido, Karl Marx la calificó como “un emblema del fetichismo capitalista”. Las Exposiciones Mundiales habían mostrado grandes avances de la humanidad: la locomotora, el teléfono, la maquina de escribir, la fotografía. A partir de entonces vivieron un gran apogeo y sobrevino una larga sucesión de ferias internacionales que trataron de emularla o superarla en otras ciudades, casi una por año durante el resto del siglo XIX. Eran consideradas los mayores eventos políticos, económicos y sociales del mundo, en los que cada país exponía los avances tecnológicos, y hacía gala de su potencial económico e industrial. Organizar una Exposición era una oportunidad de desarrollo y proyección para la ciudad anfitriona, que redituaba gran prestigio internacional.
Así se sucedieron las más destacadas, de Paris en 1855 y 1867; Viena en 1873; Filadelfia en 1865 y 1876, en la que Graham Bell dio a conocer el teléfono; Paris de nuevo en 1878; Melbourne en 1880 y con gran éxito la de 1888 en Barcelona. Hubo también una en Lima, Perú en 1872; otra en 1875 en Santiago de Chile y la llamada Exposición Continental Sud-Americana de 1882 en Buenos Aires, que perfiló a Argentina como una potencia mundial.
Quizá lo que más admiración causó entre los asistentes a la paradigmática Expo londinense de 1851 fue su sede: El Palacio de Cristal. No había construcción en el mundo que se le pareciera y nada en el planeta reunía tantas novedades.
Fue este edificio un asombroso proyecto que surgió luego de rechazadas las casi 250 propuestas presentadas inicialmente. Tampoco convenció al príncipe -ansioso por deleitar al mundo con el progreso industrial del reino de su esposa- el plan del comité convocante de construir su propia sugerencia. Por un momento asomó el fantasma del fracaso, pero la salvación corrió a cargo de un jardinero y paisajista, Joseph Paxton, jefe de la finca de William George Cavendish, sexto duque de Davonshire, para quien había diseñado una serie de innovadores invernaderos. Paxton propuso al príncipe un gigantesco edificio de 563 metros de largo por 124 de ancho y 34 de altura, prefabricado con hierro y cristal, que se terminó en tan sólo 9 meses. La única modificación significativa del concepto original de Paxton fue la inclusión de una sección abovedada de cañón, lo suficientemente alta como para albergar tres olmos que crecían en el lugar y que, de lo contrario, habrían tenido que ser talados. Entre los elementos más destacados de la ornamentación se incluyó una fuente situada en el centro del edificio de 8 metros de altura, confeccionada con cuatro toneladas de vidrio rosa.
Un sistema de construcción modular permitió que las piezas de hierro fundido se prefabricaran en Birmingham, donde también se produjeron los 293 mil paneles de vidrio, las láminas más grandes jamás fabricadas. Su estructura revolucionaria y su “apariencia de flotar en el aire” lo convirtieron en un símbolo del progreso industrial del Imperio Británico. La mitad occidental del Crystal Palace estaba dedicada a Gran Bretaña y sus colonias, y la mitad oriental a los expositores extranjeros. Las notables estadísticas del edificio fueron orgullosamente publicitadas e incluso se presumieron en las inscripciones de las medallas de los premios de la exposición: 3 mil 330 columnas de hierro, 2 mil 224 vigas, 330 kilómetros de barras de faja metálica y una superficie acristalada de 92 mil metros cuadrados. Costó 2 millones de libras esterlinas.
De mayo a octubre de 1851, Hyde Park se llenó de visitantes que rebasaron un total de 4 y medio millones, lo cuales quedaron deslumbrados por la exposición de más de 100 mil objetos procedentes de Gran Bretaña y su imperio , más los del resto del mundo, que abarcaron desde lo práctico como el primer inodoro, cisterna incluida, y el primer rollo de papel sanitario, a lo grandioso como una prensa hidráulica utilizada para la construcción de puentes, hasta lo cómico, como un barómetro alimentado por sanguijuelas.
El Palacio de Cristal se convirtió en reto para las futuras exposiciones internacionales. Hoy ya no está con nosotros porque un voraz incendio lo destruyó en 1936, ya reubicado en Sydenham Hill, distrito de Bromley. Dostoievski escribió: La naturaleza humana prefiere el caos y la destrucción antes que la armonía artificial que simboliza el palacio de Cristal.
Paris contaba con una gran tradición de exposiciones industriales nacionales desde mucho antes de celebrarse las llamadas Mundiales o Universales y, por otra parte, ni qué decir de la competencia ancestral entre Francia e Inglaterra. La orgullosa República Gala decidió demostrar quién era, precisamente en el centenario de la Toma de la Bastilla, símbolo del despotismo de la monarquía.
La efeméride incomodó a muchas monarquías del mundo, principalmente europeas, como España, Alemania, Rusia, e Inglaterra, que decidieron no acudir formalmente como estados, pero prácticamente todas apoyaron con recursos a sus industriales para que representaran a sus países.
Llegado el turno de la Expositión Universelle de Paris, estaba fija en la mentalidad mundial la intercontinental idea de una torre de mil pies, de tal manera que resultó en automático el desafío obligatorio e ineludible para los organizadores.
En 1832 Richard Trevisi inventor de la maquina de vapor a presión imaginó una torre de 300 metros con un elevador central impulsado por vapor a presión. Pudo haber sido el primero en construirla, pero murió de neumonía poco después de concebir el proyecto. Veinte años después otro inglés, Charles Barton pretendió ganar la carrera proponiendo usar el vidrio y la estructura metálica del palacio de cristal para hacer una torre, pero no logró convencer a los que tomaban las decisiones…En Philadefia Clark Revees diseñó una torre usando acero; no llegó a construirla, porque no pudo reunir el millón de dólares que le costaba.
El destino esperaba sin prisas a Gustave Eiffel.
Sin embargo, cuando el 7 de julio de 1884 se convocó a la Expo y a diseñar un monumento central que la simbolizara, Eiffel no se dio por enterado. Estaba muy ocupado en la construcción del puente del Viaducto de Garabit, en el Macizo Central, la mayor zona montañosa de Francia, una colosal estructura de 120 metros de altura sobre el Rio Truyere que fue el puente de arco más largo del mundo. Cuatrocientos hombres trabajaron en esa obra, a la que Eiffel supo sacarle jugo publicitario invitando a fotógrafos que tomaron placas testimoniales de sus avances.
No era ningún novato. Había hecho el puente María Pía de 160 metros de luz sobre el río Duero, entre Oporto y Vila Nova de Gaia, Portugal, que sostenía la via del ferrocarril. Lo inauguraron el Rey Luis I y su esposa la Reina María Pía; también la espléndida estación de trenes de Budapest que le dio renombre como gran autoridad en el manejo del hierro y el acero y había trabajado en la Estatua de la Libertad que Francia regaló a los Estados Unidos de América por iniciativa de Édouard René Lefébvre de Laboulaye, para la que su constructor Frédéric Auguste de Bartoldi le pidió hacer el esqueleto de hierro. Como todos sabemos, la estatua se construyó en Paris y los parisinos presenciaron con orgullo su evolución; había sido autor del Pabellón de la Ciudad y del de la Compañía de Gas, además de la fachada del edificio principal, los tres de la Exposición Mundial de 1878 por lo que fue designado Caballero de la Legión de Honor.
Se acababa de concluir – ¡por fin¡ – el Obelisco a Washington en la capital norteamericana, que tardó 40 años en ser inaugurado -del 4 de julio de 1848 que inició su construcción, al 9 de octubre de 1888- aunque se concluyó en 1884. La enorme demora se debió a la interrupción por la Guerra de Secesión, lo cual es notorio a la vista pues los 50 metros inferiores son de un mármol de color diferente al resto, pero con sus 169 metros y 14 centímetros fue durante 5 años la construcción más alta del mundo… hasta que la torre Eiffel arribó a su segunda planta, a los 170 metros.
También se construía en aquellos años en Paris la Basílica de la Sacre Cour en la cumbre del Montmartre, a 130 metros sobre el nivel medio del mar, que se inició en 1875 y casi se concluyó en 1914, pero se terminó e inauguró oficialmente en 1923. Ésta se vió interrumpida por la Primera Guerra Mundial.
Pero si Eiffel no prestó atención a la convocatoria de la Expo de 1889, dos de sus colaboradores, de menos de 30 años, Maria Koechlin -franco-suizo- y Emile Nouguier, quien participó protagónicamente en la construcción del puente de Garabit, sí se entusiasmaron y le presentaron el proyecto de “un poste” de mil pies de altura. Literalmente decía el bosquejo, en el documento con el que registraron su patente: “Un poteau de mille pieds de haut”.
-¿Un poste?, replicó Eiffel.
“Es un nombre provisional -le explicó Nouguier- pero creo que es el término que mejor lo ilustra”.
El diseño era lo que ahora podemos imaginar como una simple antena piramidal, de las que ya están en desuso para los cables de energía eléctrica o telefonía. No incluía siquiera una escalera, pero efectivamente media mil pies.
“Los cálculos están matemáticamente revisados, argumentó Koechlin.
Mmmmm, -gruñó el ingeniero- ¿Qué podría disfrutar el público aquí?… francamente no, no me interesa.
María y Emile no se dieron por vencidos. Acudieron a su amigo Stephen Sauvestre, un reconocido arquitecto, graduado con honores de la Ecolé Speciale dArchitecture, que había diseñado el Pabellón del Gas para la Expo de 1878, construido por Eiffel; la Escuela Nacional de Química en 1879, el Hotel Seyrig de Paris en 1876 y en esos días construía el Hotel Baranger, también en Paris, y era muy apreciado por Eiffel.
Sauvestre hizo cambios notables al diseño de los jóvenes ingenieros. Le incluyó los distintivos arcos a las patas, dotó a la torre de 3 plantas a las que el público podría subir, tendría restaurantes y salones de recepciones. En la cima, un gran faro para iluminar la ciudad con ese maravilloso invento reciente que era la luz eléctrica -en ese entonces el alumbrado público de la Ciudad Luz era con farolas de aceite- y una terraza en la cima desde donde se podría admirar todo Paris.
La gente pagaría por entrar.
¡ El proyecto atrapó a Eiffel !
Compró todos los derechos ofertándole a sus creadores el 1% del costo total de la obra, si llegaba a realizarse, sin duda una suma considerable. Firmó los bosquejos con su nombre y emprendió la gesta por ganar el concurso.
Más aún, piensa instalar su oficina en la 3a plataforma, nada menos que a 300 metros de altura.
Una de sus primeras decisiones fue usar hierro pudelado. Pudelado significa sometido a pudelación, término que proviene del vocablo inglés to puddle, que en siderurgia es un proceso que consiste en eliminar gran parte del carbono y las escorias del hierro fundido. La pudelación se desarrolló en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII. Henry Cort fue el creador de este método, que posteriormente fue mejorado por Samuel Baldwin Rogers y Joseph Hall. El pudelaje se realiza en hornos de reverbero, donde se calienta el hierro fundido a altas temperaturas. El hierro se agita en el horno para aumentar la oxidación y hacer que el hierro sea más viscoso. Así, el hierro pudelado tiene menos carbono, es más puro, se oxida menos y es más duro. Eiffel lo prefirió siempre al acero de su época.
Desde luego, no era el único aspirante.
El competidor mejor posicionado era Jules Bourdais, constructor del Palacio del Trocadero, un adinerado ingeniero de formación y gustos clásicos que contaba con excelentes relaciones tanto en el gobierno como en las altas esferas financieras y en los círculos intelectuales.
El hierro se usaba principalmente como madera, de tal forma que a su labor se le conocía como carpintería metálica y se producía poco. Sin embargo, la Revolución Industrial permitió producirlo en grandes cantidades. Fue ampliamente apreciado porque, por ejemplo, una columna de 10 centímetros aporta la resistencia equivalente a una de granito de 60. Pero no se le admitía como decorativo. Era propio de puentes y estaciones de tren, o nunca a la vista con propósito estético.
El 22 de octubre Le Figaro hace público por primera vez el proyecto de una torre de 300 metros y los lectores lo aplauden. En noviembre Nature revela en primicia el plano de Eiffel y ya informa que sería la puerta de entrada al espacio de la Exposición y además tendría funciones de observación astronómica y otras “observaciones estratégicas”, menciona que el hierro será un elemento indispensable y refiere, también por primera vez, el dato de la iluminación a gran altura.
Unos días después se publica el proyecto de la torre de Jules Bourdais, de piedra como todos los edificios prestigiosos de la época, de corte académico, acorde con los edificios de estilo Haussman (el arquitecto que transformó Paris en época de Napoleón III y los que aun dan a la ciudad su encantador toque distintivo ) a la que llamó La Columna del Sol. Dividida en 5 niveles y de 370 metros de alto, la planta baja estaría destinada a crear un Museo de la Electricidad y cada piso tendría salas de hospital para los desvalidos que “necesitan respirar el aire puro de las alturas” , e igualmente, en la cúspide “un faro ultra potente que iluminará todas las calles de Paris como si fuera de día (…) los residentes de la ciudad podrán leer el periódico en la noche acercándose a sus ventanas”. Mucha gente lo creyó por breve tiempo, pero rápido los conocedores desmintieron que aquello fuera posible. De cualquier manera, la gente la identificó como “un faro”.
Ambos proyectos significaban un choque entre lo clásico y lo moderno y en términos artísticos la elite parisina no parecía muy dispuesta a las innovaciones. Apenas unos años antes los impresionistas habían sido abucheados y el prestigiado pintor y escultor academicista y maestro insigne de la Ecole des Beaux-Arts, Jean León Gerome los había calificado de “basura”.
El público estaba realmente interesado y el tema pronto formó parte de la conversación de los parisinos que dividieron opiniones.
Aunque ambos proyectos corrían empatados en la opinión pública, en 1886 parecía que la balanza iba a inclinarse a favor de Bourdais, con el apoyo del nuevo presidente del Consejo de Ministros, Charles de Freycinet.
Eiffel decidió hacer política. Se dirigió a Édouard Lockroy, el nuevo ministro de Comercio e Industria encargado de organizar la exposición, quien tenía una larga carrera política como diputado radical y dos veces alcalde de París, y era sabido que no tenía buena relación con Freycinet, sino que había sido incluido en el gabinete como forma de sumar a la izquierda, a manera de reconciliación entre el radicalismo parisino y el republicanismo tradicional. No era un político convencional. Había sido revolucionario y se enroló como militar voluntario al lado de Garibaldi, comandó un regimiento en defensa del sitio de París y firmó la elección de la Comuna de París. Luego participó activamente como periodista militante en Le Figaro y otros periódicos, por lo que estuvo preso 3 o 4 ocasiones por sus artículos calificados como “violentos”. De ninguna manera era un hombre pasivo. A Eiffel, que bien conocía su historia, lo movió además información confidencial que le llegó de manos amigas. Supo que Lockroy había solicitado y recibido previsoramente un estudio técnico que le indicó que la columna de Bourdais requería cimientos gigantescos por su enorme peso, que era muy riesgosa, sería muy costosa y que podría colapsar.
De por sí, no le gustaba mucho el proyecto ni simpatizaba con Bourdais y le parecía inaceptable que Freycinet diera por resuelto que “el faro” sería la propuesta elegida.
Además, le gustó el proyecto de Eiffel por futurista.
Eiffel solicitó audiencia, que le fue rápidamente concedida por Lockroy pero no en sus oficinas del ministerio, sino en su domicilio particular de Marais.
Fue recibido cortés y amistosamente con lisonjas por su obra ingenieril, pero se le recordó que el hierro y el acero no eran muy bien vistos. Eiffel sacó el as que llevaba bajo su manga. Le dijo a Lockroy que la obra sería financiada por él mismo, a cambio de una concesión para operarla durante 20 años. Lockroy, que no esperaba esa gran ventaja, sintió que era todo lo que necesitaba para vencer a Freycinet: por el tema de los costos el presidente del consejo de ministros no tendría escapatoria.
Una declaración de un diputado de la fracción de Lockroy alabando el proyecto de Eiffel sirvió de mensaje para que la opinión pública entendiera que la balanza había cambiado.
Los adversarios de inmediato reclamaron un concurso, que Lockroy les concedió sin perturbarse, pero a su manera.
El 22 de mayo de 1886 publicó las reglas del concurso en el Periódico Oficial y el artículo 9 establecía que los competidores interesados habrían de presentar propuestas para construir una torre que debería ser de hierro, de 300 metros de altura, con base cuadrada de 125 metros por lado. Debía, además, ser una obra de ingeniería innovadora y audaz.
Sin el menor recato, un Retrato Hablado del proyecto Eiffel.
Debería inaugurarse el 31 de marzo de 1889, en menos de 3 años, como había calculado holgadamente Eiffel y como así fue.
Los aspirantes tenían escasos 15 días naturales para presentar sus propuestas.
Concurrieron 107 proyectos, todos, incluido el de Jules Bourdais, copiando la torre de Eiffel, con más o menos imaginación.
El 28 de mayo el comité resolvió por la de Eiffel, obviamente sin que nadie se diera por sorprendido.
Después de dudar sobre la ubicación de la torre entre la colina de Chaillot y el Champ-de-Mars, se optó definitivamente por este último, a pesar de ser menos prominente, pues brindó la ventaja de dotar a la Exposición de una puerta monumental cancelando la necesidad de otra entrada especial; de esta forma se pudo adjudicar a Eiffel la subvención de un millón 500 mil francos ya presupuestados para ese propósito. Para solventar un costo inicialmente calculado en 6.5 millones de francos, Eiffel creó una sociedad anónima con un capital de cinco millones de francos, la mitad del cual fue aportado por tres bancos y la otra por el propio Eiffel.
El campo Marte era un gran baldío que servía para que los alumnos de la Ecole Militaire, ubicada al sur, hicieran prácticas. Al costado noreste de la gran explanada corre y corría la Avenida de la Bourdonnais que alojaba algunos de los más bellos edificios clásicos de París, y albergaba algunos de los departamentos más caros de Francia.
En uno de ellos vivía la Condesa de Poor. Frente a su residencia había un pequeño jardín. Cuando compró el terreno se le garantizó que el jardín seguiría siendo un espacio privado para uso de los residentes. Al conocer que en el límite del Campo frente al Río se edificaría la torre de hierro, enfureció y demandó.
El expediente del litigio se conserva en el Museo D´Orsay, edificio que entonces ocupaba la gran estación de tren frente al Jardín des Tuileries. La demanda exigía declarar que la torre era ilegal. El primer fallo a una especie de amparo, resolvió lo que aquí se llamaría una suspensión provisional. El parque debería ser considerado como tal y debían respetarse los derechos de acceso de la demandante. A ella se unió otro vecino.
El proyecto estaba suspendido.
El gobierno se negó a intervenir y dejó correr el proceso judicial. Cualquier retraso significaba para Eiffel costos financieros. El gobierno aportaría un total de un millón y medio de francos, pero lo haría en tres exhibiciones. Quinientos mil francos al concluir la primera etapa, otra cantidad igual al concluir la segunda y el resto al final.
Eiffel advirtió que si al 31 de diciembre no estaba todo en regla retiraría su propuesta y se declararía en quiebra. Lockroy reaccionó y volvió a intervenir. Argumentó que el gobierno no podía permitir que la Exposición conmemorativa del Centenario de la Revolución se suspendiera. El litigio se destrabó y se dio luz verde a todos los trámites.
En el inter la ubicación inicial de la torre fue desplazada justamente hasta la orilla del Sena, lo que planteó otro problema para su cimentación, pues se encontró un suelo fangoso. Había que anclar muy por debajo del lecho del río. Los opositores, principalmente Bordais y el arquitecto Charles Garnier, mente creadora de la Opera de Paris también llamada Palacio Garnier, rieron desahogando su rencor. El primero abierta y el segundo socarronamente, pensando que el proyecto de Eiffel descarrilaba.
Eiffel implementó un recurso que casi nadie conocía: Cámaras Estancas, es decir, cabinas que hacían las veces de burbujas de fierro saturadas con aire comprimido y que permitían a los trabajadores laborar en seco, bajo el lodo y el agua. Cuanto más excavaban, más se hundían las cámaras. El lodo se extraía por ductos laterales. Pronto encontraron suelo firme de piedra caliza, a 12 metros de profundidad, apta para cimentar. Luego las cámaras se llenaron de cemento, arena, grava y piedras, y se convirtieron en las bases de las patas cercanas al río. En total dieciséis bloques de cimentación de mampostería sostienen la torre, uno por cada arista.
Los más envidiosos de sus colegas no lo podían creer.
Pero como dijo Victor Hugo, “nada puede detener el poder de una idea cuando llega su tiempo”.
Sin embargo, eso no significa que no encuentre obstáculos.
El 14 de febrero el periódico referencial Le Temps, propiedad del influyente editor y senador Adrien Hebrard publicó una carta dirigida a Monsieur Alphand, curador de la Feria Mundial de 1889 -Director Especial de las Obras Maravillosas de Paris, en 1854 Haussman le encargó la modificación de zonas recreativas y parques de los bosques de Bolonia y Vincennes, el trazado de los parterres ( macizos de flores) de los Campos Elíseos y del Parque Monceau, y los jardines y fuentes del palacio del Trocadero, construcciones ornamentales que embellecieron la ciudad cuando la reconstrucción- suscrita por 47 famosos artistas inconformes con la torre.
Le Temps, que se publicaba diariamente desde 1861, estaba un poco más centrado en las noticias internacionales que los demás, su alcance era más amplio que los demás, tenía una imagen seria y representaba a artistas e intelectuales de prestigio.
Pero los firmantes cometieron un pequeño error estratégico. Hebrard era amigo muy cercano de Eiffel. La carta es un documento histórico que nos muestra palpablemente que el concepto de la estética es cuestión de apreciación y de referentes culturales, y sobre todo, que la soberbia y la cerrazón pueden y son frecuentemente apabulladas por la historia. Decía:
Venimos, escritores, pintores, escultores, arquitectos, apasionados entusiastas de la belleza hasta ahora intacta de París, para protestar con toda nuestra fuerza, toda nuestra indignación, en nombre del gusto francés anónimo, en nombre del arte y de la historia francesa amenazada, contra la erección, en el corazón de nuestra capital, de la inútil y monstruosa Torre Eiffel, a la que la maldad pública, marcada a menudo por el sentido común y el espíritu de justicia, ya conoce como la «torre de babel». Sin caer en la exaltación del chovinismo, tenemos el derecho de proclamar que París es la ciudad sin igual en el mundo. Sobre las calles, los bulevares ensanchados y los magníficos paseos, se encuentran los monumentos más nobles que la raza humana ha producido. El alma de Francia, creadora de obras maestras, brilla en medio de este augusto florecimiento de piedra. Italia, Alemania, Flandes, tan justificadamente orgullosos de su patrimonio artístico, no poseen nada comparable al nuestro, y desde todos los rincones del universo, París atrae curiosidad y admiración.
¿Vamos a dejar que todo esto sea profanado? ¿Permitirá la ciudad de París asociarse por más tiempo, con la imaginación mercantil de un fabricante de máquinas, para convertirse en irreparablemente fea y deshonrarse? La Torre Eiffel, que ni la América comercial misma querría, es, sin duda, la deshonra de París. Todos lo sienten, todos lo dicen, todos lo lamentan profundamente, y somos solo un débil eco de la opinión universal, legítimamente alarmado.
Finalmente, cuando los extranjeros vengan a visitar nuestra exposición, exclamarán asombrados: «¿Qué? ¿Es este horror lo que los franceses han encontrado para darnos una idea de su bouquet tan aclamado? Y tendrán razón en burlarse de nosotros, porque el París de los sublimes góticos, el París de Jean Goujon, Germain Pilon, Puget, Rude, Barye, etc., se habrán convertido en el París de Eiffel.
Basta, además, para darnos cuenta de lo que estamos haciendo, imaginar por un momento una torre vertiginosamente ridícula, con vistas a París, como una gigantesca chimenea de fábrica, aplastando con su bárbara masa a Notre-Dame, la Santa Capilla, la cúpula de los Inválidos, el Arco del Triunfo, todos nuestros monumentos humillados, todas nuestras arquitecturas reducidas, que desaparecerán en este asombroso sueño. Y durante veinte años, veremos como extenderse por toda la ciudad, aún temblando con el genio de tantos siglos, la odiosa sombra de la odiosa columna de chapa metálica estirada como una mancha de tinta …
Depende de usted, monsieur Alphand querido compatriota, de usted que ama tanto a París, que lo ha adornado tanto, que lo ha protegido tan a menudo contra la devastación administrativa y el vandalismo de las empresas industriales, el honor para defenderlo una vez más. Le dejamos abogar por la causa de París, sabiendo que desplegará toda la energía, toda la elocuencia que debe inspirar a un artista como el que ama lo que es bello, lo que es genial, lo qué es correcto … Y si nuestro grito de alarma no se escucha, si no se escuchan nuestras razones, si París es terco en la idea de deshonrar a París, tendremos, al menos, usted y nosotros el hacer una protesta que nos honra.
La carta fue firmada por 47 personas, incluyendo a Léon Bonnat, William Bouguereau, François Coppée, Daumais, Alexandre Dumas (hijo, el de La Dama de las Camelias) , Jean León Gerome, Charles Garnier, Charles Gounod, Eugene Guillaume, Joris-Karl Huysmans, Leconte de Lisle, Guy de Maupassant, Ernest Meissonier, Edouard Pailleron, Victorien Sardou, Sully-Prudhomme, Joseph Vaudremer, Emile Zola, entre otros.
El pequeño error estratégico al que me refiero es que, siendo Hebrard tan amigo de Eiffel le avisó oportunamente que publicaría la carta, y éste a su vez a Alphand, por lo que en la misma edición y vecina de ésta, se publicaron las respuestas de ambos.
El detalle no pasó desapercibido por el público que incorporó todos los detalles a la conversación en bares, cafés y hasta en las mesas familiares. La torre estaba en la conversación de todos los parisienses, se extendía por Francia y viajaba veloz a otros países por la prensa especializada.
La respuesta de Eiffel fue sobria:
(…) Entre los firmantes hay hombres a los que admiro y tengo en gran estima. Otros son conocidos por pintar bellas damitas y ponerles una flor en el corpiño y por garabatear algunos versos de vaudeville. Francamente no creo que toda Francia piense como ellos.
«Creo, por mi parte, que la Torre tendrá su propia belleza […] ¿Acaso las auténticas condiciones de la fuerza no son siempre compatibles con las condiciones secretas de la armonía? (…) Ahora bien, ¿cuál es la condición que yo he tenido en cuenta en lo relativo a la torre? La resistencia al viento. ¡Pues bien! Pretendo que las curvas de los cuatro pilares de la torre del monumento tales como el cálculo las ha determinado (…) darán una gran impresión de fuerza y belleza. (…) Además, lo colosal tiene un atractivo y un encanto propio…»
Por el hecho de que nosotros seamos ingenieros, ¿creen ustedes que la belleza no nos preocupa en nuestras construcciones y que incluso al mismo tiempo que hacemos algo sólido y perdurable no nos esforzamos por hacerlo elegante? ¿Acaso las auténticas condiciones de la fuerza no son siempre compatibles con las condiciones secretas de la armonía?»
Eiffel mencionó también a las pirámides de Egipto, que no eran más, a fin de cuentas, que «montículos artificiales», para ilustrar que, pese a lo común de su carácter, es una construcción excepcional que «simboliza la fuerza y las dificultades superadas»
Por su parte, mounsier Alphand respondió:
Victorien Sardou, Alexandre Dumas, François Coppée y todos ustedes que entregaron este mensaje acusados de un fuerte resentimiento y un gran temor por este gigante de acero, ¿consideran que este coloso metálico impondría la desgracia de París a los ojos del mundo ? Me hablas de una «torre de Babel», pero no se trata de ningún monumento destinado a subir a la cima de los cielos, sino de una obra arquitectónica destinada no a imponer París a los ojos de Francia, sino a los ojos del mundo. ¿Me dices que la América comercial no quería tal trabajo? Y aunque sea así, deje que los tontos obtengan lo que merecen: un paisaje desesperadamente vacío de cualquier objeto que despierte un poco de interés en su triste país: deje que este triste país se encuentre en el estado donde se encuentra. Lo que implica una falta de originalidad y descarada modernidad. Esta torre seguramente será «atornillada» pero aprenda, oh usted que me lee, que cualquier objeto descrito como sólido contiene metal, así que aprenda que la madera se quema y se rompe, y que la piedra se desmorona con los años, construimos Caballeros, el recuerdo de este tiempo que se dará a las generaciones futuras, cuando sus casas y sus edificios serán destruidos por la irreductible carrera del tiempo, surgirá este orgulloso símbolo que demostrará su solidez, y por lo tanto el de París, a los ojos del universo.
También es para demostrar la grandeza de Francia que construimos esta torre «vertiginosamente ridícula» porque ¿quién se atreverá a burlarse del honor de París, la ciudad con el edificio más grande jamás construido? Sí, ciertamente, me encanta París, me encantan sus multitudes, sus mercados, sus monumentos. Me encanta todo en París y lo daría todo por ella, sin duda embellecí París, pero esta obra monumental, con dimensiones dantescas, será el punto culminante de esta exposición universal, será mi obra maestra. Describes mi amor por lo que es bello, lo que es genial, lo que es correcto; Pero entonces, ¿por qué estos clamores? , ¿por qué estos gritos?. Esta pasión, este trabajo está creado para demostrar que no hay una ciudad más hermosa que París; por su tamaño, esta torre hará que París suene hasta el este, a través de las estepas heladas, las llanuras ardientes del desierto, a través de los vientos y las mareas; el mundo entero contendrá la respiración durante el descubrimiento de esta torre gigantesca; todo se sorprenderá por la destreza de París.
Finalmente, para la mayor gloria de París; Y así, desde Francia, aquellos que tienen el coraje de atreverse a subir a la cima de esta mujer de acero titánica descubrirán un paisaje sin igual, y podrán admirar nuestra suntuosa ciudad en todo su esplendor, descubriéndola de una punta a otra con su deslumbrante belleza que siempre sorprenderá a las multitudes. Por eso, queridos colegas del esteticismo, me esfuerzo por hacer exitoso este proyecto de titán que necesita el esfuerzo de todos, pero sobre todo, del acuerdo de todos. Nuestro gesto puede ser criticado, pero debe ser alentado, nuestro proyecto debe ser puesto en la admiración de todos los buenos franceses.
Estamos construyendo el futuro.
Estamos construyendo la nueva ciudad de París.
Construimos la torre Eiffel.
Aunque la carta obviamente no logró su intención – cancelar la construcción de la torre- los literatos firmantes no cesaron y posteriormente escribieron y publicaron poemas, artículos y panfletos insistiendo:
«Ese esqueleto de asedio» (Paul Verlaine); «esa trágica farola» (Léon Bloy); «mástil de hierro y sus rudos aparejos, duros, inconclusos, confusos, deformes»» (François Coppée)… Guy de Maupassant la describió como «un esqueleto gigante y desgarbado […]… pirámide alta y flaca de escalas de hierro, esqueleto gigante falto de gracia, cuya base parece hecha para llevar un monumento formidable de Cíclopes, aborto de un ridículo y delgado perfil de chimenea de fábrica» … «un tubo de fábrica en construcción, un armazón que espera ser cubierto por piedras o ladrillos, esta alambrera infundibuliforme, este supositorio acribillado de hoyos» (Joris-Karl Huysmans).
Garnier, quien ya ocupaba un cargo en el comité organizador, envió un comunicado a Eiffel precisando que había firmado la carta antes del acuerdo de que su proyecto era el elegido, pero que ya tomada la decisión se reservaba sus ideas para sí mismo y no se opondría más.
Mientras tanto, Eiffel y su equipo laboraban a todo vapor. Cuarenta dibujantes trabajaban día y noche por turnos para plasmar los diseños de 10 ingenieros. Cuarenta mil piezas de rompecabezas y dieciocho mil módulos semejantes a un mecano se construían en el estudio de Eiffel en el suburbio Levallois-Perret desde antes de concluir las obras de cimentación. Todas las piezas fueron calculadas, diseñadas, cortadas, perforadas, -y algunas premontadas por medio de remaches- antes de ser transportadas a la obra en Campo Marte. Dos tercios de los cerca de dos millones 500 mil remaches que lleva la torre se montaron en la fábrica.
Los cimientos se terminaron de construir en seis meses y el montaje de la estructura metálica empezó el 1 de julio. La velocidad del avance a partir de entonces sorprendía a los parisinos que la veían crecer cada semana que la visitaban, pues la zona se convirtió en un concurrido lugar de paseo.
En diciembre de 1887, mientras el Presidente de la República Jules Grévy fue sacudido y obligado a renunciar por el escándalo desatado cuando su yerno Daniel Wilson fue descubierto recibiendo sobornos a cambio de otorgar condecoraciones de la Legión de Honor, once meses después de iniciados los trabajos, la torre medía ya 70 metros de altura, más de una quinta parte de lo proyectado, y el día 17 estaba lista para enfrentar un momento crucial: unir las cuatro patas en la plataforma que sería la primera planta de 4 mil 415 metros cuadrados. Como las partes fueron preconstruidas, la gran incógnita era si ensamblarían correctamente. Todo era milimétrico. En el sitio, se iban uniendo las partes con mas remaches, instalados por equipos de cuatro trabajadores: uno calentaba el remache, otro lo colocaba en el agujero respectivo con una pinza de horno, y otros 2 martillaban a la par por ambos lados. El remache se enfriaba y se contraía. En la primera fase operaban 40 equipos que colocaban unos 4.200 remaches al día.
El periodista Émile Goudeau visitó la obra y escribió:
“Una nube espesa de alquitrán y de hulla se nos metía en la garganta, mientras un ensordecedor ruido de metal rugía bajo el martillo. Todavía trabajaban en los bulones: unos obreros, encaramados a un saliente de unos pocos centímetros, se turnaban para golpear los bulones (en realidad eran remaches) con sus mazas de hierro. Uno podría haberlos tomado por herreros tranquilamente ocupados en golpear con ritmo sobre un yunque, en alguna forja de pueblo, salvo porque estos herreros no golpeaban de arriba abajo, verticalmente, sino de forma horizontal y como con cada golpe se desprendían chispas, estos hombres negros, agrandados por el fondo del cielo abierto, parecían estar recogiendo relámpagos en las nubes”.
El acoplamiento fue un éxito absoluto. La tarea de los diseñadores, de los fabricantes de los módulos y de los ensambladores había sido perfecta, con precisión absoluta. La noticia fue recibida como una bocanada de aire fresco en el convulso ánimo político del país y el equipo de Eiffel recibió el aplauso de la prensa y la admiración de los parisinos.
Eiffel cobró su primer cheque del gobierno.
La segunda planta, de mil 430 metros cuadrados, se terminó de instalar el 14 de agosto de 1888, a 170 metros de altura. Ya era el edificio más alto del mundo, superando por unos centímetros al Obelisco a Washington. El público estaba maravillado. La prensa se volcaba en halagos por la proeza ingenieril y los críticos que se opusieron con tanta vehemencia empezaban a ser tachados de ridículos.
Eiffel recibió el segundo cheque del gobierno.
Pero un gran reto estaba aún por resolverse: los elevadores.
Elisha Graves Otis hábil artesano y decidido empresario había inventado desde 1853 el freno de seguridad que le dio viabilidad al artefacto. Lo presentó en la Exposición de Nueva York, provocando gran asombro. Contrató al celebrado showman P. T. Barnum y frente a una multitud éste subió a una plataforma elevable y a 20 metros de altura Otis ordenó cortar el cable que la sostenía. La plataforma cayó vertiginosamente 20 centímetros provocando el grito de espanto de los espectadores, pero súbitamente se detuvo al entrar en función automática el freno ideado por Otis.
“Todo a salvo, señores, todo a salvo”, – dijo Elisha alisando su enorme barba con un aire de satisfacción que el público aplaudió con entusiasmo.
Ahí mismo vendió 8 elevadores y 15 más el año siguiente. En 1857 instaló el primero de pasajeros en el edificio de 5 pisos de la exclusiva tienda departamental de Eder V. Haughwout, dotándola de un inédito lujo excepcional. Era famoso que Mary Todd Lincoln acudía como clienta asidua cuando su esposo fue presidente. Sin duda el invento de Otis contribuyó enormemente a las modernas ciudades verticales y transformaría la forma de viajar por un gran edificio y transportar mercancías con el ascensor a vapor.
En la época de Eiffel los elevadores eran impulsados por un gran pistón. Hasta 1986, los pistones funcionaban con tres acumuladores de 200 toneladas cada uno. Entonces se reemplazaron los acumuladores por motores hidráulicos con aceite a alta presión
Sin embargo, al construirla, la torre Eiffel presentaba dos excepciones de alta dificultad, la curvatura de sus patas y la altura.
El primer tema significó que no podían ser simples ascensores verticales, por inclinada y convexa, de manera que en un tramo debían transitar sobre un monorriel soportado en la estructura de las patas. Dos fueron instalados para mover a 50 personas al segundo piso y otros dos, del doble de tamaño y capacidad, más lentos, llegaban sólo al primer piso. Los diseñaron los franceses Roux, Combaluzier y Lepape.
El segundo problema, consistió en que el siguiente elevador debía transitar, ya recto, una distancia de 170 metros hasta la cima, algo que tampoco se había hecho nunca y por la distancia hubiera necesitado un pistón de tal dimensión que dado su enorme tamaño no era posible alojarlo en ningún sitio de la torre. A Leon Edoux se le ocurrió una solución genial. En lugar de una, acondicionó 2 cabinas unidas por un cable con una polea en lo más alto, de manera que cuando una subía la otra bajaba, movidas por el mismo pistón y llevando de contrapeso un gran depósito de agua. Por está función escalonada, aun en la actualidad en la segunda planta hay que cambiar de ascensor. Sólo hay dos en el mundo como el del pilar oeste y el otro está en pilar este. El más joven es de 1964. Circulan a una velocidad máxima de 2 metros por segundo. Se les llamó “ascensores con carretilla porta-pistón y sistema de poleas”, ya que no correspondían a ninguno de los géneros existentes. Los actuales contrapesos de agua a presión llevan más 125 años funcionando y los pistones aun se lubrican con grasa de buey. Fabricarlos e instalarlos requirió mucho tiempo y dinero.
Finalmente, quedaron de la planta baja a la segunda planta, 3 ascensores (pilares Norte, Este y Oeste) disponibles para los visitantes y uno de servicio de montacargas, también situado en el pilar Sur. De la segunda planta a la cima operan 2 baterías de doble cabina.
Con esas soluciones se podría subir desde el suelo hasta la cima en sólo 10 minutos, pero el costo de la obra se había elevado a más de 7 millones de francos y la subvención del estado seguiría siendo la misma. El dilema no era menor. ¿De dónde saldría el dinero? A Eiffel se le habían agotado sus ahorros y los bancos estaban renuentes a inyectar más recursos, salvo que fuera con tasas mucho más altas y nuevas garantías. Las primeras en todo caso se asumirían, pero las segundas, no se veía de dónde pudieran obtenerse.
La solución llegó milagrosamente desde 9 mil 500 kilómetros de distancia. Ferdinand de Lesseps, quien había construido el Canal de Suez, estaba luchando por construir el Canal de Panamá, partiendo de un error. Quiso repetir la hazaña con la misma estrategia que en Egipto, pero Panamá era distinto. En Egipto había trabajado sobre un suelo blando, de arena, plano y de escasa altitud sobre el nivel del mar, cuya dificultad afrontó con mano de obra. Trabajaron más de un millón y medio de obreros. Pero en Panamá enfrentaba la colosal cadena montañosa llamada Cordillera Central, una barrera de roca y piedra caliza de 13.7 kilómetros, con cumbres de más de 3 mil metros sobre el nivel del mar: Barú, 3475 m s. n. m: Fábrega 3335; Itamut 3279; Echandi 3162.
También enfrentó la fiebre amarilla y la malaria que mató a unas 20 mil personas – una verdadera catástrofe- incluidas altos funcionarios de la empresa y sus familias. La primera es causada por un virus del género Flavivirus y la segunda por el parásito Plasmodium, pero ambas se transmiten por picaduras de mosquitos. Como suele suceder en la ignorancia, el absurdo se apoderó de trabajadores y ejecutivos. Los lugareños creían que estas enfermedades eran provocadas por vapores tóxicos que salían de la tierra recién excavada. Se hablaba de “maldiciones” y de que estaban acorralados por “efluvios malignos”. Obviamente se desconocía que la transmitían mosquitos y las medidas fueron contraproducentes. Involuntariamente el propio personal sanitario potenció el número de muertes. En los predios de los hospitales se cultivaban diversas variedades de plantas y flores. Para protegerlas de las hormigas se les ocurrió la idea de construir canales alrededor de los cultivos y llenarlos con agua, canales que rápidamente se transformaron en criaderos de mosquitos. Para mantener alejados a los abundantes insectos rastreros dentro del hospital, decidieron colocar palanganas con agua bajo las camas de los enfermos, que sirvieron para propagar más mosquitos. Quien no entraba con alguna de esas enfermedades, era prácticamente seguro que la contrajera en el hospital.
Otra calamidad que pesó enormemente sobre la obra fueron las interminables lluvias del bosque tropical, ausentes en Egipto.
Panamá era otro mundo, literalmente.
Aunque inicialmente Lesseps conoció la opción de hacer un canal con esclusas en lugar de uno plano, torpemente se decidió por el segundo, amparado en que “ya tenía experiencia”. Lesseps no era ingeniero, sino diplomático y negociante, así que la terca realidad lo obligó a cambiar de opinión luego de enfrentar los fatales impedimentos. Acudió entonces al rey del hierro y el acero para que le ayudara a construir 10 enormes esclusas que no se habían construido jamás. Eiffel aceptó, cotizó caro y exigió pago por adelantado. Algunas fuentes dicen que recibió un anticipo de 70 millones de francos, casi 10 veces el costo de la torre, y otras que 33 millones y, la que parece más fiable, que fue el 25 por ciento de los 70, es decir 17.5 millones de francos. Lo cierto es que no tuvo más problemas financieros y pagó a los bancos por adelantado, aunque nunca llegó a hacer las esclusas, no por su culpa, sino de Lesseps, como veremos más adelante.
Sin embargo, pese a la holganza financiera, en la construcción de la torre no todo sería un día de playa. En septiembre de 1888 Laos, que siempre había trabajado hombro con hombro con Eiffel se reveló y movió al personal a organizar una huelga. Los obreros ganaban los mejores salarios de París en su género, pero trabajaban 9 horas en invierno y 12 en verano los 7 días de la semana.
Los trabajos se suspendieron, lo mismo en Campo Marte que en Levallois-Perret.
Eiffel negoció con serenidad, pero también con firmeza. Se redujeron las jornadas a 9 horas en lugar de 12 y no hubo aumento de salarios, pero sí el compromiso de una atractiva compensación si terminaban a tiempo, como así fue y como así se cumplió.
Me sorprendió encontrar que los trabajadores no contaron con equipos de seguridad como arneses u otros semejantes que los protegieran en las alturas, que ciertamente no se usaban en la época, como también que no hubo ni una víctima mortal de accidentes laborales en la construcción. Pero cuando los huelguistas argumentaron los peligros de trabajar a más de 100 metros de altura, Eiffel los convenció de que era igual de peligroso que trabajar a 50. Argumento falso, ya que a más altura, más fuerte corre el viento.
El 31 de marzo la Torre se estrenó aun sin todos los elevadores funcionando, lo que no importó demasiado a 29 mil personas que aun así adquirieron entradas por dos francos y algunos subieron cientos de escalones para llegar hasta la cima.
Ciertamente, sí estuvieron listos para el 6 de mayo que fue inaugurada la exposición por el presidente Marie Francois Sadi Carnot, prácticamente salvando su mandato. Su presidencia transcurrió con grandes conflictos políticos del 3 de diciembre de 1887 al 25 de junio de 1894, cuando fue asesinado a los 56 años. El presidente Sadi Carnot enfrentó con éxito y valentía múltiples desafíos incluyendo intentos de golpe de estado, como el encabezado por el general Geroges Ernest Jean Marie Boulanger, quien estuvo muy cerca de ocupar Paris, pero finalmente fue derrotado y enviado al exilio, episodio del que Sadi Carnot resultó investido con gran reconocimiento. La Exposición lo cubrió de gloria, le dio una gran proyección internacional y consolidó su liderazgo y su gobierno, obteniendo el respeto de su pueblo.
Por cierto y entre paréntesis, no es en su honor que una calle de la Colonia San Rafael de la Ciudad de México se llama Sadi Carnot, sino de su tio Nicolas Leonard Sadi Carnot, brillante ingeniero y físico, pionero en el estudio de la termodinámica cuyos aportes lo hicieron merecedor al reconocimiento histórico de padre fundador de la termodinámica y que lamentablemente murió muy joven. Es una interesante historia, pues según el sitio Nuevo Mundo Nuevos Mundos esta nominación surgió de un compromiso del gobierno de Porfirio Diaz en 1890 con el de Francia, consistente en designar aquí una calle con el nombre del revolucionario y también científico Lazare Carnot, a cambio de que allá se nombrara a otra con el de Miguel Hidalgo. Por alguna razón, no se cumplió a la letra el compromiso y en su lugar se eligió el nombre de un hijo de Lázare, Nicolás Leonard Sadi Carnot.
El nombre de Lazare Carnot está inscrito con letras en oro en la Torre Eiffel. Matemático ilustre, murió en el exilio y sus cenizas fueron devueltas a Francia y sepultadas solemnemente en el Panteón de París. Es uno de los 72 eruditos que mencionaremos más adelante. Es el 17 del lado oeste.
El arquitecto Garnier asistió a regañadientes a la inauguración de la torre, pero prefirió no subir. Seguía almacenando y alimentando gran resentimiento contra la torre y contra Eiffel, y lo mantuvo de por vida, lo mismo que el perdedor Jules Bordáis. Tampoco se les extrañó.
El libro de visitantes distinguidos fue firmado por un gran listado de personalidades entre las que la prensa destacó a la entonces más famosa actriz de Francia y una de las mujeres más famosas del mundo a fines del siglo XIX, Sara Bernhardt, ( nacida Henriette-Rosine)
de quien se dice que “inventó” para sí misma el estatus de celebridad, gracias no sólo a sus dotes como actriz, directora, empresaria, escultora, ícono de la moda, sino también a su revolucionario instinto para promover su imagen y utilizar a la prensa para crear una marca distintiva, personalidad que tipificaría a la «nueva mujer» del fin de siglo. Su último papel interpretado en el emblemático teatro Odeón fue el de la Reina de España en «Ruy Blas», de Víctor Hugo, una premier a la que asistió el gran autor símbolo de Francia, quien después de la función se le arrodilló y besó su mano. También fue la primera mujer que interpretó a Hamlet, por cierto magistralmente. En ocasión del centenario de su fallecimiento el 23 de marzo de 2023, en el Petit Palais de Paris se inauguró una exposición titulada «Sara Bernhardt: Y la mujer creó a la estrella», cuyo gran éxito demostró que sigue siendo una celebridad.
Los primeros firmantes del libro fueron la Princesa y el Príncipe de Gales, futuro Rey Edward VII, Nicolás Alexander Romanoff, futuro Nicolás II, Jorge I de Grecia, El Sha de Persia Nasereddin Sah Kayar, El Príncipe Balduino, el legendario Buffalo Bill y Tomás Alva Edisson, que significó quizá la visita más apreciada por Eiffel. En esa exposición Edisson dio a conocer sus gramófonos y otro firmante fue Singer que exhibió sus máquinas para coser.
Edison le dedicó un recuerdo que conservó en sus oficinas personales toda su vida:
“Al Sr. Eiffel, el ingeniero y valiente constructor del gigantesco y original espécimen de ingeniería moderna, de parte de quien siente la mayor admiración”.
Eiffel profesaba una gran admiración por los hombres de ciencia y mandó grabar los apellidos de 72 eruditos en letras oro dispuestos sobre el friso de las cuatro fachadas de la Torre, en los entrepaños de las ménsulas que soportan la primera línea de los balcones. Por cierto, las inscripciones desaparecieron al aplicarse una nueva capa de pintura a principios del siglo pasado, pero volvieron a inscribirse entre 1986-87. La mayoría habían sido miembros de la Académie des Sciences de París. No hay ninguna mujer. Sin embargo, no están todos los que Eiffel hubiera querido, debido a falta de espacio. Sólo fueron admitidos aquellos cuyos apellidos son de 12 letras o menos. Así, quedaron excluídos algunos como Étienne Geoffroy-Saint-Hilaire.
Para ver el total de los inscritos y sus disciplinas, visita https://www.maravillas-del-mundo.com/Torre-Eiffel/Eruditos-inscritos-en-la-torre-Eiffel.php#:~:text=Grabado%20de%20pintores%20de%20la%20torre%20Eiffel,-Grabado%20de%20pintores&text=Los%20seis%20nobles%20son%3A%20Borda,%2C%20Chaptal%2C%20Fourier%2C%20Monge. Es la mar de interesante.
La exposición fue un gran éxito en todos sentidos.
Redituó millones de francos en ganancias para el gobierno de la República y más para el de la ciudad, así como miles de contratos para los expositores.
Un innegable acierto político fue desvanecer la idea que la inició, en el sentido de ensalzar la Revolución Francesa, habiéndola relegado a una simple ceremonia en Versalles que apenas fue notada por nadie más que el elemento oficial, y no insistir en el resquemor causado a las monarquías vecinas y distantes. Se le despojó del molesto contenido político, dando el espacio a los avances tecnológicos e industriales.
El mejor informe que se dio a conocer públicamente sobre resultados y utilidades, para mi sorpresa no fue francés, sino español. Lo leyó el Vizconde de Campo Grande, don Ramón Rosé de Jove y Navia Dasmarinas y Arango, regidor perpetuo de Oviedo y Gijón, en Madrid en 1892.
Dijo que “el número de visitantes, que pasaron de veinticinco millones, un promedio de 115 mil al día y el doble los de fiesta, fue el doble de la Exposición de 1878 celebrada también en Paris; rebasó a todas las precedentes que registraron por orden de fechas, como sigue: Londres (1851), seis millones; París (1855), cuatro y medio; Londres (1862), seis; París (1867), nueve; Viena (1872), siete; Filadelfia (1876), diez. Los expositores llegaron a 60 mil superando en 8 mil a los de 1878. Puede calcularse que sólo una tercera parte fueron extranjeros, representados por 48 comités, mientras los franceses lo estaban por 92.
No se escasearon los premios; pues si en la última anterior Exposición Universal de París habían sido premiados la mitad de los expositores, en 1889 los premios alcanzaron a las dos terceras partes, por haberlos extendido a los colaboradores obreros; y de los 965 grandes premios o diplomas de honor obtuvieron 419 los extranjeros; lo que habla muy alto en favor de la hospitalidad francesa; aunque debe advertirse que las medallas de oro y de plata fueron meramente nominales, entregándose todas ellas de bronce.
La única excepción se dio entre los artistas, género irritable, pues rehusaron algunas de las recompensas , disgustados con su jurado especial nombrado por sufragio universal, por lo que proponen algunos en Francia reducir este democrático medio de elección a la mitad de sus individuos, resignados por la moda a soportar la mitad del daño. Resultaron, por tanto, como únicos agravios los de las Bellas Artes, artículos considerados más bien de lujo que de satisfacción del alma en esta edad democrática del mundo.
En todo lo demás los resultados fueron satisfactorios. La Torre Eiffel, cuyo único mérito consiste en sus 300 metros de altura, enriqueció a su autor. Según el proyecto, su presupuesto era de seis millones de francos. El Estado le concedió como subvención un millón y medio , el derecho de ascensión y el de arrendamiento de las diferentes localidades produjo seis millones y medio; lo que hace que Mr. Eiffel haya ganado medio millón en este concepto, más el millón y medio del Estado, más la explotación por veinte años.
El movimiento general del comercio resultó también beneficiado, sobresaliendo la exportación, pues llegó a doscientos setenta y cuatro millones más que el año anterior. Las Compañías de ferrocarriles, por su parte, tuvieron un aumento de ochenta y cinco millones de francos. Pero quien participó más de todas estas ventajas fué, como era natural, la ciudad de París. Su Hacienda municipal, sólo en los artículos de comer y beber tuvieron en los mencionados diez meses un aumento de diez millones sobre igual período del año anterior, aumento a que no se había llegado nunca, millones con los que la ciudad de París cubrió exactamente todos los gastos que la Exposición le ocasionó, que fueron: los ocho millones con que contribuyó a la empresa, setecientos mil francos que gastó en su exposición particular, trescientos mil en socorros é indemnizaciones, y un millón en festejos. Por su parte, los teatros de París ganaron durante la Exposición diez y seis millones de francos, que tampoco habían realizado nunca, ni en las circunstancias más extraordinarias. Según los estados de la policía, se albergaron en los hoteles de París, durante el citado tiempo, cinco millones de franceses y millón y medio de extranjeros. Con sólo atribuir cien francos de gastos totales en París a cada visitante francés, y quinientos a cada extranjero, resultan mil doscientos cincuenta millones de gastos por los albergados en los hoteles, sin contar los que se hospedaron en casas particulares. La población, sin embargo, aunque sufrió con la subida de algunos artículos de consumo, como la carne de primera calidad, la caza, aves, fruta y patatas, no llegó en esto ni con mucho a lo sucedido en 1867; y las legumbres y el pan conservaron su precio corriente, vendiéndose el pan ordinario en las panaderías a ochenta céntimos los dos kilogramos, es decir, bastante más barato que en Madrid. Tales son los resultados económicos de aquel grande acontecimiento de que tan orgullosa se muestra, con razón, la Nación francesa”.
Durante el período de la Exposición, la torre recibió 1 millón 953 mil 122 visitantes equivalentes a casi 12 mil diarios, según la página oficial actual de la torre.
Muy pronto los que seguían despreciándola fueron aborrecidos por el público. Guy de Maupassant uno de los más acérrimos, corrosivos y persistentes críticos, acudía con mucha frecuencia a alguno de sus restaurantes y cuando un periodista lo cuestionó al respecto tuvo una ingeniosa salida: “me gusta el lugar porque es el único punto de la ciudad del que no se ve la torre”, dijo.
Muchos otros poetas le dedicaron alabanzas. Hay cientos de poemas que la elogian y enaltecen, rebasando enormemente al número de quienes en su momento la repudiaron.
Sería imposible reproducir aquí una antología que, por lo demás no se si exista, pero anoto sólo dos.
El más conocido:
Y este de Vicente Huidobro
Guitarra del cielo
Tu telegrafía inalámbrica
atraer las palabras
Como un rosal las abejas
Torre Eiffel
Y es un hervidero de palabras
O un tintero por la noche
En lo profundo del amanecer
Do re mi fa sol si do
estamos en la cima
El pájaro que canta, es el viento.
En las antenas de Europa
Telegráfico viento eléctrico
Torre Eiffel
Aviario del mundo
canta, canta
Gigante tendido en medio del vacío.
Cartel de Francia
dia de la victoria
Se lo dirás a las estrellas
Justo el día después de la inauguración de la Torre, Gustave Eiffel instaló en la tercera planta un laboratorio meteorológico. También tenía pasión por la aerodinámica y llevó a cabo una serie de observaciones sobre la caída de los cuerpos, que lo llevaron a instalar entre 1903 y 1905 un conjunto de dispositivos de caída. Ideó un sistema automático que se deslizaba por un cable tendido entre la segunda planta de la torre y el suelo.
Construyó un pequeño túnel de viento a los pies de la Torre. Entre el mes de agosto de 1909 y diciembre de 1911, realizó cinco mil ensayos y promovió en la torre numerosos experimentos científicos como el péndulo de Foucault, el manómetro de mercurio, estudios de fisiología y conexiones de radio (1898). Finalmente, su función como antena gigante es lo que la salvará de la destrucción, una paradoja si recordamos que “acusarla” de antena fue uno de los insultos que le profirieron sus detractores.
Su concesión de 20 años se tradujo en la mente y los deseos de sus adversarios en la seguridad de que al concluir ese período la torre sería destruida. Pero más aún, insistieron en atentar en su contra antes del plazo y sin descanso.
El arquitecto Charles Garnier, fue uno de ellos. Le guardaba un amargo rencor. En 1894, se lanzó una nueva convocatoria de proyectos –en parte redactada por él– de cara a la Exposición Universal de 1900, que se celebraría de nuevo en París. Los candidatos tenían vía libre para modificar o si lo deseaban destruir la Torre Eiffel. Ningún proyecto –algunos especialmente descabellados– fue seleccionado, y la Torre permaneció intacta entre las espectaculares nuevas instalaciones, como lo fue la sede, el aun en pie Grand Palais.
Pero la historia de Eiffel con la torre no había terminado con el fin de la Exposición.
Él seguiría explotando su obra por 20 años, según lo estipulaba el contrato con el gobierno de la ciudad de Paris, y algunos de sus resentidos adversarios no cederían nunca.
En 1900 publicó dos libros con la historia de su obra maestra, uno anecdótico y otro técnico, que nutren buena parte de este texto.
Así llegó el “Escándalo Panamá”, conocido en todo el mundo.
La Companie Universelle du Canal Interocéanique del necio Ferdinand de Lesseps se había declarado en quiebra el 15 de mayo de 1889 retirándose del proyecto, razón por la cual Eiffel no pudo construir las esclusas y sólo entregaría los planos, diseños y cálculos, que ya valían el anticipo recibido. Nunca fue parte de la empresa ni como socio, accionista o consejero, sino sólo un contratista que recibió un anticipo y nada más.
El 6 de Septiembre de 1892 los periódicos publicaron las primeras revelaciones:
En plena crisis financiera, Lesseps había sobornado a diputados de la cámara francesa, entre ellos el futuro presidente del Consejo de Ministros George Clemenceau, para que cambiaran las leyes e hicieran posible vender acciones entre pequeños inversionistas franceses. El gestor de los sobornos había sido el financista Jacques de Reinach, quien apareció misteriosamente muerto tras la liquidación judicial de la empresa. Había vendido 600 mil papeles de 500 francos y sus poseedores no pudieron recuperar ni un centavo.
La derecha tomó a Eiffel como su blanco. Él se había enriquecido con ese dinero, pues una parte fue a parar a sus bolsillos, mientras miles y miles de franceses habían perdido sus ahorros. No sólo lo acusaron de ser un vil ladrón, sino hasta ¡de ser judío¡
Los judíos eran ya el chivo expiatorio favorito en Europa, prácticamente para todo.
La derecha francesa recordó su segundo apellido, que la familia Eiffel había borrado muchos años antes: Bonickausen, obviamente de origen alemán. Francia había perdido una guerra con Alemania en 1870. La herida aún estaba fresca. Un antepasado de Eiffel había llegado a Francia y se había nacionalizado francés mucho antes, hacía más de 100 años, en época de Luis XV. Pero esa realidad no importaba. Había que aprovechar el escándalo y unirlo a Eiffel. Aunque hoy nos parezca extraño, en aquel entonces se relacionaba en automático alemán con Judío. Así fue hasta la época nazi. Así que, sin problema, revelando el antiguo apellido que llevó algún antepasado, Eiffel pasó a ser alemán y también judío.
El periodista Jaques de Biez publicó:
“Personas bien informadas nos aseguraron que Eiffel vino del otro lado del Rinh con una torre…es nada menos que un judío… Hay ideas que sólo se encuentran en el cerebro de un judío Nadie más que un judío propondría tal empresa
Eiffel respondió: No soy judío ni soy alemán. Naci en Francia, en Dijon, de padres franceses y católicos.
Pero las acusaciones siguieron:
“El héroe de la Torre quiere arruinar a Francia…”
Fue llevado a los tribunales, que lo condenaron por abuso de confianza, acusado de haber pedido de anticipo más dinero del que necesitaba. Lo sentenciaron a pagar 20 mil francos, lo que demuestra que el supuesto delito juzgado era menor, y también a ir a la cárcel. Eiffel peleo en el tribunal de apelación, que eliminó la sentencia sin entrar al fondo, declarando que los hechos eran inadmisibles y extemporáneos, ya prescritos. Pero no lo exoneró ni lo declaró inocente. No recuperó su honor. La gente lo consideró un corrupto y corruptor y también a la torre le fue mal: de 2 millones de visitantes en 1889, bajó a 8 veces menos en 1893, el año de la condena.
Eiffel se retiró de los negocios.
Queriendo hacer leña del árbol caído, una comisión presidida por Jules Bordais, clamaba por la demolición de la torre… había que “deshacerse de ese monstruo”.
Aun le quedaba a Eiffel la mitad, 10 años de concesión según el contrato, y su única obsesión era evitar la destrucción de su obra.
Aislado y refugiado en sus experimentos científicos, en el punto más bajo de sus ánimos, un oficial del ejército de 45 años, Gustave Ferrie, lo visitó sin conocerlo. Ferrie realizaba pruebas e indagaciones sobre lo que el llamaba “telegrafía sin hilo” y después se conoció como Radio. Le dijo que la torre y su gran altura eran ideales para transmitir y recibir señales.
El ejército aún usaba palomas mensajeras.
En pocos minutos de conversación Eiffel ya estaba entusiasmado. No sólo se sumó al proyecto, sino asumió los costos de las pruebas, que el ejército no quería pagar porque no le tenía fé. La primera comunicación exitosa la lograron de la torre al panteón de Paris. En 1906 intercambiaron mensajes con la frontera oriental del país. Un año después, con el norte de África. Cinco años después chatearon con Washington.
El ejército francés no pudo seguir negando la realidad y los informes fueron recibidos con gran entusiasmo. Otorgaron a Eiffel y a Ferrie públicos y efusivos reconocimientos…y también recursos.
La Torre se había salvado.
Más no sólo eso. Se convirtió en lo que ya Eiffel había previsto desde su creación: un insuperable observatorio meteorológico y astronómico, lugar estratégico de observación en época de guerra y sitio idóneo para estudios del viento.
Actualmente es sede de 120 antenas que dan servicio , entre otras, a 6 cadenas de Tv analógicas,18 cadenas de TNT gratuitas, 30 cadenas de TNT de paga y 31 estaciones de radio, lo que le aporta importantes ingresos.
EL PABELLON MEXICANO Y EL DIVINO MANCO
Por supuesto, México también participó en la Exposición. Brilló con un estupendo pabellón, concebido por Don Antonio Peñafiel Barranco, con elementos arquitectónicos y ornamentales adaptados por Antonio M. Anza y otros artistas, destacando su fachada y una serie de magníficos relieves en bronce, trabajados por el joven Jesús Fructoso Contreras que a la sazón estudiaba becado en París por Porfirio Diaz y por los cuales recibió una medalla otorgada por el Gran Jurado.
El Presidente Diaz tenía un especial interés en mostrar al mundo la modernidad mexicana, pero explotando énfasis en nuestro pasado prehispánico y su calidad cultural, arquitectónica y estética. Recordemos que hacía sólo 22 años que el Emperador Maximiliano, impuesto por los franceses, había sido fusilado en el Cerro de las Campanas por órdenes de Benito Juárez y que el propio Víctor Hugo, entre otras voces europeas incluida la del Papá, habían solicitado compasión e indulto. La ejecución de Maximiliano tuvo un gran impacto en Francia y en toda Europa y era primordial que México sacudiera de su imagen el sello de salvajismo que le acarreó aquel hecho. Víctor Hugo ya había muerto el 22 de mayo de 1885, pero el pintor francés Edouard Manet realizó sobre el fusilamiento tres cuadros de gran formato, además de otros pequeños, apenas sucedido, entre 1867 y 1869, que eran ampliamente conocidos en París y en torno al tema se recordó profusamente en la prensa que, en su momento, México también había fusilado a su libertador y primer emperador Agustín de Iturbide.
Diaz destinó recursos y gran voluntad política para que México tuviera una digna participación y lo logró.
Antonio Peñafiel Barranco (1839- 1922) fue un médico, científico y funcionario gubernamental que coordinó numerosos proyectos para indagar y difundir la riqueza cultural, la arqueología, la historia natural, la medicina, la arquitectura y otras temáticas y las características de la población de México, destacando sus aportaciones al estudio y documentación de la diversidad lingüística del país. Vivió de cerca los conflictos de México durante la segunda mitad del siglo XIX, sirvió como médico militar durante la intervención francesa, y formó parte de una generación de eruditos que profundizaron en las características pasadas y presentes de un país que buscaba integrar tradición y modernidad en su identidad y en sus políticas públicas. Bajo estos conceptos enfocó con entusiasmo la participación de México en la Exposición de 1889.
Antonio M. Anza es uno de los ingenieros civiles más destacados en el México del fin del siglo XIX. Diseñó y construyó obras importantes, tuvo una relevante participación en la construcción del Ferrocarril Mexicano, especialmente en el tramo de las Cumbres de Maltrata e instaló el primer laboratorio mexicano de ingeniería civil. También arquitecto, sus estudios de arquitectura e ingeniería son y fueron ejemplares para su época.
Jesús Fructuoso Contreras Chávez, un reconocido escultor mexicano nacido en Aguascalientes a quien Jules Claretie, quien presidía la Academia Francesa, llamó «el escultor más relevante de la escuela mexicana», fue y es muy famoso por algunas de sus obras como algunas esculturas del Paseo de la Reforma, varios magníficos relieves en bronce, las efigies de Cuauhtémoc, Cuitláhuac, Cacama, Netzahualcoyotl y otros héroes y divinidades prehispánicas que se hicieron precisamente para la exposición de París y que aún se exhiben en la capital de Aguascalientes y en Ciudad de México en el Museo del Ejército y en el Jardín de la Triple Alianza, ambos en la calle de Filomeno Mata del Centro Histórico.
También es de su autoría la icónica escultura Malgré Tout, (a pesar de todo) , bellísima pieza de 60 cm alto x 173 cm largo x 69 cm ancho que realizaría años después, en 1898, y que ocupa un espacio distinguido en el MUNAL. Desde principios de la década de 1920, y durante 60 años, estuvo emplazada en la Alameda Central hasta 1983, cuando fue llevada al museo y reemplazada por una réplica . Por esta pieza le fue otorgada a Jesus Fructoso Contreras el Gran Premio de Escultura y la Cruz de la Legión de Honor de la República Francesa.
Vale la pena distraernos un instante para comentar brevemente un extendido mito sobre esta obra y su origen. Contreras acudió de nuevo a París en 1898, como Comisionado General de Bellas Artes para representar a México en la Exposición Universal de París de 1900, pero también para buscar una solución médica al cáncer que le carcomía su brazo derecho. El diagnóstico fue que la única solución era la amputación, que efectivamente se realizó el 24 de mayo de 1898. Desde entonces sus colegas le llamaron “El Divino Manco”. El caso es que el poeta nayarita Amado Nervo, quien también viajó a París para cubrir la Exposición Universal por parte del periódico El Imparcial, se sintió tan conmovido por el reconocimiento de su compatriota y por la amputación de su brazo, que escribió un panegírico en el que señalaba que Contreras había esculpido la figura en mármol con una sola mano, aunque esta historia fuera falsa.
Nervo escribió:
“El artista venía a París con el brazo derecho atormentado por terrible dolencia […] Contreras venía a operarse, a dejar un pedazo de sí mismo […] y acaso morir, con la mirada fija en las pizarras, azul como la ilusión, amparadora de aquella casa de otro tiempo… La ciencia empero acertó esta vez. Salvó al escultor, ¡pero de qué ruda manera!, pidiéndole como tributo el brazo derecho. ¡Qué ironía tan inmensa! A un enamorado de su arte, arrebatarle el supremo instrumento de ese arte. Otro cualquiera habría buscado la resolución del problema en el suicidio. Contreras fue superior a su desgracia. Su primer figura esculpida con una mano, y que representaba una enorme suma de trabajo, fue el Malgré tout, símbolo conmovedor de su orgullosa manquera.”
El público de entonces lo creyó y el mito ha perdurado hasta nuestros días. Es una hermosa leyenda, pero es falsa.
Contreras recibió una pensión de Porfirio Diaz por la pérdida de su brazo.
En 1900, su amigo, el compositor Manuel M. Ponce, le dedicó una pieza para piano, también titulada Malgré tout, una danza habanera para la mano izquierda.
A Contreras el cáncer le arrebató la vida el 13 de julio de 1902.
Volvamos a 1889.
El Pabellón de México estuvo ubicado en un espacio privilegiado al oeste de la Torre Eiffel y medía 70 metros de largo, 30 de fondo y 15 de alto. Peñafiel elaboró el concepto decorativo con un lenguaje iconográfico destinado a mostrar la estabilidad del gobierno, la exuberancia de la naturaleza mexicana y nuestro pasado histórico, dando validez a la incorporación del país al mercado internacional. Contreras realizó un excelente trabajo escultórico para expresarlo. Contrastó con lo expuesto por otros países latinoamericanos que contrataron para su participación a arquitectos franceses que, lamentablemente, no lograron ocultar su desconocimiento de las naciones que representaban.
El pabellón mexicano lucía una portada que incluyó los nichos de seis deidades prehispánicas de origen nahuatl y seis gobernantes de la Triple Alianza:
Tlaloc, dios de la lluvia y la fertilidad, con su brazo izquierdo sostiene un jarro del que sale agua y con su brazo derecho una serpiente
Centeotl, diosa del maíz y los alimentos, representada con un penacho de plumas de quetzal, sosteniendo un par de mazorcas
Chalchihuitlicue, la de la falda de jade, diosa del agua, las fuentes, los ríos y los manantiales, así como las tempestades y los remolinos. En el alto relieve de Contreras lleva una corona de plumas que despliega un manto ondulante, semejando una cascada.
Camaxtli, dios de la caza, lleva un arco en su brazo derecho y de su torso cuelga un conejo, mientras en el otro brazo, una canasta.
Xochiquetzal, preciosa como una flor, diosa de la belleza y de las artes. En el relieve de Contreras abundan las flores, en sus ropas, en su cabeza y en sus manos, y bajo sus pies una planta de la que parece brotar.
Yacatecuhtli, dios del comercio, lleva un tocado con el emblema del sol radiante, un largo callado o quizá un remo, jarreteras, brazalete, largos aretes, y parece estar de pie sobre el agua.
Ocupando nichos centrales:
Nezahualcoyotl, el coyote ayunador y fundador de la Triple Alianza, luce elegante con la mano derecha en el corazón y la izquierda alzada y danzante, en pose de cantor, pues era poeta, ingeniero, arquitecto y fue el símbolo de la sabiduría
Izcoatl, la serpiente de obsidiana, sostiene una lanza que es a la vez bastón de mando, Gran Tlatoani, sacerdote y reformador religioso que encabezó la recreación de conceptos cosmogónicos y cosmológicos sustentables del origen mítico mexica junto con Tlacaelel, tales como el origen de Aztlán y la Leyenda de los Soles; luce su fuerte musculatura, una capa ondulada y penacho. Es uno de los llamados “Indios Verdes”, escultura de la CdMx.
Totoquihuatzin, Tlatoani de Tlacopan, también co-creador de la Triple Alianza o Imperio Mexica y gran elector de tres Huei Tlatoanis. Es uno de los que se pueden apreciar en el pequeño Jardín de la Triple alianza, de Filomeno Mata y Tacuba.
Cacamatzin, Tlatoani de Texcoco, pensador y poeta, hijo de Nezahualpilli y por lo tanto nieto de Nezahualcoyotl y por lo tanto bisnieto de Ixtlixochitl, también sobrino de Moctezuma Xocoyotzin. Enfrentó a Cortés, convocó a otros gobernantes a sublevarse pero Moctezuma lo denunció. Llamó “gallina” al huei tlatoani Moctezuma. Fue otro al que le quemaron los pies.
Cuautlahuac, (que no Cuitlahuac, como ridiculizó su nombre La Malinche por significar “excremento que flota”) Águila sobre el agua, penúltimo Huei Tlatoani mexica, señor de Iztapalapa, hermano de Moctezuma a quien sucedió. Hizo la guerra a los invasores españoles y los obligó a huir de Tenochtitlan en la llamada Noche Triste. Su gobierno duró 80 días, pues murió víctima de viruela.
Cuauhtémoc, Águila al ataque, fue el último Huei Tlatoani. Murió asesinado por orden de Cortés cuando era su prisionero en Las Hibueras. En México es el símbolo del heroísmo y la resistencia ante la invasión española.
Todas las esculturas labradas por Camarena aún perduran y pueden ser vistas por el público.
En México existen dos obras realizadas por Eiffel: el Puente del Albarradón de Ecatepec que sirvió durante 80 años para comunicar dos tramos del Gran Canal del Desagüe. Porfirio Díaz ordenó construir el puente ferroviario en los talleres de Gustave Eiffel .
Muy cerca de la torre Eiffel y del Pabellón mexicano de 1889, el ardido arquitecto Garnier desplegó una costosa exhibición de viviendas de decenas de pueblos originarios de distintas partes del mundo e incluyó un par de supuestas “casas aztecas” . Muchos países se quejaron de que sus habitaciones fueron deformadas o falseadas, lo que aumentó el enojo del célebre arquitecto.
LOS RESTAURANTES
Los primeros restaurantes de la Torre Eiffel se instalaron desde sus inicios. Eran cuatro pabellones de madera construidos por Stephen Sauvestre que ocupaban la plataforma del primer piso y se alumbraban con luces a gas. Cada uno tuvo capacidad para 500 personas.
Con vista hacia Trocadéro estaba un bar llamado «Flamand» (flamenco) donde se sirvió cocina de Alsacia, con camareros ataviados con los trajes regionales de esa zona ubicada al noreste de Francia, en la frontera con Alemania y Suiza.
Entre los pilares este y norte, se ubicó un restaurante con especialidades de comida rusa, que fue muy criticado por los parisinos “gourmet”, pero muy concurrido por los visitantes.
Entre los pilares Sur y Oeste un bar anglo-americano regentado por ingleses, era la última moda.
Y con vista a Champ de Mars, se mencontraba Brébant, orgullosamente francés, el más elegante de los cuatro que gozó de la fama de ser uno de los restaurante más chic de Paris. Les escargots y Le homard fueron las especialidades más solicitadas.
Las cocinas se encontraban bajo la plataforma, hasta 1900.
Los cuatro fueron demolidos para la Exposición Internacional de 1937 y sustituidos por dos, el ruso y el flamenco, cuya construcción estuvo a cargo del arquitecto Auguste Granet, casado con la nieta de Gustave Eiffel.
A principios de los años 80, estos restaurantes fueron remplazados por obras de gran envergadura para alojar a los flamantes «La Belle France» y «Le Parisien», dos excelentes lugares de encuentro para gourmets que se transformaron en 1996 en un gran café-restaurante. Decorado por Slavik y Loup, este lugar, inspirado en la temática de un dirigible, toma el nombre de Altitude 95, en referencia a su ubicación a 95 metros sobre el nivel del mar. Fue completamente remozado en 2008 y reanudó operaciones en 2009.
Una de las dos grandes estrellas de la actualidad es Madame Braseerie, en el primer piso, con excelente atención en francés, inglés y español. Las creaciones del chef parisino Thierry Marx combinan la excelente comida con un magnífico ambiente elegante e informal. Se recomiendan el “Menú Gustave” de 3 platos o el Menú degustación “Grande Dame” de 4 platos. Puedes elegir excelentes vinos y champañas. El cubierto cuesta 130 Euros.
En 1983 se concluyó la construcción de un restaurante de alta cocina, en la segunda planta de la torre, llamado Jules Verne. En él los clientes disfrutan de un acceso preferente mediante un ascensor reservado en el pilar Sur. Su actual cheff, Frédéric Anton, quien ha recibido 3 estrellas Michelin, es una de las figuras más brillantes de la nueva generación de chefs franceses, enfocado en gastronomía refinada y gráfica con notable sentido de la estética, creando en sus composiciones platos que interactúan con la arquitectura de la torre. Lugarsazo imperdible en tu próxima visita. El precio del cubierto es de 180 euros, más las bebidas.
Échale un ojo: https://www.restaurants-toureiffel.com/en/jules-verne-restaurant/the-menu.html
Si tienes poco tiempo, andas en shorts y prefieres comida rápida, en la cima de la Torre el Bar à Champagne te propone una experiencia exquisita: una copa de champán mientras disfrutas del panorama parisino. Abre al mediodía y cierra a las 10 pm.
Los alimentos que sirven todos los restaurantes se almacenan y preparan fuera de la torre, en un local subterráneo acondicionado en Campo Marte. Dentro de la torre está prohibido el fuego, sólo se calientan con energía eléctrica.
El teatro que existió durante décadas, lamentablemente ya no existe . Pero en 2014 se construyó un Nuevo edificio dentro en la primera planta con piso transparente que permite sentir que se flota a 60 metros del suelo.
LAS RÉPLICAS
La Torre Eiffel es también, como dijimos al inicio, el monumento más replicado del mundo. Hay más de 70 de 50 metros o más y las de menos son incontables.
Una de ellas, la Torre de Radio de Japón, en Tokio, es más alta, pues mide 332.9 metros y es la segunda estructura más alta de Japón, sólo superada por la Tokyo Sky Tree, de 634 metros. Construida en 1958 su altura se determinó en función del alcance que necesitaban las cadenas de televisión para transmitir a toda la región de Kantō, unos 150 kilómetros a la redonda. Tachū Naitō, la diseñó buscando que pueda soportar terremotos de una intensidad doble que la del gran sismo de Kantō de 1923 y tifones con vientos de hasta 220 km/h. Aun cuando es ligeramente más alta que la Torre Eiffel, no luce tan estética ni con personalidad tan recia, quizá porque es una celosía más ligera, de sólo 4 mil toneladas de peso, mientras la Torre Eiffel pesa 7 mil 300. Su historia es muy interesante y algún día hablaremos de ella. La Torre Eiffel mide actualmente 330 metros, desde el 22 de marzo de 2022, cuando ganó 6 metros al serle instalada una nueva antena para radio digital, por lo que esta réplica japonesa es casi 3 metros mas grande.
Le sigue la de Las Vegas, en el “complejo Paris”, que mide 165 metros. Se encuentra en el hotel y casino Paris Las Vegas, inaugurado en 1999, 110 años después de la inauguración de la original.
No podía faltar una célebre réplica en la Ciudad de las 100 Torres, la sin igual Praga, donde está quizá la más antigua. De 63.5 metros, conocida como La Torre Petřín, fue erigida por el Club de Senderismo Checo en 1891. Por cierto, eso de la “ciudad de las 100 torres” es simplemente un decir, pues en realidad el número real de cúpulas, torres, torretas y campanarios de Praga suman más de mil.
Gran orgullo es una de 58 metros en Gomez Palacio, Durango. Es la más alta de latinomérica y fue un regalo a la comunidad lagunera del empresario y entonces cónsul honorario de Francia en La Laguna, Christian Collier de la Marliere, quien también donó las réplicas del Arco del Triunfo en Torreón, Coahuila, así como el Obelisco llevado de Egipto a Paris, en Lerdo, Durango, inaugurado el 2019. Fueron estos generosos y bellos regalos una forma de expresar gratitud a la tierra que lo acogió y se convirtió en su segunda patria. Su familia también participó en la construcción de otra “pequeña Torre Eiffel” en la colonia Torreón Jardín, entregada a los residentes en 1993.
En Slobozia, Rumania, hay otra de 50 metros y de la misma estatura una más en Pairzh, Rusia. Hay 3 en Alemania, otra en Sofía, Bulgaria, en Zhenzhen, China y mushísimas más, todas con una historia mayor o menormente interesante.
No existe, que yo sepa, un catálogo que las enliste a todas, que seguramente suman cientos.
Recién hecha, la Torre Eiffel pesaba en total 10 mil 100 toneladas, de las cuales 7 mil 300 corresponden a la estructura metálica. Está compuesta por 18 mil 38 piezas de hierro y como ya dijimos, 2 millones 500 mil remaches.
Tuvo un costo total de construcción de 7 millones 799 mil 401 francos, por supuesto en precios de 1889. El franco francés fue sustituido en su circulación a partir del 1 de enero de 2002 por el Euro. Ese día yo estaba en Paris con mi esposa Lucy y el cajero automático me entregó euros a una tasa de cambio de 1 por 6. 55 francos, equivalentes a 86 centavos de dólar. Actualmente, a su valor numismático, una moneda de 20 francos de 0.19 onzas de la época en que se construyó la torre se cotiza en poco más de 515 euros.
Inicialmente la Torre Eiffel fue roja, color logrado con un revestimiento de 60 toneladas de óxido de hierro y aceite de linaza. Luego tuvo otra época de amarilla. Hoy es ligeramente dorada.
Se abrió al público por un precio de 2 francos los domingos ( unos 30 euros actuales) y 5 entre semana; caro, pero la gente se peleaba las entradas.
Algo que pocos saben es que la torre se mueve en la cúspide debido a condiciones meteorológicas y al sol. Aunque está diseñada y construida para soportar vientos fuertes, se balancea y vibra durante las tormentas. Por eso se cierra, por seguridad, cuando los vientos superan ciertos límites. Por su parte, el sol hacer que la torre se incline y se expanda. En un día soleado, de los que escasean en Paris sobre todo en invierno, la torre puede moverse en un círculo hasta de 15 centímetros de diámetro y un día muy caluroso puede crecer hasta 15 centímetros por la dilatación térmica, es decir, el calor provoca que los átomos en la estructura de hierro vibren más rápidamente y se separen ligeramente, incrementando el tamaño de la torre, que , al bajar la temperatura, vuelve a su tamaño “normal”. Del mismo modo, un día de invierno, cuando más cala el frío, la torre se contrae y su tamaño pierde algunos milímetros. Por supuesto, estos cambios son naturales, no afectan la solidez de la estructura y tampoco son perceptibles ni representan riesgo alguno para los visitantes.
Por la gran tormenta que azotó a Europa en 1999 con vientos de 217 kilómetros por hora y causó mas de 60 muertos, la torre solo se torció 7 centímetros en la punta.
El fierro pudelado original es mucho mas resistente que el acero moderno, lo cual se ha hecho notorio en las reparaciones que han incluido secciones nuevas hechas con acero.
Sin embargo, se han detectado pequeñas grietas por lo que se monitorea permanentemente con ojo microscópico. Una de las áreas delicadas en la pintura. Eiffel avisó en su momento que lo más importante sería identificar y detener la propagación del óxido para mantener su longevidad y sugirió que sería necesario pintarla cada siete años: «La pintura es el ingrediente esencial para proteger una estructura metálica y su única garantía de longevidad. Lo más importante es prevenir el inicio de la oxidación». Por supuesto, si la pintura se renueva adecuada y periódicamente, la torre puede durar indefinidamente. Pintarla cada 7 años ha sido una política sostenida desde siempre. En 2014, una empresa experta en pintura encontró que la torre tenía grietas y oxidación. El informe señaló que solo el 10% de la pintura más nueva estaba adherida a la estructura. ciertamente, cada capa nueva se adhiere menos o con mayor dificultad , pues pintar sobre pintura vieja empeora la corrosión.
En ocasión de los juegos olímpicos se encendió una voz de alarma. La revista francesa Marianne publicó lo que identificó como” informes confidenciales filtrados” sugiriendo que la torre necesita una reparación completa, pero en cambio solo se le dio una “lavado de cara” consistente en una capa de pintura de 60 millones de euros. Fue la vigésima ocasión que se pintó y podría ser no sólo la más cara, sino también muy deficiente. Otro informe conocido en 2016 encontró 884 fallas, incluidas 68 que representaban “un riesgo para la durabilidad de la estructura» por oxidación que penetraba en la estructura.
Pero Sete, “Société d’Exploitation de la Tour Eiffel” la empresa que gestiona y supervisa el cuidado de la torre y que es propiedad del ayuntamiento, como la torre misma, ha rechazado dichos informes “por alarmistas” y no tiene intención de cerrarla. Los críticos aducen que la negativa se debe a los ingresos turísticos que genera que se calculan en 52 millones de euros al año, sólo en tickets de acceso. Pero al ayuntamiento afirma que, precisamente, ese es un factor por el que se le da el mantenimiento adecuado. Lo cierto es que pronto, quizá este año o el próximo, algunas áreas deberán cerrar para repintarla, aislándolas, pues el sólo “raspado” podría contaminar los cielos de París. No se ha informado cuánto tiempo tardarán en repintarla completa.
Quizá el momento más odioso que ha vivido la Torre Eiffel fue cuando, al inicio de la ocupación alemana de Paris la visitó Hitler acompañado de una veintena de criminales. Quiso subir hasta la cima, pero los trabajadores sabotearon los ascensores y su cuadrilla de generales no supo cómo operarlos, de manera que sólo pudieron tomarse esta foto maldita, que nunca debió suceder.
La Torre Eiffel de Ventana del Mundo es una réplica china de la Torre Eiffel ubicada en la ciudad de Shenzhen. La torre, inaugurada en 1993, es una de las principales atracciones turísticas de Window of the World, un parque temático que ofrece algunas réplicas de edificios del mundo y sitios de atracciones principales. Se encuentran cerca de las pirámides y el Taj Mahal. La torre se parece mucho a la original de París excepto por la altura de 354 pies.
LA ILUMINACION
En 1889 ya había surgido la idea de iluminarla Se hizo utilizando quemadores de gas colocados en globos de cristal que se encendian de noche. Un faro se usó para proyectar los colores de la bandera de Francia
En la exposición de 1900, la iluminación pasó a ser totalmente eléctrica y se instaron y encendieron 5 mil focos.
En 1985, se instalaron 336 lámparas de sodio que le dieron un tono amarillo anaranjado.
En 1889, la noche de su inauguración, se iluminó con 10.000 lámparas de gas y un faro tricolor.
En 1900, se pasó a la iluminación eléctrica con 5.000 bombillas.
Entre 1925 y 1936, André Citroën instaló 250.000 bombillas de colores para que se viera la palabra «Citroën» a 40 km de distancia.
En 1933, se instala un reloj de 15 metros de diámetro con agujas iluminadas de diferentes colores. El espectáculo terminó en 1936, por considerarlo demasiado costoso.
En 1937, en el marco de la Exposición de las artes y las técnicas, André Granet viste la Torre con 10 kilómetros de tubos fluorescentes de multiples colores. Treinta proyectores se utilizan para iluminar el cielo y las fachadas de la Torre brillan con una luz blanca mientras los entramados reflejan colores dorados, rojos y azules..
En 1978, para Navidad, se convirtió en un gigantesco árbol iluminado.
Uno de los mayores eventos esperados fue la iluminación para el año 2000, cuando se instalaron 20 mil flashes destellantes. Las fotos y videos aparecieron en todos los periódicos y noticieros del mundo, incluidos China y los países musulmanes.
En 2004, se iluminó de rojo para el Año Nuevo Chino.
En 2006, se iluminó de azul para representar los colores de Europa.
En 2014, se iluminó de rosa para la lucha contra el cáncer de mama.
Citroën la adoptó como imagen publicitaria y la iluminó en 1925 con 250 000 lámparas de diferentes colores. Las fotos nocturnas aun salían difusas. La palabra Citroën pudo verse a más de 40 kilómetros por tres flancos de la torre.
La Torre Eiffel sigue siendo el edificio más alto de Paris y de toda Francia. Durante décadas, por ley no se debieron construir edificios de más de 100 metros, pero luego de relajada la norma para las afueras de Paris, los franceses siguen detestando las construcciones altas.
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MICHELLE CASMONA historiadora .- 2ª.toma de apuntes
Netflix
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https://racmyp.es/wp-content/uploads/2023/06/1151943822923.pdf
Periódico Le Figaro
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la revista francesa Marianne haya publicado varios informes confidenciales
https://adarvegranadino.weebly.com/blog/la-torre-eiffel