India y Pakistán son dos vecinos con heridas históricas y ojivas nucleares: en un escenario de creciente hostilidad, el mundo vuelve a mirar con temor hacia el sur de Asia. La frontera de ambos países, viven momentos de creciente tensión, en un conflicto que se inicio con el desprendimiento de Pakistán de la India, desde la independencia de ambos del dominio inglés.
La tensión entre India y Pakistán ha adquirido un tono ominoso, uno que resuena con ecos del pasado pero con riesgos que ahora tienen un potencial devastador sin precedentes. Un nuevo ataque en la región disputada de Cachemira ha desatado una oleada de amenazas cruzadas entre estas dos potencias nucleares, mientras la comunidad internacional observa con nerviosismo el desarrollo de los acontecimientos.
Desde su independencia compartida y traumática en 1947, los dos países han protagonizado múltiples guerras, escaramuzas fronterizas y una carrera armamentística que hoy pone en jaque no solo la estabilidad regional, sino la seguridad global.
En el centro de este conflicto latente se encuentra un arsenal atómico que, aunque jamás ha sido empleado en combate, ha sido esgrimido con frecuencia como un argumento disuasivo en momentos de crisis.
India fue la primera en abrazar la capacidad nuclear, realizando su primera prueba en 1974 bajo el nombre de “Smiling Buddha”. Su doctrina oficial durante décadas ha sido la de No First Use (NFU), una promesa de no usar armas nucleares a menos que se sufra un ataque previo.
Sin embargo, desde 2019, voces dentro del gobierno indio han sugerido una posible revisión de esta política, especialmente en el contexto de incidentes como el reciente atentado en Pahalgam. Hoy, se estima que India posee aproximadamente 172 ojivas nucleares, y cuenta con capacidad de lanzamiento terrestre, aérea y submarina, lo que le otorga una triada nuclear completa.
Pakistán, por su parte, ingresó al club nuclear en 1998, como respuesta directa al desarrollo armamentístico indio. Su postura, a diferencia de la de India, nunca ha abrazado una política de No First Use.
En cambio, Islamabad ha optado por el despliegue de armas nucleares tácticas, diseñadas para ser usadas en el campo de batalla como contrapeso a la superioridad convencional india. Actualmente, se estima que Pakistán cuenta con unas 170 ojivas nucleares, aunque proyecciones independientes sugieren que esa cifra podría alcanzar las 250 para 2025, si se mantiene la actual tasa de desarrollo armamentístico.
Más allá de los números, lo alarmante es la fragilidad de los mecanismos de control en ambos países. Mientras India tiende a mantener sus armas bajo control militar centralizado, Pakistán ha optado por un modelo en el que los misiles y las ojivas están almacenados por separado, supuestamente para dificultar un lanzamiento impulsivo.
Sin embargo, esta segmentación no reduce el riesgo: una escalada rápida o un error de cálculo podría llevar a un ensamblaje relámpago con consecuencias catastróficas.
Un estudio realizado en 2019 por investigadores de la Rutgers University advirtió que un conflicto nuclear limitado entre India y Pakistán podría provocar hasta 100 millones de muertes inmediatas, con la posibilidad de desencadenar un invierno nuclear que afectaría a más de dos mil millones de personas por hambruna global.
La advertencia no es especulativa, sino científica: estudios sobre el impacto climático de una guerra nuclear respaldan estos sombríos cálculos.
El desequilibrio militar convencional también entra en juego. India dispone de más de 1.2 millones de soldados activos y una reserva de otros 1.1 millones, frente a los 560,000 efectivos activos y 550,000 en reserva de Pakistán.
Esta diferencia se repite en casi todas las ramas: en tanques, artillería, submarinos o aviones de combate. Pero la clave, según los expertos, no está solo en el volumen, sino en la estrategia. Pakistán concentra casi todas sus fuerzas frente a India, mientras que Nueva Delhi divide sus recursos también hacia su frontera con China.
Si bien la disparidad existe, Pakistán ha diseñado su fuerza militar para no quedar fuera del juego estratégico. Esta dinámica de equilibrio tenso ha sido suficiente para evitar guerras a gran escala desde 1999, aunque los conflictos menores y ataques transfronterizos continúan siendo frecuentes.
La retórica incendiaria, sin embargo, está alcanzando nuevos niveles. El ministro pakistaní Attaullah Tarar ha acusado a India de preparar un ataque inminente, mientras funcionarios indios insisten en la necesidad de una respuesta contundente. La posibilidad de una escalada que se salga del control de ambos gobiernos no es solo un temor diplomático, sino una preocupación estratégica.
Mientras el mundo sigue de cerca los últimos movimientos de tropas, las palabras y los gestos diplomáticos adquieren una importancia vital. En un contexto donde los misiles tienen más protagonismo que los acuerdos, la única defensa real podría estar en la cautela.
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