¿Cuáles son las cuestiones más urgentes que debemos exigir a los candidatos? No hay que alarmarse si muchos escenarios de la política mexicana actual parecen más un circo de tropiezos en público, acusaciones y chismes entre personajes.
Lamentablemente estos mismos escenarios carecen de sustancia o de una ideología clara que vaya más allá de la izquierda y la derecha. Lo que hay son proyectos de sociedad limitados, abstractos cuando no ambiguos. Lo que hay son precampañas y campañas presidenciales que construyen más bien a personajes para concursos de popularidad que a líderes o figuras representativas de la mayoría.
Es necesario poner los pies en la tierra y entender que esa es la política mexicana. No hay mucho que hacer al respecto. Indignarse es oportuno pero es apenas el principio. Mientras en el circo aparecen los animales, los malabaristas y los repartidores de pan; los gobernados, es decir, los que mantienen al sistema con sus impuestos y su fuerza de trabajo, deben asumir la conversación que no se propicia o que se propicia poco desde las candidaturas. Hay poco material que proviene desde ellos y ellas, pero hay. ¿Cuál es ese material, poco o mucho, que debe conquistar la conversación pública? ¿Cuáles son las cuestiones más urgentes que deben discutir a profundidad las candidaturas?
Estos asuntos no son complicados de descifrar. La conversación sobre seguridad pública es común pero hay que sobrepasar la superficie. No hay que dejar de poner atención a la resolución que dará la Corte Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) a las impugnaciones hechas a la recientemente aprobada Ley de Seguridad Interior (LSI). Impugnaciones hechas desde algunos partidos como el Partido Movimiento Ciudadano, pero también desde la CNDH y el INAI. Se apela a la naturaleza inconstitucional de dicha ley. Y dado que el Ejecutivo le dejó toda la responsabilidad a la SCJN es de vital importancia atender a lo que se discuta en dicho organismo. Esta corte desechó el pasado 24 enero la impugnación hecha desde el partido político antes mencionado.
Es difícil vislumbrar que esta ley continúe tras en el siguiente sexenio, aún en el escenario de la victoria del PRI o el PAN (sus principales promotores en el senado y la cámara). El continuismo, en términos de proyecto político, no caracteriza a los cambios de sexenio. Algunas cosas se mantienen, pero la constante es que no hay mucha constante. A pesar de esto no hay que ignorar lo cerca que está la LSI de aplicarse e ignorar la situación al confiar que el siguiente presidente la deseche por completo. Incluso aunque entre en vigor por un período reducido (seis meses o menos), la cantidad de poder que atribuye la LSI al Ejecutivo y a las Fuerzas Armadas es tal, que el desastre y los atropellos estarán ahí, sin duda. Esta ley, por todos lados, es inadmisible y cualquier partido o candidatura que le dé el visto bueno o que lo apruebe por omisión, es irresponsable y partidario del autoritarismo militarizado. Hay que llamarles por lo que son.
¿Cuál es la otra salida? ¿Una política que propone una especie de «conciliación» como lo ha sugerido AMLO? ¿Impulsar de una vez por todas políticas que mitiguen los motivos del crimen organizado, como la legalización general de la marihuana? Lo cierto es que en materia de seguridad, el clima es muy poco alentador. Hay análisis que sugieren que puede tardar décadas en revertirse esta tendencia de crimen e inmensa violencia, puesto que los organismos de seguridad pública, las instituciones y el sistema penal se prestan para que se perpetúe por muchos años esta avalancha de violencia y muerte. No hay que permitir que la desesperación y la tristeza vuelvan admisible el autoritarismo militarizado.
Otro tema que urge conversar es la corrupción. Tema que a veces da flojera. Tópico que suena a cliché en México y que su presencia se ha naturalizado en exceso. Aceptada como elemento de la naturaleza de la sociedad mexicana y tildada de defecto incorregible. Una de las cruces permanentes los mexicanos. No podemos simplemente hartarnos y dejarlo a un lado. Existen maneras. Hay ejemplos, como el de Brasil, que demuestran que la corrupción aunque difícil de evadir, sí que es castigable. Es un asunto que entintará a las elecciones de 2018.
Evidencia de esto es la «Caravana por la Dignidad», que recrudeció la insostenible imagen del Ejecutivo, del candidato oficial y del PRI. La reacción de Meade ha sido la promesa perseguir y castigar a la corrupción y las risas estallaron a lo largo y ancho del país ¿Cómo creerle cuando a principios de 2018 este mismo personaje reaccionó torpemente a un artículo de Sin Embargo que sugería posibles conexiones con triangulaciones de recursos a instituciones educativas? ¿Cómo creerle cuando su candidatura se cristalizó con el «dedazo» de Peña Nieto? Para carcajearse.
La misma cuestión hay que pensarla hacia el favorito de no pocos, AMLO. ¿De verdad perseguirá la corrupción en México cuando Morena está aceptando militantes del mismo sistema que critica? ¿Cómo diantres creerle a AMLO cuando le da la bienvenida a René Bejarano (quien no finalmente no se incorporó) y a elementos del PVEM?
No podemos ignorar que la estrategia electoral facilita estas extrañas movilizaciones (como la alianza PRD y PAN por ejemplo). Y aunque gustamos de pensar en los partidos como contenedores de ideología, la verdad es que son organizaciones que se dedican a la lucha por el poder y que aspiran a gozar de una identidad política auténtica, en el mejor de los casos.
Seguridad y corrupción son, a mi parecer, las grandes conversaciones que se deben emprender cuando nos enfrentemos a los partidos y a los candidatos. Y son estos dos, porque una propicia a la otra. Una alimenta a la otra. Es cierto que hay que madurar y entender que no se puede dar soluciones absolutas en plazos de unos pocos años. Es irreal pensar que se pueden mitigar estos dos problemas haciendo a un lado la creciente pobreza o los agujeros negros que hay en el sistema educativo. Pero por algún lado hay que empezar y esperar excelencia de la clase política (en estos temas o en cualquier otro) no debería ser una esperanza ingenua. Ya no podemos darnos el lujo de ser ingenuos más.
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