Cierto es que es tarde para hablar de esta cinta pero su corta presencia al menos en México y el ruido que generó en el festival de Sundance en el año anterior, obligan su comentario. Dirigida por el puertorriqueño Miguel Arteta quien a trabajó en series como Grace and Frankie o American Horror Story y también dirigió la comedia Alexander and the Terrible, Horrible, No Good, Very Bad Day de 2014.
Protagonizada por Salma Hayek y John Lithgow, fue producida Bron Studios y Killer Films. Escrita por Mike White quien también escribió School of Rock de 2003.
Beatriz at Dinner, traída a México como Una cena incómoda narra la historia de Beatriz (Hayek), mexicana hija de migrantes. Ella es terapeuta sanadora «holística», es decir, que aplica muchos estilos de sanación. Beatriz es masajista, nutricionista, musicoterapeuta, da clases de Tai Chi y hasta cura controlando el flujo de energía corporal (o algo por el estilo). Por azares del destino, Beatriz termina invitada a la importante cena de una adinerada familia para la que ha trabajado por años.
Dicha cena es para cerrar trato con Doug Strutt (John Lithgow) un magnate hotelero, quien su conexión con Beatriz los llevará a varios enfrentamientos volviendo la cena y toda la velada en un circo de tensión y situaciones incómodas.
Fue clasificada como una comedia, aunque es una poco convencional pues opta por un antihumor basado en provocar lo incómodo. Es evidente que tanto el guion como la dirección no buscaron causar risa. Tal vez la risa nerviosa fue el verdadero objetivo. Ciertamente le queda mejor la etiqueta de drama. Un drama que no logra del todo construir su identidad, tono o mensaje.
Su mayor pecado es sin duda su guion que destruye todos los espacios para el subtexto, poniendo todo sobre la mesa y entregando un conjunto poco elegante. Su fotografía es funcional pero igual de tosca que el guion. Si se eliminaran varias tomas en específico, la fotografía mejoraría mucho. Estos elementos entregan al espectador todo en bandeja de plata haciendo de Una cena incómoda una película maniquea e ingenua.
Doug, el estadounidense rico, blanco, autoritario, está convencido de que el mundo le fue entregado a la humanidad para la explotación y disfrute de todo, o casi todo el género humano, al fin y al cabo que el apocalipsis es inminente y lo único que queda es disfrutar. Beatriz por otro lado, es una sanadora espiritual a quien se le desborda la actitud y la ideología New Age. Ella abandonó su lugar de origen buscando probar la abundancia del primer mundo y que, como muchos migrantes, pasó a formar parte de los márgenes del sueño americano.
Beatriz cree en las vidas pasadas, los tratamientos naturales, en la virgen y en Buda. Doug está convencido de que el mundo demanda lo que él aporta: dinero, lujos, comodidades y formas de felicidad comprada y no ignora para nada las consecuencias de sus actos, es decir, es un cínico.
Es difícil dejarse llevar por la idiosincrasia de estos dos personajes pues son caricaturas que rayan en lo infantil debido a esta división tan clara del bien y el mal. Doug es colocado como un cínico narcisista anti-medioambiente y lleno de prejuicios raciales (una referencia nada elegante al trumpismo). Beatriz es vegana, amante de los animales y el guion insiste contundente y constantemente en sus facultades milagrosas para sanar. Sugiriendo así el antónimo absoluto del estereotipo del migrante mexicano consagrado por Trump. La complejidad de dos personas es reducida en un discurso demasiado didáctico, rayando en lo aleccionador.
Los actores principales alcanzan a proyectar a dos individuos verosímiles (más ingenuo aún sería pensar que personas como Beatriz o Doug no existen) pero el guion no da espacio para matizarlos, humanizarlos. Dificultando así cualquier forma de empatía o identificación pues Doug es toda maldad y vicio, y Beatriz es una víctima virtuosa llena de bondad.
Hubo un montón de oportunidades desperdiciadas para un subtexto incisivo. Lástima. Sin embargo, no es un desastre absoluto. En cualquier caso, es arriesgado plantear una película en la que sucedan todos los hechos o su gran mayoría en una misma ubicación geográfica, pues esto le exige a la dirección ritmo y al guion diálogos fuertes para mantener el interés. La cinta Perros de reserva de 1992, dirigida por Tarantino, es un ejemplo de esta endogamia espacial bien lograda.
En este caso el ritmo se siente más bien improvisado, pues Beatriz se pasea por la casa, yendo y viniendo de la compañía de los comensales y experimentando varios flashbacks para augurar o justificar el final. Los diálogos son directos y se entiende, por la clase de conversación que desarrollan, la clase de personalidad que tienen Doug y Beatriz. Había que ser muy didácticos. La música es solemne y contrasta mucho con sus aspiraciones cómicas, si es que las tuvo realmente. Es por estos rasgos que se percibe en la cinta una identidad confusa.
Las virtudes son pocas, pero significativas. Algunas escenas que combinan silencios y composiciones visuales logran establecer el contenido político de la película. Pero sin duda su mayor acierto es señalar la necesidad de confrontar las diferencias con conversaciones directas y con pocos escrúpulos. Conversaciones que solemos evitar para no incomodar, ofender o transgredir el estilo de vida o ideología de los demás. Una película que aparentemente cree que las personas deben respetarse excepto, en el campo de las ideas. Hay una búsqueda de la redención pero incluso en su ingenuidad, Una cena incómoda reconoce que el mundo no va cambiar siempre para bien.
El escándalo que produjo en el festival de Sundance obedece a las mismas razones que La forma del agua del Guillermo del Toro. La era de Trump en Estados Unidos está abriendo frentes por doquier y el cine se está convirtiendo en un bastión más. Y aunque la película de Del Toro logra un mejor balance, sus intenciones no están tan distanciadas del director puertorriqueño. Al final su target es el público estadounidense al filo de la catarsis. La recomiendo poco por sus numerosas limitantes.
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