Así como las palabras Dios, iglesia y doctrina no son sinónimos, lo mismo ocurre con las palabras que titulan este humilde texto, sin embargo, estos vocablos suelen confundirse y desdibujarse en el imaginario. Cuando el desastre de los normalistas llegó para romper otra parte de nosotros, se habló por todas partes del dichoso «Estado fallido» y sin duda estaba justificada la acusación. No sólo por la incapacidad para dar respuestas claras y por «cansarse» tan rápidamente sino también porque los indicios apuntaban a un camino de bloques amarillos que conducen a las cúpulas del poder.
Cuando nuestro «líder» invitó al entonces candidato Donald Trump a dar un discurso hombro a hombro, dándole el lugar de un Jefe de Estado, al tiempo que lo recibía en Los Pinos, mientras el candidato mantenía su postura agresiva contra nosotros, el presidente tiraba la valiosa oportunidad para plantar cara y mostrarse del lado del país que dice representar. Con esto, Peña Nieto mostró lo insensato que puede llegar a ser a la hora gobernar.
Con cada dislate, cada fallo en sus discursos, o en su manera de llevar el barco en el que vamos todos, evidencia que no sabe, que no quiere o simplemente que no puede llevar las riendas de la Nación.
Cuando sus reformas, en pocas palabras, hacen a los mexicanos la vida más difícil de llevar. Cuando el cotidiano del mexicano es una guerra por la supervivencia, guerra con el salario, con los impuestos, con la violencia, con el sistema educativo, con la burocracia, con el estilo de vida inverosímil de quienes dicen trabajan para nosotros.
Vale la pena discutir de qué se trata cada caso, pero hay algo que ya definitivamente se perdió y me refiero al sentir de los gobernados, de los administrados, de los que no somos el Estado. Pareciera que estamos tan urgidos del cambio en 2018 como lo está el Presidente.
Cuando Peña visitó Ciudad Juárez recuerdo que en su página de Facebook publicó una fotografía de El Paso confundiendo ambas ciudades. Es un error pequeño, en el que seguramente él no tuvo nada que ver (no puedo imaginar a un Jefe de Estado atendiendo personalmente su cuenta por horas y horas) pues para eso tiene un ejército de personas expertas en sus áreas que le apoyan en sus decisiones, en su imagen, en las palabras que dirá, pero este pequeño, aunque simbólico error tocó una fibra paranoide que me gritaba lo ridículo de todo esto, que algo ocurre entre su círculo que buscan sabotearlo con toda la intención.
Probablemente me equivoque y se trate más bien, como en otros casos, de desplantes de autoridad, de no escuchar las indicaciones, de ignorar los consejos, de dejarse llevar por la tripa, pero de ser así ¿cómo podemos seguir a un líder que aparenta no tener control de nada? Esa es la imagen que se ha construido a pulso. La imagen de un vacío, no de poder, sino de dirección, capacidad y guía.
Imagine que forma parte de un grupo de quince cavernícolas cazadores y quien lidera la importante empresa no sabe usar el arco, ni fabricar armas, no sabe usar las habilidades de cada uno, toma decisiones que mata a una cuarta parte del grupo y cuando finalmente tienen la presa, dice que sólo él y otros dos comerán del botín. Es un ejemplo burdo lo sé, pero trato de simplificar no lo que ocurre sino el cómo se siente y que igualmente lleva a una pregunta necesaria ¿por qué es el jefe entonces?
Es claro que no se trata sólo del Ejecutivo, se trata de la caducidad del contrato social que hemos aceptado y que en sus términos beneficia y protege a unos cuantos, donde lo justo está muy lejos de lo legal, donde nos hemos tragado a fondo la falsa idea de que hay una barrera impenetrable que vuelve intocable a los administradores, los gobernadores, los que forman parte del Estado. Repetiré aquí las palabras de Néstor Ojeda del pasado enero 10 al preguntarse lo siguiente después del «manejo» del gasolinazo y de los sospechosos saqueos que ocurrieron posteriormente. No son pensamientos del sentido común, son preguntas básicas que muchos nos hacemos:
«¿No habría sido más efectivo acompañar desde 2016 el anuncio del incremento con un “acuerdo” o “pacto” real y efectivo? ¿Los sistemas de inteligencia no alertaron de los grupos interesados en generar pánico? ¿En realidad no cuenta este gobierno con analistas que presenten los escenarios de crisis y alternativas para enfrentarlos y reducir sus costos políticos, económicos y sociales?»
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