A veces, duele y se nos retuerce el hígado saber que no nos equivocamos. Y, peor tantito; no sólo es doloroso darse cuenta que los temores, la desconfianza y el pesimismo que expresamos en su momento estaban sustentados y resultaron ciertos, sino que, al paso del tiempo, fueron rebasados por la realidad y se quedaron cortos.
En la elección para la presidencia de la república en 2012 se tuvo, más que nunca, indicios y evidencias irrefutables de que el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, era el menos indicado para dirigir los destinos de nuestro país. Peña es originario del Estado de México, señaladamente Atlacomulco, la cuna de la corrupción y de la fauna política más nociva y despreciable. Esa que se ha enriquecido de manera brutal y descarada, a costa de la miseria del pueblo. ¿Cómo olvidar a aquella frase insolente y cínica; «un político pobre, es un pobre político», del profesor Carlos Hank González? A esa extirpe pertenece Peña Nieto.
Arturo Montiel Rojas, es otro símbolo de la corrupción priista voraz y desmedida originaria de ese clan de mafiosos políticos. Montiel arropó y adoctrinó a su sobrino Peña Nieto para sucederlo en la gubernatura del Estado de México con el fin de asegurarse de que sus raterías quedasen impunes. Y el plan le funcionó, porque mientras Montiel saqueaba las arcas públicas, Peña le sirvió de tapadera como encargado de las finanzas estatales. Qué chulada.
Ya como gobernador de Edomex, Peña se dedicó a imitar el ejemplo deshonesto de su pariente, al tiempo que armaba el entramado para congraciarse con los mandones de su partido para ganar la candidatura por la grande, cosa que evidentemente ocurrió.
Sería un tanto ocioso hacer un recuento aquí de la desafortunada y vergonzosa trayectoria de Peña Nieto, plagada de torpezas, dislates, ineptitudes, corruptelas, cooptación y complicidades con los medios de comunicación tradicionales, ya que gracias a las benditas redes sociales, las gracejadas de don Enrique son ampliamente conocidas, comentadas y difundidas. Peña Nieto es, seguramente, uno de los personajes políticos que más ha inspirado a los creadores de «memes» en las redes sociales, en los cuales a través del ingenio se ha ridiculizado hasta el cansancio su deplorable estilo de vida. Alguna vez escuché a alguien expresar, entre la diversión y la sorpresa: «Yo creí que, después de Vicente Fox, los mexicanos no íbamos a tener un presidente tan pendejo, pero Peña Nieto está cabrón».
Pero las acciones de Peña no sólo mueven a la burla, al chacoteo o a la pena ajena. A estas alturas también mueven a una profunda indignación, a la rabia y a la impotencia de ver cómo este hombre encabeza a una camarilla de depredadores que está acabando, literalmente, con nuestro país.
Todo indica que Peña tiene la encomienda de darle la puntilla a una patria herida, maltrecha y casi agonizante que ha resistido, heroicamente, los embates de las criminales políticas neoliberales inauguradas hace más de tres décadas por un presidente gris llamado Miguel de la Madrid Hurtado.
Las mal llamadas «reformas estructurales», no son otra cosa que despojar al pueblo de México de sus riquezas naturales, rematarlos y entregarlos al mejor postor. Mienten los vende patrias encabezados por Peña, cuando aseguran que la reforma energética es en beneficio de los mexicanos, especialmente «de los que menos tienen». ¡Cuánto descaro!
Con el gasolinazo que nos recetaron al comenzar este 2017, se cae en pedazos la palabra empeñada de de Peña Nieto hace cosa de dos años, en la que a través de un video oficial de la presidencia de la república y profusamente difundida a nivel nacional en el que se ufanaba: «Gracias a la reforma energética, ya no habrá más gasolinazos. Ya no habrá más incrementos a la gasolina, al diesel o al gas LP. Gracias a la reforma energética».
La ira y la desesperación de la gente, expresada en mítines, marchas y manifestaciones públicas a lo largo y ancho de la república no son para menos. Después del engaño y la burla no lo es. Y no lo es porque si ya de por si los salarios en el país son de hambre, con el alza en las gasolinas su poder adquisitivo simplemente se pulveriza.
La indignación y la rabia popular son generalizada, y no sólo de las clases sociales más bajas y desprotegidas, sino de todos los sectores, porque esto es un sismo económico que sacude a todos por igual, excepto, claro, a la casta divina. Esa misma que defiende las políticas neoliberales y, con ellas, la conservación de sus privilegios.
De poco o nada le ha servido a Peña Nieto el escandaloso derroche de dinero del erario en publicidad para anunciar pomposamente que iba a «Mover a México», que asciende a más 24,000 millones de pesos en lo que va de su gestión. Las encuestas revelan que un 80 por ciento de la población, desaprueba se desempeño y que, en realidad, piensa que el presidente está moviendo a México, sí, pero al despeñadero.
Peña Nieto es, pues, un presidente fallido, no da pie con bola. La pobreza ha crecido de manera brutal; los ricos de ayer pasaron a la clase media, la clase media a la baja, la baja a los miserables y los miserables están en proceso de extinción.
Recibió el dólar a 13 pesos y hoy está a 21, el crecimiento económico es de un 1.9 por ciento. Tiene al país de cabeza. México es un barco a la deriva sin rumbo fijo, sin un capitán asido al timón diestro y decidido que lo lleve a buen puerto. Torpe, ignorante, insensible y, para completar el cuadro, corrupto.
Por menos que eso, en países económicamente más pobres y subdesarrollados que el nuestro, el pueblo ha demostrado su poderío para derrocar por la vía pacífica a los regímenes tiranos que los oprimen, sin más armas que su dignidad y su fortaleza moral.
A los mexicanos, ¿qué nos falta? ¿Nosotros qué haremos?
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