La pregunta importante dejó de ser ¿quiénes? Para darle lugar a la pregunta ¿qué haremos con ellos? En la adolescencia me dijeron que pertenecía la «Generación X», después supe que más bien pertenezco a la «Y» pero en definitiva formo parte de los millennials. Las divisiones de tiempo varían y algunos sitúan su término en el 95, otros en el 2000 o también en el 2004. Lo que no varía tanto es el inicio, los millennials somos los que nacimos en 1984, otros dirán que en el 85. Ciertamente el problema no fue definir quiénes somos (aparentemente somos fáciles de identificar) sino qué papel jugamos.
El término nunca me ha agradado del todo sin embargo me identifico con él cuando observo las caracterizaciones de este grupo. Somos fáciles de identificar a quienes llegamos al mundo en ésta época «orwelliana» e intentaré reflexionar algunos de esos rasgos y acercarnos a la cuestión que planteo al principio.
Los rasgos que me parecen más interesantes son los de ser tribulado y apático (más allá del sentido político). Por una parte, somos la generación que desde una percepción apocalíptica encara un mundo repleto de peligros para el medio ambiente, la paz social, la seguridad económica, la salud mental y emocional, la libertad, las sociedades abiertas y plurales, en fin, al tener densos mares de información al alcance de nuestras manos nos criamos con esta consciencia de un mundo amplio, complejo y amenazado. O al menos eso se dice de nosotros. El saber que Estados Unidos se aparta del TLC o del TTP no quiere decir que se entienda algo las consecuencias para todas las partes incluidas, los motivos para irse/quedarse o los «campos de oportunidad» que se propician.
Por otra parte, se nos acusa de ser apáticos y la cara política de este desinterés se ha evidenciado constantemente. Pero esta apatía va más allá. Al parecer somos una generación que apela más a la búsqueda de experiencias que de propiedades, nos interesa más hacer y vivir que adquirir y poseer. Queremos trabajar cuando queramos y cuanto nos apetezca porque la acumulación nos interesa poco a diferencia, por ejemplo, de la congruencia de nuestras labores con la identidad personal, el desarrollo social y la protección al medio ambiente. A pesar de esto, nuestro bastión es virtual y aunque manifiesta ingenio y franqueza carece de cuerpo, continuidad y forma. Las ideas están pero no salen del campo etéreo, no logran llegar a la calle ni a los espacios públicos ni tampoco a donde se toman las decisiones. Apatía que empieza con un vacío ideológico y termina con un profundo desprecio por la política. No nos agradan los bancos, ni tampoco las marcas que no nos entienden y menos aún aquello que no es capaz de gratificarnos de forma instantánea. Nuestro nombre es millennial y nuestro apellido es dependiente de la tecnología. Esta relación tan estrecha e intensa con la tecnología se ha insertado en el cotidiano, determinando la forma de relacionarnos con otras personas y la forma de conocer el mundo, instrumentando las bases para esa indiferencia que nos caracteriza.
Se nos acusa también de ser ninis, un fenómeno que tal vez esté asociado con un desencanto posmoderno producto del engaño del capitalismo y de la ejecución fallida del orden democrático; a mi generación la diagnostican con el síndrome «Peter Pan» en el que el proceso de crecimiento para alcanzar la autosuficiencia es muy lento y paulatino, si es que ocurre. El nini rodeado de comodidades o carencias, no puede o no quiere participar en la sociedad como trabajador ni como estudiante. Para los millennial es de vital importancia librar una batalla cultural por la identidad al establecer claramente sus inclinaciones en cine, literatura, música, videojuegos y moda porque como herederos del mundo moderno, el individualismo es nuestra tarjeta de presentación y nuestra causa es distinguirnos de la masa.
Hay un último carácter que me interesa resaltar, aunque esto no significa que no haya más rasgos que mencionar. La «niñofobia», el concepto de familia, la apatía por la paternidad y la maternidad también nos ha distinguido como la camada que no se convence tan fácilmente de la «maravilla» de sentar cabeza, por el contrario, se empeña en construir argumentos para decir que ser mamá no es tan genial, que el sexo no influye en la capacidad de crianza o que sobran razones para no querer hijos como la pérdida de libertad, la modificación del estilo de vida, la fragilidad de la economía o la inminente destrucción de los ecosistemas.s
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