Para mi hijo Carlos Alberto, hoy en su cumple, también gran efeméride
Víctor Hugo fue, tanto en su vida pública y privada como en el irrefrenable quehacer de su obra colosal, tal cual se lo dijo Jean Cocteau: un loco que se creyó Víctor Hugo.
Solo él pudo ser él.
Y como tal actuó, sin claudicar.
No hubo antes, en los anales de la literatura, un autor que deslumbrara a su sociedad como lo hizo Víctor Hugo. No lo hubo en el siglo XX ni lo hay en el actual. Difícilmente lo habrá en un futuro previsible porque ya los escritores y la literatura no juegan el papel que pudo desempeñar él en su tiempo. Quizá sólo comparable en popularidad a The Beatles en el suyo, o equiparable a la fama trasnacional que alcanzan algunos futbolistas en la actualidad, Víctor Hugo se comunicó eficazmente con las multitudes a través de la poesía y el teatro, -géneros hoy lamentable y prácticamente en extinción- y asumía que “el poeta debe marchar por delante de los pueblos como una luz y mostrarles el camino» y del teatro -que renovó en forma notable- escribió que “tiene la misión de instruir, de ofrecer una tribuna para el debate y de presentar las heridas de la humanidad con una idea consoladora” . A todas vistas, la comunicación, las estrellas sociales y el esparcimiento en nuestra época han cambiado drásticamente.
Su genio y su talento, tan bastos como ineludibles, lo llevaron a la fama sin precedente, al exilio acaso placentero y nunca amargo, al delirante egocentrismo insoslayable, obligatorio ante la presión del apabullante entorno y de su abrumadora condición sobresaliente; a la trepidante búsqueda del amor y a la insaciable compulsión sexual. Y sin embargo, a ninguno le quedó a deber. La vida le fue ampliamente generosa, pero también le infringió el más cruel de los calvarios: vio morir a todos sus hijos, salvo a una, la más pequeña, a la que despidió en un sanatorio mental lastimera e irremediablemente desahuciada por amor no correspondido. Por ella llamamos así a lo que conocemos como Síndrome de Adele.
Y no, aunque Genio y Talento suelen frecuentemente ser usados como sinónimos, especialmente en Víctor Hugo no son pleonasmo. El talento es aptitud, habilidad, destreza y pericia, puede ser desarrollado y perfeccionado a través de la diciplina, el empeño y el esfuerzo. El genio es don excepcional y nato para crear, innovar, resolver de manera original, revolucionaria; una visión única, una intuición profunda y una singularidad para ver más allá. El genio es portento, prodigio, figura, carácter, temperamento, garra, brío, disposición del ánimo. Ambos se apoderaron de su ser y de su hacer.
Nacido un día como hoy 26 de febrero hace 223 años, en 1802, en Besançon, capital de la región histórica y cultural del Franco Condado, atravesada por el río Doubs, al pie del macizo del Jura, muy cerca de la frontera con Suiza, sin embargo no tuvo oportunidad de gozar esa fabulosa geografía, pues fue extraído de su pueblo a los 4 años de edad, primero a Nancy, luego a Paris, Nápoles y Madrid, antes de volver a Paris. Su madre, de origen bretón, una mujer desenvuelta y educada con dote para el canto -que no practicó profesionalmente- y de familias ligadas a la nobleza; y su padre, general del ejército del Primer Imperio que estuvo en el círculo de mando de la ocupación de España y fue gobernador, le aportaron una formación familiar entre Monárquica y Napoleónica, pero el tiempo lo fue tornando en la figura emblemática del republicano irreductible que llego a ser.
Murió a los 83 y sigue sin envejecer.

Hay quien afirma que su inquebrantable postura ante el poder obcecado y la desgarradora desigualdad social, su férrea defensa de los derechos humanos y de las mujeres, sus numerosas digresiones sobre la miseria material y moral, tienen hoy tanta o más vigencia que nunca. Y sobre todo, sigue siendo un deleite leerlo y volver a descubrirlo.
Pero vayamos por partes.
He intentado en esta serie de efemérides acercarme a lo exhaustivo, tema por tema, aunque inevitablemente siempre se queda algo en el tintero. Pero en esta ocasión ni desquiciadamente pudiera tal ser siquiera una ocurrencia. Será sólo un breve asomo.
Jean Marc Hovasse, quien lleva publicados 3 volúmenes con 200 capítulos de su pretendida semblanza mínima de Víctor Hugo, sosteniendo la constante de preservar el placer de la lectura y el redescubrimiento, dice en el prólogo de su primera edición francesa que si dedicas 14 horas diarias de lunes a sábado a leer los libros y documentos que tiene la Biblioteca Nacional de Francia sobre el autor de Los Miserables,
tardarías 20 años en abarcarlos todos. Pero eso lo dijo al iniciar el siglo; hoy bien podrían llegar a 30.
Después de Shakespeare Víctor Hugo es el escritor que ha generado y sigue generando más estudios, más análisis, más biografías…
Fue, además, un autor inconmensurablemente prolífico. Leer toda su obra llevaría una vida, entera y larga.
Escribió tanto, tantas novelas, tantos poemas, tantos ensayos y obras de teatro -posiblemente como no lo ha hecho nadie- que pareciera no haberle quedado tiempo para vivir, ni para respirar o para rascarse. Sin embargo, sorprendentemente dispuso de espacio vital holgado para leer en abundancia, para participar en política, para ser alcalde, congresista, Par de Francia -alto dignatario de la Corona- y Senador de la República; para opinar constantemente y estar puntualmente atento a la vida pública, de su país y de toda Europa; para tener docenas o mejor dicho cientos de aventuras amoriles, para ser amoroso padre y entrañable abuelo; incluso, hasta para asomarse sin pudor al espiritismo -del que surgió su libro Lo que dicen las Mesas Parlantes– … y para escribir más y más, miles y miles de cartas – “la más amplia ventana jamás abierta sobre el taller de un escritor”, en palabras de José Emilio Pacheco- además de lúcidos e incendiarios discursos, especialmente sobre temas como la pena de muerte, la educación, los derechos humanos y los de las mujeres o la problemática de Europa.
Una selección de su obra organizada por sus ejecutores testamentarios Paul Meurice y Auguste Vacquerie, publicada por el editor y escritor Jean-Jacques Pauvert, suma poco más de cuarenta millones de caracteres reunidos en 53 volúmenes, muchos de los cuales incluyen varios libros.
Escribía una obra de teatro en una semana, largos poemas en un día, novelas en uno o dos meses. La reconstrucción de la edad media que hace en Nuestra Señora la culminó en un semestre. Sólo Los Miserables le ocupa largo tiempo.
Apunta Mario Vargas Llosa que quizá se le acerque o asemeje en producción Lope de Vega, de quien se dice que escribía una comedia en 2 o 3 días. Pero Víctor Hugo no sólo producía, también vendía, al grado de agotar en semanas grandes tirajes, desde sus inicios. Entre los 20 y los 28 años de edad atrapa con su poesía a los jóvenes de su tiempo y vende cuatro ediciones sucesivas de las Odas, un fenomenal éxito editorial. El primer tiraje, de 1,500 ejemplares, se agota en tan solo cuatro meses. Uno llega a manos del rey Luis XVIII y lo maravilla, al grado de otorgarle al joven autor una pensión de mil francos al año, dinero que le ayuda a pensar en proponerle matrimonio a Adèle Foucher. Fue, de hecho, el primer escritor en vivir con solvencia de vender sus libros, algo inédito en su época. Ninguno de sus contemporáneos lo logró y nadie antes que él. Y nunca vivió penurias, ni mucho menos conoció la miseria como fue y sigue siendo frecuente en los hombres dedicados a las letras.

Antes de cumplir 15 años Víctor Hugo había escrito millares de versos, una ópera cómica, Inés de Castro -melodrama en prosa-, Atalí y los Escandinavos, el poema épico El Diluvio; y había hecho centenares de dibujos, -que poco se sabe de su vocación de dibujante y afición por la novedad de la fotografía- muchos de ellos castillos góticos, que hoy valen apetitosas fortunas.

A los 16 publicó la revista Le Conservateur littéraire junto con sus dos hermanos, los también escritores Abel Hugo y Eugene Hugo, que sólo circuló año y medio. En ella Víctor publicó 112 artículos y 22 poemas. Desde adolescente mostró no sólo vocación sino también definida y precoz ambición. Es ampliamente sabido y se menciona en casi todas sus biografías que a los 14 años escribió en su diario: “Quiero ser Chateaubriand o nada”. Pronto lo habría rebasado, hasta hacerlo parecer pequeño junto a él. Pero luego pretendería el rango que atribuyó a Balzac: un del premier parmi les plus grands, un des plus hauts parmi les meilleurs (Un primero entre los más grandes, uno de los más altos entre los mejores). Apenas cumplidos 15 participó en un concurso de poesía convocado por la Academia Francesa, con el tema “Felicidad que proporciona el estudio de todas las situaciones de la vida” . Varios de los jurados, sin dudarlo, lo votaron ganador. Pero el secretario de la Academia se opuso argumentando el título de su trabajo: Trois lustres à peine (Apenas tres lustros). Dijo que no creía que un chico de esa edad pudiera ser capaz de realizar algo tan brillante. El asunto llevó a una prolongada polémica y terminaron dándole sólo una mención honorífica. Sin embargo, a Víctor Hugo le sirvió para tomar una decisión trascendental: dedicaría su vida a la escritura.
Muchos años antes de publicarla inció Los Miserables.
Escuchó la historia de un obispo que en una provincia hizo fama por su gran bondad. Sobre eso empieza a escribir lo que inicialmente llamó La Miseria y en ella trabajó 2 años. Pero no la publica, la guarda. Tiene la sensación de que está inacabada, algo insólito en él. Sólo la retoma cuando va al exilio, donde la trabaja otros 2 años. La historia del obispo se convierte en sólo un punto de partida para mostrar la odisea de Jean Valjean.

Vargas Llosa nos da pie para entenderlo: La historia de la novela se convierte en la idea de la redención… ¿Puede un hombre redimirse, convertirse a sí mismo a través de sacrificios y generosidad en un santo? El romántico Víctor Hugo, quiere demostrar que eso es posible
Conoció Víctor Hugo España siendo un niño, a donde su padre acompañó a José Bonaparte cuando fue rey, como lo había hecho durante su reinado en Nápoles, siendo cercano Comandante, organizador y jefe de su Guardia Real. Ahí el general Joseph Leopold Sigisbert Hugo fue ascendido a Mariscal de Campo, nombrado gobernador de la provincia de Ávila y designado Conde. Entonces Víctor y su hermano Eugene asistieron al Colegio de San Antón, al que los ocupantes franceses dieron en llamar “seminario de nobles”, en Madrid. Ahí aprendió español, idioma que cultivaría toda la vida. Recordemos que la hermosa gitana Esmeralda de Nuestra Señora de Paris habla y canta en español.

También ahí se enteró que soldados al servicio de su padre torturaban a ciudadanos rebeldes y quizá presenció alguna o algunas ejecuciones públicas a Garrote Vil, la maquina mortal que causaba a la vez asfixia, rotura cervical y perforación del cráneo. Eso le causaría una profunda impresión que lo llevaría a abominar por siempre la pena de muerte y a oponerse rotundamente a ella durante toda su vida.
Recordemos el pasaje en el que el piadoso obispo de Digne, Charles-François-Bienvenu Myriel, a quien el pueblo llama cariñosamente Monseigneur Bienvenu, – un generoso cura que es todo bondad y compartición de fé, y que ascendió a obispo luego de un encuentro casual con Napoleón- visita en la cárcel de una población vecina y pequeña “donde hay muchas bocas que hablan y pocas cabezas que piensan”, a un hombre que al día siguiente será ejecutado en la guillotina. Lo consuela y le hace sentir que el Todopoderoso lo esperará en el cielo de tal suerte que, convencido, acude resignado al cadalso y muere en paz. Sin embargo, para el obispo es traumático:
“ …La vista de la guillotina fue para él un golpe terrible del cual tardo mucho tiempo en reponerse.
“En efecto, el patíbulo cuando está ante nuestros ojos levantado en pie, derecho, tiene algo que alucina. Se puede albergar cierta indiferencia ante la pena de muerte. No pronunciarse ni en pro ni en contra, no decir que si ni que no mientras no se ha visto una guillotina. Pero si se llega a encontrar una, la sacudida es violenta. Es menester decidirse y tomar partido en pro o en contra de ella. Los unos la admiran, como De Maistre; los otros la execran, como Beccaria.
“La guillotina es la concreción de la ley. Se le llama vindicta, no es neutral ni os permite que lo seas tampoco. Quien llega a divisarla se estremece con la más misteriosa de las tremulaciones. Todas las cuestiones sociales alzan sus interrogantes en torno de esa cuchilla…
“El cadalso es una visión, no es un tablado, ni una maquina, ni un mecanismo inerte de madera, de hierro y de cuerdas . Parece que es una especie de ser que tiene no se qué sombría iniciativa. Se diría que aquellos andamios ven, que aquella maquina oye, que aquel mecanismo comprende; que aquella madera, aquel hierro y aquellas cuerdas tienen voluntad.
“En la horrible meditación que aquella vista sume al alma el patíbulo parece terrible y como teniendo conciencia de lo que hace; el patíbulo es el cómplice del verdugo. Devora. Come carne. Bebe sangre. El patíbulo es una especie de monstruo fabricado por el juez y por el carpintero. Un espectro que parece vivir una especie de vida espantosa, hecha y amasada con todas las muertes que ha dado.
“Así, la impresión fue horrible y profunda. Al siguiente día de la ejecución y a muchos días después el obispo estuvo abatido, habíase desvanecido la serenidad casi violenta del fatal momento y el fantasma de la justicia social le asediaba. Él, que de ordinario recababa de todas sus acciones una satisfacción tan pura, parecía como que se acusaba en esta, como que le causaba pesar el haberla llevado a cabo. A intervalos hablaba consigo mismo y murmuraba a media voz lúgubres monólogos. Uno que su hermana oyó y recogió una noche: “No creía que esto fuese tan monstruoso. Acaso es una falta absorberse en la ley divina hasta el punto de no acordarse de la ley humana. Sólo a Dios pertenece la muerte. Con que derecho tocan los hombres a esta desconocida… “
Es claro que Víctor Hugo parece externar su propia impresión ante una maquina ejecutora, seguramente arrastrada desde su infancia en España al lado de su padre, como también lo es el origen de su profunda repulsión a la pena de muerte. En el año 1829 publica la obra El último día de un condenado a muerte seguida por la novela Claude Gueux, ambas en las que aborda el tema con profundos juicios de orden político.
Los mexicanos recordamos que Víctor Hugo, desde la isla de Guernsey donde entonces vivía exiliado, le pidió a Benito Juárez que indultara a Maximiliano de Habsurgo, emperador de México, ya derrotado. Juárez, sediento de triunfo lo ignoró. Pero Víctor Hugo conservó en su memoria el acontecimiento y lo plasmó así en su libro El Exilio:
Maximiliano es prendido en Querétaro. Los hombres prácticos dicen: fusílenlo. El hombre quimérico (él mismo) pide: indúltenlo. Fusilan a Maximiliano. Eso basta para empequeñecer una cosa inmensa. La heroica lucha de México pierde su lustre supremo: la altiva clemencia. Maximiliano indultado era México inviolable en lo sucesivo; era esa nación, que había logrado su independencia con la guerra, logrando con la civilización su soberanía; era, sobre la frente de ese pueblo, después del casco, la corona.
Sin duda un romántico.
El tema de la Ley que riñe con la Justicia le obsesiona. Los casos en que son opuestas están presentes una y otra vez en su obra y para eso el romanticismo del que Víctor Hugo es máximo exponente y defensor, le sienta a la perfección.
Por eso crea, también en Los Miserables, al personaje del policía Jauvert, un ex carcelero que ha llegado a Inspector y que cree que la ley es la verdad única y que debe aplicarse ciegamente porque es lo que garantiza el orden. Para él no hay coexistencia ni orden sin esa legalidad que trata frenéticamente de imponer. La suya es una legalidad profundamente reñida con la justicia, pues de ésta carece de noción.

Tampoco conoce el amor, ni la amistad, mucho menos la piedad. No ha vivido, siempre absorto en su obsesión, lo que lo convierte en un desalmado carnicero. Con encono, Víctor Hugo jamás nos revela su nombre de pila. No tiene.
Luego vemos con inevitable sorpresa que Jauvert es objeto de la generosidad de Jean Valjean, el héroe de la novela a quien persigue con saña para regresarlo a prisión -sin considerar que ya ha pagado y es un arrepentido que se ha redimido- y lo salva del fango donde moriría asfixiado, sepultado por la suciedad.
Entonces Jauvert, asombrado hasta la incredulidad, por primera vez en su vida se cuestiona la convicción sobre la que ha sustentado su vida entera y en la que ha edificado su desalmada concepción del mundo, que no es otra cosa que la ley ciega. Como todos sabemos, ésta fractura lo lleva a suicidarse lanzándose al Sena.
El romanticismo siempre tuvo fascinación por los extremos. El santo y el malvado absolutos son una de sus facetas inequívocas. Víctor Hugo no sólo es uno de sus grandes expositores, sino también su ferviente defensor, lo que le provoca enfrentamientos conceptuales e ideológicos con otros escritores y diversos personajes e instituciones de la época, como veremos.
Los Miserables fue recibida de manera muy contradictoria. El mercado la aplaudió desde un inicio y se agotó muy rápido. Deslumbró a los lectores. En Paris el público la alababa y muchos parroquianos retuvieron en su memoria cada detalle. La iglesia la recibió en un principio de manera positiva, pero por muy poco tiempo. Pronto, las críticas se fueron tornando feroces. Surgieron voces que la condenaban y señalaron elementos que contradecían la moral y la filosofía católicas. El obispo Louis-Gaston de Ségur en su crítica, queriendo desvirtuarlo escribe: »su infame libro de Los Miserables le ha reportado al autor quinientos mil francos de golpe».
Muy cierto. ¿Y?

Pero El Vaticano terminó decidiendo incluirla en el Index Librorum Prohibitorum, lo que no tuvo más efecto que su propio ridículo.
Sólo en cine hay más de 50 adaptaciones, la primera un cortometraje de 1897. El libro ha vendido millones de copias en cientos de ediciones.

Una crítica relevante fue la de un gran amigo de Víctor Hugo, el poeta y político Alphonse de Lamartine, quien llegaría a ser presidente del gobierno francés y que en algún momento lo ayudo a ser admitido por la Academia Francesa en 1841 -lo que había intentado sin éxito varias veces- y durante mucho tiempo, desde 1831, formaba parte del círculo cercano de amistades que entonces recibía en su departamento junto con su esposa. Lamartine escribió y publicó rápidamente un artículo con sus demoledores comentarios.
Argumentó: “La más homicida y la más terrible de las pasiones que se puede infundir a las masas es la pasión de lo imposible. Lo que (Los Miserables) nos presenta es una irrealidad. Un hombre no puede ser ni tan bueno como el obispo, ni tan extraordinariamente sacrificado y generoso como Jean, ni tan malo, sucio, canalla como son Thenardiers, el tabernero y su mujer. Estos extremos presentan una idea totalmente falsa de la realidad y pueden darle a los lectores no cultos la idea de una sociedad perfecta, y la sociedad nunca es ni será perfecta. Va a crear ( la novela) una especie de malestar en los lectores que puede traducirse en agitación, en rebeldía, en subversión, por lo tanto, aunque haya destreza literaria e imaginación, debería ser prohibida por el peligro que representa… no solo hace temer a los afortunados, sino que parece fracasar a la hora de dar esperanza a los desafortunados.»
Otros críticos fueron despiadados. A varios les hacía ruido el tema “inmoral”, otros no soportaban la carga de sentimientos que había en la novela y a algunos les preocupaba la evidente simpatía que guardaba el autor con los personajes con ideas revolucionarias. Uno de los críticos, L. Gauthier escribió en Le Monde el 17 de agosto de 1862: »Uno no puede leerlo sin un invencible disgusto para todos los detalles que el señor Hugo da en relación con la exitosa planificación de disturbios.’‘

Charles Sainte-Beuve, quien había sido el amante de su esposa Adele, ya estando casada con Víctor Hugo y posteriormente materia prima para la novela de 1834 Sainte-Beuve, Volupté hizo el comentario: »El gusto del público está decididamente muy enfermo. El éxito de Los Miserables ha causado y seguirá causando estragos más allá de lo que uno puede temer». Pero a pesar de sus alegatos, agrega: »su novela… es todo lo que queremos, para lo bueno, para lo malo, para lo absurdo; pero Hugo, ausente y exiliado durante 11 años, hizo un acto de presencia, fuerza y juventud. Solo este hecho es ya un gran éxito… Lo que inventa, falso y absurdo, lo hace ser y parecer ( igual) a todos los ojos».
Los hermanos Goncourt -al alimón- lo tildaron de »decepcionante» argumentaron: Título injustificado: sin miseria, ni hospital, prostituta rosada. Nada vivo: los personajes son de bronce, de alabastro, de todo, excepto de carne y hueso. La falta de observación estalla y hiere en todas partes’‘. Y agregan: »es suficientemente divertido ganar doscientos mil francos…¡apiadándose de las miserias del pueblo! (se estaban quedando cortos)
Un crítico insoslayable es Gustave Flaubert, por el impacto personal sobre Víctor Hugo.
Flaubert detestaba el romanticismo y podríamos decir que es en muchos sentidos antípoda literaria de Víctor Hugo. Un ejemplo de primera importancia es su concepto del narrador de una novela del que también nos habla Vargas Llosa, al que de mejor manera identifica como “el personaje del narrador”. Este tema nos permite también asomarnos de reojo al egocentrismo de Víctor Hugo. En todas sus novelas, dice Vargas Llosa, el narrador es siempre visible: es él, o un personaje exterior a la trama que asume ser Víctor Hugo. Está siempre presente. El narrador interrumpe el hechizo de la ficción, es un intruso, prepotente, las cosas que dice, sus opiniones y análisis de lo que va contando son una dimensión distinta, pero integrada a la historia. Un ejemplo casi cómico sucede en Los Miserables donde describe a un grupo de jóvenes. Uno de ellos es tartamudo. De pronto Víctor Hugo aparece y dice “yo no voy a imitar la manera de hablar de este personaje…no quiero hacer irrisión de una limitación humana, pero ustedes deben saber que es tartamudo e imaginarlo tartamudeando cuando lo oigan hablar. Y continúa impunemente con la ficción. Sus historias están hechas de personajes y situaciones creativas, pero también de ese narrador intruso, de esa presencia egolátrica a la que nos acostumbra y no solamente la aceptamos, sino incluso la esperamos.
A propósito, el primer corto metraje de cine de Los Miserables se llamó Victor Hugo et les principaux personnages des “Miserables”. Fue producido por los hermanos Lumiére.
Los Miserables se publicó en 1862 y 6 años antes Flaubert había publicado Madame Bovary, considerada la primera novela moderna, que significó la gran revolución en términos del narrador. Flaubert inventa un “Estilo Indirecto Libre” que relata como si el narrador no existiera, como si fuera como Dios y estuviera presente en todas partes, pero visible en ninguna de ellas…es lo que le dará el mayor poder de persuasión y uno de los elementos clave que constituyen la Novela Moderna. En Víctor Hugo – continua Vargas Llosa- la presencia del narrador se antepone a los personajes, es a veces más rica, más aventurera, más imaginativa y creativa que los propios personajes Sin embargo sus novelas no han envejecido porque la presencia del narrador es una presencia coherente, esta siempre manifestándose y nos tiene acostumbrados a que la cuente alguien que usurpa la personalidad y el propio nombre de Víctor Hugo.
Pese a las diferencias, Flaubert tenía un auténtico aprecio personal por Víctor Hugo y viceversa. Sostuvieron por años una intensa y muy afectuosa correspondencia. Veamos una pequeña muestra:
En una carta que le envía a Londres, Víctor Hugo le dice:
¡Quiero correspondencia, exijo correspondencia ! Peor para usted, señor, la culpa es suya. ¿Por qué me escribe las cartas más brillantes y más nobles del mundo? Reprócheselo, pues, a usted mismo, pero a partir de ahora tendrá que escribirme. Imagínese que he perdido de la manera más tonta la dirección que me dio usted en Londres. Por eso he tardado en contestarle y de ahí también el retraso en el envío del discurso que encontrará en este sobre. Aquí estamos llenos de esperanza y de fe. Todo va bien por el momento. Le doy dos años al hombre (Napoleón III) después, la eternidad pertenecerá al pueblo. Le estrecho ambas manos.
Flaubert le responde:
“… no le ocultaré que usted ha «Chatouillé de mon coeur l’orgeuilleuse faiblesse» [«Ha halagado de mi corazón la orgullosa flaqueza ) … ¡bravo poeta! Y qué cantidad de monstruos tendría que pintar ahora, bien diferentes y cien veces peores que el toro-dragón. Al menos, a usted el exilio le impide verlos. Ah, si usted supiera en qué inmundicias nos estamos hundiendo. (criticando al gobierno de Napoleón III) Las infamias particulares provienen de la ruindad política y no se puede dar un paso sin pisar algo sucio. La atmósfera está cargada de vapores nauseabundos. ¡Aire! ¡Aire! Así pues, abro mi ventana y me vuelvo hacia usted. Oigo pasar el amplio vuelo de las alas de su Musa y aspiro, como si fuera un perfume de los bosques, el que emana de las profundidades de su estilo. Por lo demás, señor, ha sido usted en mi vida un obsesión encantadora, un amor prolongado, que no flaquea. Le he leído durante veladas siniestras y en verano, a pleno sol, junto al mar, tendido en suaves playas. Le he llevado a Palestina y hace diez años, cuando me moría de aburrimiento en el Barrio Latino, también era usted quien me servía de consuelo. Su poesía ha entrado a formar parte de mi constitución como lo ha hecho la leche de mi nodriza. Algunos de sus versos siguen anclados para siempre en mi memoria, tan importantes como una aventura.
“Me paro. Sin embargo, si algo es sincero, es esto. A partir de ahora no volveré a molestarlo con mi persona y podrá utilizar al corresponsal sin temer la correspondencia.
“Mientras tanto, puesto que me tiende usted su mano por encima del océano, yo la tomo y la estrecho. Estrecho con orgullo esa mano que ha escrito Notre Dame y Napoleón el pequeño, esa mano que ha esculpido colosos y cincelado en las alturas intelectuales las mayores y más espléndidas delicias y que, ahora, como la del Hércules bíblico, es la única que permanece alzada entre las dobles ruinas del Arte y de la Libertad.
“Siempre suyo, señor, mil gracias nuevamente” .
A pesar de su gran amistad y afecto, de los halagos vertidos decenas de ocasiones sobre su obra, Flaubert escribió lacónicamente sobre Los Miserables, causándole quizá, entre las críticas, el mayor dolor a Víctor Hugo.
Dos frases le causaron profundo sentimiento:
“…dentro de la obra no vi nada relacionado con la verdad o bien con la grandeza” y “la cruda y vulgar estereotipación de los personajes : Todos muestran el bien pero de la misma forma».
Consideró Flaubert que la obra era solo un esfuerzo pequeño y que más que nada implicaba una sentencia a concluir su carrera de escritor.

Charles Baudelaire fue todo lo contrario, públicamente. Admiró y felicitó a Víctor Hugo en Le Monde por poner la atención y hacer notar los problemas sociales que se vivían, destacando entre “sus favoritos” el capítulo Tempestad sobre un cráneo, a pesar de que expresó que no era partidario de la cantidad de publicidad empleada, argumentando que eso era lo opuesto al arte, a su parecer. Pero en privado, -según nos revela loresumo.com– en una carta escrita a su madre calificó a la novela como repulsiva e inapropiada.
En 1862, el escritor Alexandro Dumas, también amigo cercano y ex socio en una empresa teatral de Víctor Hugo, le escribe una carta a su hijo en donde califica la novela como »todo a la vez una obra aburrida, con un plan mal soñado, y fracasado en su resultado….Cada volumen comienza por una montaña y acaba con un ratón.»

De entre todos los que se encarnizan contra Los Miserables, el más empeñado en destrozar la obra es sin duda Jules Barbey d’Aurevilly. Los puntos básicos de su ataque son que los sucesos sirvan para la creación de un efecto estético o para el mero avance de la trama –en detrimento del realismo–, el carácter aditivo del texto, la presencia de lo grotesco y la constante intervención del narrador, que, asegura, da a la novela un aire de prefacio, algo así como un conjunto de estereotipos patéticos y vacíos engrandecidos por alardes verbales.
Es evidente que estos escritores no entendieron el romanticismo del que hace gala Víctor Hugo, pues en síntesis es lo que repudian de la novela, que aun así, o mejor dicho por eso, fue un gran éxito comercial y antes de dos años estaba traducida al inglés, italiano, español, alemán, ruso, griego y otros idiomas y había vendido 350 mil copias, más que ninguna en la historia.
Hay quien dice que no es de culparlos, pues El Romanticismo era un constructo aún inacabado que requería en lengua gala de Los Miserables para dar solidez a su vida histórica. Pero el Sturm und Drang alemán ya había ungido a los sentimientos como fuente de inspiración rebasando la frialdad de la razón neoclasicista, dando paso a Goethe en Alemania, Edgar Alan Poe daba rienda suelta a las suyas en Estados Unidos, el Don Juan de Zorilla de ninguna manera podía ignorarse y el mismo Víctor Hugo había salvado de la demolición al templo más emblemático de París con su aclamada historia del jorobado y Esmeralda 30 años antes. Por si fuera poco, en la memoria parisiense era imborrable el llamado escándalo Hernani que armó la gresca entre clásicos e innovadores del teatro afines a Víctor Hugo y causó disturbios tras su estreno en 1830. Tan fuertes fueron los conflictos que se generaron, que en lo sucesivo se conocieron como “La batalla de Hernani”
Es increíble que Los Miserables como obra cumbre del artífice máximo del romanticismo francés los estuviera tomando por sorpresa.
El realismo es lo que menos le interesa a Víctor Hugo. Lo deja perfectamente claro en su William Shakespeare, donde escribe las siguientes palabras a propósito de los personajes ficticios:
“De la creación directa de Dios viene Adán, el prototipo. De la creación divina indirecta, es decir, de la creación humana, vienen otros Adanes, los tipos […]. El fruto contiene el misterio del árbol, y el tipo contiene el misterio del hombre. De ahí esta extraña vida del tipo. Porque, y este es el prodigio, el tipo vive. Si no fuera más que una abstracción, los hombres no lo reconocerían y dejarían que esta sombra pasara por su camino. […] ¡Oh poder de toda poesía! Los tipos de sonido de los seres. Respiran, palpitan, se oyen sus pasos en el suelo, existen. Existen con una existencia más intensa que nadie, creyéndose vivos, ahí, en la calle. […] Hay en su esencia esa cantidad de eternidad que pertenece a las obras maestras, y que hace vivir a Trimalción* mientras que M. Romieu** está muerto.
*Personaje de la novela romana El Satiricón, escrita por Petronio
** Posiblemente M. Auguste Romieu Director de Bellas Artes e Inspector General de Bibliotecas de la Corona de Napoleón III repudiado por Víctor Hugo.
Un analista de loresumo.com que no se identifica, nos comenta:
Vemos aquí claramente que Víctor Hugo no pretendía en absoluto engendrar personajes creíbles que se asemejaran a los hombres reales de todos los días, con sus imperfecciones y mediocridades. Por el contrario, su objetivo estribaba en crear “tipos” muchísimo más poderosos y eternos. Los personajes principales de Hugo son semidioses homéricos guiados por fuerzas uniformes que siempre les dictan el camino de acuerdo a la esencia que los constituye, a su imperativo moral o inmoral. Lo extraordinario es lo común en ese mundo hugoliano y lo ordinario es excepcional. Personajes como Pierre Gringoire o Marius, hombres vacilantes y débiles en ese universo de gigantes, constituyen la excepción. En cambio, esos imposibles seres de bronce y alabastro como Jean Valjean, Quasimodo o Gwynplaine son los habitantes legítimos de esa tierra de ideales. Pero volviendo más específicamente a Les Misérables, es Vargas Llosa quien ve con más claridad el propósito de Hugo en cuanto a la creación de sus personajes: para analizarlos uno a uno, traza una distinción entre “los seres superiores y los simples mortales” y los describe de acuerdo a ella. Según esta clasificación, Marius es el ejemplo perfecto del personaje humano y cercano a nosotros, mientras que Jean Valjean, el obispo de Digne, Javert, Thénardier, etc., son más bien ángeles o demonios. Por esto mismo Marius nos resulta tan antipático –d’Aurevilly lo define como “un niais grave” (estúpido serio) y sus defectos nos parecen ridículos e inapropiados, mientras que los demás despiertan nuestras admiraciones u odios con potencia, y tanto sus virtudes como sus faltas nos resultan cautivadoras, porque los enmarcan en su perfección inhumana, para bien o para mal.
La novela fue terminada en 1862 y publicada el mismo año por el editor Albert Lacroix, quien siempre tuvo enorme confianza y elevada expectativa sobre este libro al que destinó una gran suma de dinero para su lanzamiento y diseño. La obra había sido esperada con ilusión, pues Víctor Hugo ya era considerado uno de los escritores y poetas más destacados y aplaudidos del siglo. The New York Times se encargó de anunciar su lanzamiento.
El comentario del NYT del 26 de abril de 1862 en la página 8 dice:
A curious interest attaches to this remarkable French novel, which Mr. CARLETON, of New-York, has in press from advance foreign sheets. The author’s only other novel, Notre Dame de Paris, was accepted by its publisher on condition that he should bring out every succeeding work by that author. Notre Dame proved a brilliant success, and made the fortune of — the publisher. VICTOR HUGO then wrote Les Miserables, determining to respect the condition, but to make his own terms with the unscrupulous brain-trafficker. These terms were at once rejected, and the author, unreleased from the old obligation, was obliged to put by his manuscript for a more favorable season. Year after year he renewed proposals, increasing each year his demand, until at last the publisher died, and, after waiting nearly a quarter of a century, the well-seasoned, if not seasonable, Les Miserables is in press.
Esta notable novela francesa, que el señor CARLETON, de Nueva York, tiene en prensa a partir de publicaciones extranjeras anticipadas, despierta un curioso interés. La única otra novela del autor, Notre Dame de Paris, fue aceptada por su editor con la condición de que publicaría todas las obras posteriores del autor. Notre Dame resultó un éxito brillante y atrajo la fortuna al editor. Víctor Hugo escribió entonces Los Miserables, decidido a respetar la condición, pero en sus propios términos con el inescrupuloso traficante de cerebros. Estos términos fueron rechazados de inmediato y el autor, que no se vio liberado de la antigua obligación, se vio precisado a dejar su manuscrito a un lado para una temporada más favorable. Año tras año renovó las propuestas, aumentando cada año su demanda, hasta que finalmente el editor murió y, después de esperar casi un cuarto de siglo, la bien experimentada, aunque no oportuna, Los miserables está en prensa.
El escritor pidió a su editorial que no se realizara una sinopsis de la obra, y rechazó que se hicieran públicos fragmentos. Además, ordenó que la propaganda se basara sólo en sus éxitos previos, generando el slogan: »Lo que Víctor Hugo hizo para el mundo gótico en Notre-Dame, lo consigue para el mundo moderno en Los Miserables».
Para Víctor Hugo fue la cúspide de su trabajo. En junio de 1861, le hace llegar la notificación a su hijo de que su novela está concluida y afirma: Je peux morir (puedo morir). Para marzo de 1862, le escribe a su editor Lacroix: Mi convicción es que este libro será una de las principales cumbres, si no la principal, de mi obra”.
FAMILIA Y AMANTES
También cuenta Vargas Llosa en una sustanciosa conversación en la Cátedra Alfonso Reyes del Tec de Monterrey, que a los 20 años de edad llegó el joven Víctor Marie virgen al matrimonio con quién fue su amiga de la infancia, Adele Foucher -hijos ambos de familias amigas- y que a partir de ese momento comenzó su desquite galopante. Nueve veces hizo el amor en su primera noche de casados. Nueve. Y de ahí en delante no paró. Aún a los 82 abordó un tranvía de los tirados por caballos para visitar en Paris a una ex sirvienta de su esposa y hacerle el amor.
La infidelidad lo persiguió como un sino de vida y él a ella, de su parte con indulgencia plena:

La infidelidad de su madre Sophie con su padrino y posteriormente preceptor, el General Víctor Lahorie, en ese momento superior de su padre, y por quién llevó su nombre. El general Lahorie ejerció algunos años como figura paterna para Víctor Hugo y sus hermanos tras la separación de sus padres, hasta que fue ejecutado por conspiración en 1812. Algunos biógrafos afirman que es el verdadero progenitor de su hermano Eugene, mayor que Víctor.
La de su esposa Adele con su amigo y crítico, querido y respetado, Charles Sainte- Beuve, estando casado, de lo que Víctor Hugo se entera en 1831. El divorcio no existía entonces en Francia y con entereza decidió soportar la afrenta, pero se distanciaron conyugalmente, aunque se mantuvo siendo su esposa hasta morir.
Las de él mismo para con su esposa y con su amante, a la que a su vez le fue infiel con otra amante y a todas ellas con otras tantas. El Museo Víctor Hugo de Paris, en la Plaza de los Vosgos, la más antigua de la Ciudad Luz, que fue casa donde vivió, tiene una puertita que conectaba con su estudio, por donde introducía a sus múltiples aventuras.
Adele se acostumbró a sus aventuras y las toleró porque comenzaron con Juliette, después que ella inició su romance con Sainte-Beuve, que no duró mucho. Me atrevería a decir que fue una esposa poco significativa en la vida fulgurante del poeta, pero erraría porque como madre no tuvo falla.
Quizá fue Adele quien dejó un hueco en la relación para dar cabida a la perpetua compañía de Juliette.

Nacida de una pareja desdichada y separada, Juliette fue internada aun muy niña en un convento. Pero ya jovencita bella e inquieta lo abandonó. Fue entonces amante del escultor James Pradier , quien inmortalizó en piedra su rostro en la Place de la Concorde.
Aprovechando la forma octogonal de la plaza, su diseñador Jacques Ignace Hittorff mandó construir estatuas en los ocho extremos, cada una de las cuales representa una ciudad francesa. Le encargó a Pradier que ejecutara las que representan a Lille y Estrasburgo . La figura femenina que representa a Estrasburgo está sentada sobre una roca, con los pies apoyados en un cañón. Exuda un desafío altivo, su mano derecha descansa sobre su cadera mientras una espada descansa en el hueco de su brazo izquierdo. Lille también se sienta en una roca y tiene una espada colgada del hombro. Por cierto, después de la guerra franco-prusiana cuando Alsacia-Lorena se perdió y pasó a poder de Alemania (1870), la estatua de Estrasburgo se cubrió de luto y a menudo con coronas de flores, una práctica que no cesó hasta que Francia recuperó la región tras de la Segunda Guerra Mundial.
Se afirma que la estatua de Estrasburgo tiene el rostro de Juliette, pero también hay quien opina que es Lile y quien asegura que ambas. Más me parece Lile, o quizá ambas.
En el Salón de París de 1834, su Sátiro y Bacante generó un gran escándalo al afirmar algunos visitantes que reconocían los rasgos de Pradier y de Juliette en las figuras. Cuando el gobierno de Luis Felipe I se negó a comprar la obra, el conde Anatole Demidoff, príncipe de San Donato, la adquirió y la trasladó a su palacio de Florencia. Se conserva desde 1980 en el museo de Louvre.

El gran Pradier y Juliette tuvieron una hija y él la alentó a hacer teatro.
Ella trabajó como actriz en pequeños papeles, pero su belleza descollaba mucho más que su talento. No pudiendo vivir de éste, se dedicó a explotar aquella.
Así la descubrió Víctor Hugo y pronto comenzaron a ser amantes. Estaba aún muy viva su decepción por la infidelidad de Adele. Juliette era hermosa, fresca, vivaz, auténtica, discreta, y se enamoró perdidamente del célebre autor.
El 16 de febrero de 1833 hicieron el amor por primera vez y Víctor Hugo eternizó la fecha en Los Miserables con la boda de Marius y Cosette.
Adèle gradualmente acabó su aventura con Sainte-Beuve, pero nada volvería a ser igual.
Juliette fue la amante permanente leal y fiel de Víctor Hugo hasta que los separó la muerte.
Pronto se convirtió además en su secretaria y en la primera persona que leía sus obras, pasando a limpio y a mano los manuscritos llenos de correcciones del escritor. Tenía excelente letra y ortografía.
Se escribieron entre ellos miles de cartas. Juliette lo hacía hasta 2 veces al día. Se conservan más de 18 mil, muchas de ellas publicadas en dos libros. Cada año celebraban su aniversario culminando un cuadernillo anual e iniciando el nuevo, muchos de los cuales se conservan. Sus cartas revelan en ella un gran sentido de la escritura.
En el último aniversario que vivieron juntos Víctor Hugo escribió:
» Cincuenta años de amor. Ha sido el más bello de los matrimonios».
Casado y con una amante permanente, Víctor Hugo tenía además numerosas aventuras, pues le sobraban oferentes -por su parte su prestigio, sus versos y sus cartas tenían efectos infalibles- lo mismo damas de sociedad, famosas actrices, jovencitas de los ambientes teatral e intelectual que le significaron una inagotable fuente de opciones disponibles y hasta sirvientas, con las que era generoso. En un libro firmado por A. Guilmain, un profesor suizo que ha indagado la vida privada de Víctor Hugo y que encontró unas libretitas donde metódicamente apuntaba sus gastos, comenta algunas líneas que descifró, por cierto escritas en español:
Vaca lechera, medio franco. Según Guilain se refería a la propina que le había dado a una sirvienta de su mujer por mostrarle -y quizá permitir tocarle- sus voluptuosos senos.
Toda, un franco. Dice Guilmain que significa que se desnudó totalmente.
Toda, toda, toda….un franco y medio. Muy evidente.

En una época, siendo Par de Francia con el rey Luis Felipe, tuvo una segunda amante permanente: Léonie Thévenot d’Aunet, una mujer casada, hermosa, culta e interesante, novelista, cuentista, dramaturga y exploradora francesa 18 años menor que él. Tenía diecinueve años cuando se embarcó con su marido el pintor François Biard a la Isla de Spitsbergen situada al norte de Groenlandia en el Oceano Ártico y así convertirse en la primera mujer exploradora que llegó a esas latitudes, para una prestigiosa expedición científica de la cual escribió su libro Viaje de una mujer a Spitsbergen, que fue un éxito reimpreso muchas veces y que la colección Babel tiene en su catálogo desde 1992.

Víctor Hugo la conoció en 1844, poco después de la muerte de Léopoldine, cuando Léonie d ́Aunet era una madre joven y estaba en la gloria de su aventura glacial.
Se veían siempre en secreto, en un departamento que ella alquiló con nombre falso en el interior del número 12 de la Rue de l’Abbaye en Saint-Germain-des-Prés, un edificio que aún existe.

Pero Adele lo supo. La primera reacción de esposa fue contactar a Léonie con una insólita proposición: unirse para deshacerse de Juliette, buscando que Víctor Hugo la repudiara.
Indignado, Víctor Hugo se negó. Léonie le suplicó que la disculpara.
Pocos días después, el marido de Léonie irrumpió en el nido de amor y los sorprendió in fraganti. El adulterio era entonces un delito en Francia. Biard los denunció formalmente provocando un escándalo público y ella fue detenida y sentenciada a 4 meses de prisión. Pasó 2 en Saint Lazare y terminó la condena en un convento agustino. Víctor Hugo no sufrió sentencia porque su condición de Par de Francia le otorgaba inmunidad. Pero Víctor Hugo decidió poner fin a la relación, en parte debido a la presión social y familiar, y en parte debido a su propia culpa y angustia. La separación fue dolorosa para ambos, y consecuentemente Léonie d’Aunet sufrió una gran depresión durante su encarcelamiento. Víctor Hugo, que siempre estuvo seguro que fue Adele quien le informó al pintor, se retira al encierro en su hogar. Es 1845 y ahí empieza a escribir La Miseria.
Años después, cuando vivieron en el exilio, surgió entre Juliette y Adele una cierta amistad. Víctor Hugo ya era más de Juliette que de Adele.
Juliette estuvo incondicionalmente al lado de Víctor Hugo, su Toto como le llamaba cariñosamente, hasta el último día de su vida. Murió 3 años antes que él.
La boda de Víctor Hugo con Adele significó una desgracia para su hermano mayor, Eugène. Estaba profundamente enamorado de Adele desde los años en que ella aun no le importaba a Víctor Hugo. Tanto, que víctima de una gran depresión Eugene terminó internado en el Hospital Esquirol o Asilo de Charenton, un manicomio del que no salió jamás y donde se suicidó. También escritor y poeta, Eugene escribió Ode sur la mort du duc d’Enghien, (1818), Sur la mort du prince de Condé, oda (1819); Stances à Thaliarque, (1820); Le Duel du précipice, novela y Trahison pour trahison, también novela. Se vendieron, pero ninguno tuvo gran éxito. En los albores de este siglo Pierre-Jean Lancry, publicó Eugène Hugo L’Histoire oubliée d’un frère, ( La historia olvidada de un hermano ), en el que acusa a Víctor Hugo de haber abandonado a su hermano en el manicomio.
Algunos de sus biógrafos afirman que Víctor Hugo vivió sufriendo una recurrente especie de culpabilidad por el trágico destino de Eugéne, a quien poco visitó o atendió en su encierro siquiátrico. Como sea, aparece su figura en algunas obras, como Les Jumeaux, y le rindió un especial homenaje en el vigésimo noveno poema de Les Voix intérieures («Las voces interiores»), escrito a consecuencia de su fallecimiento, en 1837 a los treinta y siete años.
Eugene y su madre habían sido los primeros lectores de sus obras de puberto.
Eugene heredó a Víctor Hugo el título de vizconde que a su vez recibió del padre de ambos, pero el escritor nunca lo usó.
Su hermano mayor, Jean Abel, fue un segundo tutor para Víctor. También escritor, periodista e hispanista, caballero de la Orden de Lys por el papel jugado por su madre en la conspiración Malet, distinción que le otorgó en 1814 el Conde d’Artois, fue el líder de la revista Le Conservateur Littéraire que editó junto con Eugene y Víctor. Alentó el ingreso de Víctor en la Sociedad de Buenas Letras de París, que luego presidió siendo antes de cumplir 20 años de edad.
Fue el padrino de Charles, el hijo favorito de Víctor Hugo y el primero que lo siguió en el exilio.

Abel Hugo realizó un impresionante trabajo de corte enciclopédico-monográfico sobre su país, llamado La Francia pintoresca, una amplísima descripción topográfica y estadística de los departamentos y colonias de Francia, ofreciendo un resumen de cada departamento y colonia, la historia, las antigüedades, la topografía, la meteorología, la historia natural, la división política y administrativa, la descripción general y pintoresca del país, la descripción particular de las ciudades, pueblos, comunas y castillos, de las costumbres, comidas y trajes. También detalla apuntes sobre idiomas, modismos y particularidades lingüísticas de cada región, sobre educación pública y bibliografía local, sobre hombres famosos e información estadística de población, industria, comercio, agricultura, riqueza territorial, impuestos y un largo etcétera que publicó en 3 volúmenes en 1835.
De 1836 a 1843, elaboró una Historia General de Francia de 5 volúmenes, conteniendo estadísticas generales en los aspectos políticos, militares, judiciales, financieros, morales, médicos, agrícolas, industriales y comerciales, por departamentos y colonias y en 1838 publicó la Historia Militar de Francia y sus Ejércitos de Tierra y Mar que abarca de 1792 a 1837 también en 5 volúmenes. En 1823 publicó su primer libro, Historia de la Campaña en España , memoria de la ocupación en la que participó su padre y luego una Historia de Napoleón Bonaparte.
(sus obras: https://datos.bne.es/persona/XX883311.html )
Murió el 7 de febrero de 1855.
Víctor Hugo tuvo 5 hijos, todos con su esposa Adele. Tres hombres y 2 mujeres. El mayor Leopold, murió antes de cumplir un año de edad.
El 28 de agosto de 1824 nació la que viviría como su hija mayor, Léopoldine, registrada como Léopoldine Cécile Marie-Pierre Catherine Hugo. Sin duda, fue la favorita y más amada por su padre.
Hermosa, exquisita, muy educada, recibió como su hermanito fallecido el nombre de su abuelo Leopold, el padre de Víctor Hugo, con quien el poeta se había reencontrado y reconciliado logrando reconstruir una muy afectuosa relación. Durante los años 1827 y 1828 Víctor Hugo escribe los poemas “Odas a mi padre” y “Après la bataille”, también dedicado a él. Lamentablemente su nueva relación no duro mucho ya que el general falleció en 1828.
Leopoldine tuvo muchos pretendientes, se desenvolvió y fue educada en un círculo selecto pues su padre estaba muy bien relacionado en el mandato del rey Luis Felipe, como Par de Francia y ya había publicado Nuestra Señora de Paris y otras obras que lo colocaron en un pedestal de fama y respeto.

Quizá el único amor de Leopoldine fue Charles Vacquerie, a quien conoció mientras estaba de vacaciones en 1839 a los 11 años de edad. Se casaron en Paris en la iglesia de San Pablo-San Luis el 15 de febrero de 1843. En mayo del mismo año se embarazó, teniendo 19 años de edad.
Al iniciar septiembre de 1843 la joven pareja fue de paseo al Sena Marítimo en la región de Normandía. El día 4, frente a la comuna de Villequier la embarcación en la que viajaban sufrió un accidente, naufragando. Aunque Leopoldine sabía nadar, sus faldas y su embarazo fueron demasiado pesados y la hundieron, ahogándose. Su marido, que intentó inútilmente salvarla, también se ahogó.
Cuando el terrible accidente ocurrió, Víctor Hugo estaba en los Pirineos con Juliette y se enteró de la noticia en la prensa local. No hay otro acontecimiento en su vida que le haya causado más profundo dolor.
El impacto en su ánimo fue tremendo.
Dejó de escribir 2 años y 9 de publicar, hasta que huyó al exilio.
El destierro de Paris le trajo cierta tranquilidad. Alejado de la febril actividad social, cultural y política, retomó la intensidad de la producción y volvió a publicar, aunque sus obras estaban prohibidas por Napoleón III, lo cual no estorbó a su éxito.
Dedicó numerosos poemas a la memoria de su amada hija, notablemente Demain dès l’aube y À Villequier en Pauca Meae además de un capítulo de Les Contemplations.
Después del nacimiento de Leopoldine vino Charles, el 4 noviembre de 1826. El más apegado a su padre, fue periodista y fotógrafo, y el que más tiempo lo acompañó en el exilio. Pionero de la fotografía en época en que aun vivía Louise Daguerre (murió en 1851) es el autor de gran parte de las gráficas que conocemos de su padre y de su familia en el exilio. Pretendía publicar un álbum con una gran cantidad de fotos de las islas del Canal de la Mancha, dibujos de su padre y prosa de su hermano Francoise y de Vaquerie, de quien fue gran amigo, pero no le alcanzó la vida, pues murió repentinamente en Paris, recién habían regresado del exilio. Víctor Hugo tampoco logró cristalizar el proyecto, que se titularía Jersey et les îles de la Manche.
En abril de 1847, Víctor Hugo pagó 1.100 francos a un tal Adolphe Grangé para que sustituyera a Charles en un sorteo que implicaba el riesgo de ser seleccionado para un servicio militar de siete años. Grangé no fue elegido.
En 1848 fue secretario de Alphonse de Lamartine, precandidato a la Presidencia de la República, pero pronto cambió de opinión y se unió, al igual que su padre, a las filas de Luis Bonaparte contra Cavaignac, de lo que se arrepentirán, ambos, toda la vida. En esa elección Víctor Hugo fue electo representante por el Sena en el grupo conservador.
Como periodista del diario de la familia L’Evénement, escribió una crónica sobre la ejecución de un sentenciado a la guillotina, expresando su calcitrante oposición a la pena de muerte.
La crónica relata:
Un hombre, un presidiario, un condenado a muerte, es arrastrado, cierta mañana, a una de nuestras plazas públicas. ¡Allí encuentra el cadalso! Se estremece, se debate, se niega a morir. Es joven todavía, sólo tiene veintinueve años. ¡Ah! Ya sé lo que dirán: «¡Es un asesino!» Pero escúchenme. Dos oficiales lo agarran. Tiene las manos y los pies atados. Se aleja de los dos oficiales. Se produce una lucha espantosa. Sus pies, atados como están, se enredan en la escalera. ¡Usa el cadalso contra el cadalso! La lucha se prolonga. El horror se apodera de la multitud. Los oficiales, sudorosos y avergonzados, pálidos, jadeantes, aterrorizados, desesperados, desesperados con no sé qué horrible desesperación, encogidos bajo esa reprobación pública que debería haber caído sobre el castigo y haber perdonado al instrumento pasivo, el verdugo, los oficiales luchan salvajemente. La víctima se aferra al cadalso y grita pidiendo perdón. Tiene las ropas desgarradas, los hombros ensangrentados, pero sigue resistiendo.
Después de tres cuartos de hora de ese monstruoso esfuerzo, de ese espectáculo sin nombre, de esa agonía (agonía para todos, entiéndase bien), agonía para los espectadores reunidos tanto como para el condenado, después de esa edad de angustia, llevan al pobre desgraciado de vuelta a su prisión. El pueblo respira de nuevo. El pueblo, naturalmente misericordioso, espera que el hombre se salve. Pero no: la guillotina, aunque vencida, sigue en pie. Allí, todo el día, se enfurece en medio de una población enferma.
Por la noche, los oficiales con refuerzos, arrastran de nuevo al desgraciado, tan atado que no es más que un peso inerte; lo arrastran, demacrado, ensangrentado, llorando, suplicando, aullando por la vida, invocando a Dios, invocando a su padre y a su madre (pues se había convertido en un niño ante la perspectiva de la muerte); lo arrastran hacia la ejecución. Lo suben al cadalso y su cabeza cae. Y entonces, un escalofrío recorre todas las conciencias.
Charles fue juzgado y sentenciado el 11 de junio de 1851 por cargos de “irrespeto a las leyes”, por haber criticado en la misma publicación tanto la sentencia como la ejecución del condenado Montcharmant. Debió pagar con 6 meses de cárcel y una multa de 500 francos. Se encontraba preso cuando su padre tuvo que huir al exilio y salió de la cárcel el 28 de enero de 1852, partiendo directamente a Bruselas a reunirse con Víctor Hugo.
Es él quien juega el papel de médium en las sesiones de espiritismo en la isla de Jersey mencionadas en el libro Lo que dicen las mesas parlantes’ que recoge las supuestas comunicaciones que su padre tuvo con los espíritus de Shakespeare, Platón, Galileo, Jesucristo y emotivamente con su fallecida hija.
La conversación con su hija, siendo Charles el médium:
¿Eres feliz?
Contesta: si
¿Dónde estás?
– luz
¿Qué hay que hacer para llegar a ti?
-Amar
A partir de esa noche Víctor Hugo quedó persuadido, se implica y cree que hay puertas de acceso al más allá.
Se le presenta el espíritu de la muerte y le dice:
-Se el Edipo de tu vida y la esfinge de tu muerte

Charles tuvo tres hijos con su esposa Alice. Jeanne, cuyo nombre registrado fue Léopoldine Clémence Adèle Lucie Jeanne Hugo, y que nació el 29 de septiembre de 1869 en Bruselas, fue la adoración y heredera de la fortuna de su abuelo, de más de un millón de francos de la época y George, que sería un pintor que logró cierta fama y que también heredó. Su primer hijo, también llamado George murió a los pocos meses de nacer.
Lucile Jeanne fue una socialité de la que la prensa se ocupó con mucha frecuencia por su participación en los altos círculos sociales de Paris.
La tarde-noche del 13 de marzo de 1871 en Paris, cuando se dirigía a cenar con su padre, Charles sufrió un derrame cerebral y esa misma noche murió.
El cuarto hijo de la familia fue Francois-Victor, quien nació el 28 de octubre de 1828, también en Paris. Así como su hermano y el hermano de su cuñado Auguste Vacquerie, participó activamente en los periódicos que editaron junto con su padre, L’Événement, de 1848-1851 y Le Rappel, fundado en 1869, ambos cerrados por razones políticas.

L’Événement fue fundado por los Hugo para apoyar la candidatura de Luis Bonaparte a la presidencia de la República, campaña en la que Víctor Hugo fue candidato a la Asamblea.
En la literatura se recuerda a Francois-Victor Hugo por los 18 volúmenes que publicó entre 1859 y 1866 con las traducciones de las obras de William Shakespeare al francés, que tuvieron grandes ventas tanto en Francia como en Bélgica y en las colonias de ultramar y se siguen usando en las escuelas de su país. Están disponibles en todas las bibliotecas públicas de Francia.
También publicó el libro La Normandie Incunnue, (La Normandia desconocida) en 1857. Murió sin decendencia, de tuberculosis, en Bordeaux, a los 45 años en 1873, acompañado de su padre.
La única hija que sobrevivió a Víctor Hugo fue Adele, la menor, nacida el 24 de agosto de 1830 también en Paris.
Fue una niña frágil y una joven hermosa que se crio en una rica casa cultural con un talento especial para el piano, revelado desde muy pequeña.
Cuando la familia se fue a vivir a la isla de Jersey conoció al teniente Albert Pinson un apuesto oficial del ejército inglés que se interesó en ella. La visitaba en la casa familiar y en 1855, le propuso matrimonio, pero ella rechazó la propuesta. A su padre no le agradaba la relación, por varias razones. Pinson era unos 10 años mayor que Adele, tenía fama de mujeriego y de jugador y por su fuera poco, era inglés. Sin embargo, Adele se arrepintió de haberlo rechazado y contó a sus padres que estaba realmente enamorada de él. La madre la apoyó y el padre la autorizó a casarse con él. Pero Pinson ya había sido reubicado en Londres y no volvió a insistir ni a visitar a Adele. Había perdido el interés.
Las dos Adele viajaban frecuentemente a Bruselas, pues ellas no tenían ninguna prohibición política. Un día le comentó a su madre que estaba decidida a ir a buscarlo a Londres y , tras mucho insistir, la madre accedió a acompañarla. Cuando llegaron a donde esperaban encontrarlo se enteraron que había sido trasladado a Halifax. Regresaron a Bruselas, donde permanecieron solas casi un año, con visitas muy esporádicas a Guernsey.

Mintiendo a su familia diciendo que visitaría a un familiar en Francia, Adele partió a Halifax en busca de su amado, por quien ya había desarrollado una auténtica obsesión.
Se registró en el Hotel Halifax como miss Lewly, pero pronto se referiría a sí misma como Madame Pinson. Vivió ahí durante un tiempo, pero para ahorrar su dinero se mudó a una habitación con la familia Saunders. Se comportaba misteriosa y aislada. Nadie sabía en Halifax que era hija del famoso escritor. Sus padres le enviaban dinero con regularidad. Escribía a su familia con regularidad y mentía diciendo que había contraído matrimonio con Pinson y que era muy feliz. Cuando Víctor Hugo recibe la noticia del supuesto matrimonio la publica en el periódico local de los refugiados. La versión llega a Pinson, quien de inmediato escribe a Víctor Hugo diciéndole que no es verdad y que nunca se casará con su hija.
Ella efectivamente había localizado a Pinson, le escribía a diario e intentaba reunirse con él, pero él ya no tenía el menor interés. Lo perseguía de día y de noche y se disfrazaba para evitar que la rechazara en público.
Su enfermedad mental comenzó a mostrarse, se negaba a comer, se cuidó poco y su salud física también comenzó a degradarse. Los Saunders la escuchaban que caminaba en su habitación toda la noche y hablaba sola.
En 1866 Pinson fue nuevamente readscrito, en esta ocasión a Barbados. De inmediato partió a buscarlo hasta el caribe y se instaló en la residencia de la señora Chadderton en Bridgetown. Como no avisó a sus padres, dejo de recibir dinero. Su madre fue a buscarla en Halifax donde por supuesto no la encontró, pero se enteró de la vida que había llevado ahí. Le perdieron la pista. En Barbados pronto se convirtió en objeto de burlas debido a su comportamiento, sucia, desarreglada y delirante. Mientras tanto, Pinson, seguramente ajeno, se casó en Inglaterra con Catherine Edith Roxburgh.
Una mujer negra y esclava conoció a Adele, se interesó en saber quién era, la cuidó y la llevó de vuelta a Francia.
Cuando Víctor Hugo la encontró, ya estando de regreso en Paris, la internó en un hospital donde le informaron que su lugar adecuado era una casa de cuidados siquiátricos. Entonces escribió en su diario:
La volví a ver (en la institución mental). No reconoció a François-Víctor. Ella me reconoció. La abracé. Le dirigí palabras de ternura y esperanza. Estaba tranquila y a veces parecía estar dormida. Hoy hace justo un año que me fui a Burdeos con charles, que no volvería con vida. Hoy vuelvo a ver a Adele. ¡qué pena tan enorme!».
En la clínica mental le informaron que vivía relativamente tranquila, aunque regularmente desorientada y que tocaba el piano, pero debía ser permanentemente vigilada pues en ocasiones tenía impulsos suicidas y agresivos, y requería medicación constante. Siguió pensando y anhelado encontrarse con Pinson hasta el último de sus días. Vive 40 años en el asilo cuidando el jardín, tocando el piano y escribiendo en su diario. Allí muere en 1915, a los 85 años.
La Obsesión de Adèle, o Síndrome de Adele como se le conoce siquiátricamente en la actualidad, es una manifestación de obsesión por un ser amado, aunada a síntomas de ansiedad, depresión, alucinaciones, y frecuentemente esquizofrenia.
Su trágica vida fue llevada al cine en 1975 en Diario íntimo de Adèle, película dirigida por François Truffaut. Isabelle Adjani protagonizó al personaje de Adèle y Bruce Robinson al teniente Pinson. También su vida y su obsesión se plasmó en 1993 en el libro Adèle Hugo: La Misérable, de Leslie Smith Dow.
EL EXILIO
La Revolución de 1830 que obligó la abdicación del rey Carlos X, -segundo tras la restauración de la monarquía en Francia luego del paréntesis de la Revolución, de la primera República y de la era napoleónica y su Primer Imperio- marcó un punto y aparte en la historia monárquica, que tendría gran trascendencia mundial. A partir de entonces el Rey -primero en Francia y después en otros países- ya no lo sería por “gracia divina” como se le venía entendiendo desde tiempos inmemoriales. La nueva constitución establecía que la soberanía residía y emanaba del pueblo, por lo que el siguiente rey, Luis Felipe de Orleans, sería “Rey de los franceses”. No fue sólo un pequeño cambio de nombre. El pueblo se había empoderado. Eran “los franceses” quienes tomaban las decisiones y designaban a su monarca. Consecuentemente, Luis Felipe sería conocido históricamente como “rey ciudadano” aunque popularmente como “rey de los burgueses”, pues favoreció ampliamente a esa clase. Una clase que había conquistado su posición encumbrada por mérito propios, no por línea hereditaria o de sangre. Eso trajo consigo el fin del absolutismo. En su gobierno la burguesía tuvo un vertiginoso ascenso como clase dominante. Pero pese a su corte liberal, el reinado de Luis Felipe no estableció el ambicionado sufragio universal. Sólo votaban los grandes contribuyentes fiscales, la alta burguesía y los terratenientes. Luis Felipe gobernaría 17 años y 199 dias, entre el 9 de agosto de 1830 y el 24 de febrero de 1848. Fue el último rey de Francia.

Luego de su abdicación a causa de protestas masivas derivadas de una severa crisis económica, vino la instauración de la Segunda República, encabezada inicialmente por un gobierno provisional. Víctor Hugo fue designado alcalde del distrito 8 de Paris el 25 de febrero de 1848. Rápidamente, el 23 de abril del mismo año se realizaron las primeras elecciones a la Asamblea Nacional. En sólo dos meses el país vivió una profunda transformación de su régimen gubernamental que incluyó el sufragio universal masculino. Paradójicamente, esto benefició a las clases más conservadoras debido a que los campesinos les entregaron su voto irreflexiva y contradictoriamente. Usaron el flamante y anhelado derecho para anclarse en el pasado.
Varias medidas impopulares provocaron nuevas protestas obreras y estudiantiles mediante barricadas que fueron sangrientamente reprimidas, incluso por el propio Víctor Hugo encabezando tropas. Esto dio paso a una república de claro corte autoritario. Sin embargo, se convocó a elecciones presidenciales para el 10 de diciembre a las que se presentaron 5 candidatos, 4 auténticos desconocidos y un diputado recién llegado del exilio que ya había intentado y fallado 2 golpes de estado: Luis Napoleón Bonaparte, presunto sobrino de Napoleón I.
Y digo presunto sobrino porque ni siquiera lo era en realidad, pues una infidelidad en el origen dinástico pervirtió la autenticidad sanguínea. Pero eso lo trataremos a fondo en otra efeméride, llegado su momento.
Fue en este proceso electoral cuando en agosto de 1848 Víctor Hugo y sus hijos fundaron el diario L’Événement.
Luis Napoleón fue electo presidente en diciembre de 1848, en gran parte en memoria de su supuesto tío.
O séase, de nuevo una elección popular decidida mediante el paradigma conductual de una sucesión monárquica, que nos revela un electorado sin noción del momento histórico que estaba viviendo, actuante al son de la inercia con la costumbre derogada.
¡Cuántas veces es estúpido el electorado!
Y digo supuesto porque en realidad Luis Napoleón no llevó la sangre de Napoleón I. Una infidelidad de su madre Hortensia de Beauharnais frustró la línea dinástica. Modernos estudios de ADN han demostrado fehacientemente que mientras los cromosomas “Y” del primer Emperador de Francia pertenecen al haplogrupo «corso-sardo», los del falso sobrino son del tipo «caucásico», lo que hace imposible su vinculación sanguínea. Pero de eso hablaremos con precisión en otra efeméride.
En 1849, ya como representante en la Asamblea legislativa, Víctor Hugo pronuncia su famoso Discurso sobre la miseria que enfocó en denunciar y describir la lascerante pobreza y el hambre crónica que estaba padeciendo la sociedad más pobre de París.
Tras este pronunciamiento rompe con Bonaparte, motivado por el envió de una expedición militar francesa contra la efímera República Romana de 1849, donde al final se restituyeron los dominios del papa en los Estados Pontificios. Además progresivamente se ve enfrentado a sus antiguos amigos de la bancada conservadora.
Debía este Bonaparte encabezar el gobierno durante 4 años a partir del 20 de diciembre de 1848, que concluirían el segundo domingo de mayo de 1852, sin posibilidad de reelección, como lo marcaba con toda claridad la ley. Pero como todos sabemos, en lugar de preparar su sucesión democrática en diciembre de 1851 organizó un autogolpe de estado para perpetuarse en el poder. Es decir, el ejecutivo disolvió la asamblea, se apoderó de las cortes judiciales, restringió la libertad de expresión para posteriormente autoproclamarse Emperador. Tomó el nombre de Napoleón III.
Víctor Hugo no pudo tolerarlo. Se opuso fieramente a un nuevo usurpador.
Él contabiliza su exilio a partir del 2 de diciembre, misma fecha del autogolpe, pero no fue exactamente así.
El golpe se perpetró durante la madrugada de ese día, iniciando con la aprehensión de varios representantes y movilizando al ejército que respondió con sumisión al presidente golpista.
Víctor Hugo recibió la noticia estando aun en cama.
Así lo recuerda en su libro Historia De Un Crimen, publicado 25 años después, en 1877, pero escrito durante las primeras semanas del exilio:
Yo estaba ya despierto, trabajando en la cama. Entró mi criado y me dijo con un cierto aire de espanto: —Hay un representante del pueblo que quiere hablar con el señor.
—¿Quién es?
—El señor Versigny.
—Hazlo entrar.
Entró Versigny y me contó el asunto. Salté de la cama. Me anunció la cita (con otros diputados) en casa del antiguo constituyente Laissac.
En las calles las paredes estaban cubiertas de carteles, que los curiosos se apresuraban a leer. Un decreto y dos proclamas, los tres en papel blanco y pegados los unos a los otros. El decreto estaba impreso en grandes caracteres.
Era preciso reunirse; era preciso advertir y convocar inmediatamente a los representantes republicanos que todavía estaban en libertad.
Para la tarde del mismo día Víctor Hugo estaba en plena gestión opositora. Ya había contactado y alentado a otros representantes, principalmente de izquierda, y convocado a varias reuniones con el propósito de organizar la resistencia.
Integraron un comité que pretendía encabezarla, pero fueron muy pocos los que atendieron su llamado.
Su fiel Juliette corrió entonces serios riesgos sirviendo de correo entre los inconformes y llevando y trayendo noticias de lo que sucede en las calles, ya ocupadas por el ejército. La mayoría de los diputados de todas las fracciones o están con el presidente golpista o permanecen a la expectativa, temerosos y sin manifestarse.
Esa noche , Víctor Hugo no duerme.
Semanas después recordaba su estupor escribiendo el libro Napoleón el Pequeño:
“…un atentado contra la República y contra el pueblo, ¿es que alguien podía tener semejante premeditación? Violar el derecho, suprimir la Asamblea, abolir la Constitución, estrangular la República, aterrorizar a la nación, mancillar la bandera, deshonrar al ejército, prostituir el clero y la magistratura, salir bien librado de la aventura, triunfar, gobernar, administrar, exiliar, desterrar, deportar, arruinar, asesinar, reinar, con tales cómplices que la ley acabase siendo el lecho de una mujerzuela, ¡cómo podrían cometerse todas estas enormidades! ¿Y por quién? ¿Por un coloso? ¡No!; por un enano.”
Muy temprano el día 3 el representante Víctor Hugo continua organizando legisladores y exhortándolos a repudiar el golpe, promueve la insurrección de obreros en los distritos de París, alienta la instalación de barricadas. Acude a medio día al barrio Faubourg Saint-Antoine, donde ya hay brotes de resistencia, casi al momento en que es asesinado el diputado Alphonse Baudin. Víctor Hugo intenta insubordinar a los residentes del área pero fracasa. Se siente impotente y las noticias que le lleva Juliette son desalentadoras.
El día 4, dos después del autogolpe, la incipiente resistencia se ha desvanecido antes de tomar forma. El ejército tiene pleno control y los opositores no se ven por ningún lado. Los tiroteos en las calles aplastados por las armas de Bonaparte han hecho correr a quienes intentaron salir a protestar un día antes.
Víctor Hugo recibe la confirmación de que está en la mira y que hay orden de tomarlo preso, mientras se entera de más y más representantes encarcelados. Sabe que no debe exponer a su familia y que de ser apresado sería su fin. Juliette le encuentra un refugio seguro para que se esconda. Su casa está sitiada y la represión es desalmada.
Analizando la situación concluyen que no queda otra opción más que huir del país.
El día 7 ella misma le entrega un pasaporte falso a nombre del impresor Lanvin con el que logra tomar un tren a Bélgica el día 11, disfrazado, aparentando ser Lanvin. Llega a Bruselas el 12. En 10 días su vida ha dado un giro tan rotundo como inesperado. Juliette permanece en Paris cumpliendo otra misión de alto riesgo y de primera importancia: rescatar un baúl conteniendo los más importantes manuscritos de Víctor Hugo, -entre los que se encontraba La Miseria- que ella misma saca de la casa familiar de su amado. Con sorprendente eficiencia lo alcanza al día siguiente en la capital belga. No regresarán a Francia en los próximo 19 años.
Mientras tanto, Luis Napoleón contando con el apoyo de buena parte del congreso y dueño de la situación, convoca en el mismo diciembre a un improvisado remedo de referéndum en el que muy pocos participan, que sin ningún conteo confiable le otorga manga ancha y amplía ilimitadamente los poderes presidenciales extendiendo su mandato 10 años más, sin restricciones para ser reelegido, ni necesidad de pasar por las urnas.
Decenas de veces durante el resto de su vida Víctor Hugo contó que Juliette le había salvado la vida.
Para los primeros de enero de 1852 ya está instalado en el edificio marcado con el número 16 de la Gran Place de Bruselas, cerca del palacio del ayuntamiento.
La huida de Víctor Hugo y de Juliette, aunque tensa y dolorosa, ha sido más fácil de lo que en un momento ambos supusieron. Hay quienes afirman que la policía parisina y el propio régimen presionaron, pero hicieron la vista gorda para facilitar la escapatoria a fin de evitarse el conflicto de tener que detenerlo y enfrentar la reacción de la opinión pública, pues Víctor Hugo era ya un personaje que gozaba de gran popularidad.
El 9 de enero se publica el decreto de su destierro. Aunque ya está fuera, es legalmente expulsado de Francia.
Oficialmente, a partir de ese momento, es un proscrito.
En esos días Víctor Hugo cabila cómo no previeron, él y sus amigos políticos e intelectuales, cómo no acertó la sociedad el riesgo que representaba Bonaparte y cómo creyeron ingenuamente en él.
Ciertamente, dice en el libro El Exilio: “Se había sospechado de Luis Bonaparte durante mucho tiempo; pero las sospechas prolongadas desconciertan la inteligencia y se desgastan por su inútil duración.
Alguna vez se había conjeturado:
¿Luis Bonaparte golpista? ¿Por qué creer que lo intentaría? ¿Por qué suponerle tan perverso? Además, semejantes actos superan sus posibilidades; si es materialmente incapaz, ¿por qué considerarlo capaz moralmente? ¿No se ha comprometido bajo su honor? …Los crímenes se hacen en pequeña o en gran escala; en el primer caso se es un Mandrin; en el segundo, un César. César pasa el Rubicón; Mandrin salta la alcantarilla».
Y los ´hombres sensatos´ intervenían: No cometamos la equivocación de hacer conjeturas ofensivas. Este hombre ha sido exiliado y desdichado; el exilio ilumina y la desdicha corrige».
El mismo Luis Bonaparte había pronunciado estas famosas palabras: «Yo vería a un enemigo de mi país en cualquiera que quisiera cambiar por la fuerza lo que está establecido por la ley».
El 27 de noviembre de 1848 decía a sus conciudadanos en su manifiesto electoral : Me creo obligado a manifestar mis principios y sentimientos: entre ustedes y yo no debe haber ambigüedades. No soy ambicioso: criado en países libres y en la escuela de la desgracia, seré siempre fiel á los deberes que me impongan vuestros sufragios y las voluntades de la Asamblea. Haré consistir mi gloria en dejar al cabo de cuatro años a mi sucesor el poder consolidado, la libertad intacta y realizado un verdadero progreso.»
El 31 de diciembre de 1849 en su primer mensaje a la Asamblea, escribía: «quiero ser digno de la confianza de la Nación, manteniendo la Constitución que he jurado.
El 12 de noviembre de 1850 en su mensaje anual decía “Si la Constitución tiene defectos y puede producir peligros, son ustedes, los ciudadanos, libres para ponerlos de manifiesto ante el país; pero yo, ligado por mi juramento, me ceñiré a los límites estrechos que me ha trazado”
Además, – recuerda Víctor Hugo– la fuerza era el ejército; el ejército tenía jefes, jefes queridos y victoriosos: Lamoricière, Changarnier, Cavaignac, Le Flô, Bedeau, Charras…
Luis Bonaparte, a su vez, protestaba enérgicamente cuando se dudaba de él. Eran numerosos los hechos que lo justificaban. ¿Por qué no iba a tener buena fe? Había adquirido importantes compromisos. Hacia el final de octubre de 1848, siendo candidato a la presidencia, fue a la calle de la Tour-d’Auvergne, número 37, para entrevistarse con una persona y le dijo: «Vengo a tener una explicación con usted. Se me calumnia. ¿Le parezco acaso un insensato? ¿Se imagina usted que pretendo imitar a Napoleón? … Hay dos hombres a los que la ambición puede darles la característica de modelos: Napoleón y Washington. Uno era un hombre genial, el otro, virtuoso. Es absurdo decir: “Yo seré un hombre genial”; en cambio es honesto decir: “Yo seré un hombre virtuoso”.
¿Qué es lo que depende de nosotros?; ¿qué es lo que está al alcance de nuestra voluntad? ¿Ser un genio? No. ¿Ser un hombre de bien? Sí. Tener genio no es una meta posible; tener honradez, sí lo es. ¿Y qué podría resucitar a Napoleón?; una sola cosa. Un crimen. ¡Bonita ambición! ¿Por qué suponerme loco? La República está constituida; yo no soy un gran hombre, no imitaré a Napoleón. Pero soy un hombre honrado y seguiré el ejemplo de Washington. Mi nombre, el nombre de Bonaparte, constituirá dos páginas de la historia de Francia: en la primera constará el crimen y la gloria; en la segunda la probidad y el honor. Y puede que la segunda valga más que la primera. ¿Por qué? Porque si bien Napoleón es más eminente, Washington es mejor. Entre el héroe culpable y el buen ciudadano yo elijo al buen ciudadano. Esta es mi ambición»
“Todas estas palabras y todos estos hechos eran del dominio público. La imposibilidad material y moral del golpe de Estado era evidente para todo el mundo. ¡Atentar contra la Asamblea Nacional! ¡Arrestar a los representantes! ¡Qué locura!”
El primero de febrero Víctor Hugo se trasladó a otro apartamento situado en la llamada Casa de la Paloma en el número 27 de la Grand-Place, sobre el estanco de la Señora Cebère a la que proclamó «la madre de los exiliados». Bruselas contaba ya con una colonia de miles de refugiados franceses rebeldes que repudiaban a Luis Napoleón Bonaparte “el traidor a la República”.
Ahí escribe en los siguientes meses Napoleón el Pequeño, en el que denuncia el crimen contra la República y la Democracia cometido y fustiga al mundo por no repudiarlo suficiente.
Un párrafo del prólogo a la primera edición lo presenta así:
Napoleón III es el hombre que ha querido en mala hora realizar los planes ambiciosos del conquistador que murió desamparado en un pobre islote en medio de la inmensidad del Océano. Napoleón III quiso imitar el que en cierto modo mereció el apodo de El Grande, pretendiendo usurpar el imperio de la Europa, pero sólo consigue cometer torpezas y criminales absurdos, logrando que Víctor Hugo en plenas cortes constituyentes de Francia le diese el nombre de Napoleón El Pequeño.
Tal nos lo describe a grandes y brillantísimos rasgos el valeroso representante del pueblo francés. Sí, Víctor Hugo, el profundo pensador, el primer literato de Francia, es el que ha tomado a su cargo escribir la historia verídica e imparcial del hombre que intrigó y se envileció para llegar a ser presidente de la república francesa y que después no reparó en crímenes de lesa nación y de lesa humanidad para empuñar el cetro de uno de los más grandes pueblos de la tierra.
Hoy podemos ver en toda su verdad la hediondez que encierra la dinastía francesa, dinastía que a pesar de sus pocos años, ha causado a la libertad más daño que las demás dinastías…Loor a Víctor Hugo que no ha vacilado en proclamar la verdad; al contrario, con toda la impavidez y bravura peculiar de las almas grandes ha revelado al mundo la escoria que habita en Napoleón El Pequeño.

Escribe Víctor Hugo en un fragmento:
Nadie niega la existencia de este crimen, ni aun los que de él viven y se aprovechan, los cuales se contentan con decir que ha sido “necesario”; ni aun el mismo que lo ha cometido, que se limita, reconociéndose criminal, a declarar que ha sido absuelto. Este crimen contiene en si todos los crímenes, la traición en el pensamiento, el perjurio en la ejecución, el homicidio y el asesinato en la lucha, el despojo, la estafa y el robo en el triunfo. Este crimen trae en pos de sí como partes integrantes de sí mismo, la supresión de las leyes, la violación de cuanto la Constitución declaró inviolable, el secuestro arbitrario, la confiscación de bienes, los asesinatos nocturnos, los fusilamientos secretos, las comisiones militares en reemplazo de los tribunales, diez mil ciudadanos deportados, cuarenta mil ciudadanos proscritos, sesenta mil familias arruinadas y desesperadas. Todo esto es patente; y sin embargo, ¡oh vergüenza! se guarda silencio acerca del crimen; se lo vé, se lo toca, se lo siente, y los que lo ven lo sienten y lo tocan pasan adelante y se ocupan tan solo en sus negocios particulares. La tienda sigue abierta; en la Bolsa continúa el agiotage; el comercio, sentado sobre sus fardos, se frota las manos, y casi hemos llegado ya al tiempo en que todo esto parezca muy natural. El que mide las telas no oye que la vara que tiene en la mano le grita y le dice: «es una medida falsa la que nos gobierna.» El que pesa sus géneros no oye que la balanza exclama: »es un peso falso el que reina sobre nosotros.»
El autor de semejante crimen es un malhechor de la especie más cínica y más baja.
Desengáñense los que visten toga, banda, o uniforme; desengáñense todos cuantos sirven a ese hombre: no se crean los agentes de un poder, porque en realidad no son más que los secuaces de un pirata. Desde el 2 de diciembre no hay en Francia funcionarios; no hay más que cómplices. Ha llegado el momento de que cada uno sepa lo que ha hecho y lo que está haciendo. El gendarme que prendió a los que el hombre de Strasburgo y Boulogne (Luis Bonaparte) llama insurgentes, prendió a los defensores de la Constitución; el juez que juzgó a los combatientes de Paris o de las provincias, puso sobre el banquillo a los sostenedores de la ley; el oficial que tuvo en los calabozos a los sentenciados, detuvo a los defensores de la República y del Estado; el general de África que encierra en Lambesa a los deportados, que abrumados por el sol, con el temblor de la fiebre, abren en la abrasada tierra el surco que ha de ser su sepultura, encierra, tortura y asesina a los hombres del derecho. Todos ellos, generales, oficiales, gendarmes, jueces, son delincuentes; y aquellos a quienes persiguen son más que inocentes, son héroes; son más que víctimas, son mártires.
Sépase, pués, y apresúrense a lo menos los instrumentos de la opresión a librar del peso de las cadenas á los que gimen en ellas, a descorrer los cerrojos, a desocupar los pontones, a abrir los calabozos, ya que por el momento no hay valor para coger la espada, ¡sus conciencias, despertaos, ya es tiempo!
¡Si la ley, el derecho, el deber, la razón, la sensatez, la equidad, la justicia, no bastan, pensad en el porvenir!
¡Si el remordimiento calla, hable a lo menos la responsabilidad.
Sépanlo también los propietarios que estrechan la mano de un magistrado, los banqueros que festejan a un general, los paisanos que saludan a un gendarme; sépanlo todos los que no se alejan del palacio del ministro, de la casa del prefecto, como de un lazareto; sépanlo los que siendo ciudadanos particulares, no funcionarios, asisten a los bailes y a los banquetes de Luís Bonaparte, sin reparar que ondea la bandera negra sobre el Eliseo; ese género de oprobio es contagioso; si se libran de la complicidad material, no pueden librarse de la complicidad moral.
El crimen del 2 de diciembre los salpica de lodo.
Ya no hay en Francia un tribunal, ni un juez que pueda moralmente administrar justicia, ni imponer pena alguna, por ningún motivo, a quien quiera que sea, ni en nombre de quien fuere. Preséntese al tribunal un malhechor cualquiera: el ladrón dirá á los jueces: el jefe del Estado ha robado veinticinco millones al Banco; el testigo falso les dirá: el jefe del Estado ha violado el juramento que hizo a la faz de Dios y de los hombres; el culpado de detención arbitraria dirá: el jefe del Estado ha detenido contra todas las leyes a los representantes del pueblo soberano; el estafador dirá: el jefe del Estado ha escamoteado su mandato, se ha apoderado por estafa del poder y de las Tullerias; el falsario dirá: el jefe del Estado ha falsificado un escrutinio; el salteador de caminos dirá: el jefe del Estado ha quitado el bolsillo a los príncipes de Orleans; el asesino dirá: el jefe del Estado ha fusilado, ametrallado, lanceado, y degollado a los transeúntes por las calles; y todos juntos, estafador, falsario, testigo falso, bandido, ladrón, asesino, añadirán; y vosotros jueces, habeis ido a saludar a ese hombre, a felicitarlo por su perjurio, a cumplimentarlo por sus falsificaciones, glorificarlo por sus estafas, a darle el parabién por haber robado y las gracias por haber asesinado: por lo tanto ¿con qué derecho nos acusáis?
Después del espantoso escándalo que consiste en el triunfo del crimen, no vayamos a dar el escándalo mas espantoso todavía, que consiste en la indiferencia del mundo civilizado. Si se diera, la historia se presentaría un día como vengadora; y desde el momento actual, así como los leones heridos se internan en las soledades, el hombre justo, cubriendo su faz en vista de tan universal envilecimiento, se refugiaría en la inmensidad del desprecio.
El virulento y contundente tono del libro soportado en la vehemencia de Víctor Hugo desató la ira de Bonaparte, quien dicen que lo leyó completo. Para el autor, fue el mejor destino que pudo tener su trabajo.
Por supuesto, el libro se prohibido en Francia, pero los volúmenes se introducían desde Bélgica de contrabando en fardos de heno y entre láminas de metal, incluso en latas supuestamente de sardinas, pues había una gran demanda acrecentada por el ingrediente de la clandestinidad. Se leía en reuniones grupales secretas y se hicieron miles de copias a mano.

El gobierno francés desplegó en respuesta una intensa ofensiva diplomática presionando al belga hasta que logró que Víctor Hugo fuera expulsado del país.

A tan sólo 8 meses de su llegada, para fines de julio de 1852, el rey Leopoldo I -padre de Carlota , la emperatriz de México esposa de Maximiliano- cedió y el gobierno del primer ministro Charles Rogier le retiró el permiso de residencia. El 1 de agosto debió abandonar el país rumbo a Londres, acompañado de su inseparable Juliette y de su hijo Charles, quien ya se les había unido en el exilio. Cientos de proscritos franceses acudieron a despedirlo en la desembocadura del rio Escalda, en el puerto de Amberes, donde pronunció un discurso entre vivas, aplausos y vítores. Entre ellos se encontraba su amigo Alexandro Dumas, quien también había huido a Bruselas, mas no por razones políticas, sino escapando de sus acreedores.
A Londres sólo llegó a realizar trámites migratorios para de inmediato partir a la isla inglesa de Jersey en el Canal de la Mancha a donde llegó el día 5. Ahí vivió 3 años, del 5 de agosto de 1852 al 31 de octubre de 1855, acompañado de Juliette, de su esposa, su hija Adele y de un hermano del que fuera esposo de la llorada Leopoldine, Auguste Vacquerie que se había convertido en un integrante más de la familia. El y Juliette trabajaron intensamente en ese tiempo. Ella como incansable secretaria. Él componiendo alteros de versos para Las Contemplaciones que incluye 158 poemas integrados en 6 libros, publicados en 2 tomos, titulados Autrefois y Aujourd’hui ( Anteriormente y Hoy) y para Los castigos, brillante sarta de poesías satíricas; la trilogía de El fin de Satán, Dios y La leyenda de los siglos, ejemplo de poesía filosófica en la que traza el camino de la humanidad hacia la verdad y el bien, desde la época bíblica hasta su tiempo.
Inicialmente se instaló en la capital de la isla, Saint Helier donde vivía una colonia de franceses también proscritos. Para el día 16 de agosto está acomodado en la playa de Azette, del barrio Saint Clement, en una casa a la que llama Marine Terrace. Ahí recibe, en diciembre del mismo 52, la noticia de que ha desaparecido la Segunda República Francesa y se ha instaurado un nuevo Imperio. Bonaparte se hará llamar desde entonces Napoleón III.
Juliette se hospedó primero en el Hôtel du Commerce, luego en Nelson Hall y finalmente en el Inn Richland, en la Maison du Heaume, en Hâvre-des-Pas. Solo vivió con la familia en Marine Terrace durante 6 días.
En abril de 1855 Napoleón III visita Londres y Víctor Hugo publica una enérgica protesta en una “Carta a Luis Bonaparte”, en la que lo trata con violencia. Ambos gobiernos fingen ignorarla. Pero en octubre del mismo año, en reciprocidad, la Reina Victoria viaja a Paris. El día 10 en el periódico L´Homme que publica la comunidad de proscritos franceses en Inglaterra, Féliz Pyat, un republicano francés exiliado en Londres publica una carta abierta dirigida a la reina expresando dura oposición. Los refugiados de Jersey también protestan con expresiones altisonantes. El gobierno británico reacciona expulsando a tres de ellos. El día 17 se publica una “declaración de solidaridad” con los expulsados y aplaudiendo a los manifestantes. Víctor Hugo sus 2 hijos y Vacquerie con otras 32 personas son los firmantes. La declaración termina con la frase And now expel us! / Et maintenant, expulsez-nous» (Y ahora expúlsenos).

El gobierno de la isla les toma la palabra y el 31 de octubre de 1855 expulsa de Jersey a varios, incluyendo a Víctor Hugo, a su hijo Francois-Víctor y a Juliette. No van muy lejos. Sólo cruzan a la Isla Guernsey, a unas cuantas millas. Por la tarde están en Saint-Pierre-Port, capital isleña, donde es recibido con fiesta por una multitud. Ahí vivirá hasta el 15 de agosto de 1870. Inicialmente se instalan padre e hijo en las habitaciones16 y 17 del hotel de l’Europe por una renta de 5 francos por persona al día, todo incluido. A Juliette la instalan en el Crown Hotel, pero pronto toma una habitación en el número 8 de la calle Havelet.
Las dos Adele, madre e hija, su otro hijo Charles y el fiel Auguste Vacquelier se les unen pronto en una casa que equipan sencillamente con mobiliario rentado, en el 20 de la Hauteville Street. Un sitio wiki afirma que pagan por el alquiler de la casa 768 francos al año y 360 por los muebles. Compromete Víctor Hugo un contrato por un año, siempre y cuando no sean expulsados antes. Juliette se mudó a un domicilio a menos de 100 metros de distancia a una finca que él podía ver desde su ventana.
1856 es un buen año para Víctor Hugo, pues apenas iniciando recibe una importante suma de miles de francos por la publicación de su libro Les Contemplations, en francés y en inglés. En mayo de ese año compra en 24 mil francos la primera casa de la que es propietario en su vida en el 38 de Hauteville, operación sobre la que escribe orgulloso: “La casa de Guernsey surge íntegramente de Contemplations. Desde la primera viga hasta la última loseta, Les Contemplations pagó por todo. Este libro me dio un hogar”.
Las Contemplaciones es un compendio que reúne memorias o autobiografía en verso y es un homenaje a su amada hija Leopoldine. Aunque la mayoría de los poemas son de 1855, incluye algunos escritos desde 1830.
La casa viene a aportar doble seguridad a la familia, pues según las leyes de Guernsey ningún propietario de un bien inmueble puede ser expulsado. Para adquirir ese status debe pagar el poulage, supervivencia feudal que consiste en darle a la Reina dos gallinas o la suma correspondiente. Su mujer está feliz. La familia se mudó allí el 5 de noviembre de 1856, cuando la residencia ya está remozada y excelentemente amueblada y equipada.

Seis años después Juliette deja su vivienda y se muda a la antigua casa de la familia Hugo en Hauteville, misma que Víctor Hugo compra y le regala. Se llamará Hauteville Fairy .
En el inter, en 1859 Napoleon III expide una amnistía restableciendo todos sus derechos a los proscritos, pero Víctor Hugo rechaza acogerse a ella y publica en Francia una escueta declaración que dice: Fiel al compromiso que hice con mi conciencia, viviré el exilio hasta el final. Cuando vuelva la libertad a Francia, volveré”.
Ha retomado La Miseria y la rebautiza como Los Miserables. También cambia el nombre del protagonista, inicialmente Jean Tréjean. La publica en 1862. Como consecuencia recibe enormes remesas mes tras mes. En el transcurso de un año ya es un hombre rico.
Entre 1862 y 1865, pasó todos los años con Juliette en Bélgica, Luxemburgo y en las orillas del Rin, y la familia se dispersa, pero se reúne invariablemente todos los veranos en Bruselas, donde nace su primer nieto, Georges, hijo de Charles, en marzo de 1867, que muere el año siguiente, y el 16 de agosto de 1868 el segundo hijo de Charles llamado George-Víctor. Días después, el 27 de agosto, muere su esposa a quien manda sepultar en Villequier en Normandía , junto a su hija Léopoldine y su yerno Charles Vacquerie. Víctor Hugo despide el ataúd de Adele en la frontera de Bélgica con Francia. Adele deja escrita una biografía de su marido en la que no menciona ninguna de sus aventuras amorosas.
El 19 de julio de 1870 estalla la guerra entre el Segundo Imperio Francés y el Reino de Prusia encabezado por Guillermo I y dirigido por el canciller Otto Von Bismarck, aliado con la Confederación Alemana del Norte, un estado de reciente creación, y los reinos germanos de Baden, Baviera y Wuertemberg, en gran parte como secuela del fracaso de la intención de Napoleón de anexarse Luxemburgo desde 1867.
El parlamento francés dócil a la voluntad del emperador votó a favor de declarar la guerra el 16 de julio y el 2 de agosto Francia invadió territorio prusiano. Pero la coalición alemana movilizó sus tropas con mucha mayor eficiencia e invadió el noreste de Francia el 4 de agosto. Su eficaz uso del ferrocarril y la artillería le dieron una inmediata ventaja.
Víctor Hugo se prepara para un posible regreso a Francia y deposita tres baúles en el Old Bank de Guernsey. Con Juliette deja la isla el 15 de agosto y el 17 está en Bruselas.

El 30 de agosto el ejército francés intentando levantar el asedio alemán a Metz movilizó 130 mil hombres al mando del mariscal Patrice de Mac Mahon, acompañado de Napoleón III, pero fueron derrotados el 2 de agosto y el emperador francés cayó prisionero.
Fue el fin del Segundo Imperio y, por supuesto, la caída de Napoleón III.
En delante él será el exiliado.
Víctor Hugo se prepara para regresar a Francia.
El 4 de septiembre 1870, al día siguiente de la proclamación de la Tercera República y la formación de un gobierno provisional, Víctor Hugo, acompañado de Juliette Drouet, su hijo Carlos y su familia, regresó a Francia después de casi diecinueve años de exilio.
Más de un millón de personas le brinda un recibimiento apoteótico.
¿Qué les daba?, se pregunta Vargas Llosa. Y responde:
La idea de un mundo, de una vida posible. Muchos trataban de ser como sus personajes. Creyeron que la literatura era una enseñanza de vida, una forma de construirse, un destino, una via de conseguir la felicidad.
Su regreso, junto con la restauración de la República desplazó a segundo término el vergonzoso sentimiento por la derrota ante Alemania.

Sin embargo, desengañado por la política, cree añorar el exilio y vuelve con Juliette a Hauteville-House entre 1872-1873, pero sólo por unos meses.
Pronto sería nuevamente electo representante en la Asamblea y en 1876 a un escaño como senador por París, que ocupó hasta 1885, posición desde la que defendió la amnistía de los partidarios de la Comuna y los derechos de las mujeres.
En una carta dirigida a Léon Richer, quien fue fundador de la Asociación por los derechos de las mujeres en 1869, escribe: “Es difícil lograr la felicidad del hombre con el sufrimiento de la mujer”.
Por esta lucha es nombrado presidente Honorífico de la Liga Francesa de Derechos de las Mujeres, fundada por Richer en 1882.
Tras la muerte de su hijo vive en París con su nuera viuda y se dedica casi por entero al cuidado de sus dos nietos Lucie Jeanne y Georges-Victor. Escribe El Arte de ser Abuelo.
Murió el 22 de mayo y a su sepelio asistieron más de 2 millones de personas.
La ceremonia de su despedida duró 10 días.


La Tercera República lo honró con un funeral de Estado el 1 de junio de 1885, conduciendo sus restos al Panteón desde el Arco del Triunfo.
Sus últimas letras fueron: El conjunto de mi obra será un día un todo indivisible. […] Un libro múltiple que resume un siglo, he aquí lo que dejaré detrás de mí.
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