Una de las favoritas para ganar a mejor película en los 90° Premios Oscar, Tres anuncios por un crimen (como se le conoce en Hispanoamérica) y veremos en esta ocasión si su interesante guion basta para justificar tanto premio (ganó cuatro Globos de Oro incluyendo Mejor Película) y tanta expectativa.
Three Billboards Outside Ebbing, Missouri se estrenó el año pasado, dirigida y escrita por el irlandés Martin McDonagh (Siete Psicópatas, 2012). Protagonizada por Frances McDormand, Woody Harrelson y Sam Rockwell. Musicalizada por Carter Burwell (Fargo, Coen Brothers, 1996), fotografiada por Ben Davis (Guardianes de la galaxia, James Gunn, 2014). Esta coproducción británica-estadounidense corrió a cargo de Blueprint Pictures y distribuida por Searchlight.
TApuC es un thriller-drama que combina una puesta de escena de un western contemporáneo, el ritmo de una cinta de crimen y cargando con toneladas de humor negro. Esta película comienza con el descubrimiento de Milfred Hayes (McDormad) de tres anuncios de carretera derruidos y sin utilizar a las afueras del pequeño pueblo de Ebbing, Missouri. Milfred aprovecha la oportunidad para colocar en los tres un mensaje dirigido a la policía local, en especial al jefe de esta policía Bill Willougby (Harrelson), en el que señala la ineficacia de la policía para encontrar al culpable de violar y asesinar a su hija Angela siete meses antes.
Los anuncios pagados por Milfred desatarán tensiones y enfrentamientos entre los personajes que fungirá como el vehículo de esta tragedia americana en la que el crimen impune de Angela Hayes (Kathryn Newton) sacará a relucir el cobre de este Deep America compuesto de machismo, racismo y ciclos de violencia sin fin aparente.
La gran fortaleza de esta obra se encuentra en sus personajes y en su guion. Éste último, colmado de un humor tan negro que posiblemente te haga pensar dos veces antes de reír. Los diálogos entre los personajes casi no tienen desperdicio ni momentos de contemplación. Su afán narrativo se concentra en el desarrollo de personajes que presionan el ritmo con grandes y pequeños giros de tuerca que modifican el peso de las relaciones y que jinetean al espectador por falsas pistas, descubrimientos sutiles pero reveladores y personajes tan delimitados como complejos.
El valor de esta se encuentra en aquello en lo que Una cena incómoda (Miguel Arteta, 2017) se quedó lejísimos cuando se busca ahondar en la naturaleza humana y me refiero a impregnar de ambigüedad moral a los personajes, sus motivos, sus métodos y a las consecuencias de las acciones. El director no tuvo reparos en llevar de un lado a otro del espectro de luz a Milfred y a Jason Dixon (Sam Rockwell) y colocando al jefe de policía Willoughby como el contrapeso entre todos los personajes al desatar por medio de éste, un enfrentamiento entre defensores de valores diversos, contrapuestos y en algunos casos irreconciliables. Quisiera ser más específico en este asunto pero prefiero que acuda a la cinta lo más inmaculado o inmaculada posible.
El contenido metafórico parece estancarse a veces en un simple intercambio kármico, pero el cierre de la cinta consolida una poderosa idea sobre el libre albedrío y la capacidad inmensa del ser humano para el llevar cavo el mal. El subtexto sobre la justicia y la responsabilidad por los actos se encuentra ahí, de manera sutil pero únicamente para abrir la conversación y nunca (o casi nunca) para aleccionar al público o para redimir y mucho menos justificar a los personajes. Esta película es exigente con su público. No sólo para afrontar los diálogos sino también para situarse en el mundo a través de los personajes.
La fotografía y la puesta en escena les recuerdan a algunos el costumbrismo estadounidense algunos estilos de cine europeo. Ben Davis mantiene la atención constantemente con una gran variedad de encuadres que refuerzan los temas de los diálogos. Milfred suele estar sumida en oscuridades y grises de los que sale únicamente para hacer escuchar su reclamo. Por su parte McDonagh se tomó la molestia de jugar con la cámara en varias ocasiones, haciendo tomas dentro de vehículos, construyendo un lenguaje visual efectivo y en función del espectador y hasta tomándose la molestia de concretar un único plano secuencia con una estructura narrativa circular. La música se vuelve cómplice del guion al acentuar el drama o el humor negro o crear secuencias que se perciben disonantes entre lo que escuchamos y lo que vemos, por ejemplo hay una escena de un incendio y un personaje que se encuentra atrapado en él mientras escucha una pieza de opera clásica.
Las actuaciones son memorables, aunque muchos se quedan con McDormand, yo me inclino por el personaje de Woody Harrelson, su tono y acento sureño se quedan con el espectador pues el director insistió en proyectar a su personaje como un punto neurálgico de la narrativa. Personaje que aún en su grisácea posición, se le conoce tan clara como la camisa blanca propia de su rango. Su mayor problema es quizá sus personajes. No sería nada raro que estos individuos rayen en los estereotipos, incluso en una realista caricatura. Sin embargo, es una concesión que se vale otorgar al director y sin duda hay unos cuantos guiones que se perciben teatrales o propios de una disertación. Algunas escenas podrían eliminarse o replantearse sin ningún problema por insertarse a rajatabla.
Como valor de entretenimiento, TApuC es una gran opción. Los 112 minutos que dura apenas se sienten y el final da bastante conversación. Lo que nos presenta Martin McDonagh en esta ocasión es una de esas cintas que logran ser un ejemplo elegante sobre el lenguaje cinematográfico, como lo logró a su manera Petróleo Sangriento (Paul Thomas Anderson, 2007) o Sin lugar para los débiles (Joel y Ethan Coen, 2007). Probablemente su diseño de producción sea más de trámite pero su valor para el cine se puede percibir con rapidez. La recomiendo porque es buena aunque probablemente hay contendientes al Oscar con propuestas más completas y complejas.s
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