La primera temporada de Stranger Things fue una de las sorpresas más agradables del año pasado. La calidad conque fue ejecutada por los hermanos Duffer sobrepasó por mucho los pocos riesgos tomados y la cantidad enormes de guiños, referencias y señalamientos a los ochentas. Sin mencionar el enorme tributo que rindieron a Stephen King y Steven Spielberg. Su tono se logró porque el centro de la narrativa (y de la experiencia en general) es el misterio de la desaparición de Will Byers (Noah Schnapp) y cómo los personajes se dirigen lenta pero tangiblemente a la resolución del conflicto central. Desde el título hay un establecimiento de intenciones y se logra mantener un estilo desconcertante y atractivo por sus personajes, música y dirección. Sí que debieron ser menos episodios, pero definitivamente hizo con las mismas herramientas, lo que Super 8 (J.J. Abrams, 2011) no logró concretar por completo. La obra satisface, pero deja al espectador con ansias de que el concepto se lleve más allá de las referencias, el tributo y el sitio de confort. ¿En verdad era mucho pedir que se ubicara la segunda temporada con distinto tiempo, lugar, personajes, estructura narrativa y conflicto central? Ya sé que sí es mucho pedir considerando el éxito que tuvo, pero ¿ni siquiera podían plantear una historia diferente?
En la segunda temporada, hasta el título se siente algo desatinado. No porque se haya abandonado el estilo, sino porque no queda nada de «raro», «extraño» o «misterioso» si vuelven a utilizar los mismos recursos que en el arco anterior. Es 1984 y ha pasado un año desde los eventos de la primera temporada. La vida parece querer retornar a la normalidad en Hawkins, pero los remordimientos y las pérdidas persiguen a varios personajes, mientras que Will sufre de visiones sobre un monstruo tan inmenso como aterrador que desde «el mundo al revés» amenaza la tranquilidad del pequeño pueblo estadounidense. Al tiempo que el oficial Jim Hooper comienza a notar que pasan «cosas extrañas» en su pueblo y que parecen estar relacionadas con lo que ocurre en el tétrico laboratorio. Así comienza la trama de esta temporada. ¿Logra ver la diferencia? ST2 continúa y comienza con la resolución de los enojos (más bien pucheros) que se desataron en la anterior temporada: la muerte de Bárbara Holland (Shannon Purser), el destino de Once, los efectos en Will después de su estadía en otra dimensión, la relación entre Nancy Wheeler (Natalia Dyer) y Steve Harrington (Joe Keery), el trato al que llega Hooper con el gobierno y un largo y tedioso etcétera.
Este es su gran defecto. Se abusó de lo anteriormente construido para volver a plantear un argumento similar con una estructura narrativa muy parecida. En esta ocasión el guion se dedica mucho a explicar (otro de los «enfados» anteriores) y a tapar las lagunas. Antes fue cocinada a fuego lento porque así lo ameritaban las intenciones, ahora, fue innecesariamente lento. Si ya conocemos a los personajes, sus conflictos propios, al entorno y a la situación, ¡pues suéltate el chongo y convierte esta aventura entre amigos y conocidos en una montaña rusa! Pero eso no ocurre y para muchos la verdadera diversión comienza hasta el capítulo 5.
No todo es un desastre. Si la calidad, no la originalidad, fue lo que hizo buena la anterior temporada, acá el caso se repite. El ritmo sigue siendo lento, pero la trama «avanza» a pesar de sus pobres intentos en recrear el misterio. La fotografía se siente verdaderamente madura, con juegos de iluminación más interesantes, más caprichosa y menos «de trámite». En la misma vía, la música se mantiene poderosa e interesante y no me refiero al OST que está retacado de una selección de rock ochentero poco sorpresivo (Bon Jovi, The Police o The Clash otra vez), sino que hablo del score original creado nuevamente por los integrantes de la banda Survive Kyle Dixon y Michael Stein quienes mantienen esa poderosa e inmersiva vibra synthwave que pareciera estar de vuelta con mucha fuerza en este año cuando consideramos el score de Atomic Blonde (David Leitch, 2017), Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017) y más recientemente con la muy olvidable Thor Ragnarok (Taika Waititi, 2017).
El sentimiento de peligro y vulnerabilidad es especialmente bien logrado en esta ocasión. Sin duda, en esta segunda tanda de capítulos, la inspiración a simple vista es con Howard P. Lovecraft. Los elementos de terror cósmico agregados (criaturas inmensas y poderosas que operan de maneras misteriosas y aterradoras, espacios contaminados/corrompidos por fuerzas lejos de la comprensión humana, seres interdimensionales que intentan llegar a nuestro mundo usando a los humanos como medios). Esto resulta fresco y sano, pero de nueva cuenta, las ideas y la inspiración son aprovechadas solamente en los últimos dos episodios y con algo de timidez.
Al final ST2 es un producto más redondo que su anterior temporada. Sus vicios persisten con pocas pistas de que se convierta en algo más. El diseño de producción, actuaciones mantienen también buenos estándares de calidad y hay que reconocer que se arriesgaron a construir una narrativa con diferentes grupos de personajes. La serie es recomendable para quienes se volvieron súper fans de la serie. Difícilmente los decepcionará. Para quien espera una evolución sustancial o giro de tuerca radical por aquí no lo encontraran y a pesar de padecer seculitis es una continuación decente, ligeramente mejor planeada y con ese enorme potencial que dudosamente despertará en la siguiente temporada.
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