Como el tiempo es implacable, en esta ocasión vale la pena hablar de dos cintas importantes y que causaron ruido en la edición número 90 de los premios Oscar.
Estas cintas provocaron por méritos propios y diferentes, sus algarabías particulares, por lo que un comentario a cada una no puede faltar para entrar en el debate.
El sacrificio de un ciervo sagrado del director griego Yorgos Lanthimos (The Lobster, 2015) es una agradable sorpresa para el thriller psicológico aunque no tanto cuando se observa desde la perspectiva de su filmografía, en la que el hilo conductor de sus anteriores películas se mantiene pero el contenedor de su discurso es diferente.
Estrenada en 2017, The Killing of a Sacred Deer es protagonizada por Colin Farrell, una consolidada Nicole Kidman y un espeluznante Barry Keoghan. Co-escrita por el mismo Lanthimos y por Efthymis Filippou quien ha trabajado con el mismo director en The Lobster y también en la comentada Dogtooth de 2009.
Es complicado plantear una sinopsis de esta obra, pues su estructura narrativa (dividida claramente en dos actos) tiene como cómplice indispensable un misterio que es aclarado hacia la mitad y que revela en toda su forma un segundo misterio más grande y apremiante. Edificando así un crescendo que se mueve a saltos al inicio de la segunda mitad.
Lo que sí se puede revelar con tranquilidad es lo siguiente. La historia gira en torno a Steven (Farrell), un exitoso cirujano cardiovascular que en su vida lo tiene todo. Sin embargo sus días son alterados por la extraña relación que guarda con un joven paciente de nombre Martin (Keoghan), quien poco a poco se incrusta en su vida privada y familiar sin entender claramente la naturaleza de esta relación. Durante este proceso, Steven y su esposa Anna (Kidman) comienzan a librar una lucha contra un extraño padecimiento que paraliza parcialmente a sus hijos Kim (Raffey Cassidy) y Bob (Sunny Suljic).
Considero necesario mantenerse moderado con el destripe en esta cinta pues sus revelaciones y la construcción de su misterio la sostienen en gran medida. Su plot aparenta ser más bien un drama realista, incluso la dirección de Lanthimos por momentos parece querer explorar ese género. Pero dos elementos la convierten en un thriller hecho y derecho. Uno es la tensa y espeluznante fotografía de Thimios Bakatakis (que también trabajó en la fotografía de Dogtooth y The Lobster) quien con unos simples acercamientos o alejamientos de cámara le brinda a escenas de contenido cálido un matiz más o menos clásico de película de terror o bien, con planos ligeramente por encima o abajo del hombro que siguen a varios personajes con cierta e incómoda distancia, como sugiriendo constantemente que la desgracia o el peligro se encuentran a su alrededor, asechándolos, persiguiéndolos. Estos elementos son quizá los mayores responsables del eco de Kubrick percibido por la crítica. Aunque sin duda, la música se guarda un pedazo grande del pastel en este eco fílmico.
El otro elemento es la tétrica y tormentosa música, en la que destaca especialmente Siegfried Palm y Janne Rättyä, quienes con su cuerdas y acordeón le otorgaron a esta película piezas musicales inmisericordes con el espectador. Creo no exagerar al decir que tan sólo la música de estos dos artistas basta para propiciar un auténtico miedo al que muchas cintas de terror (en toda su producción) sólo pueden soñar con provocar. Imperdible la música de The Killing of a Sacred Deer.
De esta cinta se han hecho lecturas sumamente políticas, en un esfuerzo por el trabajo de Lanthimos una metáfora de la crisis griega o de la decadencia occidental y me parece que la gran virtud de esta película es que se puede dar el lujo de permitirse una lectura tan compleja, ya que sus intenciones son expuestas claramente con el título y la relación de Steve con Martin, incluso buena parte de la trama se revela al considerar el paralelismo que hay con la historia de Ifigenia de Áulide, una de las Tragedias de Eurípides y que incluso, en un gesto didáctico, se menciona dicha historia en un diálogo casi regalado. Todo el conjunto logra una experiencia sofocante, claustrofóbico y extrañamente sobrenatural.
Lady Bird se estrenó el 3 noviembre de 2017 en Estados Unidos, el revuelo por esta cinta parece dirigirse más a acusaciones de la academia por cumplir una cuota de género al ser la única nominada a Mejor Película con una directora. Aunque bien vale la pena mencionar que fue nominada en otras categorías (además de ser nominada y ganadora en un montón de premiaciones más) y que no fue la única mujer que dirigió una cinta en el lapso considerado, este elemento resulta en una tibia discusión en vano. Dirigida y escrita por la debutante Greta Gerwing, Lady Bird es protagonizada por Saoirse Ronan y Laurie Metcalf. La fotografía corrió a cargo de Sam Levy, musicalizada por Jon Brion y editada por Nick Houy.
Clasificada como un drama con comedia, Lady Bird pertenece a un subgénero slice of life, es decir es una especie de recuento de experiencias «mundanas» pero que influyen profunda y críticamente en el proceso de paso de la adolescencia a la adultez, al menos en este caso. Christine (Ronan) vive su última etapa de la preparatoria en una escuela católica de Sacramento, California. Ubicada entre 2002 y 2003, Lady Bird narra la historia de esta adolescente quien vive varias de las experiencias comunes de esta edad a través del contexto de su familia, especialmente de su dura y aprehensiva madre Marion McPherson. Christine tiene anhela estudiar en una universidad lejos de Sacramento, fuera de esto sabe pocas cosas más certeza.
Al parecer la crítica ha recibido en general, con buenos ojos, a esta cinta sobre todo en su desarrollo de personajes y en su eficacia para retratar la experiencia adolescente (principalmente por las grandes actuaciones de sus protagonistas) y más especialmente como un gran retrato de la relación específica de una madre con su hija. Fuera del guion, que mantiene el ritmo a pesar de lo predecible, y de las actuaciones, Lady Bird se agota pronto pues su naturaleza como carta de amor a un pasado personal y como herramienta de autocuración para la misma directora (entre Christine y Greta hay muchas similitudes) la encierran en una experiencia que por poco falla en sus intenciones.
Una cinta que parece más bien hecha por la directora para la directora. Los recursos y técnicas que utiliza se perciben básicos y propios de una dirección que, en efecto, comienza a dar sus pininos. En absoluto se le puede catalogar como una cinta mal lograda, pero no debe sorprender si a muchos les harta hasta la desesperación la explosiva y constantemente injustificada personalidad de la protagonista.
Recomendable para un público juvenil pero ciertamente poco destacable al considerar su competencia en las nominaciones o hasta por las producciones hechas por otras directoras como Kathryn Bigelow con su sonada Detroit estrenada a finales del año pasado.
Ambas cintas son recomendables aunque no tan universales como lo son Tres anuncios por un crimen o La forma del agua. Es agradable que cintas que apuestan tanto al guion se conviertan en las favoritas, pero poco vale si se considera lo politizado de los premios (cosa no exclusiva de los Oscar) y las infalibles omisiones graves como la de Blade Runner 2049.