Una joven se enamora de un muchacho apuesto y de buenas intenciones. El padre de ella teme por su seguridad, se la lleva contra su voluntad a una isla desierta y la encierra en una torre. El muchacho, decididamente, la busca y logra sacarla de su encierro. Deciden huir para estar juntos, pero al navegar se topan con un barco de piratas. Hay un enfrentamiento. La joven muere en manos de los asaltantes. ¿Quién es el culpable de la muerte de la joven? ¿Los piratas por sus actos criminales? ¿Su padre por restringir la libertad de su hija? ¿El muchacho por sacarla de su espacio de seguridad? ¿Ella por aceptar salir de él?
Es evidente que en el caso hipotético anterior, hay un «poco» de responsabilidad en todos los componentes de la tragedia. Pero no podemos ignorar lo que es innegable: ella es asesinada por los piratas y ni el contexto más adverso imaginable puede igualar su culpabilidad con el resto de los involucrados. En la actualidad, al criminal se le entiende como un resultado de contextos que lo determinan profundamente como tal. Sabemos que los asesinos no nacen, se hacen y aunque haya estudios que intentan encontrar el «gen del mal» u otros rasgos biológicos que predisponen a los sujetos, hay un consenso muy extendido sobre el peso crucial del ambiente en la aparición del crimen.
Tanto así que se cae en el extremo de olvidar que, al final de toda la cuestión, fueron los piratas quienes tomaron una vida. No obstante no siempre se pensó de esta manera. La nueva producción de Netflix, Mindhunter, vino a recordar a su público que no fue hace tanto cuando los asesinos eran unos incomprensibles misterios salidos de la nada. Estrenada el 13 de octubre pasado, creada por Joe Penhall quien escribió la agobiante The Road de 2009 y dirigida por Andrew Douglas (Terror en Amityville, 2005), Asif Kapadia (Amy, 2015), Tobias Lindholm (A War, 2015) y David Fincher quien ha demostrado solidez para dirigir thrillers y policíacos absorbentes de la talla de Seven (1995), Zodiac (2007) y más recientemente el piloto de House of Cards (2013). Basada en el libro Mind Hunter: Inside FBI’s Elite Serial Crime Unit, publicado en 2003.
Mindhunter está ubicada en 1979, el agente Holden Ford (quien trabaja en la división de negociación de rehenes), interpretado por Jonathan Groff (Glee, 2009-2015) comienza a explorar otras posibilidades del manual después de que una situación de rehenes termina de una forma inexplicable. El alcance de la criminología y de las agencias policíacas ya no logra explicar la naturaleza de asesinatos que rebasan la lógica y el modus operandi pragmáticos. La venganza, la ira, los intereses, la defensa personal o las pasiones no permiten explicar porque los asesinos empalan a los cadáveres, porque fornican con la cabeza decapitada de una víctima o porque algunos de ellos terminan entregándose a pesar de que la posibilidad de que sean atrapados sea casi nula.
Holden comienza a estudiar y cae en cuenta en el atraso que hay, cuando menos, en el FBI en términos de herramientas para construir perfiles de criminales. Entre los cursos de negociación que imparte, conoce al agente Bill Tench, interpretado por Hold McCallany (Men of Honor, 2000), quien se dedica a impartir cursos a departamentos de policía sobre investigación de homicidios a lo largo de Estados Unidos. Bill le pide a Holden su apoyo y sus conocimientos para sus cursos. Éste acepta y mientras hacen su gira, los asesinatos de pesadilla emergen y los locales les piden ayuda por lo menos para entender que está pasando. La carencia de instrumentos, sumados a los prejuicios de un mundo de postguerra que ya no está, propician misterios que parecen haber sido articulados por el diablo.
El agente Ford propone entonces una especie de exploración/investigación. Entrevistar a Ed Kemper (un asesino serial de estudiantes que terminó entregándose) y buscar paralelismos para ubicar pistas para construir un perfil. Los perfiles criminales denotan numerosos rasgos que aumentan las posibilidades de su captura. La experiencia resulta reveladora y ambos agentes presionan a su jefe para convertir el experimento en una investigación formal, sistemática, con objetivos y método. Rayando en lo académico sin apartarse de los casos en proceso que se atraviesan en el camino de los agentes.
La serie va sobre este proceso de investigación en específico. Convirtiendo la experiencia de Mindhunter en un thriller policíaco cerebral, intelectual (los diálogos ponen sobre la mesa cuestionamientos sociológicos y mucha psicología). Sostenido completamente por las actuaciones y los diálogos. No aparece, prácticamente, ningún cadáver y los momentos más climáticos están siempre en las entrevistas y los intercambios que tienen Bill y Holden con los asesinos. Esta producción es exigente con su público. Se construyen taxonomías, los efectos de la investigación en los agentes es sutil y abarca el terreno de la estabilidad mental, de las habilidades sociales y de los valores morales. Bill asimila con horror a estos monstruos y los trata como herramientas. Holden desdibuja el límite con los sujetos, los desmenuza, los manipula y se siente de alguna manera atraído a ellos.
La vibra general de toda la serie no deja de sugerir que Fincher es quien mantiene el tono. La foto tiene por momentos estilo de cómic, la iluminación se conecta con los estados de ánimo de los personajes así como sus lineamientos morales, la música está en función de los elementos perturbadores como los pequeños clímax, el misterio es construido a consciencia, en fin. En texto y en el subtexto, Mindhunter ofrece material para debate y reflexión sin hacer a un lado los casos y el desarrollo de personajes. La calidad de la ejecución es decente, el diseño de producción tomó concesiones para la inmersión en los finales de los setenta (nunca se aprecia a los personajes en una urbe, la selección musical está encaminada a ubicar al público temporalmente, la moda así como los automóviles son los que sugieren mejor el tiempo) sin embargo, la vibra de una producción histórica se queda marcada a pulso con las ideas más que con lo material.
Sin saber de mucho de criminología, el guion bombardea al espectador con prejuicios e ideas afianzadas que parecen tan distantes como opuestas a 2017. Un EU golpeado por el resultado de Vietnam y el Watergate, sugiere una sociedad que se violenta «exageradamente», casi como un eco del sinsentido que percibe imperante en el mundo. Las explicaciones y sus posibilidades rebasan a los detectives, pues el homicidio (por ejemplo) sólo consiste únicamente en los piratas y la joven muerta.
La solidez de esta producción de Netflix la colocará (sin mucha parafernalia pues sin duda todo quedará opacado por el estreno de la segunda temporada de Stranger Things) como un bienvenido respiro a un género que se considera «perfeccionado» en los noventa por el cine y en el nuevo siglo por series como True Crime. Lo lamentable es que el desenlace es poco o nada satisfactorio, las ansias de conectarla con una segunda temporada son de flojera y da la sensación de que es innecesario lograr un arco con un cierre concreto. Es lamentable porque afea mucho al conjunto, casi cayendo en la disonancia y matando ganas de seguirla. Es recomendable porque está excelentemente narrada, ambientada y argumentada. Si gusta de cosas como Dragón Rojo (Brett Ratner, 2002), seguro esta obra llamará su atención. Mucha calidad por todos lados la vuelve casi imperdible.
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