Miguel Agustín Pro Juárez nació en el pueblito de Guadalupe, Zacatecas el 13 de enero de 1891, sus padres fueron Miguel Pro y doña Josefa Juárez, siendo el tercero de once hermanos, ya adolescente, ayudó a su progenitor en la administración de una mina en Concepción del Oro. Preocupado don Miguel por la educación de sus hijos, envió a su familia a Saltillo, Coahuila, inscribiéndolos en el colegio Acuña para que estudiaran en una institución de alto nivel, su hijo Miguel Agustín al tratar con jesuitas solicitó ingresar a la Compañía de Jesús, haciendo su noviciado en la Hacienda El Llano, ubicado cerca de Zamora, Mich., por la inseguridad existente en el país en contra de la religión católica, lo enviaron a California a continuar sus estudios en un convento denominado Los Gatos, de allí fue a Granada en España en donde aprendió humanismo, retórica, y filosofía, el magisterio lo realizó en Nicaragua, enviándolo el Provincial a Bélgica a instruirse en teología, se ordenó sacerdote el 31 de agosto de 1925, ratificando con juramento cumplir con los votos de pobreza, castidad y obediencia.
La fuerza moral la obtuvo en la meditación, debido a que todos los jesuitas efectúan una hora de meditación cada día a las cinco de la mañana. Estuvo presente en Cataluña en la cueva Manresa en donde San Ignacio de Loyola ayunó durante un mes, donde programó la fundación de la Compañía de Jesús; asistió a venerar a la Virgen de Lourdes en Francia y en Portugal permaneciendo hincado durante cinco horas ante la Virgen de Fátima.
Antes de ordenarse lo operaron tres veces del estómago, ya que padecía de úlcera con estrechamiento del píloro, llegando los cirujanos a quemar en tres sitios, donde tenía las ulceraciones.
Le notificaron al padre Pro la muerte de su madre, por orden del Provincial regresó a México el 6 de mayo de 1926, cuando desembarcó en el puerto de Veracruz, no le revisaron su equipaje en la aduana, no le verificaron su pasaporte, ni sanidad lo examinó si traía de Europa alguna enfermedad.
Todos los jesuitas saben penetrar en la mente, aunque no tengan antecedentes de las personas con quien estén hablando por primera vez, por ello tienen la habilidad de comunicarse con personas de diferentes ideologías, ya fueran socialistas, comunistas o ateos.
Un domingo, Álvaro Obregón en compañía del Lic. Arturo Orcí y de Tomás Bay subieron al automóvil Cadillac y le ordenó al chofer Catarino Villalpando ir a la Calzada de los Filósofos en el Bosque de Chapultepec, vigilados por sus guardaespaldas que venían en un auto Ford, Juan H. Jaime, Ignacio Otero, Tomás P. Ray y Remiro Ramírez, un auto Essex los alcanzó (a nombre de Daniel García pseudónimo de Roberto Pro) y Luis Segura Vilchis lanzó a los ocupantes del Cadillac tres bombas caseras que explotaron en el cofre y en las llantas del dicho automóvil, el otro acompañante Nahúm Lamberto Ruíz vació su pistola y los pistoleros le pegaron un tiro en el cráneo quedando moribundo. Juan Tirado trató de acelerar para huir pero el Essex no respondió, rápidamente Luis Segura Vilchis huyó por una esquina y el obrero de Juan Tirado también logró escapar de los esbirros de Obregón. Álvaro Obregón y sus dos acompañantes lograron salvarse, Obregón se fue a su casa de la avenida Jalisco # 196 a cambiarse de ropa y en otro de sus automóviles se dirigió a la Plaza de Toros de la colonia Condesa, para asistir a la corrida de toros y allí fue felicitado hipócritamente por su reelección por Luis Segura Vilchis,
Calles y Obregón se reunieron para deliberar; Plutarco dijo: «Es menester hacer un escarmiento». El general Roberto Cruz que estaba presente intervino expresando: «Conviene dar a la sentencia alguna apariencia legal». Calles le contesta: «No quiero formas, sino el hecho». Calles contrariado alzó la voz al general Cruz y le señaló: «Le he dado mis órdenes, a usted le corresponde obedecer y volverá a darme cuenta de haber cumplido». El general Roberto Cruz no se dio por vencido, manifestando: «Entonces que hacemos con el acta de la inspección». Obregón interviniendo le grita: «Qué acta ni que la chingada». El general Cruz no tuvo más remedio que obedecer, el acatamiento de la muerte del sacerdote jesuita de Miguel Agustín Pro, fue decidido sin dilatación alguna.
La esposa de Nahúm Lamberto Ruíz fue notificada de que su esposo estaba inerte, la interrogaron e informó del domicilio de Humberto Pro el cual fungía como Jefe de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa en el Distrito Federal, localizados por la policía, los tres hermanos fueron llevados a los sótanos de la Inspección de la Policía, encerrado por cinco días reverendo Padre Pro en una celda de tres metros de largo y metro y medio de ancho, la atmosfera estaba saturada de miasmas.
Miguel Agustín fue el primero en salir al patio de tiro, el mayor Torres le preguntó si deseaba alguna cosa: «Que se permita rezar». Postrado de rodillas, se santiguó y cruzando los brazos sobre su pecho, se persignó ofreciendo el sacrificio de su vida, elevó una oración a Dios, besó devotamente el pequeño crucifijo que tenía en la mano y se puso de pie, rehusó ser vendado y volvió la cara hacia los diplomáticos, periodistas, fotógrafos y políticos callistas, quienes se quedaron atónitos por su serenidad, en su mano apretó el pequeño crucifijo y en la otra mano su rosario, levantó sus ojos al cielo, extendió sus brazos en forma de cruz, pronunció a viva voz: «Viva Cristo Rey» resonó una descarga cerrada, cayó su cuerpo al suelo, recibió un tiro de gracia en la sien, eran las 10.30 de la mañana del 23 de noviembre de 1927 cuando un mártir sin juicio alguno fue asesinado.
Le secundó Luis Segura Vilchis, prosiguió Humberto Pro y en cuarto lugar Juan Tirado, logrando el perdón Roberto Pro, gracias a la intervención del Embajador de Argentina que convenció a Plutarco Elías Calles de no ejecutarlo.
Al sepelio acudieron veinte mil personas que transitaron por la avenida Reforma hasta el panteón Civil, siendo depositado el féretro en una cripta, actualmente sus restos descansan en la Iglesia de la Sagrada Familia de la actual Ciudad de México.
Dice el refrán: «El que la hace las paga», un 17 de julio de 1928 Álvaro Obregón presidente electo asistió al restaurante La Bombilla, que se ubicaba en San Ángel del Distrito Federal, aceptando una invitación de los diputados guanajuatenses. Con el pretexto de enseñarle una caricatura, José de León Toral le disparó cinco balazos que le ocasionaron la muerte inmediata, cuando le efectuaron la autopsia le encontraron nueve perforaciones de bala en su cuerpo.
Cierro este tema recordando que un 24 de noviembre de 1926 día dedicado a Cristo Rey, los católicos transitaban por la calzada de Peralvillo rumbo a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe y el padre Pro vestido de mecánico animaba a los veinte mil guadalupanos quienes se dirigían a pie hacía la Basílica y él los incitaba que cantaran: «Tú reinarás oh Rey bendito, pues tu dijiste Reinaré» y la multitud motivada secundaba elevando la voz vocalizaban «Reine Jesús por siempre, reine tu corazón, en nuestras Patria, en nuestro suelo, que es de María la Nación».
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