Investigación y texto de José Luis Muñoz Pérez
El 13 de diciembre de 1810 -hoy se cumplen 214 años-, ya ostentando el título de Generalísimo de América, Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor designó a Don Pascasio Ortiz de Letona como representante de la insurgencia ante el gobierno de Estados Unidos.
Hubiera sido el primer diplomático de su gobierno.
Luego de los sorprendentes triunfos militares de la insurgencia en la Alhóndiga de Granaditas, en el Monte de Las Cruces y en Guadalajara, – que en realidad ninguno de ellos fue propiamente del generalísimo- y de su entrada triunfal en Valladolid – hoy Morelia- el 17 de octubre sin tener resistencia alguna y de que un día antes el gobernador del obispado de Michoacán, Mariano Escandón y Llera, Conde de Sierra Gorda, lleno de temor, levantó la excomunión en su contra a pesar de que había sido confirmada una semana antes por el arzobispo de México; sumados los hechos de que a principios de octubre Rafael Iriarte tomó Aguascalientes para la causa insurgente, y que en Zacatecas las autoridades realistas huyeron a las primeras noticias de la insurrección dejando el espacio para que el 7 de octubre fuera ocupado por un gobierno interino, que sin ninguna injerencia del movimiento de Hidalgo encabezó exitosamente el criollo Don Joseph de Rivera Bernárdez, conde de Santiago de la Laguna, Hidalgo se sentía ufano y dueño de la situación y no sólo hacía planes para gobernar, sino ya tomaba acuerdos de gobierno del más alto nivel.
El 19 de Octubre proclamó su primer bando exhortando a “todos los dueños de esclavos y esclavas” a que los liberasen en un plazo máximo de 10 días y amenazó con pena de muerte y confiscación de bienes a quienes no lo obedecieran. El 29 de octubre, desde Guadalajara, el exhorto adquirió categoría de decreto, aboliendo la esclavitud: “Que siendo contra los clamores de la naturaleza, el vender a los hombres, quedan abolidas las leyes de la esclavitud no sólo en cuanto al tráfico y comercio que se hacían de ellos, sino también por lo relativo a las adquisiciones”.
Por supuesto, se refería a la esclavitud de negros y mulatos, pues la esclavitud indígena fue abolida a partir de la publicación de las llamadas Leyes Nuevas de 1542, 268 años antes, por lo que, a partir de esa fecha la esclavitud indígena era ilegal en todos los territorios pertenecientes a la Corona española.
También por decreto dio “por terminados” los pagos de los tributos a que se obligaba a los indios y las castas, consistentes en un mínimo de 2 pesos con 75 centavos y media fanega ( aproximadamente 50 kilos) de maíz al año: “Que cese para lo sucesivo la contribución de tributos respecto a las castas que lo pagaban y toda exacción que a los indios se les exija”; redujo las alcabalas – especie de IVA- que aplicaba la corona a todos los habitantes de la Nueva España por todas las operaciones monetarias o en especie que realizaban, dejándolas un punto porcentual más altas a los españoles -3%- que a los americanos. También decretó la libre producción y comercio de vino, pólvora y todas las bebidas hasta entonces prohibidas y la desaparición de los estancos, que eran establecimientos donde se vendían las mercancías que eran monopolio exclusivo del rey. En el caso de la pólvora, quienes la produjeran “debían preferir” venderla al gobierno.
Las disposiciones del generalísimo fueron recibidas con el aplauso unánime del pueblo, pero en los hechos no tuvieron efecto práctico alguno.
Por ese entonces se conoció en México la noticia de que el 26 de septiembre los colonos estadunidenses de Baton Rouge, en la Florida occidental, declararon la independencia de ese territorio respecto a España. Muy pronto, el 27 de octubre, el presidente de Estados Unidos, James Madison, proclamó la anexión de la Florida occidente a la Unión Americana.
El 10 de octubre, se habían inaugurado las Cortes reunidas en Cádiz y el día 15 decretaron la igualdad entre los dominios y habitantes americanos y peninsulares y ofrecieron la amnistía general a los insurgentes americanos, lo que no se sabría en la Nueva España hasta unos 3 meses después-.
Mientras tanto, las diferencias de Hidalgo con Ignacio Allende, cabeza militar del levantamiento, caían precipitadamente a tocar fondo y marcaban el rumbo de su fracaso. Se volvieron irresolubles desde momentos antes de iniciar la batalla del Monte de Las Cruces, ( por criterios encontrados sobre cómo afrontarla y la participación en bola de la chusma desarmada) que milagrosamente ganaron los Insurgentes gracias a la destreza y habilidad de Allende, pero estuvieron cerca de sufrir la derrota por los errores y caprichos impuestos por Hidalgo. La imposibilidad de improvisar organización y disciplina entre los indios que nunca habían sido soldados se manifestó evidente y tan peligrosa como lo había advertido Allende.
La división entre ambos jefes se agudizó cuando Hidalgo, en una decisión contra toda lógica que aún no se explica, se empecinó en abortar la toma de la Ciudad de México cuando tenían todo para lograrlo y al alcance de la mano. Hay quien especula que el cura de Dolores esperaba secretamente que enviados de Napoleón, quien había invadido la península ibérica y designado Rey de España a su hermano José, -Pépe botellas- lo contactaran y negociar con ellos. Esta audaz especulación quizá tiene su fundamento, entre otros motivos, en el discurso que realmente pronunció el cura de Dolores la madrugada del 16 de septiembre, muy distinto al mito que se memora en el llamado “grito” que cada año se celebra en México : “Señores(…) los franceses ya conquistaron España y vienen a conquistarnos a nosotros. Se acabó la opresión, se acabaron los tributos, se acabaron las gabelas y voy a pagarle medio peso a los que me acompañen a pie y un peso al día a los que me acompañen a caballo”.* Es decir, un discurso que presentó a los franceses como potenciales libertadores.
Pero esto es mera y dudosa especulación. Lo cierto es que la insensatez de Hidalgo lo separó de Allende y tras la negativa de avanzar sobre la capital y la derrota en Aculco cada cual tomó su rumbo, con un alto costo para el movimiento.
Se volvieron a encontrar semanas después en Guadalajara y ahí vivieron otras diferencias, pero ambos estuvieron de acuerdo en el nombramiento de Don Pascasio Ortiz de Letona para enviarlo a Washington a solicitar el apoyo del gobierno de los Estados Unidos, que ya se había declarado dispuesto a colaborar con cualquier nación a conseguir su independencia. Es evidente que aunque la idea no surgió en la mente de ninguno de los dos jefes insurgentes, la necesidad de ayuda era incuestionable y urgente, pues el experimentado comandante realista Felix Maria Calleja les pisaba los talones y ya había recuperado y ocupado varias plazas, entre ellas Guanajuato y Celaya, y había hecho imposible una nueva oportunidad de tomar la Ciudad de México.
Don Pascasio era un hombre educado. Nació en 1775, en la capitanía general de Guatemala, dependiente del Virreinato de la Nueva España, hijo de Juan Nepomuceno Ortiz de Letona (1750-1813), ministro de la Real Hacienda de Trujillo, y nieto del alcalde mayor de Quezaltenango Pedro Baltasar Ortiz de Letona y Sierra. Según la Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica ( https://www.afehc-historia-centroamericana.org/action_fi_aff_id_2370.html) Don Pascasio fue un distinguido y laureado estudiante. “En 1794 obtuvo en el Colegio Tridentino el título de bachiller en Filosofía. Seguidamente pasó a estudiar Leyes en la prestigiosa Universidad de San Carlos de Borromeo, donde resultó escogido, junto a Mariano Antonio Larrave, para presentar un examen público sobre botánica y zoología bajo la dirección de los naturalistas de la Real Expedición Botánica provenientes de la capital de Nueva España, el criollo novohispano José Mariano Mociño y el español José Longinos Martínez. El examen público coincidió con la inauguración del Gabinete de Historia Natural de la Nueva Guatemala, la cual se efectuó el 9 de diciembre de 1797. Ortiz de Letona disertó sobre los fundamentos de Linneo (Systema Naturae) y el curso de botánica preparado por Casimiro Gómez de Ortega, entonces director del Jardín Botánico de Madrid y director general de todas las expediciones científicas borbónicas. Mociño le pidió al joven Pascasio clasificar el ramo de flores que portaba en el ojal de su casaca, y éste de inmediato las identificó como Nigella domascena, Cabellos de Venus, cuyas características describió magistralmente. Asimismo, se explayó en explicar el árbol mineral de Linneo. Al examen público fueron invitadas las principales autoridades civiles y eclesiásticas del Reino de Guatemala, y por supuesto las autoridades universitarias. A raíz de su examen, Ortiz de Letona fue escogido como uno de los cinco estudiantes que podrían optar a inscribirse en el Colegio de Nobles Americanos de Granada, el que no llegó a abrir puertas debido a las presiones políticas que la Revolución francesa estaba teniendo en la Península. En 1799, Pascasio obtuvo el grado de Alférez en el seno de la Compañía de Dragones Provinciales del reino de Guatemala. Los folletos que dan cuenta de las actividades de la Sociedad de los Amigos del País, en particular la Segunda y la Tercera Junta , mencionan que Pascasio estuvo siguiendo las recomendaciones del oidor Jacobo de Villaurrutia . Este defendía la idea que era posible extender en Guatemala el cultivo de la seda. La cría de gusanos de seda no es independiente del plantío de Moreras, ni aquella puede fomentarse sin que éste la siga y vaya á la par con ella. Don Pascasio demostró por experiencia que el clima guatemalteco era muy a propósito para el efecto. El comerciante José Maria Peynado fue comisionado para traer semilla de Oaxaca y Pascasio se encargaría de la distribución, y de dar la instrucción competente a los cultivadores que tuvieran interés en introducir dicho cultivo. Sin embargo el 20 de Noviembre de 1798 informó que “por no haber concurrido nadie en demanda de semilla, ni de la instrucción que tenía formada sobre su beneficio, resolvía entablar el plan en la Labor del socio D. Francisco del Campo donde abundan las moreras y hay piezas cómodas para el efecto”.
El 20 de octubre, José María Morelos se entrevista con Hidalgo en el trayecto entre Charo e Indaparapeo. Morelos es nombrado lugarteniente y recibe el encargo de sublevar la costa del sur.
Con el fin de proseguir estudios de botánica, a inicios del siglo XIX, Don Pascasio se trasladó a vivir a la ciudad de Guadalajara, residencia de su pariente Salvador Batres, Oficial Real de la ciudad cuando fue ocupada por José Antonio de los Santos Torres Mendoza sin ninguna intervención de Hidalgo ni de sus tropas, conocido como El Amo Torres por haber sido administrador de la hacienda de Atotonilquillo en San Pedro Piedra Gorda, hoy ciudad Manuel Doblado. Su hijo, José Antonio Torres Venegas, liberó la ciudad de Colima. En Guadalajara conoció Don Pascasio al licenciado Ignacio López Rayón quien era ya Secretario Particular del Generalísimo, y sumamente respetado por él. Don Pascasio conversó con López Rayón la idea de solicitar ayuda a los Estados Unidos y le informó las expresiones vertidas por sus más altas autoridades en favor de las causas independentistas. “Es la primera democracia del mundo y ha jurado ayudar a todo aquel que luchara por la libertad”, le dijo. López Rayón fue cautivado por la idea y se encargó de convencer a Hidalgo y a Allende -quien recién había llegado a Guadalajara el día anterior- de enviar a tal propósito al mismo Don Pascasio.
Sin demora, se pusieron manos a la obra. Como acertaron que la comisión fuese firmada por autoridades y no por simples caudillos, procedieron a instalar la Audiencia – que nunca llegó a funcionar como tal- y a otorgar cargos formales. Igualmente, dotaron a Don Pascasio con el grado de Mariscal de Campo, para darle un mayor empaque, aunque nunca hubiera participado en batalla alguna, y le expidieron el siguiente nombramiento:
“El servil yugo y la tiránica sujeción en que han permanecido estos estados feraces el dilatado espacio de cerca de tres siglos; el que la dominante España, poco cauta, haya soltado los diques a su desordenada codicia, adoptando sin rubor el cruel sistema de su perdición y nuestro exterminio en la devastación de aquella y comprometimiento de éstos; el haber experimentado que el único objeto de su atención en el referido tiempo, sólo dirigido a su beneficio y a nuestra opresión, ha sido el desconocido y vehemente impulso que, desviando a sus habitantes del sufrimiento ejemplar, o mejor diremos, delincuente y humillante, donde yacían, se armaron, nos hicieron jefes, y resolvimos a toda costa vivir en libertad de hombres, o morir tomando satisfacción de los insultos hechos a la nación.
El estado actual nos lisonja de haber conseguido lo primero, cuando hemos conmovido y decidido a tan gloriosa empresa a nuestro dilatado continente. Alguna gavilla de europeos rebeldes y dispersos no bastará a variar nuestro sistema ni a embarazar las disposiciones que se pueden decir las comodidades de nuestra nación. Por tanto, y teniendo plena confianza y satisfacción en vos, don Pascasio Ortiz de Letona, nuestro mariscal de campo, plenipotenciario y embajador de nuestro cuerpo cerca del supremo congreso de los Estados Unidos de América, hemos venido a elegiros y nombraros, dándoos todo nuestro poder y facultad en la más amplia forma que se requiere y sea necesaria, para que por nos y representando nuestras propias personas, y conforme las instrucciones que os tenemos comunicadas, podáis tratar, ajustar y concertar una alianza ofensiva y defensiva, tratado comercial, útil y lucroso para ambas naciones, y cuanto más convenga a nuestra mutua felicidad, accediendo y firmando cualesquiera artículos, pactos o convenciones conducentes a dicho fin; y nos obligamos y prometemos en fe, palabra y nombre de la nación, que seremos y pasaremos por todo lo que tratéis, ajustéis y firméis en nuestro nombre, y lo observaremos y cumpliremos inviolablemente, ratificándolo de especial forma ; en fe de lo cual mandamos despachar la presente, firmado de nuestra mano, y refrendada por el infrascrito, nuestro asesor y primer secretario de Estado y del despacho.Dado en nuestro Palacio Nacional de Guadalajara, a trece días del mes de diciembre de mil ochocientos diez años.
Miguel Hidalgo, Generalísimo de América.- Ignacio de Allende, Capitán General de América.-
José María Chico, Ministro de Gracia y Justicia, Presidente de este Nuevo Tribunal.- Lic Ignacio López Rayón, Secretario de Estado y de Despacho.- José Ignacio Ortiz de Saldívar, oidor subdecano.- Lic. Pedro Alcántara de Avendaño, Oidor de esta Audiencia Nacional.- Francisco Solórzano,
Oidor.- Licenciado Ignacio Mestas, Fiscal de la Audiencia Nacional.”
( Tomado de los Escritos de Hidalgo publicados o datados en Guadalajara, de Carlos Herrejón Peredo )
El documento refleja la inexperiencia y falta de tino de todos los firmantes sobre asuntos de carácter
diplomático, pues es una clara sinrazón que el embajador fuese nombrado ante el “supremo congreso”,
pues no era procedente entonces ni lo es ahora en ningún país del mundo. Lo correcto sería, como lo es,
nombrar diplomáticos ante los Jefes de Estado; amen de que no sigue ninguna de las reglas
protocolarias de la diplomacia.
Don Pascasio tampoco demoró en partir.
Habilitado además con una suficiente cantidad de oro en onzas, y “no conociendo bien el país, necesitaba una persona que lo conociese para que “por veredas extraviadas” lo llevase hasta la costa donde se embarcase, pues se consideraba muy difícil hacerlo por tierra. Don José Guadalupe Padilla, mediero en la hacienda de El Cabezón, propiedad del mayorazgo Don Ignacio de Cañedo y Zamorano Jiménez de Alcaráz, prominente minero y hacendado – simpatizante de la insurgencia- fue designado por Hidalgo y Batres, que lo conocía bien, para que lo acompañara. Padilla estaba acostumbrado a hacer viajes con ganado desde la costa del Pacifico a la Ciudad de México y desde ahí dirigirse a la costa del Norte y también había viajado a Tabasco para comprar Cacao, de manera que conocía perfectamente aquella porción del país. Llegaron ambos a la Huasteca y en el pueblo de Molango -en el actual Estado de Hidalgo- se separaron momentáneamente. Don Pascasio decidió cambiar una onza de oro por moneda corriente. Al cambista le pareció sospechoso y lo denunció a las autoridades quienes ordenaron que fuera detenido y esculcaron sus pertenencias. Le encontraron una gran cantidad de oro y ocultas en la silla de montar las credenciales otorgadas por los jefes insurgentes. Se ordenó que lo trasladaran preso a la Ciudad de México. Don Pascasio comprendió que en aquellos momentos de efervescencia se le condenaría a muerte y decidió suicidarse para no verse sometido a un juicio enojoso, pero sobre todo para que mediante la consabida tortura no se le obligase a revelar nombres además de evitar la afrenta del suplicio. Pero alimentando la esperanza de fugarse, no puso en planta su resolución, hasta el último momento. Viéndose ya en la Villa de Guadalupe, comprendió que su situación no tenía remedio y apuró un veneno que a prevención llevaba y que le produjo la muerte en los últimos días de enero de 1811”.
https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/6/2652/46.pdf”
Es el único centroamericano que tiene un lugar en el panteón de los insurgentes mexicanos, pero no hay en todo México una calle o una plaza con su nombre. Su nombre y su participación son prácticamente desconocidos.
José Guadalupe Padilla al no encontrar a Don Pascasio en el lugar convenido en las afueras del pueblo de Molango optó por regresar a Guadalajara. Pero Calleja y Cruz ya habían tomado la Perla Tapatía y fue denunciado y apresado. Para su fortuna, la intervención del Oficial Salvador Batres y del mayorazgo Cañedo logró salvarle la vida. La pena de muerte le fue conmutada por una multa de 300 pesos anuales que Cruz exigía con toda puntualidad y que Padilla pagó hasta 1821. Falleció en 1828”. Esta relación nos ha sido enviada por un miembro de la familia Villaseñor, a la que Padilla pertenecía por rama materna. http://www.senado2010.gob.mx/docs/bibliotecaVirtual/9/2652/46.pdf
El propósito de pedir ayuda a los norteamericanos no cesó con ese trágico tropiezo.
Allende lo consideró prioritario y apremiante y el siguiente comisionado fue el licenciado Don Ignacio Aldama.
Igual que su hermano Juán, uno de los principales jefes de la rebelión, Ignacio nació en San Miguel El Grande. Vió su primera luz el 7 de mayo de 1780. Obtuvo el título de bachiller en filosofía en Guanajuato y posteriormente partió a la Ciudad de México donde se graduó en la Universidad como licenciado en Derecho. Ejerció poco la abogacía y decidió regresar a San Miguel, para enfocarse en la Hacienda familiar, logrando acumular una mediana fortuna. Su hermano mayor, nacido en 1774 ya formaba parte del ejercito realista. En 1810 convencido por Juán se unió a la conspiración.
Aunque había tomado parte en las juntas conspiradoras de San Miguel, estaba en la creencia de que el movimiento de insurrección estallaría el 1 de Octubre, de manera que se sorprendió al ver entrar en San Miguel al tumulto de cerca de 5 mil hombres que ya formaban el “ejercito” de Hidalgo, incluido a su hermano Juán, que hasta entonces fue Capitán del regimiento de caballería de Milicias de la Reina. Al día siguiente Ignacio encabezó la junta convocada por Hidalgo y Allende y en ella quedó investido de los mandos político y militar de la población. De inmediato comenzó a tomar las providencias necesarias para fomentar la rebelión y proveer de víveres y vituallas a los insurgentes. Uno de sus primeros logros fue la incautación de varios cargamentos con una gran cantidad de pólvora que tenían como destino las minas de Zacatecas. Permaneció en San Miguel hasta fines de octubre cuando se enteró que Calleja y Flon se acercaban. Para evitar que su familia y la de su hermano Juán sufrieran las consecuencias partió llevándoselas y alcanzó al ejército el 5 de noviembre, 2 dias antes de la infausta batalla de Aculco. El 6 de noviembre Calleja llegó a Arroyo Zarco, donde recibió la información de que una muchedumbre desorganizada y sin armas, hambrienta y desmoralizada por la orden de Hidalgo de abortar la toma de la ciudad de México, se encontraba cerca. Cuarenta mil hombres parodiaban los regimientos insurgentes. Calleja contaba con dos mil infantes, siete mil a caballo y doce piezas de artillería, con los que al día siguiente atacó a la muchedumbre desprevenida que huyó despavorida sin rumbo fijo. Wikipedia dice que los alzados perdieron ocho cañones, once cajas de pólvora, cuarenta botes de metralla, cincuenta balas de hierro, diez racimos de metralla, trescientos fusiles, dos banderas, un carro con víveres, mil trescientas reses, mil seiscientos carneros, doscientos caballos, varios carros con heridos que luego fueron ejecutados, dieciséis carruajes para jefes principales y registraron 200 muertos y 600 fueron hechos prisioneros. Calleja decidió echar a la suerte ejecutar a uno de cada cinco. Los realistas también recuperaron a Raúl Merino y a García Conde, oficiales prisioneros de los insurgentes y que al momento de ver la batalla pérdida fueron liberados.
El licenciado Aldama siguió entonces al Capitán General de América Ignacio Allende, primero a Guanajuato y luego a Guadalajara, donde participó en el intento de organizar el Gobierno Independiente junto con López Rayón, Chico, Avendaño y otros letrados y colaboró en la publicación del Despertador Americano. Posteriormente, en la Hacienda de Pabellón en el pueblo de Valle de Huajucar, hoy Calvillo en el Estado de Aguascalientes cuando ya habían sufrido la devastadora derrota en Puente Grande, una batalla a la que se empecinó Hidalgo pese a las opiniones en contra de Allende y de Juan Aldama, Don Ignacio votó con vehemencia por la destitución del cura como jefe militar del movimiento. Lo mismo hicieron todos los caudillos y jefes reunidos, hartos de la incapacidad del cura para la toma de decisiones castrenses. https://www.liderempresarial.com/hidalgo-es-destituido-en-la-hacienda-de-pabellon/
Viajaban arrastrando la derrota de Puente Grande resueltos a buscar refugio en el norte, en las Provincias Internas de Oriente, entonces comprendidas por los actuales estados de Coahuila, Texas, Nuevo León y Tamaulipas, cuyos gobernadores se habían mostrado a favor de la independencia.
El 5 marzo de 1811 la caravana de los insurgentes compuesta por dos mil personas con un resto del ejército, religiosos, hombres de pueblo y sus familias, gente de a caballo y otras a pie, treinta cañones, algunos coches destinados a los cabecillas, mujeres y clérigos, además de los animales de carga que conducían los baúles y pertrechos, más medio millón de pesos en dinero, plata y oro, llegó a Saltillo donde fue recibida con grandes celebraciones que duraron 3 dias. Como las noticias viajaban con lentitud, la población no estaba claramente enterada de que venían huyendo, prácticamente derrotados. Hidalgo estaba mohíno, se quejaba esporádicamente de dolores de cabeza y no tenía ningún ánimo de ceremonias, menos de festejos.
En esa ciudad los jefes de la insurgencia decidieron huir a los Estados Unidos y el 6 del mismo mes Allende comisiona a Ignacio Aldama para que se adelante con “instrucciones confidenciales” y credenciales de embajador ante el gobierno “en Filadelfia”. Deberá conseguir apoyo político y comprar armas con intención de reorganizarse. Para ese fin se le dotó con 100 barras de plata.
No son pocas las fuentes que mencionan este importante dato, pero en ninguna encontré que haya llevado más compañía que el fraile Juán Salazar. Obviamente, con tal cantidad de plata es lógico que fueran escoltados y llevaran personal para conducir el carro o los carros en que transportaban dicho cargamento.
Lograron llegar a Béjar con relativa facilidad, pero se encontraron con la terrible sorpresa de que la contrarrevolución había avanzado galopante bajo el mando del subdiácono José Manuel Zambrano, quien unos días antes había recuperado la plaza, destituido al insurgente Juan Bautista Casas y restablecido la obediencia al virrey. Antes de entrar en la ciudad fueron capturados y, por supuesto, se les confiscó la plata, lo que significó un gran triunfo para Zambrano. Las fuentes confirman que Aldama fue trasladado a Monclova, lugar donde se le practicó un juicio sumario, pero nada nos dicen del fraile Salazar. El 18 de junio de 1811 Don Ignacio escribió un patético manifiesto :
“…verdaderamente arrepentido de todos errores y delitos, y deseoso de dar una pública satisfacción en desagravio de nuestro redentor Jesucristo, de mi madre María Santísima de Guadalupe, y de todos mis prójimos y hermanos, no puedo menos en el trance de la muerte en que me hallo, que confesarlos, llorarlos, detestarlos y aborrecerlos; suplicando el perdón a todos cuantos por mi causa, directa o indirectamente hubieren recibido algún perjuicio espiritual o temporal (…)
Dos dias después, el 20 de junio, fue fusilado.
Su nombre fue inscrito con letras de oro en la cámara de diputados.
Su pérdida causó en el estado mayor de la insurgencia un pesar mayor que la de Don Pascasio, seguramente por ser hermano de Juan Aldama, por el aprecio que se había ganado en los meses de lucha y por su amistad con Allende y con Hidalgo , además de por ser oriundo de la región cuna del alzamiento.
Pero tampoco su muerte significó el fin de las intenciones de los insurgentes por buscar apoyo en los Estados Unidos.
También en Saltillo antes de partir, los jefes insurgentes recibieron la oferta del indulto decretado por el virrey Venegas que rechazaron sin pensarlo.
Días después, estando los dirigentes en la hacienda de Santa María del Anhelo, lugar más cercano a SaItillo que a Monclova, se presentó ante ellos un ranchero acaudalado, residente de Kamela y originario de Villa Revilla, (actualmente representada por las ruinas de la antigua Ciudad Guerrero en el margen occidental de la presa internacional Falcón), quien les expuso su entusiasmo por contribuir a la causa libertaria.
Su nombre era José Bernardo Gutiérrez de Lara y se manifestó dispuesto a cumplir con la encomienda que fuese útil a la lucha.
El antropólogo tamaulipeco Martín Salinas Rivera aporta en el periódico El Mañana importantes datos. Dice que “José Bernardo Maximiliano Gutiérrez de Lara y su hermano, el sacerdote José Antonio Apolinario, habían elaborado y promovido propaganda subversiva que dio origen a que las milicias realistas cambiaran de bando y se unieran a los insurgentes en Aguayo ( hoy Ciudad Victoria, Tamaulipas), Agua Nueva ( Coahuila) y San Antonio (Texas), las de este último sitio acaudilladas por el neosantanderino Juan Bautista de las Casas, el mismo que había sido ya derrotado y expulsado cuando tiempo después llegó Don Ignacio.
Entre San Luís Potosí y la frontera de Texas con la Luisiana existió un espontáneo y pasajero dominio insurgente logrado con estrategias propagandísticas más que con choques en batallas reales. Una magnifica guerra que no costó, en su momento, una gota de sangre ni un disparo. Lamentablemente no se conserva ninguno de esos comunicados propagandísticos.
Gutiérrez de Lara iba al encuentro del entonces capitán general de la insurgencia en el noroeste, Mariano Jiménez, en la hacienda Santa María. No esperaba encontrar a la columna que conducían Allende, Juan Aldama, Jiménez y el ya doblegado Hidalgo.
Su entusiasmo de redobló. En el camino de Saltillo a Monclova los jefes insurgentes le dieron instrucciones para que organizara las fuerzas en la Colonia del Nuevo Santander y las reuniera en el presidio del Río Grande (Guerrero, Coahuila).
Sin que aún sucediera la captura de Ignacio Aldama y de Fray Juan Salazar en San Antonio el consejo acordó proveer a Don José Bernardo con dinero, un secretario, una escolta de 50 hombres y cartas para que viajara a los Estados Unidos como (embajador) plenipotenciario, mismo título que se le había otorgado a Don Ignacio, además del de teniente coronel; dias después el 21 de marzo sobrevino la captura de los jefes insurgentes al sur de Monclova, en Acatita (Norias) de Baján.
Sin embargo, Don José Bernardo no renunció a la misión.
Se escondió en el rancho de un amigo por si las dudas durante un par de meses y cuando sintió que las aguas volvían a la calma en su región, aun en vida de Don Ignacio, emprendió la marcha.
En Los Precursores de la Diplomacia Mexicana, editado por la Secretaría de Relaciones Exteriores en 1926 se consigna que Hidalgo -no se menciona a Allende, que fue el impulsor de la comisión a Don Ignacio- dio plenos poderes a Gutiérrez de Lara como plenipotenciario para gestionar ayuda material y moral a favor de la independencia mexicana ante el gobierno de los Estados Unidos de América, país al que, muy entusiasmado, partió acompañado de catorce hombres a caballo, -no 50- que lo acompañaron hasta Natchitoches, en la frontera de Texas, es decir de la Nueva España con Luisiana, desde donde continuó sin escolta, acompañado únicamente de un chamaco.
En mayo del mismo 1811, por su parte, el General José María Morelos y Pavón también habilitó a su propios enviados a los Estados Unidos, el mulate Mariano Tabares y el estadounidense David Faro. Tabares era un negro ambicioso, pretensioso e intrigoso, que un tiempo perteneció al ejército realista donde alcanzó el grado de capitán. Pero cuando Morelos llegó a la costa de lo que hoy es Guerrero, cerca de Acapulco se presentó portando un impecable uniforme y ostentando un sable de un capitán realista muerto en campaña ante él y se sumó a sus filas. Gracias a valiosa información que Tabares proporcionó al caudillo le fue posible derrotar a las tropas acantonadas leales al Virrey acantonadas en el fuerte de San Diego, en la Costa Chica, comandadas por Francisco París. Morelos le tomó confianza y aprecio. Pero las intrigas de Tabares causaron muchos problemas, incluyendo la amenaza de la familia Galeana, que se elejó del ejército en protesta por las injerencias de Tabares. Eso hizo reaccionar a Morelos, quien consiguió que los Galeana regresaran y decidió enviar a Tabares y al gringo David Faron a buscar ayuda a Washington.
De camino, Tabares decidió llegar a La Piedad, Michoacán, para saludar al líder insurgente Ignacio López Rayón. Ignoro si la se conocían, pero el letrado los convenció de que desistieran de la misión y los envió de vuelta con Morelos. Tampoco sé el motivo o la razón, pero López Rayón les otorgó a Tabares y a Faro los cargos de Brigadier y Coronel, respectivamente. Cuando llegaron a Chilapa, Morelos se negó rotundamente a reconocerles dichos grados, alegando que Rayón no estaba facultado para otorgarlos. La afrenta resultó inaceptable para el mulato, tanto que decidió insurreccionarse contra Morelos e iniciar una guerra de castas, es decir, negros y mulatos contra blancos.
La mayoría de los habitantes de las jurisdicciones de Coyuca y Tecpan se adhirió a Tabares, resentida con el intendente Ayala que Morelos había nombrado. Pero los seguidores de Tabares fueron derrotados por las tropas de Morelos, quien ordenó que llevaran al mulato ante su presencia. Cuando fue trasladado a Chilapa, Morelos se dio cuenta de que gozaba de amplias simpatías entre los soldados insurgentes. Temeroso de una nueva sublevación, Morelos le ordenó a Leonardo Bravo que de inmediato lo fusilara junto con David Faro. A su muerte, Tabares tenía 23 o 24 años. https://relatosehistorias.mx/nuestras-historias/peripecias-de-mariano-tabares-un-mulato-conspirador
Obviamente, el tercer embajador designado por los insurgentes tampoco llegó a Washington.
El historiógrafo e ilustre diplomático mexicano don Genaro Estrada – autor de la famosa Doctrina Estrada, insignia de la diplomacia mexicana- cuenta la aventura de don Bernardo Gutiérrez de Lara, quien “tuvo que atravesar al trote de las bestias las vastas tierras de Texas, de Arkansas, de Tennessee, de Kentucky, de Virginia; escalar montañas, vadear ríos y pantanos y, tras mil dificultades para recorrer mil 400 leguas ( unos 6 mil 800 kilómetros) llegar a Washington. En la travesía de cuatro meses y medio, sin conocer el terreno, resistió dos ataques de los realistas y fue asechado por partidas de indios bárbaros”.
Todo eso sorteó con éxito, recibiendo todo tipo de ayuda de los norteamericanos en el camino, incluyendo varias cartas de apoyo y presentación para las autoridades en la capital estadounidense hasta llegar a Washington convirtiéndose en el primer embajador de la insurgencia que llegó a la Casa Blanca. Sin embargo tampoco lo fue a ciencia cierta, pues sus nombramientos ya no tenían validez por haber muerto quienes se los otorgaron y su movimiento y ejército haber sido desarticulados.
Llegó a la capital norteamericana a las once de la mañana del 11 de diciembre de 1811, dirigiéndose directamente a las oficinas de la Secretaría de Guerra, donde fue recibido respetuosamente por William Eustis.
Luego fue recibido brevemente por el presidente James Madison, y enseguida por el Secretario de Estado James Monroe.
Don José Bernardo no se anduvo por las ramas y directamente le solicitó al gobierno norteamericano, via Monroe, un préstamo de 20 millones de pesos que se destinaría a financiar la causa de la independencia mexicana.
Pero “Mr. Monroe se los hizo esperar con la condición de que en México se adoptase una forma de gobierno igual a la de los Estados Unidos, que sirviese de medio a la incorporación del primero de estos países al segundo. Indignóse Gutiérrez de Lara al oír aquella proposición y dio punto a sus relaciones con el secretario de Estado” (México a Través de los siglos).
José E. Iturriaga (Ustedes y Nosotros) relata con más detalle los hechos: “Monroe escuchó con atención la solicitud del plenipotenciario mexicano, asegurándole que estaba dispuesto a ayudar, desde luego, a los independentistas novohispanos, no sólo con la cantidad solicitada sino con algo más concreto y eficaz: con 20 mil soldados selectos, comandados incluso por algunos veteranos de la guerra de independencia de Estados Unidos, siempre y cuando Gutiérrez de Lara le dijese en qué forma se constituirían jurídicamente como nación soberana los novohispanos, una vez alcanzada su autonomía con tan valiosa ayuda militar.
Gutiérrez de Lara contestó que lo primero era alcanzar su independencia con respeto a la metrópoli y, ya después, se buscaría el tipo de organización política que estuviese más en conformidad con el sentir de las masas insurgentes.
Monroe repuso que la ayuda no se daría si en México no se establecía el sistema republicano, apoyado en una constitución igual a la de Estados Unidos, requisito que habían impuesto Jefferson y Madison a todos los caudillos insurgentes de las otras colonias de España que habían acudido al gobierno estadounidense en demanda de ayuda económica para su causa.
Más todavía: Monroe fue suficientemente explícito con don Bernardo Gutiérrez de Lara en los fines que perseguía Estados Unidos al brindar ayuda a los insurgentes hispanoamericanos. Le dijo que su propósito era el de establecer una confederación de todas las naciones surgidas a la independencia en este lado del Atlántico, regidas todas ellas por una constitución igual a la de Estados Unidos.
Un documento del entonces representante de España en Estados Unidos, don Luis de Onís, hace saber que Monroe le dijo a Gutiérrez de Lara “que deseaban que el nuevo gobierno adoptase la misma constitución que la de Estados Unidos y que entonces México sería admitido en la confederación y que con la agregación de las demás provincias americanas, formarían una gran potencia, la más formidable del mundo”.
Eran los honestas expresiones iniciales de la doctrina de quien posteriormente fuera el 5º. Presidente de los Estados Unidos : “América para los Americanos”.
Don Luis de Onís agrega que Gutiérrez de Lara, quien había escuchado con bastante serenidad al secretario de Estado hasta su plan de agregación, se levantó furioso y salió muy enojado del despacho de mister Monroe. (El hecho es también citado por Alberto María Carreño, en “la Diplomacia Extraordinaria entre Estados Unidos y México”. Editorial Jus 1951.)
Es muy probable el hecho del enojo de Don José Bernardo, aunque Don Luis de Onis no revela su fuente, siendo obvio que no estuvo presente en las conversaciones, pero también lo es que Don José Bernardo no manifestó abruptamente su posible disgusto, ni rompió lanzas con Monroe. Dos hechos, por lo menos, lo demuestran. Uno que la estancia de Don José Bernardo en la capital norteamericana fue pagada en gran parte por su gobierno y el otro, que Monroe comisionó a William Shaler un exagente comercial de los Estados Unidos en Nueva España, para que acompañara y guiara desde Tenesse a Don José Bernardo en su regreso a Texas y pagara los gastos del camino. Su paso por Estados Unidos quedó documentado y las cartas con distintos norteamericanos, entre ellos Monroe y Shaler están en los archivos del Departamento de Estado en Washington.
A raíz de que los jefes insurgentes habían sido ejecutados en Chihuahua por los realistas, Monroe le requería que regresara a México para que obtuviera las credenciales apropiadas para proveerlo con el armamento que necesitara y que comunicara la disposición favorable de los Estados Unidos con la “República de México.” Incluso, le prometió 50 mil hombres perfectamente armados, quizá retóricamente puesto que Washington ya estaba en los albores de la guerra con Inglaterra -y con suficientes conflictos entre ambos-, tanto que el siguiente año, 1812, llevó a la invasión de Washington desde Canadá, que incluyó el incendio del capitolio y la Casa Blanca y que se prolongó hasta 1815.
Don José Bernardo y Shaler entablaron una cercana amistad, pero está claro, a la vista desde ahora y por pruebas documentales que éste era un espía de Monroe que tenía la misión adicional de moldear la mentalidad del novohispano para los propósitos de sumar a la Nueva España a la Unión Americana en lo cual fracasó rotundamente.
23 días duró la estancia de Don José Bernardo en Washington, donde alternó con congresistas, embajadores de Gran Bretaña y Francia, con el diputado de Caracas y otros representantes patriotas de Venezuela, que al igual que él, buscaban el apoyo de ese país, además del diputado de Santo Domingo en las Cortes de Cádiz, José Álvarez de Toledo, quien fue su peor enemigo un año y medio después en Texas.
Después de pasar por Baltimore arribó a Filadelfia, puerto al que llegaban todo tipo de embarcaciones con noticias de las guerras en Europa y de los movimientos independentistas en el Caribe y de todo el continente Americano.
De allí partió por mar hacia la desembocadura del río Mississippi con destino a Nueva Orleáns, para después navegar río arriba hasta Natchitoches, donde se despidió de Shaler para seguir hasta el norte de Tamaulipas a continuar con sus ideales.
El 31 de agosto de 1812, publicó en The Herald of Alexandria, Louisiana, un llamado de los Republicanos de Nacogdoches para reclutar voluntarios. Ofreció tierras, acceso a las minas de oro y plata, a los caballos salvajes y propiedades que se confiscaran. Así se hizo de una fuerza de 450 hombres, la mayoría norteamericanos aventureros, con la cual invadió Texas y pudo derrotar a los realistas Manuel María de Salcedo y Simón de Herrera, gobernador de Provincias Internas. Ocupó Nacogdoches y la bahía del Espíritu Santo y pactó la rendición de Herrera que se había refugiado en San Antonio de Béjar. Vendió a los realistas en la Batalla de Rosillo y tomó la ciudad de San Antonio de Bexar el primero de abril de 1813. Donde organizó un gobierno provisional formado por una junta, se asume como gobernador con el título de “presidente amparador” y el día 7 de abril da a conocer el Acta de Independencia de la Provincia de Texas, en la que anuncia una Constitución que normará las facultades del nuevo gobierno, “hasta que en Congreso General de la República Mexicana se tomen otras disposiciones juzgadas por convenientes”.
Fue la primera declaración de independencia de Texas, pero la Junta Gubernativa Insurgente lo obligó a dimitir y por falta de dirección perdieron los sublevados la llamada Batalla del Encinar de Medina lo que dio lugar a la recuperación de Texas por el comandante Joaquín Arredondo para el Gobierno Virreinal.
Su aparente amigo Shaler escribió a Monroe informándole que el caudillo en su constitución del Estado de Texas excluía a este territorio de toda dependencia de Estados Unidos y negaba expresamente la creación de cualquier privilegio a los norteamericanos y no pensaba en ningún momento en separar a ese estado para que después se integrara a la Unión Americana. Shaler se sentía traicionado; lo que originalmente fue simpatía se tornó en un odio vehemente y a partir de ese momento desplegó una campaña incansable en su contra.
Residió desde 1814 hasta 1824 en Natchitoches, Louisiana y en ese año se le designo por la primera legislatura constituyente de Tamaulipas gobernador del Estado. Fue diputado al Primer Congreso de Tamaulipas y como tal, muy a su pesar y sin poder evitarlo actuó en la resolución de la legislatura local relacionada con la ejecución de Agustín de Iturbide, -con quien había entablado una buena relación cuando fue emperador- un día antes de tomar posesión del gobierno.
Falleció en Villa de Santiago, Nuevo León, localidad donde reposan sus restos.
*Alfredo Ávila Rueda del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM refiere en un boletín de la Dirección General de Comunicación Social de la UNAM, que Miguel Hidalgo pronunció el siguiente discurso en la parroquia de Dolores:
Señores, somos [sic] perdidos; los franceses ya conquistaron España y vienen a conquistarnos a nosotros. Se acabó la opresión, se acabaron los tributos, se acabaron las gabelas y voy a pagarle medio peso a los que me acompañen a pie y un peso al día a los que me acompañen a caballo. Asimismo, se explica que en el recorrido de Dolores a San Miguel, el cura añadió diferentes frases a su discurso, entre ellas las más famosas como: “¡Viva la Virgen de Guadalupe!”, “¡Muera el mal gobierno!”, “¡Viva América!” o “¡Viva la independencia!”. Debe entenderse que cuando se refirió al “mal gobierno”, estaba hablando del gobierno del Virrey Venegas que había sustituido mediante un golpe de estado de la élite novohispana al Virrey Iturrigaray, partidario de instaurar una “Junta”, como laJunta Central que operó en Sevilla y otras que operaron en varias ciudades de la península para gobernar en ausencia del Rey, séase Carlos IV o Fernando VII, padre e hijo, quienes se encontraban secuestrados por Napoleón en la ciudad francesa de Bayona.