•Era el gobernador Fernando Baeza la personificación más pura del mandatario tolerante, conciliador y amistoso con todos •No esperó el amanecer sino en plena madrugada y con el Plan de Gobierno en la mano, inició su labor al asumir el mandato •Hasta a un incipiente «periodista» opositor le concedió entrevista formal en el despacho ejecutivo por más de dos horas
Empezaba una noche de abril de 1989 y yo caminaba con inoculto temor por la acera izquierda de la Calle Once entre la Nicolás Bravo y la Jiménez hacia la Avenida 20 de Noviembre y en eso ¡zas! que se estrella una botella de vidrio, de cerveza corona vacía, en mis pies, que se hizo añicos en el cemento de la banqueta, ante lo que mi temor ya no era inoculto sino tan explosivo que temblaba de miedo.
Eran aquellos tiempos en que los chicos o «niños bien» que circulaban en autos o trocas de buen modelo arrojaban botes o botellas de cerveza ya consumida a donde caminaban las personas, y tras de sus gracejadas soltaban las carcajadas burlándose del pavor que generaban en los transeúntes.
Para acabarla de amolar conforme caminaba oía que de un carrillo de esos compactos salían gritos que terminaba en «ola», «ola», que no les di ninguna atención hasta que al cruzar la calle Jiménez pude escuchar el grito que decía mi segundo apellido: «Raizola» «Raizola», cuyo guiador se detuvo y me precisó:
–Raizola: soy Baeza, Fernando Baeza y desde la Coronado le vengo gritando y no me hace caso. Véngase y le doy un aventón».
Crucé y abordé el pequeño vehículo del Gobernador, al que pregunté qué andaba haciendo tan tarde y sin guaruras, lo cual, noté claramente, le molestó y con voz muy firme me preguntó:
– ¿Cuándo me ha visto con guaruras? ¿Cuándo? Dígame ¿Cuándo?
Enseguida me explicó:
–Mire Raizola; los guaruras le generan animadversión popular a todo el que sea funcionario público. Es chocante ver personas con guaruras. Y en mi casa no tengo ninguna razón para andar rodeado de guaruras. ¡Ya me imagino! el comentario de mis conciudadanos: «Mira a Baeza con guaruras» No. No. Yo no soy gente ni pedanterías, ni de soberbias, ni menos de guaruras.
Al llegar a Once y 20 de Noviembre me dijo que viraría a la derecha para platicar unos minutos antes de llevarme al lugar donde yo habitaba.
Enfiló por la 20 de Noviembre. Continuó, a plática y plática, por la Flores Magón. Dio a la derecha por Silvestre Terrazas. Por Zarco. Por Aldama y otra vez por Once y ya me llevó a donde estaba mi aposento.
Pero durante ese recorrido de casi una hora porque iba lento, platicando, me reclamó que yo había sido «muy gacho» con él porque no había aceptado colaborar en su administración, a lo que en efecto, me invitó desde días antes de asumir el poder.
Me comentaba: «Tengo algunos pendientes en los que estoy seguro me puede echar la mano. Requieren de una intervención personal, una mínima gestoría y pueden quedar solucionados, como es de mi interés. Ya me quedan poco menos de dos años y no quiero dejar pendientes. ¿Me ayuda?».
Le argumenté mi carencia de estudios. No tener ningún título profesional. Cierto alejamiento de la cosa pública. Pero ninguno de mis argumentos lo convenció. Y seguro de que me había ganado la partida, me dijo al despedirnos:
–Qué le parece mañana, a la hora que usted quiera y pueda, nos vemos en mi oficina de Palacio para formalizar esta plática y empieza a echarme la mano en lo que voy a exponer y en lo que estoy seguro tiene la capacidad suficiente para ayudarme. ¿Hecho? ¿Quedamos en eso? Hasta mañana.
Sería por mi simpatía hacia Fernando Baeza desde que era secretario particular del gobernador Oscar Flores dad la fineza con que atendía a los reporteros. Sería porque muchas veces me había confesado que el licenciado Flores me tenía buen ánimo por mi lealtad a don Arnaldo Gutiérrez. Sería porque nunca pedí favores ni di molestias. Sería porque me ganaba el gusto de ver al ahora gobernador Baeza sencillo, sonriente, amable.
Sería por todo eso y más y acepté «echarle la mano». Creo que con algo de acierto porque cada asunto que me confiaba para solucionarlo, me decía, siempre afable: «Consigne el caso en un reportajito. Haga un cuadernillo. Que no se olviden sus intervenciones en mi favor. Hágalo y adelante».
Tengo, por cierto, la colección de los setenta y tantos cuadernillos donde documenté mis «echadas de mano» al gobernador Fernando Baeza Meléndez, tan tolerante que hasta quienes lo insultaban, hasta quienes lo llamaban espurio, les concedía atenciones. Una entrevista formal de dos horas en la oficina de Palacio a un incipiente «periodista» opositor lo dice todo.
Chihuahua, 2017
*Premio Nacional de Periodismo 1973
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