Chihuahua, Chih.- En una nueva de sus cartas pastorales titulada «Lo que está en juego en el estado de Chihuahua», el presbítero Camilo Daniel Pérez aboga por la necesidad de redescubrir el sentido profundo y primigenio de la política para volver a la construcción de un proyecto de convivencia civil privilegiando las relaciones humanas y crear instrumentos de participación y corresponsabilidad de los ciudadanos en el gobierno. Esto, a su parecer, ante una evidente necesidad de abandonar el agotado y «prostituido» sistema político tradicional viciado, cuyo y único objetivo el poder por el poder, chapulines, intereses particulares, la corrupción, la impunidad y la cleptocracia, el poder en manos de delincuentes de cuello blanco, y la Política de la y para la convivencia civil. El padre Camilo Daniel afirman no tener dudas de que la administración de Javier Corral busca precisamente volver a esa definición y concepto genuino de la política, de devolverle a los ciudadanos lo que durante tantos años estuvo secuestrado en manos de los partidos políticos y de pasar del estado de unos pocos al estado de todos.
A continuación la carta pastoral:
LO QUE ESTÁ EN JUEGO EN EL ESTADO DE CHIHUAHUA.
Estoy consciente de que en nuestras relaciones humanas, especialmente tratándose de la política, no todo es negro ni todo es blanco; sin embargo, con el fin de buscar claridad y corriendo el riesgo de ser simplista, creo que actualmente en el país, y concretamente en el estado de Chihuahua, hay dos concepciones muy diferentes de hacer política que están fuertemente confrontadas.
A una concepción la podría llamar «la política del poder» auspiciada principalmente por los partidos políticos y la otra sería «la política de la y para la convivencia civil». Trataré de explicar en qué consiste una y otra desde mi punto de vista.
La política del poder es, en el fondo, la tarea de todo partido político: acceder al poder. Desafortunadamente esta lucha por el poder se ha viciado tanto que carece de un convencimiento ideológico, de una verdadera plataforma política y, principalmente, de un profundo arraigo ciudadano.
El único incentivo es el poder por el poder. Por lo mismo los candidatos se brincan de un partido a otro. De esta manera se está a merced de los poderes fácticos (incluyendo la delincuencia), de la conveniencia o no de los intereses particulares, de la discrecionalidad en el uso del poder público, de las componendas y, estando así las cosas, fácilmente se cae en la corrupción e impunidad.
Esta situación favorece enormemente a los grandes intereses económicos, se hacen reformas y leyes ad hoc, el Estado se transforma en un custodio de los grandes consorcios económicos y, además, se crea un blindaje jurídico y político para delinquir evadiendo la justicia. Resulta muy difícil juzgar a los políticos y todavía más difícil lograr que se restituya lo robado del erario público.
Podríamos afirmar que caímos en una partidocracia que pasó a manos de una criptocracia (el poder tras las bambalinas) para facilitar una cleptocracia (el poder en manos de delincuentes de cuello blanco).
Por todo ello, este sistema político está agotado, por decir lo menos, o está más bien prostituido; sin embargo, este sistema no está de ninguna manera agónico. Tiene precisamente mucha fuerza económica (más de seis mil setecientos millones de pesos asignados a los partidos), mucha fuerza política con una gran capacidad de cooptación, con una rampante impunidad que raya en el cinismo y una gran fuerza inercial. Desgraciadamente esta situación se dejó crecer debido a la repartición de prebendas y beneficios hasta lo grotesco.
Ahora bien, ¿esto quiere decir que estamos presenciando el fin de la política? Naturalmente que no, pues la política es inherente a toda relación humana. Esta pregunta tiene más bien el incentivo de ser un desafío, una provocación para replantearnos nuevamente lo que es la política y hacía dónde deberá enfocarse.
Se trata de redescubrir el sentido profundo y auténtico de la política. Precisamente ya desde los antiguos griegos se hablaba de que el objetivo prioritario del quehacer político no es otro que el de elaborar un proyecto de convivencia civil privilegiando las relaciones humanas y sociales, creando, para ello, instrumentos de participación y corresponsabilidad de los ciudadanos en el gobierno. Éste es el sentido primigenio de la política.
Con esto me gustaría que quedara muy claro, como lo expresa la palabra «política» (polis=ciudad), que en el quehacer político la prioridad somos y debemos ser los ciudadanos (los habitantes de la polis) y que el poder es un poder delegado por los ciudadanos al servicio de ellos mismos.
Nada más y nada menos. Tan sencillo como eso. Además, así lo declara la Constitución misma en su artículo 39: «La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.»
No tengo dudas de que la actual administración de Javier Corral se ha propuesto como objetivo fundamental rescatar precisamente ese sentido auténtico y primigenio de la política. Así lo ha expresado en diferentes ocasiones. De ahí que el asunto no es tanto (aunque es importante) si hizo más o menos obra pública que otras administraciones, sino que el reto va mucho más allá: Se trata de un proceso educativo, concientizador, crítico y de cambios de paradigmas.
Es un proceso lento, difícil, emblemático y cautivador. Se trata de devolverles a los ciudadanos la política que ha estado secuestrada por los partidos y los mismos políticos. Se trata del empoderamiento de los ciudadanos, de tal manera que dejemos de ser meros clientes de dádivas y lleguemos a ser verdaderos ciudadanos con derechos y deberes.
Se trata de pasar de un Estado de privilegios a un Estado de derechos humanos, de promover un auténtico espíritu republicano respetuoso de los tres poderes, de promover una economía solidaria, humana, participativa, distribuidora de bienes y servicios y no de mera acumulación, teniendo en cuenta que no sólo es importante la producción económica, sino también la producción social que crea arraigo y reafirma el tejido social.
Se trata de una aplicación igualitaria de la ley y no como lo describía muy bien un campesino: «la ley es como la culebra, sólo pica a los descalzos.» En este rescate de la política es muy importante legitimar el uso del poder como servicio, ejercido conforme al ordenamiento jurídico, con autoridad moral, con justicia y con profundo sentido humanitario. El peor fracaso del poder es la violencia (no la coerción siempre indispensable) y el mejor instrumento para ejercerlo es el diálogo.
Un ejemplo vivo y reciente de esta forma de hacer política es lo que están haciendo dependencias como SEECH, Salud, Desarrollo Social, COEPI, Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas y otros organismos en Baborigame y en otras partes de la sierra.
Nada más y nada menos desde esta perspectiva podremos juzgar la administración actual y podremos entender los vendavales y las polvaredas que se levantan en contra, pues se trastocan muchos intereses creados («Ladran Sancho, es señal de que cabalgamos»); pero también deberá haber severas críticas constructivas y autocríticas que abonen al proyecto, pues no es fácil para los mismos funcionarios desprenderse de conductas aprendidas.
Por ello afirmo que no todo es negro ni todo blanco. Un reto muy difícil, pues queda claro que la corrupción y la impunidad son solamente la cola del dragón.
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