Dirigida por Guillermo del Toro (Pacific Rim, 2013) The Shape of Water o La forma del agua (como se le tituló para el público mexicano) llegó a las salas mexicanas el pasado 12 de enero después varios premios y bastante revuelo a su alrededor. Escrita por Del Toro y Vanessa Taylor (Divergente, 2014). Su interesante reparto compuesto por Sally Hawkins, Michael Shannon, Richard Jenkins, Doug Jones, Michael Stuhlbarg y Octavia Spencer. La fotografía corrió a cargo de Dan Laustsen (Crimson Peak, 2015), con música de Alexandre Desplat (The Imitation Game, 2014) y con montaje de Sidney Wolinsky (House of Cards, 2013).
La forma del agua es un romance con aspiraciones de cuento de hadas. La damisela enamorada del monstruo y viceversa. Este cuento sin embargo está cargado de harto subtexto sobre el poder, la xenofobia o el racismo. Del toro no teme aderezar a su historia elementos de otros géneros y explorar el cine negro, el drama, el cine de espías, el musical y hasta el cine mudo a manera de tributo y remembranza más allá del simple contenido referencial. Por si fuese poco, La forma del agua aunque en esencia es un filme de fantasía, también hay que definirla como una cinta histórica por sus comentarios hacia el presente de Estados Unidos partiendo de los conflictos internos y externos que sufría el sueño americano al comienzo de los sesentas.
El año es 1962, la Guerra Fría mantiene al mundo en tensión y el sector afroamericano desarrolla visiblemente su lucha por sus derechos civiles. La protagonista, Elisa Espósito (Hawkins) trabaja como empleada de limpieza en un lúgubre y misterioso complejo de investigación del ejército estadounidense. Al complejo llega un nuevo «activo» en un misterioso cilindro lleno de agua, como una pecera para un humano. El activo resulta ser una criatura humano-pez (que recuerda sutilmente a Abe Sapien de las adaptaciones de Hellboy dirigidas por el mismo Del Toro) capturada en un algún rincón del Amazonas para investigarlo y torturarlo (por alguna razón). Su custodio principal es el Coronel Richard Strickland, quien personifica una verosímil versión del «americano perfecto», un soldado hecho y derecho que quiere deshacerse del «activo» cuanto antes. Elisa planea entonces un plan para sacar a su enamorado de aquella pesadilla con aires steampunk de plena Guerra Fría.
El director mexicano califica de atrevido por volver a un tópico muy conocido y explorado. No obstante, al hacerlo desde su espacio de confort y preferencia, le otorga un aire que crea una vibra de balance casi perfecto entre el realismo del cine histórico y la magia del cine fantástico. Equilibrio que recuerda otro de sus trabajos anteriores: El laberinto del fauno de 2006. Aunque presenciamos a una criatura, quien era percibida como un dios en su lugar de procedencia, su presencia y naturaleza misteriosa nunca llega a ser tan importante como la relación romántica que desarrolla con Elisa. Esta relación es el eje y motor de la toda la historia, y por ello es que califico a esta cita como un romance primero que nada.
La crítica y el público parecen sumamente complacidos con la cinta en todo su conjunto y para nada los culpo. La cantidad de cuidado al detalle, a la foto, a la iluminación, utilería, ritmo, guion, diálogos, escenografía, música, es decir, toda la puesta en escena marca la pauta para apreciarla con justificación en todos sus aspectos. Es una película que cumple a pulso la frase de cierto director al decir que «una buena película entretiene y además te da tema de conversación con tu pareja» y no es así sólo por su contenido político (que es mucho) sino también por la armonía audiovisual que logra.
Armonía que alcanza por muchas veredas. El uso de colores para definir a los personajes, verde y azul para Elisa quien se acerca a la criatura acuática, colores cálidos para su amigo Giles (Jenkins) quien representa un espacio de seguridad y apoyo para Elisa o ambientación gris y oscura para el doctor Robert Offstetler quien es fiel a sus ideales antes que a una bandera. Movimientos de cámara caprichosos pero potentes para transmitir sorpresa y establecer el carácter de la situación. Una banda sonora sencilla pero que embona con cualquier romance. Ciertamente la música compuesta Alexandre Desplat puede encajar tranquilamente en un montón de películas románticas. Un tratamiento de los espacios y los personajes que encima de todo, transforman La forma del agua en una carta de amor al cine, más sutil que lo hecho por otros directores como Martin Scorcese, pero que es notable a simple vista.
Es tal el éxito logrado en su lenguaje cinematográfico que algunas críticas la colocan en el mismo nivel de virtud que se alcanzó (en este rubro) con la cinta Amélie (2001) de Jean-Pierre Jeunet. Una delicia en sus aspectos técnicos y actorales, especialmente Sally Hawkins, quien interpreta a una mujer muda pero con una fuerza expresiva que cambia y reacciona a los eventos, y Michael Shannon, el villano indiscutible de la historia, un monstruo más real que el «activo» y con pocos diálogos (pero muy efectivos) y una exposición cuidadosamente realizada pues Del Toro construye una figura caricaturesca ciertamente, pero tan representante como verosímil. Este villano de motivaciones monolíticas, es de lejos el personaje mejor construido.
El director ha afirmado claramente en varias entrevistas las intenciones políticas de esta película y ¿cómo negarlas? La trama explora el problema de la diversidad con un elenco y personajes que tocan varias razas, nacionalidades, orientaciones ideológicas, orientaciones sexuales y hasta discapacidades (la protagonista es muda). Los coloca a todos en un mismo espacio pero no para demostrar que pueden convivir, sino al contrario, para reafirmar las relaciones de poderes y la intransigencia que hay entre ellas. Pareciera ser que el mensaje es que el amor, como lenguaje universal, es una de las salidas a la tensión actual desatada por una despiadada guerra cultural, aunque en la realidad se ha optado más por la violencia, la persecución y la represión. La cinta nos coloca en medio de nuestras aspiraciones y lo que somos en verdad.
La recomiendo harto no porque su director sea mexicano o porque haya ganados muchos premios. La recomiendo porque es una cinta de calidad. Es evidente porqué en Estados Unidos causó tal revuelo, pues su mensaje está dirigido a aquel pueblo dividido y cualquier tiro hecho por uno de los bandos, resuena fuerte y claro en el clima internacional. Tan sólo basta recordar la clase de lecturas políticas que se hicieron de The last jedi para darse una idea del grado de sensibilidad presente. Su logrado ritmo y valores de producción le dan mucho valor de entretenimiento. No olvidar que su clasificación en EU es «R» y no es para menos, para que considere al público infantil.
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