Que el título de este texto no se vea como una advertencia negativa. Parece que los regímenes democráticos en Occidente pasan por una crisis. Palabra que me parece mal empleada y acaba siendo una simple exageración en la lectura de la situación.
Referir una crisis es hablar de que se avecina un gran cambio o un sisma que mantenga el statu quo. Lo que me queda claro es que se agotan las herramientas para leer las nuevas formas de democracia ¿o es que nuestro idealismo nos engaña y no nos permite aceptar que no todo en la historia de la democracia han sido victorias absolutas?
La alarma por el desarrollo de derechas en numerosas partes del mundo se ha fundamentado, creo yo, en la idea de que las democracias han cumplido tan bien con sus promesas que nadie estaría de acuerdo en apoyar aquello que atente contras sus ideales y valores. La realidad se contradice dolorosamente a esta creencia. El ejemplo mexicano da mucho de qué pensar y el engaño se da entre quienes todavía gustan de ver a la alternancia del 2000 como el inicio de la real democracia electoral mexicana. Sin duda fue un paso adelante, pero la democracia real, aquella que está construida en el imaginario se suele ver sólo el aspecto político. Primer gran error.
Es significativo para el mexicano del siglo XXI la victoria del PAN en el 2000 por lo que históricamente pudo significar, ya que el México de siglo XX sólo nos habla de autoritarismo, persecución, sangre, dictadura del partido oficial o de Estado. Un sistema enfermo que sufre un cambio superficial. Una vida democrática no necesita que gane un partido durante 70 años o después de 70 años para proclamarse como tal. Una vida en democracia nos habla (al menos esa vida que guardamos en su forma ideal) de un estilo de vida donde cabemos todos. La igualdad no sólo se queda en el papel sino que se refleja constantemente en la vida pública: en la administración de justicia y de los impuestos, en la asimilación de oportunidades, en una población igualmente sana y educada. La democracia no sólo es sinónimo de consenso sino también diálogo en el que las mayorías ganan pero no dominan sólo porque sí.
Argumento que las democracias están cambiando porque el lenguaje de lo democrático está incluyendo nuevos términos. Ahora no sólo se busca la igualdad sino también la equidad, la consciencia del medio ambiente, el uso correcto y no discriminatorio del discurso y la transparencia frente a la sociedad. Medir la democracia ya no implica solamente lo que se nos enseñó en el siglo XIX y XX. Ahora las democracias parecen tener que enfrentar las consecuencias de sus «logros» y atestiguar que no todos están contentos con ellos, tanto dentro como fuera de los territorios que las guardan.
Percibo que en México aún no se comprende muy bien el fenómeno de este modelo de organización social. La esperanza actual atorada en los movimientos «independientes» parece consolidarse debido a la ignorancia imperante sobre los candidatos y sus redes o la que hay sobre la victoria de AMLO en 2018 refleja más bien una desesperación y hartazgo. Más que un síntoma de viraje democrático parece más bien una señal de hartazgo sobre el sistema partidista. De nuevo, todo el tema gira en torno al aspecto político, mientras tanto la vida pública continúa descomponiéndose, la justicia sigue siendo más un privilegio sustentado en la impunidad y el olvido, la educación no deja de ser un problema laberíntico para una población que le ve poca utilidad, la equidad se cumple con someras cuotas de género, la salud… mejor ahí le paramos. Comprendido o no, el anhelo democrático ahora parece convertido en una extraña y compleja quimera que se alcanzará, primero, en el terreno de la política. Después quién sabe.
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