El 7 de diciembre pasado, José Gil Olmos publicó un análisis en Proceso en el cual plantea el potencial que tendrá el recurso del miedo para impulsar las candidaturas en la carrera hacia 2018. En este artículo se plantea que se ha utilizado antes esta herramienta para ganar las elecciones del 94 y del 2006 y que en ambos casos, el miedo emana del contexto nacional. Por una parte, el levantamiento zapatista y asesinato de Luis Donaldo Colosio y por otra parte, en medio de una campaña de difamación, López Obrador es presentado como el posible verdugo económico de México.
Sin embargo, en esta ocasión el miedo, recurso efectivo para atraer votos con base en las percepciones, emana principalmente de un factor externo al contexto nacional. La victoria de Donald Trump proyectaba escenarios ciertamente siniestros para México desde la campaña y su triunfo, que no sobra decirlo no fue tan sorprendente como lo hicieron parecer, ha comenzado a materializar esos temores fundados en una sociedad estadounidense claramente dividida, donde lo diferente, lo que no se considera parte de lo verdaderamente american no puede entrar. Es fácil imaginar cómo puede explotarse esta situación para una campaña electoral.
El horizonte desolado de la economía mexicana dará varios pretextos para inundar los discursos. Para empezar bastará recordar cuan sensible fue la paridad entre el peso y el dólar al día siguiente de las elecciones en Estados Unidos. Una reacción esperada pero que cumplirá una función importante en la memoria colectiva. Impactó directamente al bolsillo de los mexicanos y en tiempos de dificultad económica se necesitan líderes valientes y capaces para plantar cara y defender el dinero mexicano. Es una fuente de recursos discursivos que no puede desaprovecharse.
Es cierto que aún quedan dos largos años de la administración actual y que la capacidad de la clase política mexicana para estirar los límites de lo legal y de la paciencia sigue sorprendiendo con cada paso que da. Pero hay que recordar que aunque el cargo presidencial dura seis años, los últimos dos suelen encarrilarse de forma paulatina hacia el esfuerzo de lucha por el poder. Los destapes, los coqueteos, los rumores, los esfuerzos primigenios de campaña y de creación de imagen de los «presidenciables» ya se han hecho notar en este 2016. La mayoría de estos fueron evidentes, algunos ya se conocían apenas acabada la jornada electoral pasada. Pero insertarse en el conocimiento y aprecio del colectivo y de los grupos del poder requiere tiempo. Tiempo para negociar, proponer y maquinar. Tiempo para construir alianzas, aprovechar oportunidades, formar cuotas de poder, edificar bases sociales y construir equipos de trabajo. La maquinaria de la democracia está operando.
Son dos años en que la administración Trump puede ofrecer los elementos necesarios para persuadir el voto e incluso, para opacar los errores y desviaciones anteriormente cometidos. El temor a lo externo puede superar fácilmente a lo interno y en un país donde la memoria histórica parece un lujo, los monstruos de la casa de enfrente causarán más incertidumbre que la catástrofe de los que ya habitan en la casa propia.
La competencia será tal vez la más diversa que se haya visto. El vigor y la sinergia que han causado las candidaturas independientes ofrecen una piedra angular que seguramente veremos en los siguientes dos años: la búsqueda de una política menos partidista. El engaño ha funcionado, pues en México la tradición partidista está lejos de desaparecer. La lucha para enmendar los errores de los partidos políticos a través de su derrota en las urnas podrá convencer a algunos, pero la verdad es que la contienda real se dará entre los partidos grandes. Aunque cada cual deberá ocultar o solapar el rastro de las experiencias pasadas. La guerra contra el narco de Calderón que recién cumplió diez años, la desastrosa o más bien nula capacidad estatista del gobierno peñista, la inestabilidad que cierta o no siempre ha transmitido el escenario de AMLO son sólo algunos de los lastres y posibles fuentes de temor que se extenderán hasta 2018. ¿El muro de Trump y la incertidumbre mercantil que genera su abierto combate a dos tratados comerciales importantes pueden opacar el catastrófico estado actual de México?
No busco con esto ayudar a crear una visión apocalíptica del contexto nacional, sin embargo es difícil no sentir incertidumbre ante el escenario y más cuando se suma a todo esto una palpable resistencia y apatía general. México atraviesa una crisis de consciencia profundísima y en esta dirección puede darse un vuelco al sistema de valores que dejó de funcionar hace ya varios años. Este vuelco puede tener utilidad para la clase política en una paradójica realidad mexicana.
La realización de un gobierno de ultraderecha en el país vecino puede propiciar la percepción de necesitar un «liderazgo capaz y valiente» y será interesante ver como se comienzan a infiltrar ideas como esta o de unión entre mexicanos en las siguientes elecciones intermedias donde se disputarán algunos de los estados más importantes para la persecución de la silla, como el Estado de México.
No puedo negar el tono especulativo de mis palabras pero tampoco se puede negar el cúmulo de miedos y la carencia de memoria que se instalarán en esta marcha de la locura hacia la presidencia en 2018. Aún falta harto tiempo para que desemboque esto y para que sigan acumulándose la razones para tener miedo.
Una época complicada, sí aún más, se avecina para la realidad social de este país y se podría argumentar que me adelanto. Tal vez la dirección que sigue el país no sea tan grave como lo plantea Érika Paz en México, el inicio de un Estado totalitario, artículo publicado apenas el 14 de diciembre pasado. En él, se explica la amplitud de la acelerada escalada que estamos presenciando de las facultades que están adquiriendo las fuerzas armadas para intervenir en asuntos que se suponen no entran en la gama de sus funciones y obligaciones. En la creación de la ley reglamentaria del artículo 29 por parte del Ejecutivo Federal, se discuten cosas tan graves como la suspensión de garantías y derechos humanos en caso de Estado de excepción, ese que plantea en caso de invasión, desastre o guerra. Se discute si el Ejército puede escuchar lo que usted y yo conversamos por teléfono, internet o algún otro medio rastreable; si en sus funciones policíacas pueden catear domicilios sin necesidad de orden y todo esto descrita en una ambigüedad que sólo puede transmitir sospechas, ya que estas cosas podrán darse con una «perturbación grave de la paz pública» en situaciones que representen una «amenaza a la capacidad de las instituciones del Estado para hacer frente a dichas afectaciones», por lo la libertad de reunión peligra fácilmente ya que vale la pena preguntarse ¿qué cosas pueden perturbar gravemente la paz pública?. Si, tal vez no sea tan grave…