Por Javier Rodríguez Marcos
El novelista peruano Mario Vargas Llosa falleció este domingo en Lima, según informaron sus hijos Álvaro, Gonzalo y Morgana en un comunicado. Nacido en Arequipa el 28 de marzo de 1936, el premio Nobel de Literatura de 2010 acababa de cumplir 89 años. Autor de obras fundamentales como Conversación en La Catedral, La ciudad y los perros o La fiesta del Chivo, fue uno de los escritores más importantes de la literatura contemporánea en cualquier lengua. Novelista, ensayista, polemista, articulista y académico, Vargas Llosa pasará a la historia como un narrador extraordinario y un influyente intelectual a la antigua usanza, es decir, anterior a las redes sociales.
“Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores, pero esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá. Procederemos en las próximas horas y días de acuerdo con sus instrucciones”, señala el comunicado. “No tendrá lugar ninguna ceremonia pública. Nuestra madre, nuestros hijos y nosotros mismos confiamos en tener el espacio y la privacidad para despedirlo en familia y en compañía de amigos cercanos. Sus restos, como era su voluntad, serán incinerados”, añaden.
En octubre de 2023 publicó su última novela, Le dedico mi silencio, que se cerraba con un escueto colofón en el que anunciaba su adiós a la ficción. Dos meses después, se despidió también del columnismo periodístico, es decir, de su Piedra de toque, la tribuna que desde 1990 publicaba quincenalmente en El País. Esos artículos eran prueba de su inagotable curiosidad intelectual y de su afán por intervenir en los debates sociales y políticos contemporáneos. En ellos, como en algunos de sus ensayos, aparecía ese Vargas Llosa progresista en lo moral pero neoliberal en lo económico, que desconcertaba —y hasta irritaba— a miles de admiradores de sus novelas.
Durante años se atribuyó a su compromiso político conservador la demora en recibir un galardón para el que parecía predestinado: el Premio Nobel de Literatura. En 2010, justo cuando había desaparecido de las apuestas, la Academia Sueca lo despertó de madrugada en Nueva York —era profesor invitado en Princeton— para anunciarle que, por fin, se le concedía la medalla más codiciada de las letras universales. ¿La razón? “Por su cartografía de las estructuras del poder y sus afiladas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”. Tenía 74 años y acababa de mandar a la imprenta una novela sobre el colonialismo salvaje vinculado a la explotación del caucho: El sueño del celta.
Desde su debut con Los jefes (1959), un volumen de cuentos escrito con 23 años, no dejó de escribir y publicar. Sin embargo, para encontrar una de sus grandes novelas en el momento del Nobel había que remontarse a una década atrás, hasta La fiesta del Chivo (2000). Aquella novela basada en hechos reales sobre la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana fue su contribución tardía a la tradición de autores latinoamericanos que retrataron dictaduras, como Gabriel García Márquez (El otoño del patriarca), Miguel Ángel Asturias (El señor presidente) o Augusto Roa Bastos (Yo, el Supremo).
Vargas Llosa fue figura clave del boom de la literatura latinoamericana, especialmente desde que en 1963, siendo apenas un veinteañero, ganó el premio Biblioteca Breve con La ciudad y los perros. La novela se inspiraba en su adolescencia en el Colegio Militar Leoncio Prado de Lima, donde lo internó su padre para alejarlo del entorno materno.
El reencuentro con su colérico padre, al que había creído muerto durante años, marcó el abrupto final de una infancia plácida vivida en Cochabamba (Bolivia) y en Piura, al norte de Perú. No en vano, ese episodio fue el elegido por el escritor para abrir sus memorias, El pez en el agua (1993), publicadas tres años después de su derrota frente a Alberto Fujimori en las elecciones presidenciales. Aquella frustración política se narra en los capítulos pares del libro, alternados con su educación literaria y sentimental en los impares: desde su viaje a París en 1957 hasta el día que visitó una perrera y presenció una brutal escena que inspiró Conversación en La Catedral (1969), cuya primera frase se volvió célebre: “¿En qué momento se jodió el Perú?”.
La figura decisiva en su carrera fue la agente literaria Carmen Balcells. Instalado en Londres desde 1966, Vargas Llosa sobrevivía dando clases hasta que Balcells le ofreció un sueldo anticipado a cambio de los derechos de su próxima novela. Con una condición: mudarse a Barcelona y dedicarse solo a escribir. Así lo hizo entre 1970 y 1974, etapa en la que coincidió en la ciudad con Gabriel García Márquez. Su estrecha amistad se rompió abruptamente tras un incidente nunca aclarado, que terminó con un puñetazo de Vargas Llosa al colombiano.
Lima, Madrid, París, Londres y Barcelona componen el mapa vital de este escritor universal. Su maestro literario fue Flaubert, y su referente ideológico en los primeros años, Sartre. Durante un tiempo se le conoció como “el sartrecillo valiente”. Pero en 1971 rompió con el comunismo tras el caso Padilla y abrazó el liberalismo político influido por Popper, Berlin y Aron. En lo económico, simpatizó con el neoliberalismo de Thatcher.
En sus memorias recordaba con ironía que su abuela definía a un liberal como “alguien que no va a misa y que se divorcia”. En una de sus últimas entrevistas, dijo que la familia representaba el orden, mientras que él siempre eligió la aventura. Su vida sentimental incluyó relaciones intensas con su tía Julia, su prima Patricia (madre de sus hijos) e Isabel Preysler, con quien rompió en 2022.
Vargas Llosa recibió todos los galardones posibles: el Nobel, el Cervantes, el Princesa de Asturias, el Rómulo Gallegos e incluso el Planeta. Fue miembro de la Real Academia Española (sillón L) desde 1996, y en 2021 ingresó en la Académie Française, a pesar de no haber escrito en francés. “Yo aspiraba secretamente a ser un escritor francés”, dijo al iniciar su discurso en París, en presencia del rey Juan Carlos.
En 2019 sorprendió con Tiempos recios, una novela sobre la injerencia de la CIA en Guatemala. Allí mostró su honestidad intelectual al admitir que esa intervención llevó a la Cuba revolucionaria a buscar protección en la Unión Soviética. En su opinión, “otra hubiera podido ser la historia de Cuba” si EE. UU. hubiera aceptado la modernización propuesta por Árbenz.
Para Vargas Llosa, escritura y política eran dos caras de la misma moneda: la de la libertad individual, incluso a costa de la justicia social. Por eso concluyó su discurso del Nobel recordando que “las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados […] en permanente entredicho con la mediocre realidad”. Leer, añadía, es un acto de rebeldía. Y escribir, en su caso, fue su forma de ser inmortal. (tomado de El País)