Hubo transiciones de muy malas caras pero otras de sonrisas y de alta cultura
Por lo leído en don Panchito Almada, en Martín Barrios Álvarez, en Marco Toño Delgado, en Armando B. Chávez y en otros chihuahuenses que tuvieron el buen tino de registrar y publicar hechos y sucesos para información y disfrute nuestro, he sabido que ha habido cambios de gobernador suaves y violentos.
De octubre de 1932 para atrás , época en que cada media hora se tenía un nuevo gobernador, llegado por la fuerza de los rencores, del machismo, de las traiciones y de las pistolas, comprendo que no podían esperarse renovaciones de mandatario estatal sin escándalos y sin tragedias.
A Rodrigo Quevedo ¿quién le entregó el poder Ejecutivo? ¿Acaso Eduardo Salido, Luis León, Roberto Fierro? ¿O a Pascual García, Andrés Ortiz, el propio don Panchito Almada, Rómulo Escobar? ¿Quién?
Todos los citados habían «gobernado» hasta en tres ocasiones diferentes cada uno pero por días, por horas, por momentos, en medio del desbarajuste político engendrado por las pasiones (¿o los intereses?) de la recién pasada Revolución Mexicana , y por la rebatinga, muy normal, de reclamarle a aquella lucha social sus respectivas ganancias. ¿Por qué no?
Quevedo venía (y eso es históricamente demasiado conocido) de esos varios movimientos rebeldes en que primero fue magonista al lado de Praxedis Gilberto Guerrero, luego fingidamente maderista, más tarde se sumó a la traición orozquista y se puso a las órdenes, junto con Pascual Orozco, del asesino y chacal Victoriano Huerta y luchó contra Carranza, contra Villa… contra Pancho Villa que siempre los derrotó con su genio, su poder militar.
Quevedo pidió perdón al callismo e hizo méritos sumándose a Almazán contra Gonzalo Escobar y sus «renovadores» y de allí para el real, apapachado por Lázaro Cárdenas llegó a gobernador sin que matar personalmente al senador Ángel Posada le interrumpiera su carrera política y al cacicazgo enriquecedor .
Tal vez por ese cúmulo de méritos, (¿o deméritos?) pudo Quevedo realizar su mandato, el primero de cuatro años, del 4 de octubre de 1932 al 3 de octubre de 1936.
«Y muy a su pesar» como escribe Marco Toño Delgado en su estupendo libro Torpelandia, Quevedo se vio obligado a entregarle el poder al agrónomo Gustavo Talamantes y no a Eugenio Prado que era el señalado por Quevedo para sucederlo, pues el agrarismo de Talamantes coincidía con el agrarismo del Presidente de la República y esas afinidades amarran muy fuerte los intereses, las conveniencias políticas.
Talamantes (4 de octubre de 1936 al 4 de octubre de 1940) tenía como su sombra al inseparable Alfredo Chávez Amparán, diputado local consentido y paisano, pues ambos tenían sus orígenes familiares en San Isidro de las Cuevas, hoy Villa Mariano Matamoros , y por tanto, Chávez aparecía como el lógico sucesor de Talamantes pero objetado a morir por el quevedismo que insistía en imponer a Prado.
Como Chávez supo que el presidente Ávila Camacho designó , de dedazo, como su candidato a gobernador a Fernando Foglio Miramontes, puso en juego su talento natural, su audacia campirana, su valía personal y atendió el consejo maquiavélico de Alberto de la Peña Borja y otros muchos, que cita en su libro Crónicas chihuahuenses el profesor y abogado Pedro Gómez Antillón , y procedieron a fundar el Partido Revolucionario Chihuahuense PRICH con lo que Chávez garantizó su gubernatura ante la resignación de Foglio al que se le garantizó el siguiente mandato pero de seis años para que fuera «costeable».
Foglio recomendó para su relevo al agrónomo Esteban Uranga pero el presidente Miguel Alemán puso de candidato, para ganar, a Oscar Soto Maynez, en cuya casa familiar, en la Ciudad de México, Alemán había recibido asilo, apoyo, comida, protección en su difícil etapa de estudiante universitario por el asesinato de su padre, el general brigadier del mismo nombre.
Soto Maynez, pese al balance favorable de buen gobernador, por cuestiones baladíes, por intrigas y mentiras y por el poder en su contra de los ricos ganaderos de Chihuahua, fue obligado a separarse del cargo el 9 de agosto de 1955, y llegó Jesús Lozoya de interino por once meses, pero barriendo con furia todo aquello que oliera a sotomaynismo.
Arribó Teófilo Borunda con aureola de popularidad política arrolladora pero culminó su sexenio a tomatazos por el quebranto económico en que había sumido a la entidad, más bien por culpa de sus allegados que la propia, pero que el desprestigio se lo cargó todo a él de por vida.
Y del 4 de octubre de 1962 al 3 de octubre de 1968 gobernó Chihuahua un general de división de origen villista, nativo de Camargo, apadrinado ante el presidente López Mateos por el general José Gómez Huerta, jefe del estado mayor lopezmateísta.
Ya como reportero, el que escribe le tocó oír a Giner cuando decía que de julio del´68 en adelante el timón gubernativo de hecho, aunque no de derecho, le correspondía al gobernador electo licenciado Oscar Flores en tanto que éste, le manifestaba respeto y consideraciones muy especiales al antiguo militante en la División del Norte del general Villa.
Y a Oscar Flores, igualmente como reportero, me tocó escucharlo no una sino muchas, que les decía a quienes acudían ante él a plantearle algún asunto de gobierno:
–Vayan con Manuel Bernardo. Díganle que ya hablaron conmigo pero él ya debe estar enterándose de asuntos como gobernador electo. Vayan con Manuel Bernardo…
Sabía Oscar Flores como intelectual de altos vuelos; como practicante efectivo de la difícil ciencia ¿ciencia? política; como estudioso consumado; como hombre de ley, de derecho, de razón e inteligencia, que su poder había concluido y que a esas alturas ese poder ya le correspondía al gobernador electo, otro político de vuelos muy altos, Manuel Bernardo Aguirre.
A su debido tiempo, don Manuel Bernardo también le canalizaba al abogado Oscar Ornelas de hecho ya todos los asuntos oficiales, en su calidad de gobernador electo. «Vean al licenciado Ornelas», decía don Manuel Bernardo.
Ornelas no tuvo tiempo de conocer a su sucesor institucional, pero don Saúl le daba todo su lugar al gobernador electo Fernando Baeza.
Pancho Barrio, gobernador electo (tengo fotografías en mi archivo personal y las que aparecieron en El Heraldo) desde julio del ´92 acudía con frecuencia, sin acompañantes, al Palacio y conversaba, animadamente, con el gobernador Fernando Baeza que salía, del despacho, a encaminar a Barrio hasta las escaleras.
Patricio no tuvo rechazos de Barrio, por lo menos no trascendieron al público. El acto en el Teatro de los Héroes estuvo atiborrado de panistas y de priistas.
Y entre Patricio y Reyes Baeza no hubo malas caras, Quizás tenían sus diferencias pero no daban mal ejemplo en público.
Así han sido los cambios de gobernador que me han tocado presenciar hasta culminar cuando Reyes Baeza culminó su mandato.
Chihuahua, 2017
*Premio Nacional de Periodismo 1973
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