El “lead” de una nota informativa tiene reglas muy claras; en un artículo es menos sencillo, se tienen múltiples posibilidades. Gabriel García Márquez, equiparaba el primer párrafo de una novela con un lead.
Los hay aparentemente simples: «Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. “No dejes de ir a visitarlo —me recomendó—. Se llama de otro modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte”. Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.”
Así empieza Juan Rulfo su gran novela.
En las redacciones siempre se repite que el lead debe ser breve y conciso para atrapar al lector, Carlos Salinas corresponsal de El país en Nicaragua, lo ignoró de manera extraordinaria, su primer párrafo es de casi una cuartilla y ocupa 35 líneas en 12 cuadratines de ancho —más o menos, no tengo tipómetro a la mano—, en su nota informativa sobre un evento más en la desgracia que vive Nicaragua, inicia: “La crisis política que ha dejado más de 300 muertos desde el pasado abril no tiene visos de rebajar la tensión”, hasta aquí tres de las 35 líneas aunque en sus siguientes ocho habla del interés de Daniel Ortega por sacar a los obispos de la mesa de negociación no obstante que él mismo los invitó.
Los hay de gran profundidad como el de Sándor Márai, uno de los autores favoritos de Corral, quien en “Lo que no quise decir”, empieza: “Quise callar. Sin embargo, el tiempo me obligó a reflexionar y me di cuenta de que era imposible.
Más adelante comprendí que el hecho de guardar silencio ya era en sí una respuesta, tanto como hablar o escribir. Y a veces callar ni siquiera es la respuesta más inofensiva. Nada molesta tanto a la autoridad como los silencios que la niegan.»
Los hay deslumbrantes: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. son las primeras líneas de un largo y apabullante lead.
Hay muchas maneras pues, de empezar un texto. Robert Louis Stevenson en “Escribir” una colección de ensayos diversos y algunos de preceptiva literaria, dice: “No hay empresa más delicada que la de componer un personaje seleccionando y describiendo un puño de sus actos, unos cuantos discursos, tal vez (aunque esto casi siempre es prescindible) unos pocos detalles de su aspecto físico y conseguir que resulten coherentes y hagan sonar en la cabeza del lector una nota común de su personalidad, ni aspecto de la creación literaria cuyo logro sea más difícil de comprender”.
Conociendo los riesgos, asumo la responsabilidad de buscar un lead para hablar de Alejandro Irigoyen, un periodista capital en el siglo veinte no sólo de Chihuahua, sino de muchas partes del país, incluida la “guitarra” del viejo Excélsior, donde sorprendía por su rapidez en cabecear y en un primer intento redactar una cabeza en 60 puntos de Alducin, para la principal de primera plana, cuando lo dirigía Julio Scherer.
Lo vi por primera vez ocupando totalmente el hueco de la escalera que llevaba al segundo piso del periódico Norte de la ciudad de Chihuahua. Al filo de las once de la mañana, recién levantado, con el cabello aún húmedo, con su chamarra beige ligera, que llegaba hasta la cintura que era rotunda. Lucía malhumorado y fumaba con fruición.
Patilargo, algo encorvado y dando la impresión de medir más de un metro con 76 centímetros, parecía hosco; su saludo fue displicente, su orden de trabajo para probar mis capacidades de reportero se antojaba imposible, ordenó una nota que requería visitar fuentes bancarias y era un sábado de una ciudad de Chihuahua, que cerraba aún sus negocios a las tres para irse a comer. Por mi cabeza pasó una mentada de madre.
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