-¡Pero hombre, cómo es posible que usted no conozca al quiropráctico y alquimista Martín Oppenjaime, estando tanto tiempo entre ustedes este famoso científico- Me dijo el Dr. Benz Fitz Hall.
Pues es posible porque tampoco conocí a Juánga, y aquí, ya ve usted: hasta le hacen marcha cívica para conmemorar su defunción, honor negado a un Hidalgo, un Zaragoza…
–O un Fuentes o un Fredy…- terció Rosendo.
–Traté al Dr. Hidalgo, a Adriana Fuentes, Miguel Zaragoza… a Fredy’. Me refiero a los que están en los textos escolares que reparten hoy, por si quieres aprovechar.
–Aldana: para tu información yo tengo mejor nivel educativo que tú–.
–Pero masticas chicle en misa, me dijo el Padre Aristeo–.
Y después de la breve interrupción:
–Bueno, pero usted no tiene porqué conocer a Juánga –repuso el Doctor, con su marcado acento gringo germánico- porque, por su dolencia, está negado para esos carnavales.
Había ido yo a visitar a Rosendo Gaytán, jefe de comunicación de IMSS, quien me presentaba a aquel güero y se refería a mi dolencia:
–Aldana, te presento al doctor Bins Fritz Jol (así se pronuncia), quien viene comisionado por Trump para visitar nuestros sistemas de medicina IMSS e ISSSTE, con el fin de echar abajo el Omacare. –Doctor (se dirigió a él)–: Le presento a un miembro del consejo Editorial de Semanario, quien no es rengo de nacimiento. Anda luxado.
–Mucho gusto/-/mucho gusto–. Dijimos ambos chocando mano. Lo hice dos veces – Ese saludo déselo usted con mis respetos a Angela Merker, por el que le negó Trump.
Al funcionario le incomodó el encargo, pero aceptó. – ¡Well, después de todo, Ángela es mi paisana.
Y como vieran que entré renqueando a la oficina, Rosendo preguntó: ¿Cómo va lo de tu pie?
–Ya me atendí con quienes dan masajes con electrodos a los Bravos de Alejandra, pero sigue igual. No puedo durar mucho parado porque me afecta hasta la columna.
–Debe ser el metatarso –observó el doctor–. A veces envía un reflejo doloroso a la columna. ¿Es usted futbolista?
–No, pero se mantiene en pie de lucha.
–Oh, ya veo: también ser usted luchador…
–Sí: lucha a cartonazos. Make cartoons–, prosiguió burlesco Gaytán.
Ben Fritz hizo ademán de quitarse un sombrero imaginario, porque en EU los «cartoons» son cosa seria.
– ¿Por qué no consulta al Dr. Martín Oppenjaime? Debe estar de vuelta; la semana pasada lo encontré en el aeropuerto de Nueva York. Dijo que nos veríamos en el ISSSTE de Juárez.
Fue cuando exclamó extrañeza de que yo no conociera a tal doctor.
–Deje enseñarle el domicilio con croquis, y al colega. Aquí los traigo en mi laptop–. Luego pidió a Gaytán que accionara su aparato para presentarme una copia a color (El IMSS no desaprovecha lucir sus logos).
– ¡Oiga: pero este es Jaime Martínez!
– ¿Jaime Martínez?
–Sí: quien fue fotógrafo de Semanario, a quien Diana la directora regaña porque atraviesa su camioneta tamaño rutera en el estacionamiento.
–Oh, sí: ya veo su confusión. En realidad es el nombre con el que opera en México. Su verdadero nombre es Martín Oppenheimer, que se pronuncia Oppenjaimer. Martín por Lutero. Oppenjaimer para castellanizarse cuando huyó de Alemania a España. Luego, al venir con los refugiados que trajo Cárdenas, cambió a Oppenjaime, como quedó registrado en Gobernación. Pero para presumir de mexicano, se hace llamar simplemente Jaime Martínez.
– ¡Pero qué necesidad tiene, con esa cara de tlaxcalteca, porrista del PRI!
–Oh, ese ser otro secreto del Herr Dóctorr: El ser rubio y piel más blanca y rosada que las pómpis de Trump. Pero como él avergonzarse de sus orígenes porque dice que los güeros estamos chiflados, se sometió a cirugías y cambios de piel, por eso creen ostedes los mexicanos que Oppenjaime es un prieto de 40 años.
– ¿Le quita usted un año?
–No uno; un siglo: el Doctor Martín Oppenehaimer debe tener más de cien ¿no ve usted que vino revuelto entre los españoles refugiados?
Me aflojé la corbata de seda que me regaló Imelda Madera. Dije Madera, no Madero. Doblé con cuidado la copia y la guardé en el bolsillo de mi camisa azul intenso que uso para no sufrir ataques de los neomaderistas. Me despedí y, mientras bajaba los escalones, me fui diciendo:
–¡Qué cosas tiene la vida!¿Quién iba a pensar que Jaime, ex colaborador de prensa y discípulo de otro genio, el parralense Homero Castillo, fuera nada más y nada menos que uno de los descendientes de la celebre familia hebreo alemana, Oppenheimer! ¡De Robert Oppenheimer, el que en los Alamos colaboró en los ensayos de la bomba atómica!
¡Con que te llamas Oppenjaime Martínez, eh? ¡Con razón te enclochas cuando hablas español! Y yo que creí que andabas tomado ¡¡Habla bien!!
FIN.
Opina