Ha resultado evidente, por la inexperiencia e ignorancia política de Trump, que detrás del candidato y ahora presidente de EUA hay un grupo de ideólogos que le dieron forma a su pobre discurso al comenzar su campaña en junio de 2015. Su mensaje siendo un concentrado de prejuicios y xenofobia, se transformó ante nuestros ojos en un desafío al establishment, a los globalistas, a los incluyentes, a lo que atente contra los intereses de los estadounidenses o bien, a lo que ponga las necesidades ajenas por encima de los intereses de la clases trabajadoras y fregadas.
Pasó de simple circo de prejuicios (razón por la que muchos percibimos como imposible su candidatura y aún más su victoria electoral) a ser un llamado, una convocatoria a retomar un nacionalismo pro-pueblo y pro-América y plantarle cara a un gobierno que se había olvidado del ciudadano estadounidense. Por favor no se lea esto como una generalización, la división que vive el vecino del norte demuestra que hay un débil consenso, pero éste fue el target de su campaña. Recordar a los compatriotas quien está enfrentado con sus fondos de retiro, sus empleos, sus valores primordiales de trabajo y propiedad. Construir un villano interno fue el objetivo más rentable. Esto no fue hecho para que todos estuvieran de acuerdo sino para agrupar, escuchar y organizar a los que sí estuvieran de acuerdo y convertirlo en fuerza política y base social.
Una figura destacada ha sido Steve Bannon, ideólogo que ha jugado un papel harto importante en la consolidación ya no de la campaña presidencial, sino también de la administración Trump, actualmente es miembro del Consejo de Seguridad Nacional. Recomiendo la breve biografía política que le hace Juan Pablo García Moreno para Nexos. Bannon comuna con la corriente del Tea Party y aunque esto no describe por completo al ideólogo ni tampoco explica su formación como político, sí que ilustra uno de los manantiales de donde se nutre la identidad o por lo menos, la asociación de Trump como estandarte de lo antisistema, de lo antiestablishment.
¿Por qué este enojo con el sistema? El Tea Party entendido más bien como un movimiento político, aparece como una reacción a las estrategias del gobierno para lidiar con la crisis financiera de 2008 que además del sufrimiento económico que provocó (bancos en bancarrota, pérdida de hogares por miles y de empleos por millones, recesión, fondos de retiro reducidos a veces a cero) evidenció lo corrompido, egoísta, estúpido e irresponsable del sistema financiero, en específico, del «seguro» mercado inmobiliario interno. El cual había fungido como una base sólida de la economía estadounidense desde los ochentas pero que se convirtió en un recordatorio constante del debilitamiento cultivado en el sistema gringo a partir de la adopción abierta al neoliberalismo. Pero la marca que se quedó impregnada en la memoria de este grupo fue la actitud permisiva y sumamente asistente del gobierno con los numerosos banqueros responsables de propiciar el desastre. Sin mencionar el rescate a las instituciones bancarias con fondos federales. En definitiva, no había razones para estar contentos, los adinerados provocaron una crisis que afectó a todo el país y el gobierno no sólo dejó impune a la gran mayoría, sino que usó los impuestos, sus impuestos, para arreglar el cochinero que dejaron y ¡mantener! a flote las instituciones bancarias sobrevivientes a la cortadera de cabezas. De poco sirve la superación de la crisis (que aún no se consigue del todo) cuando hay responsables internos que no son castigados, por el contrario, se les perdona y premia y le gritas abiertamente al mundo que tu lealtad y protección no está con el grueso, sino con un reducido sector consolidado en su poder económico y político.
Sé que mi planteamiento tiene muchos huecos y omisiones, pero a lo que quiero llegar es que la actitud a favor del statu quo del establishment en momentos durísimos para las clases trabajadoras, perfila un desencanto por esa ala de la clase política. Recordar que se acudió constantemente durante la campaña presidencial fue acentuar el origen de Hillary y la cercanía de su círculo a esta ala. El resentimiento con el sistema (en su aspecto económico) ya opera a nivel de memoria histórica, el detalle es que no es el único discurso dominante y por esto, en el debate público hay que hablar de una infinidad de cosas que se presentan simultáneamente y con urgencia similar. Como la apertura del país hacia el mundo, la responsabilidad con el medio ambiente, la dirección del gasto público o a la actitud del estado frente a la diversidad racial y sexual.
No hay que omitir una cosa, sacar el dinero y el poder de un grupo no significa su distribución, sino su movilización a otro grupo. Falta ver cómo se desenvuelve ese enfrentamiento, falta ver que no se construya una desaprobación generalizada, falta ver hasta dónde llegan las muestras de resistencia dentro y fuera del congreso. No extraña que haya resentimientos con el sistema, tampoco hay que buscar en ello una justificación. Las bases del trumpismo van más allá de este elemento pero visto en perspectiva, el estadounidense no tenía mucho de donde escoger, sumado a la duda permanente de Bernie Sanders.
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