Nadie que no haya nacido para ser periodista puede serlo en el cabal sentido del término, y cualquiera que haya nacido periodista, así se prepare como astronauta para viajar a la Luna, terminará frente a un teclado o en una redacción, o en cualquier lugar, pero siempre frente a un aparato que le presenta ante sus ojos el alfabeto en desorden y listo para ser acometido.
Para dar claridad: se nace periodista, y escapar de ese destino es muy, muy difícil. Gabriel García Márquez, en su discurso El mejor oficio del mundo, pronunciado el 7 de octubre de 1996 en la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), realizada en Los Ángeles, California, dijo: “Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz”.
El proceso creativo del periodista empieza a funcionar bajo la presión de la hora de cierre, de la hora de entrega, sin importar el tipo de plataforma informativa: prensa, digital, televisión, radio o lo que sea, ya que ahora son muchos los canales para hacer periodismo. Escribir bajo presión es la norma.
Pero en el periodismo hay un género, o más de uno, con procesos creativos diferentes a los de la nota: la crónica o el reportaje. Tengo días pensando en lo diferente que es el proceso creativo de dos cartonistas en particular, ambos de los mejores, no solo de Juárez o del estado de Chihuahua, sino de nuestro país: José Luis González “Mahoma” y Marcos Aldana Aguirre “Aldana” (los entrecomillados son por sus firmas en los cartones).
Aldana, un hombre serio que hace reír
Tuve el privilegio de presenciar por cerca de 40 días consecutivos el proceso creativo de Marcos Aldana, un hombre serio y circunspecto a primera vista. Durante 48 días, sin lugar a dudas los más intensos y emocionantes de mis casi cincuenta años de periodista, fui jefe de redacción del diario vespertino El Mexicano, bajo la dirección de José Luis Muñoz Pérez (48 días que son toda una historia).
Llegaba a la redacción a las siete de la mañana y, tras hojear El Fronterizo y El Diario, subía al primer piso, donde Marcos Aldana también repasaba las páginas de los matutinos en su restirador. Subía a ponerme de acuerdo sobre el cartón del día; solo había tres o tres horas y media para elaborar el vespertino, escoger notas, reportear, jerarquizar la información y diseñar el diario, que debía estar en circulación antes del mediodía.
Aldana y yo nos dábamos los buenos días, él ya con su taza de café a un lado y yo deseando uno. Tras los saludos, le preguntaba sobre el cartón que en tres o cuatro horas estaría impreso a colores en la primera plana del cotidiano.
Marcos tomaba una hoja de papel bond de 20 libras y, con un plumón Flair, trazaba en un minuto o menos un buen cartón, con líneas gruesas y sin gran detalle, pero con gran intención… Una media sonrisa se dibujaba en su rostro y, en otro minuto o par de minutos a lo sumo, realizaba una variante de la misma idea. Su media sonrisa se transformaba en una sonrisa, y presentaba una tercera versión del mismo tema. No pasaban más de un par de minutos cuando, ya en franca sonrisa, presentaba una cuarta versión, y terminaba con una discreta carcajada y una quinta versión, todo entre 10 y 15 minutos.
Sobre la intención quiero hacer una acotación: don Carlos Loret de Mola, en uno de sus muchos momentos didácticos, me dijo: “Hasta los pies de grabado deben llevar intención; si no, no sirven”.
Después venía mi tarea, siempre difícil y siempre tomando la opinión de Aldana: escoger cuál de los cuatro o cinco cartones publicar. Un gran dilema, todos eran buenos y dignos de la primera plana. La decisión también debía ser rápida; el vespertino es una lucha contra el tiempo.
Papel bond y plumón negro Flair era todo; trazos rápidos y seguros. Eran los tiempos de la gubernatura de Óscar Ornelas Kuchle y, si por ejemplo el gobernador figuraba en el cartón, su parecido era nulo. Con la genialidad y desparpajo que le son característicos, Aldana dibujaba una flecha que llevaba al rostro caricaturizado y escribía, para evitar equívocos: “Óscar Ornelas Kuchle”.
Había personajes que, con esos escasos trazos, eran inconfundibles. Me vienen a la cabeza Luis H. Álvarez, Pancho Barrio y Chago Nieto. Cuando esta feliz casualidad no se daba, estaban las flechas.
Alejandro Irigoyen Páez, uno de los periodistas capitales del estado de Chihuahua y de muchas otras entidades, uno de los grandes donde se parara, incluso en la guitarra de Excélsior (la mesa de redacción de la primera plana tenía esa forma y nombre), decía del también parralense Aldana: “Es geniode”.
Mahoma, el cartonista preocupado
José Luis González, a quien Aldana define como una persona preocupada, tiene un proceso creativo totalmente diferente. Son dos mundos distintos, Mahoma y Aldana. Marcos no es de café; prefiere una cerveza helada o una copa de vino.
Pero el proceso creativo de Mahoma empieza con el primer café de la mañana. Lo recuerdo en esas mesas de periodistas que se siguen haciendo para hablar de periodismo: componen el mundo en el escaso margen que deja Trump y platican con los amigos.
En esas mesas de café de media mañana, antes de salir corriendo a reportear, inicia el proceso creativo del arquitecto González, quien, de repente, en lo acalorado de la plática, toma una servilleta y realiza unos trazos. A veces comentaba: “Es buena idea para un cartón”, y metía la servilleta al bolsillo de su camisa. Así, a lo largo del día, de otras pláticas, otros cafés y otros cotorreos, se podían acumular algunas otras servilletas.
Llegada la tarde, iba a la redacción y, con varios cartoncillos del finísimo medium plate (ese material que aún, aunque cada vez menos, se usa para imprimir tarjetas de presentación), se sentaba tranquilamente en un espacio con la mayor privacidad posible, por cierto, espacios muy escasos en las redacciones.
Con gran cuidado en el trazo impecable, usando plumillas y tintero, empezaba a trabajar su cartón sobre un trazo en lápiz color azul, realizado previamente. Con destreza y gran detalle plasmaba sus geniales cartones. Se agenciaba una fotografía del personaje a caricaturizar y, a Óscar Ornelas, solo le faltaba hablar. Se podía llevar en la elaboración de su trabajo del día alrededor de una hora. Líneas precisas y gran detallado.
Perfeccionista, algunas veces lo vi reiniciar el cartón.
Dos estilos, dos procesos creativos diferentes, pero en ambos casos, geniales.