•A su hijo Panchito Piñón le dijo de un complot para asesinarlo •Ofreció tomar precauciones por si fuera cierta aquella funesta versión •Sin embargo ese día no llevó la escolta porque Trillo dijo no necesitarla
Mediaba 1966. Fui a Cuauhtémoc a reportear el inicio de la pavimentación por el alcalde Reyes Estrada Maldonado. Y para regresar a Chihuahua abordé la camioneta de los Rápidos Cuauhtémoc que saldría a las tres y media de la tarde hacia Chihuahua, pero se retrasó la salida unos quince minutos porque, según salió la señorita oficinista y boletera a explicarnos, ya venía un pasajero importante porque viajaba de diario y debíase esperarlo.
Llegó muy apenado. Nos ofreció disculpas. Se le veía sincero, auténtico, al decirnos que ya afuera de su oficina, en la banqueta, llegó una persona y le planteó una consulta que con rapidez atendió porque nos dijo, no era propio de un servidor público dejar sin atención a un ciudadano que era además un contribuyente como causante de impuestos federales.
Al oír que utilizaba esos conceptos me afloró mi incipiente calidad de reporterillo y le pregunté lo propio a preguntar en un momento como ese.
–Soy el jefe de la Oficina Federal de Hacienda que está aquí a media cuadra pero vivo en Chihuahua y vengo de lunes a viernes a cumplir con mi trabajo desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde–, me contestó con amabilidad mirándome fijamente con sus ojos azules, con sonrisa en los labios y su pelo ya entrecano de viejo entado en la edad avanzada.
Durante el trayecto a Chihuahua me platicó que había desempeñado ese mismo trabajo en Parral, de donde llegó a Cuauhtémoc, pero también en Durango, Aguascalientes, Torreón y en Ciudad Juárez.
Era don Francisco Gil Piñón Carbajal y ya casi para despedirnos, en la terminal de las camionetas en Calle Victoria entre Décima y Arroyo, puntualizó con visible alegría e inocultable orgullo:
–Soy hijo adoptivo del general Francisco Villa.
Eso bastó para que nacieran frecuentes encuentros al decirle que yo estaba leyendo y estudiando todo aquello que tuviera referencia con Villa y sobre todo de si vida ya pacífica en la Hacienda de Canutillo, de 1920 a 1923.
Cafeteábamos los sábados. Venía una vez con si hijo César Augusto y otra vez con Francisco, ambos abogados, que lo acompañaban con cariño y cuidado.
Pero don Panchito, como le llamaban afectuosamente todas las personas que llegaban a la cafetería, supe que el 20 d julio de 1923 el general Villa presentía su muerte, porque esa mañana, cuando desayunaban el general Villa, el coronel Trillo, los profesores de la escuela, doña Austreberta, volteando a ver a Piñoncito le dijo que estaba enterado de que existía un complot para asesinarlo, y que empezaría a tomar precauciones por si esa funesta versión tuviera algo de cierto.
«Ante todos, todavía en la mesa del desayuno, me agregó: “Piñoncito, ahorita voy a ir a Parral a arreglar algunos asuntos y ya cuando esté listo para regresar, le voy a mandar un telegrama para que me haga el favor de atenderme las cosas que ahí le voy a mencionar. Y me manda cuatro caballos para despistar a mis malquerientes”».
Con un dejo de tristeza, me aclaraba don Panchito:
–Y ese telegrama nunca lo recibí, pero pasada la mañana, el compañero Raigosa, telegrafista en Canutillo, nos mostró el que anunciaba el asesinato de mi padre adoptivo y sus acompañantes en Parral, de lo que quisiera nunca acordarme.
¿Qué labores desempeñaba usted en Canutillo?, le pregunté a don Panchito.
–Mire usted: yo cumplía múltiples funciones. Era una especie de administrador. Llevaba la contabilidad. Atendía la tienda y tenía órdenes de que a la escuela y a los profesores no les faltara nada. Cuando el general Villa y el coronel Trillo, que era su secretario salían de viaje, yo me quedaba como responsable de todo, coordinado con el general Nicolás Fernández.
¿Usted llegó con el general al tomar posesión de Canutillo?
– Mire usted: el general recibió la hacienda en ruinas, completamente destrozada y tuvo que reconstruirla de todo a todo. Cuando llegamos no había ni dónde poner la cocina, y la tuvimos que poner al aire libre bajo una enramada. Se construyeron viviendas para la gente, cuadras para los caballos; la escuela y los cuartos para los profesores. Todo se tuvo que reconstruir.
Y con aire satisfecho, decía don Panchito que en menos de dos años ya Canutillo era autosuficiente en todo. Estaba transformado. «Ese era el deseo del general. Todos trabajando y produciendo comida, maíz, frijol, trigo, ganado, hortalizas. Todo era alegría. Todos contentos. Y más el general».
Chihuahua, 2017
*Premio Nacional de Periodismo 1973
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