Hoy, cuando veo el solar lleno de césped en donde estuvo el diario Norte, entre las calles avenida Juárez y Manuel Doblado, en el centro histórico de la ciudad de Chihuahua, me parece muy pequeño el espacio que en sus tiempos ocupo el diario, con su rotativa de cuatro unidades, su enorme oficina del director y su pequeña redacción. En mis recuerdos aquello era más grande.
Don Luis Fuentes Saucedo, el fundador, no quería dejar el cotidiano en manos de cualquiera, necesitaba un periodista y encontró a uno de los grandes siglo XX mexicano: don Carlos Loret de Mola y Mediz, miembro de la casta sagrada de las tierras yucatecas, emparentado con Antonio Mediz Bolio, autor de “La tierra del faisán y del venado”, el escritor más importante para los yucatecos.
Don Carlos era de una personalidad expansiva y aparentemente actuando siempre con el corazón, la verdad es que era cerebral, extremadamente cuidadosos en el decir y el actuar, aunque en las mañanas lo que llegaba a la redacción era un torbellino sonriente, saludador, rápido e ingenioso en la conversación.
Aprendí a platicar con él, lo cual era agotador, porque se tenía que estar muy atento a la segunda intención y la respuesta también debería ser rápida.
Imaginen a don Carlos Loret y a Alejandro Irigoyen juntos, lo podía devorar a uno en segundos muchos ni cuenta se daban y hasta agradecían. La verdad era un gran espectáculo de esgrima verbal; se tenía uno que esforzar sobre todo si andaban de vena y filosos.
Por algún motivo le caía bien, me lo hacía sentir, salvo aquella ocasión en que estaba yo sentado sobre el escritorio de Rosa Elena y llegó don Carlos, quien siempre saludaba amable, pero no era afecto a la palmada en el hombro o al saludo de mano, no en ese trato cotidiano .
Sonriente se acercó a Rosa Elena y a mi y sacando el dedo corazón de su mano derecha, haciendo una especie de punta de lanza entre los dedos meñique y anular por el lado izquierdo e índice y pulgar por la parte central, me golpeo aparentemente con cariño y al momento en que exclamaba un alegre ¡Toñito!, me pegó en el brazo.
Proteste de inmediato.
—¿Qué cariños son esos, don Carlos?
Me empece a sobar y sentía el brazo como de trapo, al tiempo vi que Alejandro Irigoyen, me señalaba con la mano para que me acercara. Sobándome el brazo acudí con Alejandro, quien bajando la voz me dijo/informó/chismeo:
—¿Qué no se ha dado cuenta?, no se le ande acercando a Rosa Elena.
Con el brazo adolorido, ya después del cariñito, caí en cuenta y tuve que confesar mi atolondramiento.
—No, no me había fijado.
El día que pidió mariguana
Aún cuando la oficina del director era grande y alfombrada, en esos momentos con la dignidad de lo viejo y bello, don Carlos solía despachar en un cubículo de dos por dos en donde el escritorio se pegaba a una de las paredes y había espacio para pasar y sentarse. Ni pensar en una credenza, no había espacio, sólo dos sillas enfrente.
Regrese de reportear y al ver que don Carlos atendía, al director de Gobernación, Jorge Mazpúlez Pérez, un tipazo, con una vozarrón de quien mide dos metros…pero era más bajito.
Con ambos había confianza y no me pareció impertinente entrar a saludar, al contrario y en lo que yo digo buenas tardes, don Carlos me suelta rápidamente:
—Toño, usted es de Juárez y todos los de Juárez, son mariguanos, ¿dónde la consigo?
Sin espacio para ninguna otra palabra, casi hilando su petición con mi respuesta, le dije con seriedad y naturalidad:
—No don Carlos, yo soy de Parral, el que es de Juárez, es el licenciado Mazpúlez, él le puede decir donde conseguir mariguana, con permiso.
Salí como flecha a disfrutar, ya no supe que se siguió comentando, ni pregunte ni volví a tocar el tema. Sólo me aleje para que si alguna carcajada se me escapara no fuera a llegar a los oídos de don Carlos y Jorge Mazpúlez, el destacado juarense, único alumno en sacar puros dieces en sus exámenes en la Universidad Autónoma de Chihuahua.
Siempre que pasó por el espacio que ocupó Norte, trató de recordar el acomodo de los espacios: Redacción, talleres, preprensa, prensa, bodegas de papel, en fin, era a principios de los ochentas y en esa década fui testigo de cómo el periódico pasó de la tecnología del siglo XIX: linotipos, matrices, cuñas, etc a ser el primer periódico del siglo XXI, ahí se elaboró en abril de 1988 la primera “full page” en Latinoamérica: desde el río Bravo hasta la Tierra del Fuego.
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