Este mes se cumplen 106 años de la “Invasión de Pancho Villa a Columbus”, Nuevo México. Es de todos sabido que Estados Unidos ha invadido a muchísimos países. Pero las incursiones militares extranjeras en su territorio se pueden contar con los dedos de una mano, y quizá sobren. La de Columbus es una de ellas. Otra es la revancha inglesa que penetró arrasando en el territorio norteamericano hasta incendiar la ciudad de Washington, incluyendo la Casa Blanca y el Capitolio, en 1814. El ataque a la base naval de Pearl Harvor por la armada japonesa en diciembre de 1941 precipitó la entrada de los Estados Unidos en la segunda Guerra Mundial. Y la más reciente, el ataque a las torres gemelas en 2001.
Mucho menos aparatosa, por supuesto, la de Columbus tiene sin embargo antecedentes y repercusiones que definieron el destino de México e influyeron altamente en el ingreso de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, cuyo resultado lo posicionó como la gran potencia.
Sin embargo, para Villa “invadir Columbus” fue una de sus más diminutas empresas militares. La ejecutó cuando ya no tenía ejército, con
una gavilla cuya capacidad de fuego no valía tres cacahuates. Con toda seguridad, sabía que iba a perder. Pero aún así, no sólo atacó al poblado civil, sino también mandó atacar al campamento militar norteamericano, excelentemente armado, estacionado a las afueras de Columbus. Él no participó en combate ni entró en Columbus,- permaneció guarecido en una zanja observando la balacera- y sus gavilleros no llevaban cañones ni metralla, ni pudo Villa ni nadie pensar en ningún momento que aplastarían al U.S. Army, pues los superaba abismalmente en número, armamento y estrategia. Fue una operación Kamikase a la mexicana.
¿Sabía Villa que aun perdiéndolo aparentemente todo, tendría su ataque la repercusión histórica que tuvo?
Los analistas coinciden en que en ese momento era prácticamente imposible adivinar todo lo complejo y circunstancial que sucedió después, pero pocos dudan que el ataque cuasi suicida fue accionado, impulsado y planeado por un motivo político, es decir, nunca aspiró a un triunfo militar.
Es plenamente sabido que Villa tenía razones abundantes para estar enfurecido con los norteamericanos. El gobierno de Woodrowd Wilson y el ejército de Pancho Villa habían actuado simultánea y – para efectos prácticos- sincronizadamente en abril de 1914 cuando el día 2 la División del Norte tomó Torreón, y el día 21 el Presidente de los Estados Unidos dio la orden de ocupar el puerto de Veracruz, para impedir que llegaran armamento y suministros al usurpador Victoriano Huerta. Ambos acontecimientos y la posterior toma de Zacatecas por Villa el 23 de junio, fueron determinantes para la caída de Huerta el 15 de julio. Los norteamericanos pusieron entonces la lupa en el exitoso jefe divisionario, que había cometido un magnífico avance militar en el mismo sentido político y de su mismo lado del tablero de ajedrez. Fue el inicio de una luna de miel con planes a largo plazo. Después de sostener durante 2 años una cercana relación con los generales Pershing y Scott y con acceso privilegiado al presidente Woodrow Wilson, Villa se sentía y se sabía el revolucionario mexicano favorito de la Casa Blanca y del Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos, encabezado por Soctt. Pero cuando Obregón lo derrotó, “los gringos” lo abandonaron y apoyaron al gobierno de Carranza. Más aun, ayudaron a los carrancistas facilitándoles su territorio y su ferrocarril para transportar tropas destinadas a ultimar a la ya diezmada División del Norte, en la famosa batalla de Agua Prieta. Quizá eso explica el profundo rencor de Villa. Pero no encaja con que “eso” lo llevara a mandar a fondo perdido su último armamento y de 10 a 15 hombres por cada uno que logró herir en Columbus, ni a tener que refugiarse en una cueva y vivir por meses escondido en la sierra como consecuencia inmediata de su osadía.
Villa pudo ser todo o casi todo lo que de él se dice, pero no era suicida. Tampoco era estúpido.
¿Qué diantres fue a hacer a Columbus?
Una hipótesis es que fue a buscar a Sam Ravel y a su inseparable hermano, comerciante establecido en ese poblado, que lo había traicionado vendiéndole municiones chafeadas. En tal caso, ninguno de los dos hermanos estaban esa mañana en Columbus. Ambos habían ido a El Paso, al parecer para que Sam se extrajera una muela. De ser este el propósito de Villa, ¿por qué previamente al ataque dividió en 2 columnas a sus escasos elementos, destinando una a buscar a los Ravel y a incendiar el pueblo, y la otra a atacar al destacamento militar?. Si iba por los dos mercaderes traidores ¿Qué caso tenía ir a enfrentar a los soldados para que acabaran con toda la columna en 20 minutos? Ciertamente, los destinados a enfrentar a los soldados norteamericanos equipados con ametralladoras y armamento moderno fueron enviados directamente al sacrificio. Y lo sabían.
Entre paréntesis, ¡Qué entrega de estos seguidores de Villa!
Es pues más creíble que Villa gastó sus últimos cartuchos en una mísera embestida militar que nunca pretendió ganar, sino provocar una perfectamente inoportuna crisis política entre México y los Estados Unidos, acertadamente inducida en el momento mas complicado para los líderes de ambas naciones. Estuvo a punto de derivar en una segunda guerra entre los dos vecinos y de filón desfondar la reelección del presidente de los Estados Unidos.
Algunos historiadores dicen que fue un gran tiro de precisión. En principio, porque los norteamericanos tragaron el anzuelo completo y actuando instintivamente embistieron contra México invadiendo el Estado de Chihuahua con la Expedición Punitiva. Por donde quiera que se le vea, esta operación fue un rotundo fracaso, tanto militar como políticamente. Pero también fue un tiro sesgado porque tomo al presidente Wilson en campaña para reelegirse, enarbolando el slogan: He keep us out the war. Aunque el slogan se refería particularmente a la Gran Guerra en el escenario europeo -conocida posteriormente como la Primera Guerra Mundial- el haber desplazado tropas hacia México puso en dilema a la Casa Blanca y a la campaña por la reelección. Wilson invadía al país vecino con 10 mil tropas, cañones, metralla y usando por primera ocasión aviones, camiones y motocicletas en una operación militar fuera de su territorio, mientras su campaña electoral se basaba en que él era el pacifista que había mantenido a los Estados Unidos fuera de la guerra. Hay que agregar que Wall Street presionaba para entrar en el conflicto bélico y prefería que Wilson no se reeligiera.
Estos elementos hacen más creíble la segunda hipótesis. Pero ¿Meter a Wilson en el embrollo y desestabilizar al gobierno de Carranza era todo lo que Villa esperaba?. De ser así, logró plenamente su propósito. Quizá no contaba con la fuerza y la determinación de Carranza a no ceder ante los norteamericanos. El Jefe Máximo y su negociador militar y principal general, Álvaro Obregón, no cedieron un milímetro. El gobierno Constitucionalista se mantuvo, obtuvo el reconocimiento de Washington y promulgo la Constitución de 1917 sin incluir los privilegios que querían los americanos. Pero sí, Wilson estuvo en un embrollo casi un año y Carranza anduvo todo ese tiempo con la piedra en el zapato.
Sin embargo nuevas revelaciones nos llevan a otra hipótesis que sin negar la anterior, la hacen más profunda: la de que Villa hizo todo por sí, pero también por los intereses alemanes. Y no parece descabellada.
Espías alemanes mantuvieron presencia en México, y específicamente en Chihuahua, aún antes de la Revolución Maderista. Felix A. Somerfeld fue uno de ellos. Personaje clave en la Revolución Mexicana, primero estuvo al servicio de Francisco I. Madero. Cuando el Presidente Madero fue asesinado por órdenes del chacal Victoriano Huerta, Sommerfeld se esmeró en promover a Villa, tanto en los Estados Unidos como en Alemania. Hay quienes lo califican como un doble agente, pero lo cierto es que en realidad fue Triple. Sommerfeld traficaba información privilegiada obtenida principalmente en Chihuahua y en El Paso y la transmitía según su conveniencia a Alemanes y a Norteamericanos. Pero no sólo llevaba. También traía. Aportó para los revolucionarios mexicanos documentados análisis que les permitieron visualizar la política internacional y la norteamericana, realizó contactos de alto nivel en Washington y en Nueva York, procuró y negoció dinero para Madero y para Villa y contrabandeó para ellos armas y municiones. Luego se convirtió en informante y emisario de Carranza.
Varios historiadosres y analistas coinciden en que Sommerfeld logró convertirse en “el recurso alemán más valioso dentro del gobierno mexicano”.
También es probable que fuese él quien convenció a Villa de asaltar Columbus.
Nuevas revelaciones en el libro Felix A. Sommerfeld Maestro de Espías en México 1908-1914 y la conferencia y discusiones con Heribert Von Feilitzsch en el marco del 43º Aniversario de la Facultad en Ciencias Políticas de la UPAEP, nos muestran al espía alemán sumamente activo y creativo y se ligan a un importante sustento en un hecho irrefutable: los alemanes querían a los Estados Unidos fuera del teatro de guerra europeo. En 1916, Alemania estaba ganando la guerra iniciada 2 años antes. Francia e Inglaterra sucumbían semana tras semana ante el avance del ejército Imperial. Estados Unidos mantenía una posición “neutral”, pero suministraba a ambos bandos desde alimentos hasta vehículos y material bélico. Pero era evidente que el poderoso aparato propagandístico norteamericano que significaban los noticiarios proyectados en las salas de cine, el medio de comunicación audiovisual por excelencia de la época, lo editaban y filmaban los ingleses, en ocasiones actuado, para mostrar el terror desalmado del ejército alemán. Claramente se preparaba a la población en la decisión de quiénes eran los malos. Al mismo tiempo, los espías del Káiser enviaban reportes altamente preocupantes. Aun cuando el presidente Wilson se publicitaba como un pacifista, decían, en realidad estaba dispuesto a ir a la guerra en cuanto pasaran las elecciones del 7 de noviembre -cómo efectivamente sucedió el siguiente 6 de abril. Pero los informes también contenían afirmaciones en el sentido de que Wilson se inclinaba por aliarse con Francia e Inglaterra y no con Alemania, como lo deseaban Wall Street y una buena parte del congreso.
Quizá a principios de 1915 Alemania pensó alguna vez la posibilidad de que EU se le sumara militarmente, aunque sentía que no lo necesitaba. Pero ya en el verano de 1915 el servicio de inteligencia de Estados Unidos había interceptado al depuesto Victoriano Huerta intentando regresar a México, financiado generosamente por los alemanes, con un plan para derrocar a Carranza aliado con Pascual Orozco, quien estaba preso cerca de El Paso. El hecho hizo evidente que Alemania intentaba hacerse del gobierno mexicano. Ninguno de los dos jefes mexicanos salió vivo del intento. Ambos murieron antes de salir de Texas.
Así que un año después, al inicio del 16, los alemanes sabían mejor que nadie que las relaciones diplomáticas del Gobierno Imperial y la administración del Presidente Wilson no estaban, ni de lejos, en la tesitura ideal para que los Estados Unidos y Alemania se convirtieran en aliados. El escenario pintaba evidente. Estados Unidos entraría a la guerra y lo haría como su enemigo.
Por supuesto, el gobierno del Káiser decidió anticiparse.
Fue así como llegó al escritorio del Ministro del Exterior del gobierno Imperial, Arthur Zimmerman, una propuesta ideada por Sommerfeld. Consistía en provocar a los norteamericanos para que no tuvieran otra alternativa que entrar en guerra con México. Sabía Somerfeld, por informes de primera mano, que los tratos entre ambos gobiernos no eran precisamente buenos. El gobierno de Wilson se sentía con derecho de mando por haber asestado el golpe mortal al gobierno usurpador de Huerta, al ocupar el puerto de Veracruz en 1914. Pero Carranza fue terco como una roca. Se resistía a ser el títere que los norteamericanos pretendían. Desplegaba una intensa actividad diplomática con los países de Latinoamérica a la que EU no estaba convidado y preparaba una Constitución -la de 1917- que no era del agrado de Washington. Somerfeld pensó que esa paja sólo necesitaba un chispazo y sabía quién estaría dispuesto a frotar el fósforo.
Francisco Villa iba a disfrutar de su misión consistente en meter la vara al avispero por una poderosa razón: Ya no tenía nada que perder.
Ignacio Solares, en su libro: Ficciones de la Revolución Mexicana, Alfaguara, novela un emotivo discurso de Villa antes del ataque a Columbus: “Muchachos, ora sí llegó el mero momento bueno en que se decidirá el futuro de nuestra amada patria, y a ustedes y a mí nos tocó la suerte de jugarlo. ¡Vamos pues a jugarlo valientemente! Ya aquí, ni modo de rajarnos. Nuestro resto a una carta, como los hombres que traen bien fajados los pantalones para apostar. O lo ganamos todo o lo perdemos todo, total. En esta frontera de Palomas está la raya mágica que nos separa de la gloria o de la perdición. Estamos muy cansados, lo sé, por eso no podemos esperar más, ni un segundo más… Hoy entramos a Columbus, les partimos su madre y seguimos de frente, para que vean que no les tenemos miedo y de lo que somos capaces. Porque enseguida va a venir la verdadera guerra con ellos… Entonces, ya que recuperemos el rico territorio perdido y los tengamos dominados, habrá paz y progreso en México y nuestros hijos heredarán una tierra amplia, libre y digna…”
¿Revela acaso esto que Villa ya concebía al ataque a Columbus como la llave que abría la puerta a una jamas pensada guerra con EU?
Como vimos antes, Wilson y sus generales mordieron el anzuelo al calor del sorpresivo ataque a Columbus y se precipitaron a enviar la Expedición Punitiva. Pero la campaña electoral y su slogan obligaron al Presidente a diluir y sofocar cualquier alteración debida a un conflicto militar. Pasadas las elecciones del 7 de noviembre se podrían cabildear otras opciones.
Luego apareció el telegrama Zimmerman y fue como un haz de luz clarificándole a Wilson que era mucho mejor negocio entrar en la Guerra Mundial que anexarse otra porción de México.
En ese famoso telegrama enviado en clave desde Berlín por Herr Zimmerman, ministro de Asuntos Exteriores del Imperio Alemán, al embajador de Alemania en México, Conde Heinrich von Eckardt, le giraba instrucciones para que propusiera al gobierno de Venustiano Carranza que se aliara con ellos para declarar una guerra conjunta a los Estados Unidos. A cambio le ofrecía a México abundantes suministros financieros, capacitación, armas y equipo de guerra y logística y la recompensa de que al derrotar a los norteamericanos México recuperaría los territorios que le fueron arrebatados en la guerra de 1848.
El telegrama fue interceptado y decodificado por los servicios ingleses de espionaje e inmediatamente compartido con el Presidente Wilson. Leerlo fue suficiente para convencer al congreso de que debían entrar en la guerra y contra quien.
Esta claro que los alemanes, al ver que la repercusión desatada por el ataque villista no impactó hasta donde deseaban, optaron por elevar la mira y, quizá también por consejo de Somerfeld, hacer la propuesta directamente a Carranza.
Hábilmente, al ser descubierto el telegrama Zimmerman, Carranza respondió al reclamo norteamericano que sólo era “una propuesta, a la que México no había dado ninguna respuesta”. La verdad, ni tiempo tuvo de hacerlo y cualquier posibilidad quedó sepultada.
EU quedó satisfecho con la neutralidad mexicana.
La crisis desatada por Villa fue dimensionalmente superada por el avasallamiento de la guerra mundial, pero aun así, la presencia de la Expedición Punitiva en territorio mexicano duró hasta febrero de 1917 y costó al gobierno norteamericano mas de 12 millones de dólares, una enorme fortuna para aquella época.
La resistencia del gobierno de Carranza ante las pretensiones norteamericanas tras el fracaso militar de la Expedición Punitiva llevó a que fueron una a una rechazadas por Obregón como negociador militar, y posteriormente digna y firmemente sostenidas por Luis Cabrera, Ignacio Bonillas y Alberto J. Pani en los acuerdos de Atlantic City, y se afirmó e impuso como máxima oficial de la política exterior mexicana la llamada Doctrina Carranza, enfocada centralmente a reafirmar la soberanía económica y territorial mexicana frente a los intereses extranjeros.
Villa vivió otro relanzamiento 10 meses después, cuando “recibió un dinero”, suficiente para rearmar un ejército de mil 200 hombres. Con él cometió en Ciudad Camargo, Chihuahua, una atrocidad que incluyó el asesinato de 60 mujeres y volvió a tomar Torreón, por tercera ocasión. Con esta incursión en la ciudad lagunera, Villa obtuvo un cuantioso botín consistente en un valioso cargamento de barras de oro y plata, 400 talegas de monedas, once trenes, artillería, toneladas de municiones y 4 millones de pesos.
Las miserias de Columbus habían sido bien invertidas y generado frutos.
Estados Unidos no volvió a invadir a México.
Carteles ofreciendo recompensa por su captura