El cinismo que demuestra el Estado mexicano, respecto al cochambre destapado por el NYT es escandaloso e inquietante. Las labores de espionaje no son ninguna novedad, por el contrario, históricamente hablando es una práctica común pues los enemigos del Estado y su población también se encuentran dentro de los límites territoriales de las naciones. ¿Por qué entonces ha reventado a tal grado la revelación periodística sobre este asunto? ¿por qué es escandaloso e inquietante?
Si bien ya se sabía que el Estado mexicano estaba adquiriendo hardware y software para vigilancia de líneas telefónicas, móviles, etcétera, desde la administración de Calderón, lo peor no se sabía o por lo menos no había pistas claras de qué estaba ocurriendo. Estas adquisiciones, que usted y yo pagamos con nuestros impuestos, se están usando para perforar la privacidad de periodistas y activistas (entre otros). Esta vigilancia no demuestra otra cosa, más que una paranoia y una actitud de persecución política contra aquello que sugiera disidencia, oposición, denuncia o incluso desacuerdo con el gobierno. El presidente Peña Nieto, de nueva cuenta, se posiciona al centro del escándalo pues entre los objetivos de espionaje están la periodista Carmen Aristegui y su hijo Emilio y el director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, Mario E. Patrón, quien también ha presentado a los padres de los 43 estudiantes desaparecidos. Lo hechos han llevado con mucha facilidad a interpretar las labores de espionaje como medidas para proteger políticamente a la figura presidencial, al gabinete o a las diversas secretarías de gobierno.
En un principio, estas herramientas son adquiridas por otros gobiernos, como el estadounidense, para combatir las amenazas terroristas (por lo menos) y en un sentido similar, el gobierno mexicano comenzó a comprar este arsenal cibernético para plantar cara al crimen organizado en la dichosa guerra contra el narco. Pero poco a poco, este armamento virtual se ha empleado para vigilar amenazas a intereses personales, a la imagen pública y evitar denuncias por actos abiertamente criminales o de corrupción perpetrados por los mismos que ejecutan las labores de espionaje. En resumen, el gobierno vigila a la sociedad civil para protegerse a sí mismo de sus críticos, opositores y de quienes le exijan que cumpla con sus funciones, de quienes se dedican a investigarlos ya por profesión, ya por convicción.
que los gobiernos estatales, entre los que se incluye la administración de César Duarte, también han invertido en estas tecnologías. La empresa israelí que ha proporcionado estos recursos, la NSO Group, incluso ha señalado que sus productos los vende bajo la condición de evitar usarlo contra la población civil (serían ingenuos si no solicitaran semejante condición), lo cual sólo inflama más la percepción de un aparato de gobierno que se dedica a perseguir a todos menos a los criminales, a las amenazas que mantienen en vilo la vida pública de este país. Es imposible evitar pensar que quienes deben ser vigilados se encuentran dirigiendo y administrando este país.
El eco internacional es evidente, pues la ONU y la organización HRW han solicitado investigar y aclarar esta vigilancia ilegal realizada en 2015 por lo menos. La PGR ha iniciado una indagación al respecto, pero el hecho no deja de recordar las condiciones de investigación cuando se destapó el escándalo de la Casa Blanca, es decir, los sospechosos establecen y dirigen su propia investigación. Ya se imaginará usted lector, el resto de la historia.
Hacia el final de la quinta temporada de House of Cards, hay un comentario muy directo sobre las recientes labores estatales de espionaje interno y externo, llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. En la ficción, la presidencia se dedica a espiar a diversos funcionarios, a su gabinete e incluso a su esposa dentro del terreno de la Casa Blanca. La paranoia de Frank Underwood no sólo se ve recompensada, sino justificada por la cantidad de información útil que recupera de la vigilancia. Sugiriendo no tan sutilmente, la necesidad muy clara de un gobierno por buscar enemigos y amenazas dentro de sus propias filas y entre sus gobernados.
Aunque no deja de ser ficción, tampoco se aparta ni un poco de nuestra realidad contemporánea. Pues ahora, para conservar vivas a las democracias no basta (¿o no hay necesidad?) con construir una vida pública libre y justa, sino que es imperioso oprimir y perseguir. El comentario no deja de ser actual y es por esta naturaleza paranoica de la democracia, que esto es escandaloso e inquietante pues el recuerdo de los fascismos y los totalitarismos está ahí, asomándose.
Opina