Altered Carbon se estrenó el pasado 2 de febrero en el típico formato de Netflix, es decir, la primera temporada (compuesta de diez episodios) disponible por completo desde el día uno. La voraz plataforma de streaming continúa con una avalancha de material de ciencia-ficción con la segunda temporada de Stranger Things, la primera temporada de Dark, las primeras dos temporadas de Travelers, el estreno de la cinta The Cloverfield Paradox y el próximo estreno de Mute. Todas son producidas y/o distribuidas por Netflix.
El revuelo por esta producción se ha inflado tanto por la campaña de publicidad (en Ciudad Juárez hay carteles en paradas del transporte público y espectaculares), como por la primera impresión que provoca al ver tan sólo los adelantos. Distribuida y producida por Netflix en colaboración con Mythgology Entertainmenty y Skydance Television. AC está basada en la novela homónima de Richard K. Morgan, publicada en 2002 y ganadora del premio Philip K. Dick en la categoría de mejor novela en 2003. Creada por Laeta Kalogridis, quien produjo Avatar (James Cameron, 2009) y escribió Terminator: Genesis (Alan Taylor, 2015). Dirigida por Miguel Sapochnik, quien ha participado en series como Game of Thrones, Dr. House o True Detective. Protagonizada por Joel Kinnaman (The Kiling, 2011) y Martha Higareda (3 idiotas, 2017).
Situada en el siglo XXIV (algo que parece deducirse más por la novela pues no recuerdo que en la serie se especifique la ubicación temporal), AC coloca al espectador en una tierra futurista en la que la que la humanidad ya explora y coloniza otros mundos. Pero no sólo las fronteras espaciales se borran, sino también las metafísicas pues el ser humano ha logrado trascender el límite del cuerpo al desarrollar la capacidad de «almacenar» la conciencia en una especie de disco duro cortical, denominado «pila», ubicado en la base del cráneo. Al perecer el cuerpo original, esta «pila» puede recolocarse en otra «funda» diferente y conservar conocimientos, memorias, habilidades y rasgos de la personalidad. Perpetuando así la esperanza de vida pues la destrucción de la «pila» es la única manera de muerte definitiva.
En este contexto, conocemos a Takeshi Kovacs (Kinnaman), quien es despertado tras pasar 250 años de condena (muy a la Demolition Man de 1993) por rebelarse contra El Protectorado. Takeshi es «refundado» en el cuerpo de Elías Ryker por petición de Laurens Bancroft (James Purefoy), un multibillonario que elige a Kovacs por su experiencia como guerrillero para resolver un caso de homicidio en el que la víctima fue el mismo Bancroft. La policía Kristin Ortega (Higareda) monitorea de cerca la intervención Kovacs en el conocido caso, pues aunque muchos insisten en el suicidio, Bancroft está convencido de que se trató de un asesinato calculado.
Si algo que queda claro en este sci-fi policíaco, cargado con harto drama y acción, es la ambición de Netflix. El nivel y complejidad en el diseño de producción elevan mucho los estándares de la compañía. Una combinación robusta y balanceada de efectos especiales análogos y digitales le da profundidad y verosimilitud esta superproducción de la que se rumorea un gasto de 7 millones por episodio. Una producción que cristaliza una historia ideal para las y los aficionados a la ciencia-ficción, pues aquí hay de todo: inteligencia artificial, realidad virtual, cuerpos cibernéticos, naves espaciales, autos voladores, clonación, inmensos rascacielos, proyecciones holográficas, cuerpos sintéticos, capsulas de animación suspendida, armas laser y toda clase de dispositivos futuristas. Lo único que faltó en esta ensalada de distopía ciberpunk fue robots (en estricto rigor), viajes en el tiempo y extraterrestres no humanoides.
En este circo sci-fi son palpables las deudas de inspiración que tiene AC con muchas obras. La influencia más evidente son ambas cintas de Blade Runner, pues la ambientación y la vibra inicial del argumento no dejan de llamar a estas influyentes películas. Pero también puede encontrarse con facilidad ecos de The Matrix, Ghost in the Shell, Dredd, Minority Report, Inception, The Fifht Element y otras tantas obras de la literatura, el cine y la televisión. Puede que al principio se sienta como un robo descarado de un montón de otras propiedades (y más cuando hay dos o tres guiños visuales muy específicos) pero sin duda AC se hace de su propia identidad, empezando por el diseño de la «pila» o por la presentación de la realidad virtual que se plantea.
La fotografía logra un impacto visual potente que chiplean a la vista logrando muchos contrastes de luz, arquitectura, contextos urbanos, ubicaciones naturales y en diseño de interiores. Sin embargo sus proezas de producción se corresponden poco con un guion que decae en la segunda mitad. El misterio y el conflicto central son bien planteados, respondiendo a la vibra noir de Blade Runner, pero el plot se complica muchísimo y se resuelve aún peor. Los giros de la historia hacen caer las piezas en su lugar a costa de las continuas concesiones que da el espectador para omitir las explicaciones y las resoluciones facilonas.
La identidad de AC queda poco clara, aunque plantea cuestionamientos filosóficos profundos, éstos se quedan en la superficie, con poco subtexto y muy delimitados por secuencias de acción bien coreografiadas. Sin mencionar que AC llamará la atención de mucho morbo por su violencia (que a veces raya en el gore), por sus desnudos, por su presentación de diversas adicciones y por sus escenas de sexo explícito. Su vibra pulp barriobajera choca constantemente con sus cuestionamientos filosóficos, con sus escenas melodramáticas y con sus enredadas explicaciones. Pudo ser más efectivo y congruente si se hubiera optado por sus intenciones pulp, pues las preguntas sugeridas se quedan a años luz de las hechas en Blade Runner, The Matrix o Ghost in the Shell. Las actuaciones cumplen en su mayoría pero el guion termina haciendo insoportable a más de un personaje, por lo que su desenlace es tan impredecible como cansado.
Habrá criticas que vean en AC mucha profundidad, pero realmente sus mejores momentos están cuando se dedica al misterio y a la acción. Como valor de entretenimiento, hay mucho que rescatar por su ligereza, su proyección de opera espacial y su buena introducción a los conceptos clave de su denso mundo, pero su insistencia en posicionarse, filosóficamente, hombro a hombro con algunas de las obras antes mencionadas le resta muchos puntos. Invita poco a la conversación (fuera de los aspectos técnicos), aunque hay hartos comentarios incisivos a la sociedad contemporánea y varias proyecciones divertidas como la desaparición de Estados Unidos como país o la interesante relación del Día de Muertos con esta tecnología de la «pila». Si busca historias sci-fi más «duras», probablemente encuentre más conversación en Dark, Black Mirror o la comentada Westworld. Su final es rescatable y a diferencia de otras series del mismo género producidas por Netflix, como Stranger Things o la indigerible The OA, ésta deja con apetito de más, ya que su potencial para expandir su historia es ilimitado.
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