Gasolinazo, gasolinazo y más gasolinazo. El suceso que arrancó el 2017 y que hará que muchos querrán que a pesar de todo no hubiese acabado el «inolvidable» 2016 y que es un recordatorio directo el encarecimiento de la vida –fenómeno lógico de los regímenes capitalistas o que por lo menos intentan serlo como el mexicano– y que en lugar de ayudar a enterrar algunos horrores y errores del año anterior parece darle continuidad. El año nuevo me parece una celebración extraña y contradictoria. Y con este comienzo me lo parece aún más.
El cambio, las nuevas oportunidades, los borrones y cuenta nueva, y otros tantos extraños artilugios de la motivación me parecen deslindados de algo tan abstracto como el término del calendario. Tal vez producto de nuestra incomprensión del tiempo, tal vez resultado de nuestra necesidad de esperanza. Lo «nuevo» no está a la vista. El enojo, los descontentos, las indiferencias, la desinformación y los atropellos continúan en un «pueblo que lo perdona todo» como nos califica Álvaro Delgado en un artículo de Proceso del pasado 2 de enero. Si bien no entendemos el tiempo hay que cambiar la forma de verlo. El enojo por el súbito encarecimiento de la vida para los mexicanos proviene de un engaño extraño. Se nos prometió que los energéticos se mantendrían estables, sin más alzas en sus precios. ¿Cómo se puede prometerse algo así? Pero más crucial aún ¿cómo se pudo creer en una promesa de tal envergadura?
No intento deslindar al gobierno de su responsabilidad en el asunto, porque está claro que una mala administración de los recursos (como las finanzas de los estados que están endiabladamente endeudados) debilita la economía y la vuelve frágil frente a los caprichos del mercado, sin embargo, pareciera ser que nuestra percepción del mundo justifica o da motivos para creer ciegamente en tal disparate. Es cierto que formó parte de una campaña política, que la lucha por el poder requiere garantías, proyecciones de un futuro mejor que a veces no es posible aún con la mejor de las intenciones. Pero México no está aislado del tiempo ni del espacio y en la conformación de ese dichoso nuevo orden mundial no podemos ser tan ingenuos como pasivos –desastrosa combinación–. Sí, es cierto que la vida tiende a volverse más costosa en este estilo de vida, pero eso no significa que se acepte sin más, que no veamos que hay intenciones oscuras y perversas en las filas de quienes toman las decisiones. Que el año nuevo representó una coyuntura aprovechable para esto, como lo han sido los partidos de fútbol, los escándalos de famosos ociosos o los memes de Facebook llevados a la vida pública por medios esotéricos. No apelo a las «cortinas de humo», apelo al establecimiento de prioridades a nivel individual y colectivo. Lo «nuevo» no puede serlo si los proyectos de los empoderados son inevitables, paulatinos pero imposibles de detener.
Ya pasaron 17 años del «nuevo» siglo y otros diez o quince años extra de terminar el orden mundial que se comenzó a edificar con el fin de la Segunda Guerra Mundial y se vislumbra un poco clara la senda que estamos tomando. Si lo incluyo a usted y a los demás es porque es un mito el aislarse o huir del resto mundo que ustedes y yo compartimos. Mundo que hace 100 años se deshacía en La Gran Guerra. Hoy en este orden que se está edificando, esa guerra a gran escala, que arrasa millares de vidas parece ya no ser tan rentable. Las guerras ahora son en los mercados, en las políticas neoliberales, en la lucha por y contra el medio ambiente, en la vida impune y corrupta a la que suele orillar el capitalismo y que conserva los grandes costos humanos, aunque menos escandalosos y a largo plazo, pero igualmente miserables. Esto no es nuevo por supuesto, ni la tendencia ni la denuncia. Chomsky y Wallerstein por ejemplo, llevan años señalando y explicando los pormenores y el origen de ese nuevo orden mundial.
Esta senda aparenta un retroceso, una necedad de las formas del siglo XX. Tal vez sea el requisito para la transición hacia eso que será el siglo XXI, tal vez de esto se trate el siglo XXI. Disculpe si especulo en exceso, pero la historia, el campo de conocimiento del que acudo propone pero no predice. Y uno de los mundos posibles, como en la literatura, que parece cernirse es prometedor para cambios de liderazgo mundial, con una China al que el campo se ha abierto por un Estados Unidos que recuerda en parte al de Woodrow Wilson y que a ojos de Trump, el medio ambiente forma parte de ese tesoro entregado por la Providencia para el libre aprovechamiento de los que pueden explotarlo. Una senda de derechas radicalizadas e izquierdas desdibujadas cuando las hay, una senda repleta de lo inmediato, de los millenials y de las opiniones bombardeadas en lo virtual pero que no resuenan en las calles o los recintos.
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