Investigación y texto de José Luis Muñoz Pérez
Está claro que los gobiernos ensalzan y encumbran como héroes sólo a aquellos personajes que les significan un dividendo político. Es y ha sido puntualmente así en el mundo y en la historia. Lo que no está claro es por qué los gobiernos de México y de Chihuahua no honran con plenitud la memoria de los héroes de la batalla en Carrizal, Chihuahua, si aquel 21 de junio de 1916 -hace 106 años- los mexicanos asestaron una memorable derrota al ejército norteamericano, obligándolo a huir por donde llegó.
Quizá el motivo para minimizar, soslayar y aun ignorar ésta trascendental victoria del ejército mexicano es el regateo sistemático de reconocimiento histórico al gobierno de Venustiano Carranza por parte de los regímenes postrevolucionarios y el actual, pese a ser el que con mayor claridad defendió la soberanía nacional y resistió las presiones del vecino del norte, pero sobre todo dio a la Revolución Mexicana una Constitución que, aun con sus múltiples reformas, es la base institucional que nos rige. Otra posible “razón” pudiera ser el mantener religioso y puntual cumplimento a la petición del gobierno norteamericano de no hacer apología de su derrota.
Como sea, es el de Carrizal un capítulo glorioso. En muchos sentidos, puede afirmarse que fue una batalla decisiva. Aunque estuvo a punto de causar una segunda guerra entre México y los Estados Unidos, de hecho marcó el alto y significó el fin de la ofensiva norteamericana conocida como Expedición Punitiva. A partir de Carrizal los invasores reevaluaron su situación, principalmente política, y sus escasas posibilidades de éxito, adoptando consecuentemente como estrategia el ostracismo militar en el noroeste de Chihuahua, estacionados en Colonia Dublán.
Es el único episodio en la historia en que los ejércitos formales de ambos países se enfrentan, y los mexicanos derrotan y hacen huir a los gringos. Es, también, de atractivo potencial narrativo por suceder la batalla en el desierto chihuahuense, vinculada y entretejida con tres circunstancias que conformaban el interés nacional y el particular del presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson:
- El escenario internacional, definido en el contexto de la primera guerra mundial, que había iniciado 2 años antes y a la que Estados Unidos aún no entraba.
- Las elecciones presidenciales en las que el Wilson se jugaba la reelección.
- La estabilidad del gobierno de Venustiano Carranza, a quién Wilson había ayudado a sentarse en la silla presidencial favoreciéndolo con la invasión a Veracruz de 1914, pero que no le resultaba cómodo.
Veamos:
Todos sabemos que la llamada Expedición Punitiva vino a Chihuahua -como dice el corrido- “buscando a Villa queriéndolo matar”. Fue una respuesta prácticamente decidida en automático, e impensada por considerarla ineludible por parte del ejército de los Estados Unidos, ante el ataque perpetrado por Villa al poblado de Columbus, Nuevo México, el 9 de marzo de ese mismo año, 1916. ( ver El día en que Villa invadió a EU) Tres días después, el 12 de marzo comenzaron a cruzar la frontera los primeros de cuatro mil 800 soldados. En semanas llegarían a ser casi 15 mil.
Una desafiante movilización a un repentino teatro de guerra, en el que por primera ocasión en la historia el ejército norteamericano utilizaría aviones, camiones y motocicletas en una operación militar en territorio extranjero. *
Cuando el presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson se enteró del ataque de Villa a Columbus confirmó su premonición: Villa no se quedaría de brazos cruzados tras la traición de que fue objeto, aun cuando su poder hubiera caído al más bajo nivel. Más allá del enojo, Wilson quedó intrigado, con una gran pregunta sin respuesta: ¿Qué era lo que Villa tramaba?. ¿Había cometido el asalto a sabiendas de que perdería, como perdió 130 o mas hombres contra 7 bajas del lado americano, sin obtener botín alguno y firmando su sentencia de muerte?… ¿Sin nada a cambio?… Algo no le cuadraba.
Wilson autorizó la incursión de soldados norteamericanos a México en busca de Villa a regañadientes, orillado por los militares que estaban rabiosos. Ni siquiera le dieron opción al presidente, ni a su propio análisis, de explorar otro plan. El ataque al destacamento militar norteamericano en Columbus significó una ofensa que no permitió a los generales contemplar ninguna opción más, que la de perseguir, atrapar y ejecutar al bandido más famoso de todo el continente.
Los mismos norteamericanos habían sido coautores de su fama. Lo hicieron héroe en la pantalla cinematográfica, era personaje favorito de la prensa sensacionalista en Nueva York y en toda la unión americana. La publicidad lo convirtió en “un Robin Hood mexicano, valiente y generoso con los pobres” y lo hicieron su aliado. En efecto, Villa fue un gran aliado de los norteamericanos. Su principal aliado, y el revolucionario mexicano consentido de Washington, hasta que empezó a perder batallas decisivas. Importantes historiadores sostienen que Villa veía al presidente norteamericano como vio en su momento a Francisco I. Madero, con admiración, profundo respeto y un afecto de corte paternal. Woodrow, por su parte, sostenía de hecho una “relación personal” con Villa. Era oficial y sabido que el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica nombró un representante personal ante Villa. Casi un “embajador plenipotenciario” de la Casa Blanca ante un rebelde, en momentos de gran inestabilidad política en México. Además, Villa tenía importantes defensores que mediaban por él ante el presidente y el primer círculo de la Casa Blanca, como el propio general Hubert Scott, Jefe del Estado Mayor del Ejército, quien apreciaba a Villa, se fotografiaba con él, se reunían con frecuencia y asumían y sostenían acuerdos.
Pero al momento que Woodrow autorizó la expedición punitiva, instruyó puntualmente que se le avisara al presidente mexicano Venustiano Carranza, a quien su gobierno impulsó al grado de ocupar apresuradamente la Armada Naval norteamericana el puerto de Veracruz, el 21 de abril de 1914, aun sin la debida autorización del congreso. Esta acción de bloquear el suministro de armas y municiones destinadas al “gobierno” de Victoriano Huerta, no sólo significó un serio perjuicio logístico de guerra para el chacal, sino fundamentalmente un durísimo revés político que lo fracturó y obligó a renunciar unas semanas después, el 15 de julio.
Cuando el asalto a Columbus por un puñado de Villistas, habían pasado dos años de la ocupación de Veracruz y ya para entonces el General Álvaro Obregón, aliado de Carranza, había derrotado a Villa una y otra vez en 1915 y su División del Norte ya no existía. Se había desbandado hecha añicos.
En la primavera de 1916 la Expedición Punitiva era especialmente incómoda para Woodrow, principalmente por dos razones. Primera, que asentados los primeros exaltados ánimos después del asalto de Villa a Columbus comenzó a verse claro que “el bandido” no había actuado por su propio coraje y resentimiento. Razones las tenía Villa, pues Woodrow se había decantado definitivamente por Carranza y lo había abandonado y desechado a él, después de su histórico romance. Había prohibido venderle armas y había roto su “pacto de lealtad”, algo de dimensiones sagradas en el pensamiento de Villa. Más aún, había ayudado a Carranza a derrotarlo en Agua Prieta. Pero los servicios de inteligencia norteamericana avanzaron mucho más que la expedición militar y pronto detectaron la mano del destacado espía alemán, Felix Sommerfeld y la versión de que había convencido a Villa de invadir Columbus. Los espías norteamericanos sostenían que el Kaiser alemán, Guillermo Segundo, había pagado a Villa, con armas, dinero y promesas para que provocara a los Estados Unidos y lo hiciera reaccionar violentamente. Quería el Kaiser que Woodrow se enfrascara en una guerra en México y se alejara de participar activamente en el escenario europeo. Villa había sido carta no menor usada por el Kaiser en la mesa de Pokar de las potencias mundiales.
Esa información de inteligencia resolvía las dudas de Wilson.
El presidente norteamericano se vio a sí mismo tan ingenuo como una mojarra confundiendo al anzuelo con lombriz.
Por si fuera poco, la Expedición Punitiva no tenía la menor idea de dónde estaba Villa ni de cómo buscarlo. Woodrow ya había adaptado su óptica y sobreponiéndose al error de la persecución ahora anhelaba la captura de Villa para presumirla en su campaña electoral. Además, anidaba Woodrow en mente y corazón la idea de “cobrar” a México el gasto de la “expedición”, quizá con territorio o con las ya ambicionadas concesiones de líneas ferroviarias de propiedad norteamericana en el Istmo de Tehuantepec y en el noroeste. A esas alturas creía que podría presionar eficazmente a Carranza antes de sacar a su ejército, “después de atrapar a Villa”.
Trazar una línea fronteriza en el paralelo 30 ( más o menos a la altura de Villa Ahumada ) a todo lo ancho del país, era una idea muy anterior a los acuerdos infructuosos con Benito Juárez, décadas antes. Pero ahora, ya con diez mil o más efectivos en territorio mexicano, nadie en el círculo de mando norteamericano se inclinaba a pensar en regresar con las manos vacías, además de con la cabeza de Villa, lo que aún daban por hecho
Pero Villa se había esfumado.
Y los norteamericanos no entendían aun plenamente quién era Carranza, acompañado de Obregón.
El otro factor que complicaba la situación a niveles inimaginados, era el escenario mundial. Y ambos, la Gran Guerra y el escenario de México, entrelazados con la campaña electoral, conformaban un desafío político de altísima complejidad.
La primera Guerra Mundial había estallado dos años antes, en el verano de 1914, y Estados Unidos aún no se había involucrado militarmente; Woodrow estaba a 8 meses de finalizar su primer mandato y su prioridad era la reelección. El 16 de junio, 5 días antes de la batalla en Carrizal, había logrado la nominación de su partido como candidato presidencial. En una frase que fue el slogan de su postulación, resumía toda su estrategia: “He keept us out the war”. Ciertamente, obtener la nominación del Partido Demócrata no fue una empresa mayormente difícil para Woodrow, pues como presidente se había ganado en la prensa y en la vox populi el título de Campeón de la Democracia. Era el primer presidente demócrata en décadas y aun después de cuatro años de ejercer la presidencia mantenía un halo de frescura. Pero el Partido Republicano representaba en 1916 un oponente formidable, ahora sí unido, luego de la derrota que sufriera a manos del propio Wilson 4 años atrás, dividido por las postulaciones simultáneas del expresidente Theodore Roosvelt y del presidente Taft. No se podía permitir ningún paso en falso. Y los dos factores, la Guerra en Europa y la Expedición en México, estaban sembrados de minas explosivas y atentaban directamente contra su slogan electoral.
“Él nos ha mantenido fuera de la guerra”.
Claramente Woodrow jugaba en el filo de la navaja el papel de pacifista y de neutral – lo había hecho por años con México y lo hacía aun en 1916 con Europa– mientras la industria americana vivía el mayor esplendor de su historia produciendo y vendiendo materiales, enseres y suministros de guerra a ambos bandos confrontados en el escenario europeo. Los diplomáticos y los espías del gobierno de los Estados Unidos negociaban e intercambiaban con los dos enemigos desde una cómoda posición alejada del campo de batalla.
Mientras tanto, el mass media audiovisual por excelencia de la época, los noticiarios de cine, transmitían diariamente en toda la nación filmaciones de las atrocidades de la guerra, unas actuadas y otras reales, todas editadas por los ingleses. Un formidable aparato de propaganda. La estrategia del presidente-candidato estaba basada en hacer coincidir la política internacional de su gobierno -en medio de la que hasta entonces fue la guerra más sangrienta conocida por el hombre- con su oferta electoral para los norteamericanos.
He kept us out the war!
Muchos generales disentían claramente de la política “neutral” de Woodrow, principalmente después de que un año atrás, el 7 de mayo de 1915, los alemanes hundieron con un certero torpedo frente a las costas de Irlanda al buque comercial Lusitania, de bandera inglesa, con cerca de 2 mil civiles a bordo. Murieron mil doscientas personas, incluyendo 136 norteamericanos. Las presiones para que Estados Unidos declarara la guerra no se hicieron esperar. Wall Street y muchos senadores y representantes se pronunciaron airadamente por enviar tropas a combate. Woodrow se resistió. No es que fuera definitivamente intransigente respecto a la participación directa de su país en el conflicto bélico, pero de ninguna manera permitiría que tal cosa sucediera antes de las elecciones. No podía derrotarse a sí mismo haciendo añicos su slogan.
En aquella ocasión, cuando la presión por lo del Lusitania parecía incontenible, un hecho tan memorable como fortuito le dio el tiempo que necesitaba: 2 días después del terrible hundimiento, el 9 de mayo, murió su esposa, la primera dama Ellen Axson Wilson. El país entró en duelo amplio y sincero y los medios publicaron que el presidente había caído en una profunda depresión. Woodrow dejó de trabajar varios días y a su regreso a la oficina disminuyó el ritmo laboral sensiblemente. De lo que menos quería hablar era de guerra.
La depresión le duró mayo, junio y julio, hasta que en agosto conoció a la bella viuda Edith Bolling Galt. Su estado de ánimo se transformó y se casó con ella cuatro meses más tarde, en diciembre de 1915, un año antes de las elecciones. Pero en el inter se supo que los ingleses transportaban toneladas de material bélico en las bodegas del Lusitania, incluyendo armas y municiones, lo que lo convertía en un objetivo válido de guerra. Obviamente, se abatió la presión de los que querían desmoronar la estrategia de la neutralidad… y la reelección. No se podía culpar del todo a los alemanes de atacar un buque civil repleto de pertrechos de guerra, sino acusar con mayor gravedad a Inglaterra por usar a civiles como escudo para transportar material bélico. Para el presidente no había una diferencia ética notable entre ambos bandos. A esas alturas no tenía un favorito claro.
Fue por esos meses que Woodrow declaró que Estados Unidos no participaría en la guerra por dignidad, uno de sus momentos memorables, pues nunca supo explicar que fue lo que quiso decir, ni si entrar en la guerra fue algo indigno.
Marzo de 1916 fue tenso. Woodrow enfrentó a los grandes consorcios financieros que ya tenían enormes intereses en la guerra y querían a toda costa ver a Estados Unidos en uno u otro bando. Muchos se inclinaban por aliarse con Alemania, que estaba ganando la guerra, pero ante todo, la mayoría de los bancos poderosos y los grandes consorcios preferían que el presidente no se reeligiera. Era su enemigo. Lo había sido desde que asumió la presidencia desmantelando y desarticulando Trusts y monopolios. Más aún, desde su primera campaña, en la que esbozó como bandera luchar por los ciudadanos contra los grandes consorcios y el peligro y la amenaza que representaban para la democracia. Sabían que si lo obligaban a entrar en la guerra matarían dos pájaros de un solo tiro.
Así llego abril y con él otra humillante noticia para el ejército norteamericano. En un pueblo minero llamado Parral, en Chihuahua, el día 12 una enardecida y envalentonada multitud civil encabezada por una jovencita -Elisa Griensen- y nutrida de niños de escuela, rechazó a pedradas a un pelotón gringo que ingreso al pueblo. Se dice que Elisa, de 19 años, disparó una carabina y mató a un cabo. También murió de bala un soldado negro. El pelotón, con instrucciones precisas de no entrar en combate salvo con Villa, se vio obligado a huir.
Cuando se enteró en la Casa Blanca, Woodrow no supo lo que en realidad había sucedido. Le salieron con un cuento mandarín. Le dijeron que fue una escaramuza con soldados de Carranza escudados en civiles y que hubo un par de bajas militares en ambos bandos. Sabiendo que le mentían al presidente, los generales apechugaron con cara de baqueta. El presidente aprobó y aplaudió que el oficial a cargo haya tenido la prudencia de no responder con fuego que hubiera puesto en riesgo a la población civil. Tenía especial interés y había girado ordenes contundentes para que las tropas invasoras no perturbaran la vida de los pueblos de Chihuahua. Era una forma de proteger su campaña. Tampoco se le informó que el mayor Tompkins decidió la retirada ciertamente por prudencia, pero ésta le nació al ver bajar dos columnas de caballería Carrancista que venían a Parral a combatirlo.
Sin embargo, “El incidente de Parral”, como eufemísticamente se le conoció, tuvo un poderoso impacto psicológico, tanto en la población chihuahuense como en las tropas invasoras. Para los invadidos saber que la población civil y eventualmente un grupo de niños encabezados por una jovencita -como corrió la versión- habían expulsado de la ciudad a pedradas y a balazos a los gringos, significó una inédita inyección de patriotismo que se esparció rápidamente. El repudio a los invasores adquirió presencia definida en todo el estado y más allá, y ni los enemigos de Villa se atrevían a defenderlos. Paralelamente, la figura de Villa se asoció en gran parte del país a la de David frente al Goliat norteamericano, ya odiado, por lo menos desde que seis décadas antes cercenara la mitad de su territorio. Villa, derrotado militarmente, era ahora el símbolo de la resistencia, de la valentía nacional y del orgullo patriótico, mientras permanecía inmovilizado dentro de una cueva en los alrededores de Guerrero, herido de una pierna. Al tiempo que crecía el numero de invasores y se ramificaban por el estado, aumentaba la popularidad de Villa. Carranza rabiaba a dos fuegos. A pesar de sus negativas y rechazos, el ejército norteamericano había ocupado la mitad del estado de Chihuahua y Villa revivía en el aprecio de la gente. Decididamente, el autoproclamado Primer Jefe reforzó la presencia de su ejército en la región.
Para las tropas invasoras, “El incidente de Parral” que no pudo permanecer oculto, fue un puñetazo en la nariz de su ego. Cuando Tompkins, –el oficial que se atrevió a ingresar a Parral– y su batallón regresaron a Satevo y posteriormente a Colonia Dublán – donde por cierto se encontraba el entonces joven oficial Dwight Eisenhower, futuro general y presidente de los Estados Unidos- la versiones de los hechos ya habían transitado cientos de kilómetros. Se decía que Tompkins había sacrificado a los caídos en Parral al sostenerlos en la retaguardia y no le había importado que los mataran porque eran negros. Prácticamente todos los soldados de la Expedición Punitiva eran negros. Sólo los oficiales y los jefes eran blancos. Otras versiones, más fidedignas,
narran que Elisa Griensen encaró a Tomkins con el grito de ¡Viva Villa!, con tal bravura que el rubio mayor de ojos azules también grito, secundándola, “Viva Villa”, acobardado ante la multitud.
El 25 de mayo, en Namiquipa, la expedición de Pershing detectó y venció fácilmente a un puñado de “bandoleros” y logró matar a su jefe, Candelario Cervantes, quien había participado en la incursión a Columbus.
Pero Villa no aparecía por ningún lado.
Por su parte, las tensiones entre ambos gobiernos sí habían evolucionado. El flamante Secretario de Guerra Álvaro Obregón, sin duda el general más prestigiado de México en el momento, había iniciado el 12 de abril una serie de conferencias con el jefe del estado mayor del ejército de los Estados Unidos, General Hugh L. Scott en El Paso Tx y en Ciudad Juárez -alternadamente- para discutir el tema de la invasión. El 9 de mayo, el presidente Wilson había llamado a la Guardia Nacional de Texas, Arizona y Nuevo México, en previsión de una posible invasión masiva a México, o quizá sólo para amedrentar al gobierno mexicano, que, sin embargo, no cedió un ápice. Estados Unidos insistía en un acuerdo para facilitar la operación de su ejército en México y el gobierno de Carranza sólo admitía hablar de retirada de las tropas invasoras. El 11 de mayo Obregón y Scott dieron por concluidas las conferencias sin llegar a ningún acuerdo. Muchos observadores veían inminente la guerra. El Kaiser recibió de sus espías noticias que lo hicieron relamerse los bigotes.
El general John J. Pershing, comandante en jefe del Regimiento de Caballería en Fort Bliss, Texas, responsable de la seguridad de la frontera de Estados Unidos con México y también comandante en jefe de la Expedición Punitiva, resentía la presión de sus superiores y veía desmoronarse su prestigio de egresado con honores de West Point y de condecorado de las guerras de Cuba y Filipinas, al ser incapaz de encontrar a un forajido. Si Estados Unidos iba a entrar a la Guerra Mundial con uno u otro bandos tarde que temprano, iba a necesitar generales de primer orden, altamente competentes, infalibles. El futuro Black Jack se reducía a fines de mayo de 1916 a la degradada condición de alguacil fracasado. Mas de un mes antes se había convencido de que la apresurada reacción de perseguir a Villa con un ejército masivo había sido un error estratégico; conocía perfectamente a Villa y sabía que habían caído en su trampa. Sabía que sin gato encerrado Villa no hubiera asaltado Columbus. Pero a esas alturas, tampoco podría cambiar de estrategia radicalmente. Haber caído en la trampa de Villa significaba ya el mantener un operativo que involucraba más de 10 mil soldados, 3 mil caballos, más de mil mulas, gastos estratosféricos y, por primera vez en la historia del ejército norteamericano fuera de su territorio, vehículos de motor: camiones, motocicletas y aviones.
Efectivamente, fue en la Expedición Punitiva cuando el ejército de EU usó en territorio extranjero por primera ocasión los vehículos rodantes de motor de combustión interna y también los aviones. Curiosamente para los tiempos modernos, los aviones operaron y estaban pensados específicamente como “espías” y “correos”, es decir, para comunicar a las distintas columnas en que se dividió el ejército invasor y la base de Pershing, que fue Dublán, la colonia de mormones que aún subsiste como tal a unos 12 o 13 kilómetros de Casas Grandes; y para observar desde el aire los movimientos del enemigo.
Para mediados de junio, 6 de los 8 aviones con que comenzó la expedición ya estaban destruidos. Habían sucumbido en percances relativamente menores o en accidentados aterrizajes fuera de pista.
Así, Pershing envió un desesperado comunicado al General Funston, comandante de la División del Sur de los Estados Unidos. Le decía que para continuar con su cometido, debía “tomar el control total del territorio”. Propuso ocupar todo el Estado de Chihuahua y “adueñarse de los ferrocarriles”. La propuesta implicaba escalar el conflicto a un nivel jamás previsto cuando Wilson autorizó la expedición. Primeramente, acrecentaba la posibilidad de algo a todas luces indeseado: llegar a un enfrentamiento a tiros con el ejército de Carranza… y descarrilar la campaña presidencial
La opinión del General Scott, Jefe del Estado Mayor del Ejército fue determinante. Dijo sucintamente que la recomendación de Pershing “no conduciría a la captura de Villa”. Y lanzó una pregunta demoledora : ¿Y si Villa toma un tren a Guatemala, lo seguiremos hasta allá?.
El viernes 16 de junio el comandante militar del ejército constituciónalista en Chihuahua, general Jacinto B. Treviño despachó de Chihuahua un telegrama dirigido al general Pershing: “Tengo ordenes de mi gobierno para detener por medio de las armas toda nueva invasión a mi país por fuerzas americanas, así como para evitar que aquellas tropas americanas que actualmente se encuentran en Chihuahua se muevan al Sur, al Este u Oeste del lugar que actualmente ocupan. Lo que comunico a usted para su conocimiento y para que tome nota de que sus fuerzas serán atacadas por las mexicanas si esta disposición no es atendida”.
Pershing responde al día siguiente, sábado: (…) “Dese usted por notificado que mi gobierno NO ha ordenado tales restricciones a los movimientos de las tropas americanas. Por lo tanto usaré de mi criterio por lo que concierne a cuándo y en qué dirección deba mover mis tropas…”
Sin mayor demora, el 18 de junio, Pershing determina desafiar la advertencia y reforzar la ofensiva. Ese domingo amanece decidido y gira instrucciones: Los capitanes Charles Trumbull Boyd y Lewis S. Morey deberán reunir sus respectivos escuadrones del Décimo Regimiento, el día 20 en el rancho llamado Santo Domingo, propiedad de un norteamericano. De ahí deben marchar hacia el este, con destino a Villa Ahumada, estratégica estación ferroviaria ubicada entre la ciudad de Chihuahua y Ciudad Juárez. Boyd quedará al frente. Ambos capitanes saben que entre Santo Domingo y Villa Ahumada se encuentra un caserío llamado Carrizal, que es base de un pelotón mexicano.
(El Presidio Militar de San Fernando de las Amarillas del Carrizal, fue fundado el 8 de noviembre de 1758 por Mateo Antonio de Mendoza gobernador de la Nueva Vizcaya, sobre el Camino de la Plata, que unía a la Ciudad de México con la de Santa Fe de Nuevo México, siendo Carrizal prácticamente el único punto intermedio entre la entonces villa de San Felipe de Chihuahua -hoy la ciudad de Chihuahua- y la villa de El Paso del Norte -hoy Ciudad Juárez-. Para 1916 ya existía el ferrocarril, -desde 1884, bajo la presidencia de Manuel González- y también Villa Ahumada, por lo que Carrizal estaba prácticamente abandonada).
El mismo día, 18 de junio de 1916, el presidente norteamericano Woodrow Wilson llama a toda la Guardia Nacional, formada por 125 000 hombres, “para prestar servicio en la frontera”. En Washington, muchos daban por hecho que habría guerra. Pero para Woodrow Wilson la prioridad eran las elecciones del próximo 7 de noviembre. Era determinante mantener la paz. Pero no podía mostrar debilidad ante los mexicanos, que se mostraban intransigentes. Debía meter el acelerador y el freno al mismo tiempo.
El 19 de junio, el gobierno mexicano se dirige a los gobiernos y pueblos latinoamericanos para comunicarles que Estados Unidos ha ordenado una violenta concentración de tropas en la frontera con el propósito de arrastrarlo a una guerra que ni él ni el pueblo mexicano han provocado. Es el inicio de una campaña diplomática mexicana que causa escozor en Washington.
Dos fuentes de primera mano nos ilustran con detalle los acontecimientos subsecuentes: El libro La Expedición Punitiva, de Alberto Salinas Carranza, editado por la Secretaría de la Defensa Nacional ( Biblioteca del Oficial Mexicano) en 1986, que incluye el relato del capitán de caballería Daniel González, actor presencial de la batalla, y el documental audiovisual editado por Conaculta y la Sedena, que se puede encontrar en You Tube:
El martes 20 se encuentran Boyd y Morey en Santo Domingo. Ahí se enteran, por informe del norteamericano W. P. McCabe, dueño del rancho, que la guarnición de Carrizal ha sido reforzada en días previos y ya están ahí cien o más soldados del Ejército Constitucionalista mexicano. McCabe sugiere librar el poblado por un costado para no propiciar un enfrentamiento. Pero Boyd sorprende a ambos con actitud altanera y sentencia que cruzará por sobre la guarnición mexicana, “a toda costa”. Las insistencias de sentido común de McCabe y las razones militares que aporta Morey son inútiles. Nada hará a Boyd entrar en razón. En el parte rendido a sus superiores luego de la batalla, Morey informa que Boyd “estaba en la creencia que los mexicanos eran muy cobardes y que huirían tan pronto como hiciéramos fuego”. Morey y Boyd tienen el mismo rango, ambos son capitanes, pero Boyd tiene más antigüedad y por lo tanto Pershing lo ha puesto al mando. Morey, a pesar de su claro desacuerdo, se disciplina a la voluntad de Boyd.
Mientras tanto, en Carrizal el teniente coronel Genovevo Rivas informa a su jefe, el general Félix Uresti Gómez, la presencia de las tropas norteamericanas en el rancho Santo Domingo. Lo saben porque los gringos detuvieron a un grupo de soldados mexicanos que iban a apropiarse unas vacas terraceñas para darle de comer al batallón. Los soldados negros se burlaron de los mexicanos a carcajadas por su indumentaria y sus rifles, viejos y de distintos calibres. Gómez se exalta y, de momento, siente el impulso de ir y atacarlos de inmediato. Pero reflexiona y prefiere avisar por telégrafo a su comandante en Ciudad Juárez. Un jinete sale a todo galope a la estación de Villa Ahumada con el mensaje para el General Francisco González y con instrucción de esperar la respuesta. Esta llega a las 2 de la mañana. González le ordena a Félix U. Gómez que permanezca en Carrizal y le reitera la orden superior de impedir que las tropas norteamericanas avancen al sur, al oeste o al este.
La columna invasora pernocta en Santo Domingo y parte hacia el este la madrugada del miércoles 21, dos horas antes de recibir el sol de frente. La distancia entre el Rancho San Lorenzo y Carrizal es de 14 kilómetros.
Desde Carrizal los mexicanos los vieron venir al amanecer, levantando una estela de polvo. El sol naciente se reflejaba destellando en los metales del contingente, entre la polvareda que levantaban los caballos. El día amaneció especialmente caluroso en el desierto chihuahuense. Rivas y dos o tres acompañantes salieron a dialogar con los invasores a unos 200 metros de su línea defensiva. Interrogó a Boyd sobre la razón de su presencia. Boyd respondió que se dirigía a Villa Ahumada en busca de un soldado negro desertor y de un grupo de bandidos. Como ya está dicho, todos los soldados comandados por Boyd y Morey eran negros.
Rivas le respondió que el soldado desertor ya había sido capturado por tropas mexicanas y enviado a El Paso. También le dijo que en esa zona no había bandas, pues si las hubiera él mismo las habría capturado. Boyd insistió en que iba a Villa Ahumada. Rivas le pidió que esperara, mientras lo consultaba con su superior, el General Félix U. Gómez, que estaba en Carrizal. Boyd aceptó.
Poco después llegó el propio general Gómez a conferenciar con Boyd. Actuaba como intérprete un mormón de apellido Spillsbury que venía acompañando a los norteamericanos.
Tampoco Gómez pudo convencer a Boyd.
Lo último que le propuso fue que ambos consultaran con sus superiores, para evitar que por un malentendido se fuera a suscitar un conflicto armado. Boyd respondió que no podía perder más tiempo y que “para morir son los hombres”. Lo último que le dijo Felix U.Gómez fue que los mexicanos también sabían morir y que si creía poder pasar, que lo intentara.
Y se retiraron cada uno hacía sus líneas.
Tal vez sí, o tal vez no imaginaron en ese momento que unos minutos después ambos estarían muertos.
Es el capitán de caballería Daniel González, partícipe en la batalla, quien narra lo sucedido:
Dice que al regresar a su línea el general Felix U. Gómez tuvo un extraño e inexplicable comportamiento. Parecía ajeno a lo que estaba por suceder y no dio ninguna instrucción a su ejército. “…permitió a todas las tropas americanas encadenar a su caballada frente a nosotros y se echaron pie a tierra extendiéndose en línea de tiradores con toda inmunidad. Desde ese momento ya la ventaja la llevaban ellos, dada la superioridad de armas y la posición “ que tenían.
González afirma que Uresti Gómez permanecía “atolondrado”.
El teniente coronel Rivas presionó a su general solicitándole autorización para desplazarse y cubrir la defensa del flanco izquierdo, a lo que este accedió.
La tropa americana seguía avanzando y los mexicanos permanecían inmóviles, sin instrucciones, como si sólo esperaran a ser aniquilados.
Otros oficiales volvieron a presionar a Uresti Gómez, quien ordenó esperar.
Según González y Rivas, poco después de las 7 de la mañana los norteamericanos hicieron el primer disparo.
Fue hasta entonces cuando, según González, el general mexicano ordenó a su trompeta que tocara la orden de hacer fuego. El primero en caer fue el propio general Gómez, muerto en el acto de un balazo en la frente.
Su lugar como comandante lo tomaría minutos más tarde, ya en plena batalla, el teniente coronel Rivas.
Contrariamente, en su “parte” Morey afirma: “Cuando estuvimos como a 300 yardas de los mexicanos, abrieron un fuego nutrido antes de que nosotros disparáramos un solo tiro: entonces nosotros abrimos también el fuego. Los mexicanos no corrieron…”
El estruendo de la fusilería y las ametralladoras, la confusión entre las tropas mexicanas, hombres y caballos heridos, el polvo y el olor a pólvora se apoderaron del escenario.
Boyd ordenó cargar resueltamente todo el fuego de su batallón sobre la ametralladora mexicana anidada a la entrada del pueblo. El mismo arremetió, decidido a entrar en Carrizal.
Pero el obstinado capitán que había jurado pasar sobre las tropas mexicanas fue recibido a boca de jarro por el plomo y cayó muerto.
El capitán Morey y su batallón dieron intensa pelea a los comandados personalmente por Rivas.
Una hora más tarde, alrededor del capitán González, narrador de la batalla y jefe de la metralla, sólo había 3 hombres ilesos. El resto estaban muertos o heridos. Pero también en la contraparte se notó en cierto momento un desplome en la intensidad del fuego. Un grupo mexicano de refresco entró oportunamente a auxiliar a Rivas, con gran éxito. La desbandada de los americanos que quedaban vivos confirmó lo que había sucedido entre el estruendo, el griterío y la polvareda:
Los norteamericanos habían sido derrotados.
Los sobrevivientes entre los 200 efectivos norteamericanos huyeron en desbandada y Rivas dio la orden de no perseguirlos.
Morey, continúa en su informe: después de una hora poco más o menos de tiroteo, durante el cual ambas compañías habían avanzado, la “c” a una posición a tiro de una ametralladora mexicana, y la “k”, un poco más a la izquierda, a la derecha estábamos sumamente ocupados para evitar un ataque por el flanco, un grupo de mexicanos se desprendió del pueblo haciendo un rodeo sobre nuestra retaguardia y nuestros caballos salieron al galope. Como a las nueve un pelotón de la compañía “k”, que se hallaba a nuestra derecha, se retiró. El sargento dijo que no podía permanecer allí. Ambos pelotones se retiraron como mil yardas al occidente y entonces juntamente con algunos hombres de la compañía “c” que allí estaban, se dispersaron… Yo estaba ligeramente herido… nada se supo del teniente Adárir; después de que la lucha principió, yo lo había visto de pie. Me encuentro oculto en una cueva como a 2000 yardas del campo de acción y están conmigo otros cinco hombres, dos de ellos heridos. También destaca que los mexicanos habían sido obligados debido a la tozudez de Boyd. Con gran dificultad, Morey logró llegar a Casas Grandes.
El ejército mexicano contabilizó 64 muertos.
Rivas dice que el combate duró 3 horas y media. Reporta 72 bajas mexicanas “entre muertos y heridos” y dice que hubo 27 prisioneros gringos… y que sólo 7 gringos, de los 150 que atacaron Carrizal lograron regresar con vida a su base.
Un mes después, – narra el Teniente Coronel Rivas – previo permiso concedido por el gobierno mexicano, vino una comisión de americanos encabezados por el señor H. P. Fuller a exhumar los cadáveres de los oficiales blancos, pero como para encontrarlos tuvieron que desenterrar antes 7 cadáveres de soldados negros, juntamente con los de los blancos fueron conducidos al cementerio nacional de Arlington, en donde reposan. El resto de los negros fueron abandonados.
Veintisiete prisioneros, todos negros, fueron enviados a Chihuahua junto con el intérprete y el cadáver del General Felix U. Gómez.
El resto de los caídos, de ambos bandos, permanecen en la fosa común, en Carrizal.
Por supuesto, luego del enfrentamiento se iniciaron rápidamente los contactos diplomáticos. Washington se apresuró a pedir al gobierno de Carranza que “no se hiciera apología de la batalla”. Evitar la publicidad fue su prioridad. Los hechos eran sumamente inoportunos para la campaña del presidente Wilson, a 5 meses de las elecciones y a sólo una semana de haber sido nominado candidato del partido demócrata.
Diez días después, el primero de Julio, las fuerzas norteamericanas desocupan San Buenaventura, Namiquipa y Santa Clara, las posiciones más “adentradas” hacia el sur del estado.
El total de las tropas de la Expedición Punitiva fueron concentradas en Colonia Dublán y ahí permanecerían inmóviles, en pleno ostracismo, hasta 3 meses después de las elecciones en los Estados Unidos, cuando el 7 de febrero de 1917 regresaron silenciosamente a su país, por instrucciones del ya reelecto presidente Wilson.
Dos días antes, el 5 de Febrero, fue promulgada la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que había sido ratificada el 31 de enero, sin que sufriera los cambios que los norteamericanos pretendían. Carranza había soportado con éxito y firmeza las presiones y había ganado también en la mesa de negociaciones, donde no otorgó ninguna concesión.
El cadáver de Uresti Gómez fue enviado posteriormente a Gómez Farías, Coahuila, de donde era originario y donde está sepultado. A través del tiempo se le han rendido varios homenajes. Existe un pequeño obelisco dedicado a su heroicidad en el jardín ubicado en la esquina de la privada de Independencia y Paseo Bolivar en la ciudad de Chihuahua. Fue promovido por la Unión de Tipógrafos Gutemberg – no por el gobierno- “haciéndose eco del sentimiento popular” y se construyó “por subscripción popular”. En el centenario de la Batalla de Carrizal fue develado su nombre escrito con letras de oro en el Congreso de Coahuila. En su honor llevan su nombre una avenida y una estación del Metro de Monterrey, N.L
En la Capital de la República no existe un monumento en su honor, ni en memoria de la batalla.
En la emblemática torre del Reloj de Ciudad Camargo, Chihuahua, localizada frente a la Presidencia Municipal y que fue construida en 1892 , se colocó una placa – desconozco cuando- “en honor de Felix U. Gómez y de los héroes de la batalla de Carrizal.”
En su “parte”, Genovevo Rivas informa:
“Por nuestra parte tuvimos que lamentar las bajas siguientes muertos: mi general Félix V. Gómez, el capitán primero Francisco Rodríguez, el teniente Daniel García, el teniente Evaristo Martínez, subteniente, Juan Lerdo, sargento primero, José Vázquez, cabo Juan Armijo, cabo Valente Armendáriz, cabo Ángel Torres, cabo José Bejarano, cabo Leonardo Flores, cabo Aurelio Estudiante; soldados: José Perales, Telésforo Gómez, Guadalupe Hernández, Gregorio Barraza, Pablo Martínez, Antonio Morelino, Miguel Martínez, José González, segundo, Evaristo López, Anastasio Rodríguez, León Jiménez, M. Rafael López, Marcos Mesa, Ramón Aguayo, Salvador Vera, Lorenzo Acuña, Faustino Balmaceda, Antonio Delgadillo y Ambrosio Rodríguez.
Heridos: capitán primero, Pánfilo Bustos, capitán segundo, Juan Velázquez, tenientes: Luis Flores, Antonio Peña y Marcos Hernández; subtenientes: Ernesto Padilla, Alfredo Saldaña, Urbano Hernández y José R. Villegas, sargentos primeros, Fernando Bernal, Agustín Hernández, Rosalío Vázquez y José Martínez; sargentos segundos: Demetrio Balladares, Abdón López, Delfino Rabala, Juan Arriaga, Fernando Torres: cabos, Perfecto Saldierna, Carlos Almazán, Pedro Juárez, Francisco Alcalá, y soldados: Luis Orozco, Feliciano Reyes, Máximo Resendis, Pedro Pérez, Nazario Rangel, Nemesio Reyes, Octavio Conde, Simón Vázquez, José Ramírez, Máximo Lozano, Epifanio González, Isidro Pérez, Pascual Morales, Refugio Molina, Luis García, Lucio Vidrios, Anselmo Flores, Juan Vargas y Eulalio Rodríguez.
El botín de guerra recogido al enemigo fue el siguiente: treinta y un fusiles maiiser (sic), tres mil cartuchos maiiser (sic) de ochenta milímetros, treinta y un caballos ensillados y un aparejo…”
* Dos mitos se han propagado que aquí conviene aclarar. Es falso que los norteamericanos hayan invadido Chihuahua para probar su ejército ante su inminente entrada en la Guerra Mundial. Una característica distintiva de la Primera Guerra Mundial fue el combate en trincheras, que en Chihuahua nunca se dio. Y, por otra parte, en el escenario bélico en Europa ya se estaban usando aviones militares, tanto franceses, como ingleses y alemanes y los norteamericanos los usaron dentro de su territorio. De manera que no fue en Chihuahua donde se usaron por primera vez aviones militares, sino fue aquí cuando los usó por primera vez el Ejército de los Estados Unidos fuera de su territorio. Y no los utilizó en combate, pues sólo sirvieron como correos, al igual que como los había utilizado ya dentro de su país. Por cierto, quien utilizó por primera ocasión un avión para combate fue el ejército de Italia en la guerra contra el Imperio Otomano, en Libia, entre 1911 y 1912.
** Genovevo Rivas recibió años después la condecoración del Valor Heroico. Fue Comandante de la XIV Zona Militar, combatió a los cristeros durante la llamada Guerra Cristera de 1926 a 1929 en los estados de Jalisco y San Luis Potosí, por lo que ascendió a general de brigada en 1938 y posteriormente combatió contra la rebelión del General Saturnino Cedillo. Llegó a ser gobernador provisional de su estado, San Luis Potosí y comandante militar de los estados de Querétaro, Oaxaca y Sonora. Posteriormente, al retirarse del ejército se dedicó a la agricultura. Murió ahogado accidentalmente en Potrero de Para, San Luis Potosí, en el año de 1947.