Este segundo resumen forma parte
de los preparativos de un próximo
viaje al país de los faraones
.
Al iniciar el siglo XIX el mundo occidental despertaba a un delirante apetito por el Egipto antiguo, estimulado por la expedición militar del entonces general Napoleón Bonaparte, que desembarcó en Alejandría el 1 de julio de 1798. A los 29 años de edad ya era una celebridad en Francia, aclamado por sus gloriosas victorias contra los ejércitos austriacos en Italia, y su prestigio le alcanzó para influir determinantemente en su nueva encomienda.
Integrada por 330 navíos y 45 mil hombres, la expedición a Egipto tenía el objetivo militar de estropear las rutas comerciales de Inglaterra, amenazar sus posesiones en la India y, eventualmente, penetrar en ellas. Fue el primer ataque directo a un país islámico desde las cruzadas. Pero también entrañaba otras misiones de carácter no bélico, en las que Napoleón tenía particular interés: evaluar la posibilidad de construir un canal entre el Mediterráneo y el Mar Rojo -la idea originaria del Canal de Suez- y estudiar a fondo los monumentos y las riquezas del siempre misterioso país del Nilo. Consecuentemente, junto a soldados y marineros viajaron 167 científicos y artistas de la Comissión des Arts et des Sciences, de reciente creación exprofeso. Amante de la historia y miembro del Instituto Francés de Egiptología, él mismo participó detenidamente en la selección de este contingente, designó a su director, Jean-Baptiste-Joseph Fourier, de 30 años de edad y dio orden de ser constante, detallada y personalmente informado de los avances.
La invasión arrancó exitosamente. El corso tomó Alejandría – un caserío con murallas ruinosas que no era ni la sombra de lo que fue en su esplendor- sin enfrentar más que una raquítica resistencia. Otras poblaciones como Al Rashid ( الرشيد ) a 60 kilómetros al este de Alejandría en el delta del Nilo, a la que los franceses bautizaron por supuesto paralelismo fonético como Rosseta, se rindieron sin luchar y lo recibieron como a un libertador. Posteriormente venció a los Mamelucos, que gobernaban Egipto desde el siglo XIII al amparo del Sultán Otomano. En la memorable Batalla de las Pirámides, las fuerzas francesas destrozaron a los desordenados enemigos musulmanes en un par de horas. Los sobrevivientes del ejército derrotado huyeron a Siria. Napoleón elaboró un festivo parte militar y envió las noticias a Paris, donde fue efusivamente celebrado. En su honor se construyó el pequeño Arco del Triunfo del Carrusel, que se puede admirar muy cerca del museo de Louvre.
Pero luego apareció en escena el célebre almirante Horatio Nelson – el mismo que en 1805 murió a consecuencia de las heridas que sufrió al obtener una gloriosa victoria contra la armada francesa en Trafalgar- y derrotó a las tropas napoleónicas en Abukir, entre Alejandría y Rosseta, mientras Napoleón se encontraba Nilo arriba. Sus tropas sufrieron también otras derrotas menores a manos de los otomanos que llegaron al refuerzo, por lo que Napoleón, advirtiendo mayores dificultades, prefirió abandonar Egipto y regresó a Francia el 9 de octubre de 1799, diciéndose triunfante. Ahí encontró un profundo caos político, en el que sólo él conjuntaba el aplauso general. Un mes más tarde, el 18 de brumario según el calendario de la Revolución – 9 de noviembre de 1799- ya era el amo de Francia, mediante su famoso coup d´etat.
Aunque en el teatro egipcio los franceses fueron derrotados definitivamente por los ingleses que obtuvieron la llamada Capitulación de Alejandría en 1801 -los galos resintieron 9 mil bajas- la expedición científica de Napoleón rindió enormes frutos y a todas luces fue un éxito memorable.
Los científicos y los artistas a las órdenes de Fourier lograron un magnífico registro de sus exploraciones y descubrimientos durante 3 años de intensa labor y también crearon el Instituto de El Cairo -una suerte de museo improvisado- del que Fourier fue Secretario. El monumental trabajo científico y artístico generó la impresionante obra denominada “Description de L´Égypte”, compuesta por nueve volúmenes de texto y diez tomos con más de 3,000 dibujos y pinturas que se imprimieron en Paris a partir de 1809, constituyendo la mayor compilación sobre el Egipto antiguo conocida hasta entonces y la primera gran monografía de un país que se tenga memoria. También se realizaron 387 láminas en bronce que fueron exhibidas en distintas ciudades para el asombro y la admiración del mundo.
Pero sobresalientemente, para gloria plena de la egiptología, durante la misma expedición, el 15 de julio de 1799 el teniente de ingeniería napoleónico Pierre-François Bouchard fue atraído por una estela, una piedra de granodiorita – roca ígnea plutónica con textura fanerítica parecida al granito, de las que se forman a partir de un enfriamiento lento, a gran profundidad y en grandes masas del magma- que formaba parte del “Fuerte Julien”, en las afueras de Rosseta. Esta piedra, de 760 kilos, pulida en una de sus caras, contenía extrañas grabaciones que interesaron al ingeniero. Su curiosidad lo llevó a rescatarla. El teniente era un hombre culto y curioso. Había empezado su carrera militar en 1793, en un batallón de granaderos acuartelado en París en el que alcanzó el rango de sargento mayor. Pero sus inclinaciones científicas hicieron que sus superiores se fijaran en él. Tenía estudios de matemáticas y filosofía, entre otras materias, pero además se había introducido en un campo por el que los militares mostraban mucho interés: los vuelos en globo . Bouchard fue destinado a la Escuela Nacional de Aerostática, de la que acabó siendo subdirector y en la que impartió clases de matemáticas, ya con el rango de teniente. La explosión de un laboratorio en el que se experimentaba un proceso para producir hidrógeno estuvo a punto de causarle la muerte. Lejos de acabar con su carrera el accidente animó a Bouchard, que decidió perfeccionar sus conocimientos. Ingresó en la Escuela Politécnica, donde estudió geometría descriptiva y se especializó en la construcción de fortificaciones. Cuando aun no concluía sus estudios, fue movilizado para unirse a la expedición a Egipto en abril de 1798.
La Piedra no había sido grabada allí, pero con seguridad fue llevada para usarla como material en la construcción del fuerte ya en época de los mamelucos, que acostumbraban usar piedras de antiguos templos y palacios egipcios para sus construcciones de cualquier tipo. El célebre egiptólogo Ernest A. Wallis Budge apuntó que pudo ser durante la construcción de fortificaciones en Alejandría y Rashid ordenada por el califa Al-Ashraf Kansuh Al-Ghuri, entre 1501 y 1516. Mostrada por Bouchard a su comandante, éste ordenó que fuera llevada al Instituto en El Cairo para ser analizada y traducida. Se le conoce como La Piedra de Rosseta, mide 112.32 centímetros de alto por 75.74 de ancho y 28.4 de espesor y pesa 760 kilos. Su peculiaridad es que tiene inscritos tres bloques de textos que hoy se sabe son un decreto sacerdotal en agradecimiento al faraón Ptolomeo V del año 196 aC, -de entonces sólo 13 años de edad- en el primer año de su reinado. El descubrimiento se anunció al Institut d’Egypte , en un informe del miembro de la Comisión Michel Ange, en el que destaca la mención de los tres textos. El propio Napoleón la conoció y acarició poco antes de su regreso a Francia.
El texto inferior está grabado en koiné, griego antiguo usado como lengua común por todos los pueblos helénicos tras la muerte de Alejandro Magno, ampliamente conocido en nuestra era; la parte intermedia, en demótico, -nombre griego dado a la última fase cursiva de la escritura hierática, propia de la casta sacerdotal, es decir, egipcio de forma simplificada utilizada para asuntos civiles; El término fue utilizado por primera vez por el historiador griego Heródoto – y la superior, en jeroglíficos, una de las escrituras más elegantes, de gran valor artístico y cualidades estéticas que ha compuesto el ser humano.
Esta pieza y el cotejo de los textos que dicen prácticamente lo mismo salvo pequeñas diferencias en las tres escrituras distintas, fue determinante para que en 1822 -este año celebramos la efeméride bicentenaria- el brillante políglota francés Jean-François Champollion -quien desde niño mostró una singular genialidad lingüística- diera a conocer al mundo que había logrado descifrar los llamados jeroglíficos egipcios.
Por primera vez luego de mil 400 años de permanecer en desuso, regresó a la luz del entendimiento una escritura faraónica que por siglos permaneció en tinieblas. Sin embargo, pese a lo que universalmente se afirma, no fue directamente de la Piedra de donde Champollion obtuvo las claves iniciales para descifrar los jeroglíficos egipcios. Ya lo veremos.
La última vez que se había escrito un texto en jeroglíficos, que se conserve, fue en el Alto Egipto, cerca de la primera catarata del Nilo, en la pequeña Isla de File, en lo que fue un hermoso templo dedicado a la diosa Isis. Allí, en el año 394 d.C., concretamente el 24 de agosto, un escriba sacerdotal llamado Esmet-Akhom grabó toscamente en el muro de la llamada Puerta de Adriano una inscripción que contiene una parte en escritura jeroglífica y otra en escritura demótica, ante una figura del dios Mandulis a quien se dedica. El emperador romano Teodosio, quien decretó al cristianismo como la religión oficial del Imperio Romano, ya había prohibido 2 años antes, en 392, usar la escritura egipcia y ordenado cerrar todos los templos “paganos”. Este había permanecido desobediente recibiendo visitas de blemios -antiguos nómadas de origen nibio- que habitaban las colinas del Mar Rojo, para rendir homenaje a la diosa Isis.
La inscripción jeroglífica dice:
“Ante Mandulis, hijo de Horus, por la mano de Esmet-Akhom, hijo de Esmet segundo profeta de Isis, sempiterno. Palabras pronunciadas para Mandulis, señor del abatón, gran dios.”
La inscripción demótica dice:
“Yo Esmet-Akhom, escriba del archivo de Isis, hijo de Esmet-Panekhate, segundo profeta de Isis, cuya madre es Eswe-Ra, he grabado esta figura de Mandulis para eternizarlo, porque me favorece. Hoy, en el día del aniversario de Osiris, en su fiesta del año 110 (de la época de Diocleciano) .”
Posteriormente el emperador Justiniano ordenó el cierre definitivo del templo, el encarcelamiento de los sacerdotes y el traslado de sus estatuas a Constantinopla. El templo fue dedicado a San Esteban. No se ha encontrado leyenda posterior en jeroglífico de la época en que esa escritura estuvo viva desde 3 mil 400 años antes de Cristo. Al paso de los siglos cayó en el olvido y se volvió ininteligible, desapareciendo de la faz de la tierra la capacidad de leerlos y escribirlos.
Hasta que la rescatara Champollion.
Innumerables estudiosos lo habían intentado, pero fue él quien dio con la clave. Así describió su descubrimiento: “Es una escritura a la vez pictórica, simbólica y fonética dentro del mismo texto, la misma frase, e incluso dentro de la misma palabra».
Ciertamente Champollion descubrió que los llamados jeroglíficos por los griegos, ( hieroglífico en castellano desusado, y éste del latín tardío hieroglyphĭcus, y éste del griego ἱερογλυφικός, o sea ἱερός hierós, sagrado; γλύφειν, glyphein, tallar o grabar; y κός, icos, relacionado con) son una combinación de ideogramas, como el chino, símbolos que representan ideas; pictogramas como el lenguaje de las pinturas rupestres que representan palabras completas, generalmente con la imagen de su propio objeto, como por ejemplo el sol; fonogramas o caracteres fonéticos, es decir letras individuales, o dobles, e incluso triples o múltiples, más un ingrediente adicional: los determinativos. Los determinativos jeroglíficos indican categorías de palabras, sobre todo en el caso de las muy comunes como pronombres, preposiciones, conjunciones y adverbios. Algunas palabras se escriben con los mismos signos, pero tienen significados distintos y deben ser acompañadas de uno o varios caracteres determinativos para precisarlas. Por ejemplo hay un ideograma para la palabra escribir, que acompañada de un determinativo como la figura de un hombre, significa escritor, o de un determinativo como un rollo de papiro para significar libro, escrito o escritura. También sirven los determinativos para diferenciar elementos tangibles de elementos abstractos, o cuando es un significado simbólico. Un león puede significar al felino, pero también fuerza, poder. De manera que uno, dos o múltiples elementos combinados conforman un logograma “jeroglífico”.
La academia mundial concuerda en que el momento del anuncio del descubrimiento de Champollion, realizado en la famosa carta a la Real Academia de las Inscripciones y Bellas Letras de París dirigida a su director Monsieur Dacier ( Lettre à M. Dacier relative à l’alphabet des hiéroglyphes phonétiques) el 27 de septiembre de 1822, aunado con la publicación de la Description de l’Égypte, significa el inicio de la Egiptología como ciencia humanística y valida el merecimiento de Champollion como el padre de la lingüística egipcia.
La Piedra de Rosseta fue fundamental.
Aunque el mariscal Jacques-François de Menou, barón de Boussay, que quedó al frente de las tropas francesas tras la partida de Napoleón, intentó de diversas maneras evitarlo, – como fingir que no la tenía, embarcarla fallidamente de contrabando o esconderla envuelta en telas entre sus pertenencias personales- finalmente la Piedra fue apropiada por los ingleses incluida en el botín de guerra -confiscada en la propia casa de Menou en Alejandría- como parte de la capitulación francesa, y se encuentra expuesta en un sitial de honor en el Museo Británico de Londres, que alberga más de 7 millones de obras de arte de muy diversos rincones del mundo. Sobre todas, es su pieza más visitada. Al pie, una frase anuncia: “conquistada por los ejércitos británicos”. De hecho, en cumplimiento de la capitulación los franceses debieron entregar todo lo que habían acumulado en el Instituto de El Cairo, pero la Piedra fue lo que más escatimaron.
Esa resistencia a entregarla y una serie de mitos propagados entre los ingleses los hizo suponer que contenía secretos militares, o quizá astronómicos o de medicina. También se llegó a especular que contendría ideas que nadie en el mundo moderno había pensado jamás, pues los ingleses no la conocían y por lo tanto no sabían lo que decía el texto en griego y menos que, como ahí se especificaba, las otras dos escrituras comunicaban lo mismo. Ante esa expectativa, el alto mando en Londres movilizó desde Atenas a Egipto al experto William Hamilton, un conocedor que tuvo participación determinante en la sustracción de un valioso conjunto de esculturas del Partenón, incluyendo un gran friso pétreo del frontón, y en el rescate de otras piezas que se hundieron en un naufragio y que fueron arrancadas y llevadas a Inglaterra por gestión de Thomas Bruce, conde de Elgin, más conocido como Lord Elgin, que fuera embajador británico ante el Imperio Otomano, entonces dominante en Grecia. Elgin afirmó contar con un “ferman,” es decir una autorización por escrito del gobierno de la Sublime Puerta, otorgado por su amigo el sultán Selim III, que le autorizaba a desprender las piedras que requiriera, pero como el documento no ha sido encontrado, se afirma que fue falsificado, o nunca existió alguno. Elgin vendió los Mármoles al gobierno británico en 1816. Estas magnificas joyas arqueológicas, conocidas como Los mármoles de Elgin, también se exhiben actualmente en el Museo Británico de Londres. ( El Museo Británico de Londres es el primer museo nacional público del mundo. Se fundó el 7 de enero de 1753, tras la muerte de Sir Hans Sloane (1660-1753), un médico, naturalista y coleccionista irlandés que donó su enorme colección privada de más de 71.000 objetos al pueblo británico a cambió de 20.000 libras esterlinas. La visita siempre ha sido gratuita para todo público). En total, la colección Elgin representa más de la mitad de las esculturas decorativas originales del Partenón, 75 metros de los casi 160 que tenía el friso original; 15 de las 92 metopas ( placas cuadradas esculpidas en mármol pentélico situadas sobre las columnas del peristilo que evocan la oposición entre el orden y el caos, entre el ser humano y la bestia, entre la civilización y la barbarie, e incluso entre Oriente y Occidente; otra gran cantidad fueron destruidas por los cristianos cuando el Partenón fue convertido en iglesia) y 17 figuras parciales de los frontones, así como otras piezas de arquitectura, incluidas las procedentes de otros edificios de la Acrópolis ateniense, como los Propileos y el Templo de Atenea Niké. La remoción se completó en 1812 con un costo personal para Elgin de 74,240 libras esterlinas, (equivalente más o menos a 4 millones 700,000 libras de la actualidad). Elgin tenía la intención de usar el tesoro para decorar Broomhall House, su villa en Dunfermline, Escocia, pero una costosa demanda de divorcio lo obligó a venderlas para saldar sus deudas, con una enorme pérdida. Elgin obtuvo por su venta 35,000 libras, es decir menos de la mitad de lo que le costó obtenerlo, rechazando ofertas más altas de otros compradores, incluido Napoleón. No son las únicas piezas de la antigua Grecia que exhibe el museo, pues cuenta con otras magníficas colecciones además de la de Elgin.
La Piedra de Rosseta llegó al puerto inglés de Portsmouth en febrero de 1802. En esta época, Portsmouth era el puerto militar más importante de Inglaterra, y durante el siglo XIX llegó ser considerado como el más fortificado del mundo. Así, los ingleses tenían la Piedra en su poder y en su país. Pero los franceses habían hecho copias litográficas y en yeso de lo escrito en ella. La habían perdido en la capitulación, pero aún aspiraban a la verdadera gloria, que sería para quien lograra descifrarla.
En julio de 1802, La Piedra de Rosetta fue presentada al Museo Británico personalmente por el rey Jorge III. El peso de las antigüedades egipcias era tanto que los pisos del recinto no las soportaban y estuvieron en peligro de colapsar, de manera que fue preciso construir un ala nueva. Desde entonces la Piedra de Rosetta ha permanecido en el Museo Británico, salvo casi al final de la Primera Guerra Mundial, que ante la amenaza de bombardeo al museo fue llevada en 1917 a un escondite en la estación del subterráneo Ferrocarril Postal -cuya construcción aun inconclusa estaba en receso por la guerra- en el distrito londinense de Holborn, donde pasó dos años a 15 metros bajo tierra.
Los logros derivados de la expedición napoleónica y el arribo de los tesoros egipcio y griego a Londres avivaron en Europa una enfebrecida egiptomanía y una ferviente lucha por hacerse de antigüedades faraónicas, lo que permitió y favoreció la formación de las colecciones egiptológicas que hoy día albergan grandes museos europeos, norteamericanos y de otras naciones, aun en sitios remotos. Por ejemplo, en el Museo de Pedro Coronel en Zacatecas podemos apreciar un sarcófago, y las esculturas de un Ibis y un buitre egipcios de más de 3 mil 500 años de antigüedad, prácticamente fuera de contexto. El saqueo de tesoros egipcios fue profuso principalmente en la época del dominio mameluco, pues a los amos otomanos no les representaban ningún valor ni respeto.
En 1802 las copias de La Piedra de Rosseta circularon por varios centros del saber de Francia, y múltiples universidades europeas, excitando a numerosos eruditos a la aventura de descifrar los jeroglíficos. Así, fueron desempolvadas antiguas teorías y supuestos acercamientos al respecto. Volvió a circular, por ejemplo, el nombre de Horapolo del Nilo, un sabio gramático, filósofo y teósofo, considerado uno de los últimos líderes del sacerdocio del Antiguo Egipto que enseñó tanto en Alejandría como en Constantinopla en el siglo V de nuestra era y que escribió una obra conocida como Hyerogliphica en la que consigna el descubrimiento de decenas de signos jeroglíficos, la mayoría de los cuales no resultaron ciertos. Sin embargo, algunos sí lo fueron. Entre otros, Horapolo descubrió que la palabra “madre” se escribe en jeroglífico con la figura de un buitre, lo cual es verdad. Pero en su momento sustentó su afirmación en el supuesto de que “todos los buitres son hembras” y comprometió su prestigio a la aseveración de que no existen buitres macho. Rápidamente se demostró lo contrario y Horapolo fue públicamente ridiculizado y sus aportes fueron repudiados. Para colmo, Horapolo tuvo que huir porque estaba acusado de planear una rebelión contra los cristianos y su templo dedicado a Isis y Osiris fue destruido. Sin embargo, su obra retomó un enorme éxito en la Europa del siglo XV, al ser publicada en Florencia en 1419 y considerada hermética, es decir, referente a verdades ocultas con las que se identifica a Hermes Trismegisto. Esto provocó una ola prerrenacentista que llevaría a los europeos a empeñarse en la búsqueda de todo lo concerniente a Egipto, pero de ninguna manera desembocó en una aproximación a descifrar los jeroglíficos.
También recurrieron los eruditos de principios del siglo XIX, sin éxito alguno, a Athanasius Kercher, un sacerdote jesuita del siglo XVII, políglota, orientalista, docto de corte enciclopédico que comenzó a formar palabras con signos jeroglíficos, algo nunca antes ensayado. Sin duda iba bien, pero en lugar de profundizar en sus estudios prefirió inventar. Tanto, que llegó a convencer falazmente al papa Inocencio X de que sabía leer la escritura del antiguo Egipto, quien, para su alivio, le pidió no revelar sus secretos. La iglesia de Roma temía que contradijeran las Sagradas Escrituras. Su atractivo estilo literario le dio renombre, pero los jeroglíficos permanecieron mudos.
Lo cierto es que durante la edad media y el renacimiento prácticamente todos los estudios de los jeroglíficos se enfocaron a la obsesión de relacionarlos con relatos bíblicos y esotéricos.
Las más prestigiadas apreciaciones del siglo XVIII intentaron explicar racionalmente el origen divino de la escritura jeroglífica. Pretendían los eruditos que era expresión visual de una sabiduría insondable cuya clave fue patrimonio de los sacerdotes egipcios que mediante esta escritura, ideal y secreta, ocultaban al vulgo su conocimiento sobre realidades de gran profundidad mística. Era para ellos una escritura sagrada manifiesta mediante objetos de la naturaleza y elementos mágicos, que no correspondía ni debía investigarse con la concepción tradicional de la escritura, es decir, de signos lingüísticos.
Pero en 1802, recién llegada la Piedra a Inglaterra, aparecieron en escena Johann David Akerblad (Estocolmo, 6 de mayo de 1763 – 7 de febrero de 1819) y Antoine Isaac Silvestre de Sacy (París, 21 de marzo de 1758 – 21 de febrero de 1838.)
De Sacy y Akerblad fueron los primeros en sacudirse los prejuicios esotéricos medievales y renacentistas y en cambiar el paradigma, enfocándose en la posibilidad de que el jeroglífico fuese una escritura como todas las de todos los pueblos. Akerblad fue un diplomático y orientalista sueco que estudió literatura clásica y oriental, graduándose en historia en 1782. Al año siguiente fue empleado en la Cancillería Real y, gracias a su conocimiento de varios idiomas, fue enviado en 1784 por el gobierno sueco a Constantinopla, una oportunidad que utilizó para viajar a Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto. En 1802 Akerblad se convirtió en secretario de la Embajada sueca en París, donde conoció a de Sacy. De Sacy, quien había estudiado lenguas semíticas, en 1795 fue nombrado profesor de lengua árabe en la École Spéciale de Langues Orientales Vivantes, donde ejerció un importante magisterio con alumnos provenientes de toda Europa. En 1802 fue maestro de Akerblad y de 1807 a 1809 también de Champollion. Akerblad y de Sacy iniciaron juntos estudios de la Piedra de Rosetta, pero no obtuvieron ningún resultado relevante. Akerblad abandonó su carrera diplomática y se trasladó a Roma para estudiar lingüística y reanudó por su cuenta el trabajo iniciado con de Sacy. En sólo 2 meses logró identificar todos los nombres propios en la parte del texto en demótico. También logró descifrar las palabras «griego”, «templo» y «egipcio”, así como encontrar la pronunciación correcta de 14 de los 29 signos demóticos. Fue entonces que publicó su versión del alfabeto demótico. Sin embargo, pensó erróneamente que todos eran solo de naturaleza fonética. El alfabeto demótico significó una importante ayuda para el trabajo de Champollion.
Por su parte, de Sacy también hizo algunos progresos en la identificación de nombres propios en la inscripción demótica. Hubo pues un importante avance de ambos en cuanto al texto en demótico, pero ni un ápice en relación con los jeroglíficos.
Cuando de Sacy fue profesor de Champollion, pareció inicialmente animarlo en sus investigaciones, pero la relación entre ambos se vio estropeada porque mientras Champollion era un entusiasta simpatizante de Napoleón, de Sacy era un decidido realista. En 1807, antes de su distanciamiento, de Sacy puso a Champollion en contacto con el sabio inglés Tomas Young, un afamado médico, extraordinario polímata, que en sus vacaciones veraniegas de 1814 llevó a su casa de campo una copia de la Piedra de Rosseta, atraído por representar un gran problema famoso que podría resolver, como había resuelto tantos otros. Por ejemplo, interesado en la propagación de la luz, demostró convincentemente su naturaleza ondulatoria, corrigiendo las teorías de Isaac Newton y sentando los cimientos para que a comienzos del siglo XX se comprendiera la doble naturaleza de la luz como onda y como partícula, bases de la física contemporánea y de la mecánica cuántica. Quiso saber sobre el ojo humano y sus descubrimientos son determinantes en la óptica moderna, incluyendo la fotografía espacial y la telescopía intergaláctica. Cuando en su juventud comenzó a tomar clases de baile, trazó con regla y compás un diagrama matemático de los movimientos del minué, para perfeccionarlos. Sus aportaciones se cuentan por docenas y la Enciclopedia Británica lo considera la mente más brillante de su época; sus artículos en ella publicados abarcan más de 20 campos del conocimiento. En su biografía se afirma que a los 5 años de edad ya había leído la biblia completa.
Al principio Young y Champollion intercambiaron ideas sobre sus indagaciones, pero más tarde Sacy, le aconsejó a Young que no compartiera su trabajo con Champollion, a quien describió en una carta como “un charlatán”. Young canceló todo contacto directo con Champollion y no volvió a responder sus cartas.
Pero en 1814 Champollion vio interrumpida su vida de estudioso e investigador incansable. El fracaso de su héroe Napoleón Bonaparte en el frente ruso en 1812 y la derrota en la batalla de Leipzig el 19 de octubre de 1813 lo llevaría a la abdicación el 20 de abril de 1814 y al exilio en la Isla de Elba. Luis XVIII subió al trono de Francia. Los realistas venían por la revancha. Tanto Jean-François como su hermano y protector Jacques Joseph eran fervientes y públicos partidarios del emperador y rápidamente comenzaron a sentir los efectos sociales de la derrota, aunados con la falta de fondos para su sustento.
Cuando Napoleón regresó a Francia después de fugarse de Elba en 1815, de camino a París se detuvo un día entero en Grenoble donde se reunió y conversó con los hermanos Champollion. Tanta fue la impresión que le produjo a Jacques Joseph que tomó la decisión de abandonar a su familia y seguir a Napoleón hasta Waterloo. Por su parte, rebosante de pasión política, Jean-François subió a la ciudadela de su pueblo, arrancó la bandera de la Flor de Lis de los Borbones e izó la tricolor; luego publicó un articulo en la gazeta local, titulado “Napoleón es nuestro príncipe legítimo”. Años antes había repudiado el “nuevo despotismo” por el que se deslizó el régimen revolucionario -que en sus inicios apoyó sin reserva- “con sus edictos y decretos autoritarios” y llegó a manifestarse abierta y claramente contra la coronación de Napoleón como Emperador. Pero obviamente esa visita lo hizo retomar sus viejas simpatías por el “revolucionario”. Llegadas las fatales noticias de Waterloo, el gozo se fue al pozo y como Grenoble seguía fiel al corso, fue bombardeada conjuntamente por los ejércitos de Austria y Cerdeña. Jean-François, preocupado por su hermano mayor que se encontraba de regreso en París, le escribió resignado: “sálvate tú… yo no tengo esposa ni un hijo”.
En 1816 ambos hermanos fueron oficialmente expulsados de la Universidad y condenados al destierro en Figeac, el pueblo que los vio nacer, compartiendo la casa familiar con su anciano y alcohólico padre y dos de sus tres hermanas, las solteras Thérèse y Marie-Jeanne. En 1817 le levantaron la sentencia al menor de los Champollion y pudo regresar a Grenoble donde, en diciembre de 1818, por fin se casó con Rosine.
Hacia finales de 1821 Champollion hizo verdaderos e importantes progresos en sus estudios de los signos jeroglíficos. Primero, logró demostrar que la escritura hierática no era sino una forma más simple y abreviada de la escritura jeroglífica y la escritura demótica era una versión posterior y todavía más simplificada de la hierática. Ese mismo año pudo clasificar y componer una tabla de 300 signos jeroglíficos, hieráticos y demóticos, lo que le permitió hacer transcripciones entre los tres. Ya andaba cerca.
Pese a los extraordinarios avances de sus trabajos, su vida personal no iba nada bien. Volvía a estar enfermo, deprimido, sin empleo y otra vez en París. Compartía casa en la rue Mazarine, cerca del Louvre y de Instituto de Francia, donde su hermano había encontrado un trabajo miserable.
Mientras tanto, Young, adinerado, estable, elegante y disciplinado, también había progresado. Fue el primero en darse cuenta de que algunos de los jeroglíficos de la Piedra de Rosetta representaban los sonidos del nombre de un faraón: Ptolomeo.
La inscripción en la Piedra de Rosetta es un decreto emitido por un consejo de sacerdotes egipcios elogiando la generosidad del faraón Ptolomeo V, en el primer aniversario de su coronación, y enlista las “buenas obras” a favor de los templos por parte del rey.(La transcripción puede leerse al final.) Es decir, un aplauso de la clase sacerdotal a los beneficios concedidos por el faraón.
La Piedra está fracturada. Le faltan trozos tanto a la izquierda como a la derecha en la parte superior y en la esquina derecha inferior. El área del texto jeroglífico es la más dañada por lo que sólo cuenta con 14 líneas; el demótico contiene 32 y el griego, 54.
Young había partido en 1814 de una convicción: el misticismo que rodeaba al misterio de los jeroglíficos era una tontería. No creía que fuera a resolver ningún “misterio del universo”.
Por el contrario, había muchas peguntas prácticas por resolver: ¿Los signos son ideas o son letras, en qué dirección se lee, de derecha a izquierda o de izquierda a derecha, de arriba abajo, o cómo?
Comenzó concentrándose en las palabras de un modo gráfico. Primero localizó líneas en el texto griego con palabras que aparecían más de una vez. Luego intento localizar en el texto demótico líneas que contuvieran grupos de signos repetidos las mismas veces. Un ejercicio tendente a resolver la ecuación de “si dicen lo mismo, en qué se parecen gráficamente”. Así pudo localizar 86 traducciones demóticas, incluyendo las palabras “ rey”, “Ptolomeo” y “Egipto”. En ese mismo punto se habían detenido de Asasy y Akerlman, pero Young siguió adelante. A continuación se enfocó en unos recuadros ovalados, o grupos de signos encerrados por una cuerda ovalada con los extremos anudados, a los que se les llama “cartuchos”. Con esa denominación los bautizaron los soldados franceses por la semejanza visual con sus municiones. Los “cartuchos” parecían estar colocados estratégicamente en templos y tumbas, según los registros de la expedición científica, y se especulaba que pudieran contener nombres de algún faraón, o quizá el título, o lo que hoy llamamos “encabezado” de algún escrito. Young dedujo que si el edicto estaba dedicado en honor de Ptolomeo, su nombre lógicamente debía aparecer en jeroglífico en los cartuchos. Su mente brillante también lo hizo suponer acertadamente que como Ptolomeo era un nombre griego, los egipcios debieron haberlo escrito fonéticamente, pues si los jeroglíficos fuesen ideogramas, no tendrían símbolos ideogramáticos para los nombres y las palabras extranjeras. Así, relacionó correctamente las letras griegas del nombre Ptolomeo y su vinculación con los espacios en demótico, con los jeroglíficos de uno de los cartuchos. ¡Gran acierto!
Efectivamente, en 1818 en la casa veraniega de Tomas Young la sección jeroglífica había dicho su primera palabra: Ptolomeo.
Pero aún faltaba mucho para cantar victoria. La ubicación del nombre del faraón no implicaba hacer extensiva la lectura a otros textos, pues la clave de la escritura seguía oculta.
Se refiere al faraón Ptolomeo Epífanes, “El Ilustre” ( 204 – 180 a. C. ) quinto rey de la dinastía Lágida o Ptolomaica -pues todos se llamaron Ptolomeos o Cleopatras – la que permaneció más tiempo en el poder del antiguo Egipto, iniciada por el primer Ptolomeo, quien fue un general macedonio muy cercano a Alejandro Magno, y que a la muerte de éste en 323 aC y de la desintegración de su imperio, asumió el poder en Egipto y 19 años después se coronó faraón. Se le conoce también como dinastía “Lágida” porque el primer Ptolomeo fue hijo de un guerrero llamado Lagos. Ptolomeo V era hijo de Ptolomeo IV y de su hermana y esposa Arsínoe III. Ya desde su nacimiento había sido asociado por su padre al trono, que debió ocupar a la muerte de aquél, cuando contaba con tan sólo cinco años de edad, pero en realidad fue coronado hasta cumplidos los 13. Reinó con el nombre Neswt Biti (o literalmente nombre faraónico de la Abeja y el Junco, símbolos de las Dos Tierras, Alto y Bajo Egipto) de Iua-en-netjerui meruy-itu Setep-en-Ptah Userka-Ra Sekhem-anj-Amon (Heredero de los dioses Filopator, Elegido de Ptah, El ka de Ra es poderoso, imagen viviente de Amón) . Los primeros años de su nominal reinado estuvieron controlados por los ambiciosos traidores Sosíbio, Agatócles y su hermana gemela Agatocleia, que habían gozado de enorme influencia durante el reinado de su padre, Ptolomeo IV. Desaparecido este rey, cuya muerte ocultaron, los intrigantes dieron muerte a Arsínoe III, la madre y tutora de Ptolomeo V, para evitar que ejerciera de regente. Tiempo después, una vez muerto Sosíbio, Agatócles se convirtió en regente al esgrimir un testamento falso. Después de intentar dar muerte al joven Ptolomeo V, Agatócles y su hermana fueron linchados por los ciudadanos de Alejandría, cuando el niño heredero huyó de palacio pidiendo ayuda. Entonces el poder pasó a manos de Tleopólemo, Gobernador de Pelusio y Guardián del Gran Sello. Al cumplir 13 años Ptolomeo V fue oficialmente coronado.
Sirios y macedonios (Antíoco III Megas y Filipo V Nicátor) habían acordado en secreto apropiarse de los territorios egipcios en el extranjero, en el contexto de la 5ª Guerra Siria (202-201 a.C.) El ejército de Ptolomeo V fue derrotado en Paneion y en Escopas implicando la pérdida definitiva de Celesiria, Fenicia, Judea y Caria, pronunciando la decadencia del reino Lágida. Firmada la paz (en la que intervinieron conciliatoriamente los romanos a petición de Ptolomeo V) el rey egipcio, que ya tenía dieciocho años de edad, se casó con Cleopatra I, una hija de su antiguo enemigo Antíoco III de Siria. Fue la primera Cleopatra en Egipto y a partir de entonces se incrementaron los magnicidios y golpes de estado. (La última, Cleopatra VII, es la más famosa, que fue amante de Julio César y de Marco Antonio y con ella terminó la dinastía y la era de los faraones) El matrimonio con Cleopatra le aportó a Ptolomeo V como dote la perdida Celesiria y además los impuestos, no los territorios, de Fenicia y Judea; le dio tres hijos y todos fueron reyes: Ptolomeo VI, Cleopatra II y Ptolomeo VIII. Ptolomeo V fue coronado en dos ceremonias separadas: la primera de ellas tuvo lugar en Alejandría, según el rito greco-macedonio (antes la única coronación acostumbrada en su dinastía) y la segunda en Menfis (la milenaria capital egipcia) en el templo del dios Ptah. Fue así el primer soberano lágida que se sometió a la ceremonia de coronación de los antiguos reyes del Alto y Bajo Egipto; pero este proceso de asimilación de la monarquía greco-macedonia a la tradición egipcia no fue gratuito. En efecto, la deteriorada situación tanto en el interior como en el exterior, habían acentuado la decadencia de la monarquía, dejando al joven rey impotente ante el clero egipcio. Ahora, en 197 a.C., la monarquía “extranjera” obtuvo garantías de apoyo por parte del “renacido” poderoso clero egipcio, en el momento crítico por el que atravesaba, pero a cambio el clero obtenía la exención de impuestos, que es lo que junto a otros favores le agradecen los sacerdotes en los textos de la Piedra de Rosetta. Se ordenó colocar placas conteniendo el edicto -como la Piedra- en todo el país. Un texto muy parecido puede leerse en el patio del templo de Filae antes de entrar a la sala hipóstila, en la pared de la deidad león Miysis. Este templo milenario tiene una gran importancia histórica ya que, según la leyenda, cuando el rey Osiris fue asesinado por su hermano Seth, quien esparció su cuerpo desmembrado a lo largo de todo el país, su esposa Isis recogió las partes y se refugió en la Isla de Filae para reconstruirlo. Al igual que otros templos como Abu Simbel, fue desmantelado piedra a piedra y trasladado a otra ubicación cercana para que no quedara inundado por la construcción de la presa de Aswan entre 1959 y 1970, en la época del presidente Gamal Abdel Nasser.
Cuenta la leyenda que Champollion dio su primer paso en relación con los jeroglíficos siendo un niño de 11 o 12 años, cuando tuvo su primer contacto con lo egipcio al conocer la colección privada de Jean-Baptiste-Joseph Fourier (1768 – 1830), – de quien su hermano Jacques Joseph ya era secretario- una de las más prestigiosas de Francia. Como dijimos, Fourier fue el director del contingente de científicos y artistas de la expedición napoleónica a Egipto. Prefecto del liceo de Grenoble a su regreso de Egipto, donde estudiaba el jovencito Champollion, gustaba de mostrar su colección a sus eruditos colegas. Un buen día su invitado fue el distinguido alumno que mostró un evidente interés. Miraba ensimismado los dibujos grabados sobre la Piedra y preguntó ¿Qué es ese arte? Fourier le respondió que se creía que era la forma de escritura de los egipcios antiguos.
¿Qué dice esa escritura?
Nadie sabe, respondió Fourier. No se ha descubierto cómo leerla.
“Yo lo leeré…cuando sea mayor lo leeré”, afirmó Champollion.
A los 14 años entró a la universidad. Antes de los 17 ya dominaba latin, griego, hebreo, árabe, sirio, caldeo, sanscrito, copto, algunos dialectos de china y estudiaba textos del Zenda, los idiomas más antiguos como el parsi y el pahlavi y aprendía nahuatl y mixteco.
No está claro si fue Fourier o “un primo que fue en la expedición” de Napoleón, como dicen algunas fuentes, quien le dio a Champollion su primera copia en papel de la Piedra de Rosetta. Lo cierto es que sus primeros estudios de la Piedra se centraron en el descifrado del demótico y su relación con el idioma copto. Antes creía que los jeroglíficos eran simbólicos, pero ese cotejo lo hizo recapitular: si el texto griego de la Piedra tiene 486 palabras y en el egipcio hay 1,419 jeroglificos- como se creía entonces- eso sólo podía significar que la escritura egipcia no es sólo ideográfica, pues si fueran ideas, habría muchos menos jeroglíficos que palabras.
Los coptos son un grupo etnorreligioso cristiano autóctono del norte de África que ha habitado desde la antigüedad principalmente el área del Egipto moderno y Sudán, descendientes de los antiguos egipcios que se convirtieron al cristianismo en el siglo I. Cuando los musulmanes conquistaron el Norte de África, a partir del siglo VII, impusieron a Egipto su idioma árabe y su religión islámica. Pero una minoría de egipcios se mantuvo cristiana y preservó también el idioma copto, derivado del antiguo egipcio. Hoy, el copto es usado apenas litúrgicamente. Actualmente son la denominación cristiana más grande en Egipto y en el Medio Oriente y cuentan con su propio Papa, que es el Patriarca de Alejandría, en la Sede de San Marcos. El actual Patriarca es Teodoro II. Se le llama formalmente Su Divina Beatitud el Papa y Patriarca de la Gran Ciudad de Alejandría, Libia, Pentápolis , Etiopía, Todo Egipto y Toda África, Padre de Padres, Pastor de Pastores, Prelado de Prelados, Decimotercero de los Apóstoles y Juez del Universo. (Mientras escribo este texto me entero de que su Patriarca Emérito, Antonio Naguib, activo impulsor de la Primavera Árabe, falleció el pasado lunes 28 de marzo a los 87 años de edad. Fue ordenado sacerdote en 1960 y obispo en 1977. Por motivos de salud, en 2002 renunció a su ministerio pastoral, pero cuatro años más tarde fue elegido Patriarca de Alejandría. Benedicto XVI le concedió la ecclesiastica communio y en 2010 lo nombró cardenal).
El idioma copto se basa en la lengua antigua egipcia -muy transformada y lejana de la usada en “La historia de Sinhué”, cuento de tradición milenaria que fue usado para aprender a leer en el Egipto del tercer milenio aC.- pero se escribe con los caracteres griegos, más otros seis símbolos. Champollion conocía el copto a la perfección lo cual le fue sumamente útil en su indagación sobre los jeroglíficos. Fue el erudito egipcio Rufa’il Zakhûr, quien le sugirió que aprendiera copto. Champollion estudió copto con él y con Yuhanna Chiftichi, un sacerdote egipcio radicado en París.
Casi al mismo tiempo que Young, Champollion empezó a notar que había alguna relación entre los nombres griegos y los cartuchos jeroglíficos. Al tener noticias de los descubrimientos de Young, supo enseguida que eran acertados, así que partió de esas teorías y decidió ahondar en ellas. Consiguió copia de la inscripción de un cartucho conocido de Cleopatra tallado en el tempo de Filae, y dedujo que si Ptolomeo y Cleopatra tienen letras en común sus jeroglíficos debían tener también signos iguales. Al cotejarlos descubrió los signos de la P, la O y la L… ..demostraba así la teoría de Young de que los nombres extranjeros no podían ser escritos con pictogramas. Y como advertí antes, queda claro que esta primera revelación no procedió de la Piedra de Rosetta. El nombre de Cleopatra tampoco forma parte de las inscripciones en la Piedra.
Pero faltaba saber si los jeroglíficos anteriores a la época ptolomaica, es decir antes de que los nombres extranjeros Ptolomeo y Cleopatra ingresaran a la historia egipcia, seguían también ese sistema.
Estudió entonces una copia de una inscripción procedente del templo de Karnak. Un segundo documento ajeno a la Piedra. En ella aparecía el nombre de un rey repetido en varias ocasiones dentro de un cartucho:
Estaba escrito con tres signos: el primero es el disco solar. Champollion sabía que el nombre en copto del sol se pronuncia Ra, como el nombre del dios egipcio del sol en el cenit. En la tercera posición, un signo que Young había identificado como la letra S, escrito dos veces: SS. Tenía pues el nombre de un rey que empezaba con Ra y acababa en SS. Faltaba el signo de en medio, el enigmático, pues no había sido descifrado por Young ni por nadie. Pero Champollion lo reconoció en la Piedra. Aparecía varias veces y en todas las ocasiones la traducción correspondiente en griego era la idea de “nacimiento” o “nacer”. Sabía que en copto “mese” significaba “dar a luz” y así averiguó el nombre del rey.. empezaba por “ra”, seguía “mese” y terminaba en “ss” : Ramesess. Como también conocía los nombres de muchos de los reyes de Egipto, no tardó en identificar a Rameses, el nombre de ochos faraones de la vigésima dinastía. Ahí se dio cuenta que había descubierto la clave de todo…su dominio del copto, el descubrimiento de Young y su conocimiento del antiguo Egipto le dieron las herramientas para conseguirlo.
Dice la historia que entonces corrió desaforadamente a buscar a su hermano Jacques-Joseph y cuando lo encontró dijo gritando : Je tiens l’affaire! (¡lo tengo¡)… y cayó desmayado del agotamiento acumulado durante meses de obsesivo trabajo. Tardó varios días en cama para recuperarse. Lo mismo lew había sucedido tras el examen de admisión al liceo siendo un adolescente.
La reacción del sabio Young fue de sentimientos encontrados. Su mente científica se alegró y le entusiasmó el resultado, pero le enfureció que Champollion no hiciera explícito, ni siquiera mencionara el reconocimiento al papel, a todas luces contribuyente, que había jugado su trabajo. Champollion no se enganchó en la discusión.
Los faraones habían recuperado el habla.
Francia estalló en júbilo.
La noticia tuvo efectos múltiples, desde el orgullo intelectual al nacionalismo revanchista. La idea de que fue una fortuna que quien encontrara la piedra fuese un francés y no un soldado inglés, “pues los franceses tienen evidentemente superior sensibilidad intelectual”, adquirió rango de lugar común en bares, pasquines y cafés. Los simpatizantes de Napoleón, que aun se contaban por millones a 7 años de Waterloo y a 18 meses de su muerte en el exilio, volvieron a festejar la “gran hazaña” de la expedición de 1798, aunque hubieran perdido la guerra de Egipto frente a los ingleses junto con la famosa piedra “que nada vale sin haberla descifrado”. Los ingleses “podrán tenerla, pero fue Francia quien la descubrió y la develó, que es lo que realmente significa gloria”: fueron frases se repitieron con el pecho henchido. En Gran Bretaña mientras tanto, en obligada reciprocidad, acusaban a Champollion de “plagiario” o, mínimo, de apropiarse de los descubrimientos de Young “sin tener la decencia de reconocerlo y agradecerlo”.
La academia que había considerado a Champollion después de su expulsión un “loco obsesivo dedicado a llegar a ninguna parte”, hoy lo vitoreaba como a un hijo pródigo. Los realistas volvieron a sonreírle y el gobierno de Luis XVIII se olvidó para siempre de que fuera un apasionado napoleónico. Más aun le pidió que asesorara la compra de la magnifica colección del ingles Henry Sauce, la primera egipcia de Louvre, y le pagó generosamente . Comprársela “a un inglés” fue otro motivo de regocijo popular. En 1824, Champollion publicó un Précisen sobre su carta a Mounsieur Dacier : Precis Du Systeme Hieroglyphique Des Anciens Egyptiens- https://archive.org/details/bub_gb_mXjIhElJGpoC/page/n9/mode/2up – En el que detalló el desciframiento de la escritura jeroglífica demostrando los valores de sus signos fonéticos e ideográficos, la primera escritura con esas características que descubría el mundo moderno.
En 1826 el nuevo Rey de Francia Carlos X lo nombró conservador general de la colección egipcia del Museo del Louvre de París. Los agravios a Luis XVIII habían quedado muy atrás.
En Italia Champollion conoció a Ippolito Rosellini, quien sería su inseparable compañero hasta su muerte, fiel seguidor y discípulo y precursor de la egiptología en Italia. Juntos consiguieron, principalmente del Museo de Turín los fondos para la expedición franco-toscana (1828-1929) que integraron con 7 dibujantes recorriendo gozosos durante más de dos años el país de sus sueños: La mayor aventura científica en Egipto desde Napoleón y su primer contacto con los monumentos de Egipto. A su llegada a El Cairo, Champollion fue recibido por una multitud como un gran héroe nacional y algunos periódicos -pese vivir en un estado musulmán- lo llamaron “hijo de los dioses”. Esta fue la primera y única vez que pisó Egipto, pero Champollion se desplazó en el país del Nilo como si lo conociera de toda la vida.
Recordemos que en 1807, con tan sólo 17 años de edad había iniciado su voluminosa obra Egipto en el tiempo de los Faraones o Investigaciones acerca de la Geografía, la Religión, la Lengua, las Escrituras y la Historia de Egipto antes de la invasión de Cambises, que finalmente se publicó como Mapa Histórico de Egipto. El año siguiente fue nombrado por unanimidad miembro de la Academia de Grenoble y profesor de historia antigua, el más joven de toda Francia. Se inscribió en el doctorado en letras y poco después fue ascendido a Secretario de la Facultad. Había dejado asombrados a los miembros de la Academia; era increíble que un joven de apenas dieciocho años pudiera exponer con tanta elocuencia ideas e hipótesis de trabajo tan brillantes sobre el antiguo Egipto, sin haber visitado nunca el país. Su hermano trabajó asistiendo la edición de la célebre Description de L´Égypt, obtenida de la misión científica que acompañó a Napoleón, y Champollion pudo devorar los primeros volúmenes antes de que se publicaran. Conocía sin visitarlas las tierras del Niño mejor que muchos de sus residentes. Su pasión por Egipto lo llevó a escribir: “De entre todos los pueblos que yo más amo, ninguno mueve de mi corazón a los egipcios”
En 1828, al iniciar su viaje y tras la recepción apoteótica recibida, el gobierno de Muhamed Alí le facilitó prácticamente todo lo que pidió y más. Era el hombre iluminado cuyo talento había abierto la posibilidad de conocer en muros y papiros la verdadera historia de la nación. El régimen explotó hábilmente el hecho para exaltar el entusiasmo popular. Entre otras generosas prestaciones le fue autorizado “acampar” junto con su comitiva dentro del magnífico Palacio-Templo funerario de Ramses II, a quien Champollion bautizó como “El Ramesseum” donde fue el primero en identificar los nombres y títulos de Ramsés en sus muros. El nombre original era Casa del millón de años de Usermaatra Setepenra, que une la ciudad de Tebas con el reino de Amón. Ocupa una superficie de 10 hectáreas. Tiene una estructura clásica que sigue los cánones de la arquitectura del Imperio Nuevo, orientado de noroeste a sureste, con dos pilonos de 68 metros de anchura. En el primer pilono se registra en las pinturas de sus muros su conquista, el octavo año de su reinado, de una ciudad llamada Shalem, en la que algunos creen ver a Jerusalén. Los restos del segundo patio incluyen la fachada interna del segundo pilono y una porción del pórtico de Osiris a la derecha. En los muros están grabados los bajorrelieves del Poema de Pentaur que describen la batalla de Qadesh y el primer tratado de paz que registra la historia, firmado entre Egipcios e Hititas en el año 21 del reinado de Ramses II. Una copia de este documento está a la vista de los visitantes en el edificio de las Naciones Unidas en Nueva York. Treinta y nueve de las cuarenta y ocho columnas campaniformes con capiteles papiriformes todavía se mantienen en pie en la sala hipóstila, adornadas con escenas del rey ante varios dioses. El techo está pintado con estrellas de oro en un fondo azul, que permanece bien conservado, y los hijos e hijas de Ramsés aparecen en procesión en los muros de la izquierda. El edificio albergó a través de los siglos el culto de los dioses de cada período, pues en su interior se rezó a dioses romanos, hubo capillas cristianas y también una mezquita. Ahí dormían plácidamente en sus camastros los investigadores expedicionarios de Champollion.
Entre los científicos que acompañaron a Napoleón en 1798 iban dos ingenieros, Jean-Baptiste Prosper Jollois y Édouard de Villiers du Terrage a quienes en aquel entonces se asignó el estudio del Templo-Palacio, mismo que identificaron erróneamente como la Tumba de Osimandias o Palacio de Memnon, sobre el que Diodoro de Sicilia había escrito en el siglo I, llamando Osimandias al rey por una mala transcripción de su nombre: User-Maat-Ra (Ramsés II). El siguiente visitante occidental fue el italiano Giovanni Belzoni, un enorme ingeniero hidráulico que había sido fortachón de circo, convertido en coleccionista y vendedor de antigüedades. En 1815 llegó a El Cairo, en donde entró en tratos con el cónsul británico Henry Salt quien le encargó “recoger” y trasladar del Ramesseum a Inglaterra uno de los bustos colosales de granito del mal llamado joven Memnon – que en realidad se trata de un gran fragmento de una estatua de Ramsés II. Gracias a sus conocimientos de hidráulica, Belzoni logró llevar la estatua de siete toneladas a Londres en 1818. La expectación que levantó su llegada al Museo Británico fue grande, hasta el punto de que Percy B. Shelley, el insigne poeta esposo de Mary, la autora de Frankestein, le dedicó su poema Ozymandias. Champollion tradujo correctamente los jeroglíficos, con lo que se logró conocer la finalidad del complejo y la verdadera identidad de su constructor.
En esos días, Champollion escribió: “ Toda la magnificencia faraónica, todo lo más grande que el hombre ha imaginado y ejecutado me ha sido revelado aquí. En Europa no somos más que liliputienses; ningún pueblo ni antiguo ni moderno ha concebido el arte de la arquitectura en una escala tan sublime y grandiosa como lo hicieron los antiguos egipcios. Ellos pensaban como si fuesen hombres de cien pies de alto, y la imaginación que en Europa se maravilla a la vista de la altura de nuestros pórticos, se detiene y cae impotente al pie de las ciento cuarenta columnas de la Sala hipóstila de Karnak…”
Karnak, es sin duda el conjunto arquitectónico más impresionante y grandioso del pasado faraónico, de casi el doble del tamaño de Ciudad del Vaticano
De allí Champollion registró y tradujo textualmente kilómetros de jeroglíficos e identificó numerosos cartuchos, pues estaba obsesionado en establecer las fechas de los monumentos y el orden de los reinados de todos los faraones. “Estoy asustado de leer su escritura con más soltura de la que pude imaginar”, escribió en su diario. Su equipo coleccionó una impresionante cantidad de material, que Champollion no alcanzó a ver editada y publicada, pues murió el 4 de marzo de 1832 de un paro cardíaco a la temprana edad de 42 años. Buena parte de su obra la ordenó y publicó su hermano y otra parte su amigo Ippolito Rosellini. Posteriormente se han publicado cientos de ediciones.
Luxor y Karnak se encuentran frente a frente, hermanados ambos templos por la Gran Avenida de las Esfinges, -de 2 mil 700 metros de longitud- en la milenaria ciudad de Tebas. La “puerta” de Luxor fue resguardada por dos obeliscos gemelos durante aproximadamente 3 mil 40 años, construidos bajo el reinado de Ramses II. Durante su estancia en la región Champollion le pidió al gobernante de Egipto Mohamed Alí Pasha que obsequiara uno de ellos a Francia, en señal de hermandad de los pueblos, a lo que Ali accedió gustoso y le respondió que le obsequiaba los dos. Finalmente sólo el que se ubicaba del lado occidental fue retirado. El otro fue descartado por Champollion por la imposibilidad de trasladarlo debido a daños estructurales. Está hecho de granito, mide 23 metros de altura y pesa 227 toneladas. El ingeniero Armand Florimond Mimerel, de la Marina Nacional francesa fue comisionado para el traslado. Se construyó ex profeso la barcaza Louxor, de un solo uso, con fondo plano, cinco quillas y una proa desmontable, con dimensiones precisas para poder transitar bajo los puentes del Rio Sena. Para acercar la barcaza a la puerta de Luxor se construyó un canal en el que participaron cientos de peones locales. El monolito se embarcó en la nave el 19 de diciembre de 1932, pero hubo que esperar la crecida del Nilo para que flotara y partió el 25 de agosto; 38 dias después llegó a Rosetta, donde quedó atrapada por bancos de arena. Fue hasta el primero de enero de 1833, tras el desvanecimiento de los bancos, que pudo continuar su travesía a Alejandría, donde permaneció 3 meses en espera de que amainaran las tormentas de invierno. De ahí la remolcó la corbeta Sphinx y tras rodear la península ibérica y una breve escala en Cherburgo llegó a Ruen la capital de Normandía – llamada la Ciudad de los Cien Campanarios por haber sido escenario en 1431 del martirio de Juana de Arco, condenada y quemada en la hoguera en la plaza del Vieux Marché- y de ahí fue remontada en el Sena, rumbo a Paris, a donde llegó el 23 de diciembre de 1833, sin sufrir el Obslisco ni un rasguño.
El 3 de mayo de 1826 Carlos X, el segundo Rey de la restauración, colocó en la Place de la Concorde- al final del Jardin des Tuileries y al inicio de avenida de Les Champs-Élysée- la primera piedra de lo que pretendió ser un monumento a Luis XVI, el rey ejecutado allí en la guillotina por los revolucionarios el 21 de enero de 1793, al igual que su esposa Maria Antonieta, y posteriormente el demencial iniciador de la “época del terror”, Robespierre, además de otras mil 200 personas, cuando se le conocía como Plaza de la Revolución, después de llamarse Plaza de Luis XV. En plena Revolución, tres años después de la Toma de la Bastilla, un monumento a Luis XV que ahí lucía desde que la plaza se había construido en 1779 en honor del monarca, fue derribado. Sin embargo, el pretendido monumento ecuestre al rey Luis XVI depuesto por la revolución también fue derribado en 1830. Las heridas de la historia aun estaban abiertas y lo que fue el sangriento escenario requería ser cicatrizado y, lo que menos, abrir la llaga que su historia contenía. Cuando llegó el obelisco, se le consideró un monumento ideal para la plaza, por ser totalmente ajeno a cualquier momento doloroso del pasado francés. Es el monumento más antiguo de la Ciudad Luz. Fue erigido con gran pompa el 25 de octubre de 1836 con la ayuda de máquinas elevadoras y gigantescos cabrestantes. Entre los jeroglíficos que decoran todas las caras del obelisco, destaca el cartucho de Ramsés II, y diversas escenas en que el rey hace ofrendas al dios Amón-Ra. La cima del obelisco está coronada por un piramidión brillante y puntiagudo de 3.60 m de altura revestido de bronce, de un color similar al del electro usado en el antiguo Egipto. En su sede original reposaba sobre una base cuadrada decorada con dieciséis babuinos erguidos sobre sus patas traseras, cuyos genitales son claramente visibles. Un fragmento de esta base fue trasladado a Francia junto con el obelisco, pero para no causar escándalo a la puritana sociedad francesa del siglo XIX no fue instalado en la Place de la Concorde, y actualmente se puede contemplar en la sección de antigüedades egipcias del Museo del Louvre.
El rey Luis Felipe I, en la que sería su primera gran salida pública desde el atentado contra su vida de Alibaud del 25 de junio de 1836, no quiso asumir riesgos y presenció la ceremonia junto con la familia real, desde el balcón central del Hôtel de la Marine. Luis Felipe I pasó a la historia como el último Rey de Francia, tras ser depuesto por la revolución de 1848. El dibujante Nestor Late, compañero de Champollion en su estancia en el templo de Ramses, fue testigo presencial del memorable evento de la instalación del obelisco y el primero en dibujarlo en su nueva sede. A cambio, Francia obsequió a Egipto un gran reloj de cobre que nunca funcionó – se cree que se dañó en el traslado- , pero que está instalado en la fachada de la llamada mezquita de Mehmet Alí Pasha, en cuyo interior descansan sus de restos, frente a la Plaza Tahrir ميدان الت. de El Cairo. La tumba de Champollion , en el cementerio del Père Lachaise, está presidida por un obelisco. El presidente François Mitterrand durante su segundo mandato agradeció a Egipto el segundo obelisco y protocolariamente lo regresó, sin haber sido nunca movilizado de su sitio original.
Champollion ha sido homenajeado en cientos de ocasiones, incluyendo la imposición de su nombre a un cráter lunar y a un asteroide, además de cientos de museos, bustos, calles y plazas alrededor del mundo.
A pesar de los grandes y fabulosos descubrimientos, el antiguo Egipto sigue aportando y prometiendo magnificas sorpresas. Para noviembre de este 2022 está programada la inauguración del Museo Arqueológico más grande del mundo en las afueras de El Cairo. Tendrá 60 mil metros cuadrados de galerías en las que se exhibirá entre miles de objetos, por primera vez la totalidad del tesoro de la Tumba de Tut Anj Amon.
Otras escrituras aún se desconocen. Algunos ejemplos son el Etrusco, que usa el alfabeto latino; otro el Meroítico, que usa una escritura derivada de los jeroglíficos egipcios. En este caso, podemos leer las palabras, pero no sabemos qué significan. Otros son cuando no se conocen ni la escritura ni el idioma, como la escritura del valle del Indo, en lo que hoy es Pakistán y el norte de la India, ya que los estudiosos no saben qué idioma representa.
TEXTO TRADUCIDO DE LA PIEDRA DE ROSETA .
«Bajo el reinado del joven que recibió la soberanía de su padre, Señor de las Insignias reales, cubierto de gloria, el instaurador del orden en Egipcio, piadoso hacia los dioses, superior a sus enemigos, que ha restablecido la vida de los hombres, Señor de la Fiesta de los Treinta Años, igual a Hefaistos el Grande, un rey como el Sol, Gran rey sobre el Alto y el Bajo país, descendiente de los dioses Filopáteres, a quien Hefaistos ha dado aprobación, a quien el Sol le ha dado la victoria, la imagen viva de Zeus, hijo del Sol, Ptolomeo, viviendo por siempre, amado de Ptah. En el año noveno, cuando Aetos, hijo de Aetos, era sacerdote de Alejandro y de los dioses Soteres, de los dioses Adelfas, y de los dioses Evergetes, y de los dioses Filopáteres, y del dios Epífanes Eucharistos, siendo Pyrrha, hija de Filinos, athlófora de Berenice Evergetes; siendo Aria, hija de Diógenes, canéfora de Arsínoe Filadelfo; siendo Irene, hija de Ptolomeo, sacerdotisa de Arsínoe Filopátor, en el (día) cuarto del mes Xandikos (o el 18 de Mekhir de los egipcios) «.
Ordenó que fueran confirmados los ingresos de los bienes raíces de los dioses, las sumas en metálico y las cantidades de grano que se debe pagar como tasa a los templos cada año y las partes que corresponden a los dioses por las viñas, los árboles frutales y las demás cosas que su padre les había concedido.»
La parte final en griego del decreto habla de que el mismo debe inscribirse en jeroglíficos, demótico y griego, y que debe estar presente en numerosos templos: «Este decreto deberá inscribirse en una estela de piedra dura, con escritura sagrada, con la escritura de los documentos y la escritura de los griegos, y deberá erigirse en cada uno de los templos de los rangos primero, segundo y tercero, cerca de la imagen divina del rey, que para siempre viva.»