•1979 Arturo Orpinel Holguín ya tenía 25 años editando «El Piyaca», único periódico regional de crítica serrana con sede en Guachochi •Orpinel era un mártir, pero no en la acepción religiosa, sino en la férrea defensa de la libre expresión y contra toda injusticia •Me es verdad muy gratificante recordar su lado bueno y humano al coronel retirado Roberto Gerardo Martínez Noriega, ya fallecido
Así como empiezan los corridos populares, recuerdo muy bien que fue la mañana del 16 de noviembre de 1979 cuando me citan a la central de teléfonos del gobierno estatal ubicada en ese tiempo en Palacio de Gobierno, planta baja, con vista a la calle Libertad, frente a la escalera, segundo patio, y al acudir una de las cinco muchachas que atendían las casetas me dice que René Orpinel está desde ayer queriendo hablar conmigo desde Guachochi
Bien, le digo. Trabájeme pues la conferencia, lograda la cual René, hermano menor de Arturo, fundador y director del periódico El Piyaca (que en tarahumara quiere decir cuchillo), me dice que ayer el comandante Olague de la policía rural del estado (la Furia Gris) detuvo dentro de su casa a Arturo sin motivo alguno, lo bolseó y le quitó seiscientos pesos, lo esposó y lo encarceló en la celda que la Furia Gris tiene para ese uso en Guachochi.
En el intercambio muy entrecortado de las palabras porque interferencias climáticas afectaban la línea terrestre de la red telefónica estatal, me dijo René que durante la noche lo estuvieron bañando, o sea echándole agua con todo y su vestimenta a Arturo, y mojando el piso de la celda, por lo tanto la ropa que traía el preso como el piso, estaban congelados, pues «todavía horita» estaba la temperatura en Guachochi a nueve grados abajo de cero y Arturo podía «pescar» una pulmonía fulminante y morir en aquella celda.
Según yo haciéndome muy fuerte pero embargado de angustia, solamente alcancé a decirle a René: Déjame ver qué puedo hacer aquí en Chihuahua. Pagué el costo de la conferencia. Y al salir, ensimismado, vi enseguida, a cuatro pasos, la puerta de la oficina del coronel Roberto G. Martínez Noriega, jefe de la policía rural del estado; puerta abierta; entré y, oh sorpresa, allí estaba, de pie dictándole algo a su secretaria, el antiguo y enérgico militar, alto, robusto pero no obeso, conmigo siempre sonriente, y al verme me preguntó: «Qué anda haciendo por aquí amigo Raizola, pues usted y yo sólo nos vemos cuando vamos a los apartados postales por nuestra correspondencia».
Y era cierto. Por alguna extraña razón siempre coincidíamos en los apartados postales, con entrada por la calle Once en el Palacio Federal y justo enfrente siempre dejaba estacionada su troca pickup, blanca con rayas rojas, y con cartas o papeles ambos en la mano, platicábamos si mucho cinco minutos en esos inesperados encuentros.
Por eso dije que oh sorpresa encontrarlo ese día en su oficina, pues él me había dicho que no era un hombre de escritorio no de oficina sino de siempre andar afuera cumpliendo con su trabajo. Siempre solo, sin chofer, sin guaruras, y, todo el tiempo recorriendo el territorio estatal para ver «cómo andan las cosas».
Le dije, pues el problema de Orpinel y del comandante Olague allá en Guachochi. Me escuchó atento; me miraba fijamente; no pronunció ni una sola palabra.
Simplemente me tomó del brazo:
–Véngase. Vamos a ver eso en caliente.
Entramos a la central telefónica de donde yo acababa hacía cinco minutos de salir y el Coronel les pidió una llamada a Guachochi con el comandante Olague, y enseguida, «mientras trabajan la llamada, que se tarda, vamos a la oficina», me dijo, pero antes de entrar fuimos por café a la oficina de enseguida, que no le pertenecía a él, pidió nos regalaran un café que nosotros mismos nos servimos y… «Vamos a ver si ya podemos hablar a Guachochi».
En eso vino el mensajero a avisarle que estaba «lista» su llamada.
Otra vez «véngase». Y ya con el aparato telefónico en la mano lo oí, lo escuché, mejor dicho, hablar, palabras más, palabras menos, en este tenor con el comandante Olague:
–Ponga libre a El Piyaco. Discúlpese, Regrésele los seiscientos pesos que le quitó ayer, Entregue el mando del grupo a Rodríguez. Preséntese en calidad de arrestado al grupo Parral. Yo estaré allí mañana en la tarde para que arreglemos todo y sépalo que ya no será comandante.
Le dijo a la telefonista que cargara la llamada a su cuenta; y a mí me preguntó: « ¿Algo más que se le ofrezca amigo Raizola?
–No señor, gracias.
Y por un tiempo no volvía saber que Orpinel era molestado por los hombres de la Furia Gris.
El coronel Martínez Noriega sabía, como soldado, resolver ese tipo de asuntos sin «declaraciones ante ministerios públicos».
Chihuahua, julio de 2016
*Premio Nacional de Periodismo
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