La emergencia ocasionada por el terremoto de 7.1 grados en la escala de Richter con epicentro en las inmediaciones de Puebla y Morelos y que se dejó sentir en la Ciudad de México y en algunos estados de la costa pacifico, el pasado 19 de septiembre ha concluido. Se han recuperado ya los últimos cuerpos de los edificios derrumbados y colapsados; las clases en algunos planteles se han reanudado y poco a poco las cosas van volviendo a lo normalidad, o lo que se pueda llamar normalidad en situaciones así.
Y el saldo, luego de situaciones como está es negativo para algunos y positivo para otros. Negativo para el gobierno que por segunda vez en 32 años se vio superado por la rápida y efectiva organización de la sociedad, que, a minutos del temblor, corrió a los edificios que se vinieron abajo para socorrer a las personas que pudieran encontrarse bajo los escombros, que se organizaron para establecer centros de acopio, para repartir comidas y cubrir las necesidades de los cientos de rescatistas que pasaban largas jornadas de ardua labor. Personas que a través de la redes sociales ofrecían sus casas, para poder pasar la noche, sus instalaciones sanitarias para tomar un baño. O electricidad para cargar el teléfono.
En cambio el gobierno se vio lento y pasmado frente a una situación que demandaba liderazgo por parte de los gobernantes, pero el destino quiso que semejante emergencia ocurriera en medio de una crisis de credibilidad al sistema de partidos y a toda la clase política que se ha visto envuelta en escándalos de corrupción. No hay partido que se salve.
Y ante este panorama, que bien pudo ser tomado como una oportunidad para la clase política y tomar las riendas y actuar con decisión, se enfrascaron en discusiones estúpidas sobre qué partido se mostraba con mayor magnanimidad ante la emergencia. Todo a fin de cuentas, para aprovecharse de la tragedia de miles de damnificados y cientos de familias que perdieron a un ser querido.
Y no contentos con eso, montaron un degradante espectáculo televisivo con la ayuda del Canal de las estrellas, con que sabes qué fines, que dejó en entredicho y en ridículo a la administración de Enrique Peña Nieto.
El saldo positivo es, si es que podemos ponerlo así, es para la ciudadanía que dio una muestra de determinación, valentía y organización.
Esa misma organización es la que según algunos analistas podría ser clave de los posibles cambios para el próximo2018, año determinante, pues habrá elecciones federales y si los ciudadanos, que ya no creen en el gobierno y que fueron engañados por las autoridades de la Ciudad de México y por las grandes compañías constructoras detrás de la construcción de enormes edificios, los mismo que yacen hoy en ruinas. Si estos mismos ciudadanos se organizan grandes cambios se podrán ver.
Ya en 1985, grandes transformaciones se vieron, luego del terremoto de hace 32 años, el gobierno se vio superado por una clase política en la que la gente ya no creía y vino la elección de 1988 ampliamente cuestionada, lo que dio pie a los primeros triunfos de la oposición a partir de 1989.
Sólo que esta vez la oposición ya no la representan los partidos sino la ciudadanía misma.
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