La escalada actual de tensión entre Corea del Norte y Estados Unidos está despertando anteriores temores, propios de la Guerra Fría. No pocos hablan ya de un peligro de guerra inminente si no se buscan caminos pacíficos de arreglo entre las partes. De nuevo la tensión de los días de la Guerra Fría vuelve y el apocalipsis nuclear vuelve para competir con las otras posibilidades de destrucción mundial.
Vale la pena reflexionar al respecto cuando tenemos a dos figuras representantes de la intransigencia como Trump y Kim Jong-un.
No es de extrañar que se perciba inminente un conflicto armado de gran escala pues la insensatez se evidencia con cada demostración de poderío militar y con cada discurso para exigir lo que los Estados no pueden entregar sin demostrar al mismo tiempo debilidad: sometimiento frente a los gobernados. Esto recuerda fácilmente la profunda tensión entre los bloques durante la segunda mitad del siglo pasado. ¿En verdad podemos esperar un conflicto mundial con armas de destrucción masiva? Desde mi perspectiva esta posibilidad es remota pero matizaré lo dicho.
Tras el éxito soviético de su propio dispositivo atómico en 1949, se pierde el monopolio nuclear de Estados Unidos y da comienzo a lo que los historiadores han llamado el «equilibrio del terror». Esto significó que las dos principales potencias mundiales tenían la misma capacidad de destrucción. Se agrega así un rasgo distintivo a la Guerra Fría: el mundo dividido en dos bloques de influencia, la capacidad nuclear de ambos bloques, el enfrentamiento militar indirecto por medio de guerras focalizadas y relaciones diplomáticas en extremo frágiles y tensas. Hasta la disolución de la Unión Soviética el 25 de diciembre de 1991, el mundo concebía la realidad a partir de esta pugna indirecta. El mundo podía, literalmente, acabar si había un ataque nuclear y su represalia consiguiente, tal vez durante la primera fase de la Guerra Fría esto era complicado, pues los dispositivos tenían que lanzarse desde el aire, con aviones que podían derribarse. Pero llegaron las bombas de hidrógeno que superan en poderío a las de Japón, luego las bombas de neutrones, que superan a la de hidrógeno, sumado esto al desarrollo de los misiles balísticos intercontinentales el mundo pendía de un hilo. El «equilibrio del terror» habla sobre la decisión clara de las potencias tanto para contestar un ataque como para no dar el primero. Muy temprano se entendió el sombrío potencial de estas armas y se temió más a su uso, por cualquiera, que a no tenerlas.
Los conflictos de Corea, Vietnam, Cuba o Afganistán entre 1950 y 1992 propiciaron picos de tensión entre los bloques y no son pocos los que creen que el mundo estuvo a un mal entendido de llegar al apocalipsis nuclear. Sin embargo, aquí seguimos y ninguna disputa, ninguna falla diplomática, ningún error de inteligencia, fueron suficientes para terminar presionando el botón rojo.
El fin de la Guerra Fría significó para muchos el término del peligro nuclear, pero el desarme no fue absoluto y el «equilibrio del terror» se rompió no porque las tensiones desaparecieran, sino porque ahora son numerosos los países con capacidad nuclear además de Estados Unidos y Rusia. Entre los que están son: Francia, China, Reino Unido, Pakistán, India, Israel, Corea del Norte. Esto sin contar a los países que pueden tener programas o arsenales de naturaleza clandestina o bien, los que no tienen arsenal ni programa pero tienen una amplia capacidad para desarrollar bombas rápidamente, como puede ser el caso de Japón. En la actualidad no se requiere ser una superpotencia mundial para construir o adquirir esta clase de dispositivos. El motivo, más que la defensa es la disuasión. Obligar a los oponentes a pensar dos veces antes de atacar pues la capacidad de contesta.
El «equilibrio del terror» se ha convertido en una gama variada de fuentes de disuasión. Pero aun así, la conciencia de que unas pocas detonaciones pueden volver inhabitable a la tierra ofrece una fuente de disuasión permanente. Una serie de ataques de represalia tal vez sea una posibilidad remota y la predicción de Einstein sea un tanto exagerada. Lo que probablemente puede ocurrir es que de nuevo se utilice un dispositivo en combate pero hasta ahí. El conflicto escalaría en un enfrentamiento más convencional y el contraataque del mismo tamaño no se efectúe nunca. Si es posible que la siguiente Gran Guerra se desate con una bomba nuclear y sea ésta la última en usarse. O simplemente no.
Mis suposiciones las hago bajo la creencia de que ese primer ataque lo efectúe un Jefe de Estado dictatorial, irresponsable y susceptible como podría alguno de oriente medio o el propio Kim Jong-un y como consecuencia venga encima la intervención de la mayoría de la comunidad internacional. Pero con el ascenso de líderes nacionalistas y conservadores, como el caso de Trump ¿quién asegura que el botón no lo presionará primero una de las potencias?
La reflexión importante aquí es entender que hay una idea clara desde que comenzó la era atómica con las bombas de Hiroshima y Nagasaki en 1945: una guerra de esta naturaleza acabará con todas las guerras y con la vida sobre la tierra como la conocemos. Las palabras de Einstein se convierten en un memo para los responsables de estos arsenales, pues para el 99{1735f8c4d45cf8a7c22ecbf90211e3be8db77eaf7294ee842f16f03e71870070} de los 7 mil millones que no tenemos injerencia en el asunto, sólo podemos ser testigos y esperar lo mejor.
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