Nolan se ha ganado su lugar como cineasta de calidad desde hace rato, pues ha demostrado que un blockbuster necesita algo más que estrellitas y pantallas azules; éstas requieren visión, atrevimiento y una lógica narrativa. Es discutible afirmar que Nolan ya forma parte de la lista de los grandes directores y directoras de la historia, pues su espacio de confort sigue siendo el de los blockbusters pero con Dunkirk ha gritado a los cuatro vientos que es capaz de hacer lo que muchos de los «grandes» han hecho: explorar muchos géneros, hacerlo con maestría y lograr el éxito comercial y el debate en la crítica.
El director de Insomnia (2002) generó mucha expectativa en este 2017 pues su incursión en el género bélico, desde su tráiler (el primero vale la pena), se presentía como suelen ser sus cintas: interesantes y tensas. La crítica estadounidense parece que no deja de echarle flores y tacharla de la mejor película del año, del siglo XXI y al cineasta londinense como el mejor director de la actualidad. Las reacciones no se han hecho esperar y cierto es que estas afirmaciones no dicen mucho considerando el pobre contexto contemporáneo del cine comercial y de Hollywood.
Dunkirk es un thriller bélico histórico pues narra, desde tres perspectivas, la «Operación Dinamo» que ocurrió entre el 26 de mayo y el 4 junio de 1940 en la playa de Dunquerque, Francia. Este operativo militar consistió en una evacuación masiva de tropas inglesas y francesas (cerca de 350,000) acorraladas en dicho lugar.
Las acciones de rescate incluyeron embarcaciones de civiles voluntarios que se lanzaron al mar mientras la RAF frenaba la presión de la Luftwaffe en el aire al tiempo que tropas francesas y belgas intentan detener el avance nazi hacia la playa.
El director de Interstellar (2014) construyó una cinta bélica poco ortodoxa, pues se distancia de muchos elementos típicos del género, tal vez de tantos que sea válido categorizar a esta película como un thriller. Poco diálogo, nada de desarrollo de personajes o de lazos de hermandad entre soldados, poca introspección de los participantes y de cierta forma, ningún enfrentamiento directo entre los bandos, esto debido a que la amenaza de los alemanes se mantiene lejana, invisible y sin rostro. Como un depredador persiguiendo una presa desde la maleza. En todo el metraje no se muestra el rostro de ningún alemán y, sin embargo, dicha amenaza no deja de ser aterradora y mortífera. Nolan se esforzó para que no quede duda de que el enemigo está ahí, persiguiendo la muerte. Lo más cerca que coloca a los espectadores de los alemanes es en la batalla aérea, donde sí se aprecian los cazas y bombarderos nazis, aun así, nunca otorga una toma de cabina de un piloto alemán y las aeronaves enemigas siempre están distantes, mecánicas y frías.
Dunkirk no persigue la experiencia singular de una porción de la guerra como sucede en bélicos como Saving Private Ryan (Spielberg, 1998) o Black Hawk Down (Scott, 2001), sino que busca describir, por medio de un reparto coral, un evento de la Segunda Guerra Mundial de forma total o casi total. Nolan regala un retrato de la tragedia de la guerra y no tanto así de las batallas, los ideales, los héroes o las consecuencias. Más bien le interesa exponer a los participantes de un evento histórico desde la tierra con las tropas aliadas luchando por sobrevivir al embate enemigo, desde el agua con la experiencia de unos civiles intentando cruzar el picado canal para ayudar a los solados en retirada y desde el aire con los pilotos de la RAF luchando ferozmente contra los números alemanes. Pero no acaba ahí la ambición de este director. De nuevo se hace evidente la obsesión de Nolan por explorar las posibilidades del tiempo en una estructura narrativa, como sucede en Memento (2000) o en Inception (2010). Pues cada espacio (tierra, aire y agua) transcurre a distinto tiempo. De forma sobria e intrigante, al inicio de la cinta se aclara vagamente que en tierra es una semana, en el agua es un día y en el aire es una hora y así sin más, consigue una unidad narrativa donde tres diferentes tiempos (en cuenta regresiva) interactúan, se influyen y convergen en un mismo espacio trazándose simultáneamente alcanzando una singular armonía entre espacio y tiempo. Para rematar, el montaje y edición buscan provocar mucha tensión que va siempre in crescendo y que sin duda se logra con la ayuda del musicalizador Hanz Zimmer. Música, sonido y montaje inflan la tensión sin parar y sin descanso, por lo que seguramente este ritmo carente de pausas y relajamiento cansará a más de uno. Percibo un exceso en este sentido.
Este carácter poco ortodoxo se nota con actuaciones de un reparto escogido a conciencia de las intenciones de la cinta, (Tom Hardy, Mark Rylance, Kenneth Branagh, Cilian Murphy, Fionn Whitehead, Jack Lowden, Harry Styles), es decir, diálogos pragmáticos que siempre aluden al asunto más relevante del momento y nunca para hablar de sí mismo o para filosofar sobre la naturaleza de la guerra. Mostrando también diversas facetas de las personas frente al conflicto. Unos huyen, otros luchan, otros se sacrifican, muchos temen y otros más mueren sin drama ni solemnidad alguna. Es evidente que Nolan no quiere hablar de una lucha por algún ideal, sino de una lucha más básica, por la supervivencia.
Este cineasta no se ha salvado de severas críticas por sus reducciones y omisiones históricas. El ejército francés queda casi tan desdibujado como el alemán y eran estos quienes frenaron a los invasores. Se le acusa a Nolan de omitir convenientemente aspectos como este e incluso de reafirmar la supuesta autonomía británica con respecto a Europa continental y hasta de promover sutilmente el «brexit». No cabe duda que el londinense está en su derecho de narrar la visión inglesa del evento y su intención, como suele suceder, prefiere la forma al contenido por lo que no debe sorprender que coloque un discurso de Churchill a destiempo para acentuar el clímax y sacrificando exactitud histórica. No debe olvidarse que Nolan es un director de cine comercial, de mucha calidad, pero bastante comercial también. Al final, Dunkirk es una película brillante por su impresionante fotografía (a cargo del suizo Hoyte van Hoytema), su interesante narrativa y su alternativa de cine bélico. Tiene la calidad Nolan sin duda pero va siendo hora que este director experimente otros recursos narrativos, pues se perciben fácilmente los ecos de sus anteriores entregas afeando esta última experiencia.
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