En la esquina de Francisco I. Madero y Simón Bolívar, se encuentra cimentada la casa que perteneció a José de la Borda.
José de la Borda fue propietario de las minas La Lajuela y Santa Prisca, localizadas en Taxco,Gro., encontrando en la primera una gran veta de plata, cuya bonanza le proporcionó gran fortuna, quedando sin exfoliar la mina de Santa Prisca, sobre de ella mandó edificar una fastuosa iglesia cuya arquitectura es barroca, la custodia fue cincelada a mano en oro dúctil, radiante y resplandeciente por sus esmeraldas, perlas, rubíes, diamantes y topacios, los que chispeaban entre las turquesas, dicha custodia actualmente es orgullo de la Iglesia de Notre Dame de París, Francia, su altura es de 1.67 m., su valor actual es incalculable.
José de la Borda fue un hombre prevenido, prudente, sensato, juicioso, cauto, sagaz, astuto, sutil, sabía prever los reveses de la fortuna, decidió vender la custodia al arzobispo y virrey interino Alonso Núñez de Haro y Peralta, el cual gobernó del 8 de mayo al mes de agosto de 1787, él dividió en 17 intendencias el territorio de la Nueva España para su mejor administración, se preocupó por la situación de los indígenas que vivían en un estado de esclavitud, ordenó la compra de esclavos negros procedentes de Cuba y Venezuela, utilizando fondos de la Real Hacienda, entregó el mando del virreinato a Manuel Antonio Flores Maldonado, quien estuvo en ese cargo de 1787 a 1789, permaneciendo el ex Virrey Alonso Núñez de Haro y Peralta al frente de la Arquidiócesis, murió en 1800.
José de la Borda no se cruzó de brazos, se dirigió a Zacatecas adquirió la mina La Quebradilla, en donde descubrió vetas de plata, con los recursos obtenidos mandó abrir un tiro en la otra mina denominada La Esperanza en donde ahondaron un túnel a 160 metros de profundidad, donde se encontró un filón inagotable de plata.
La muerte le tijereteó el paño de la vida a José de la Borda, pero su esposa Doña Teresa Verdugo Aragonés, gozó la residencia señorial en donde se encontraban: doseles, estradas, saletas, asistenciales, alcobas, comedores, tocadores, despacho, archivero, gran biblioteca, cuadras, caballerizas, cocina, despensa, cocheras, antepuertas, alfombras, cortinajes, tapices, pinturas, jades, marfiles, lacas, porcelanas, telas fuertes con dibujos formados con el tejido llamado damasco, telas de seda con cordoncillos nombrados gorgoranes, telas de seda entretejida con hilos de oro y plata apodados tisúes, baúles para guardar ropa, joyas y monedas de oro y de plata denominados cofreros.
Había empleados con oficios diferentes, unos eran amuebladores, otros caldereros, los demás cesteros, cofreros, doradores, encuadernadores, estatuarios, fundidores, guarnicioneros, pañeros, pellejeros, pintores, relojeros, silleros, vidrieros, había lacayos, servidores domésticos llamados pajes, el personal que distribuía la correspondencia y el pan, llamados furrieles.
Los ugueros eran los porteros, los mayordomos, los maestresalas, los caballerizos, los mozos que iban a caballo delante del tiro de un carruaje, les decían postillones, los marmitones eran los pinches del servicio de la cocina, cuyo mandamás era el cocinero de confianza, había también los sotas que eran capataces, de una cuadrilla de trabajadores agrícolas y los albéitares se dedicaban a la veterinaria, faltándome los camareros y los cocheros.
Fernando VI Rey de España de 1746 a 1759, le concedió el 8 de julio de 1749 el título de Conde de San Bartolomé de Jala a Manuel Rodríguez Sáenz de Pedroso y Verduzco, además el Vizcondado de Casa Pedroso, al sentirse señor de tantas polendas, mandó construir una excelsa mansión en el No.73 en la calle de Capuchinas, actualmente Venustiano Carranza de la Ciudad de México.
La mansión fue terminada en 1764, siendo una joya del arte colonial, son únicas las rejas, barandales, amarres, herrería de fierro forjado a mano, destacando el ostentoso blasón donde está labrado el escudo con la Cruz de Santiago y la Corona del Conde de San Bartolomé de Jala.
Las dos pomposas fiestas efectuadas en dicho lugar fueron la del 30 de abril de 1780, cuando la hija del Conde de San Bartolomé de Jala, señorita Josefa Rodríguez Sáenz de Pedroso y de la Cotera se matrimonió con el segundo Conde de Regla, Pedro Ramón de Terreros.
La segunda fiesta que pasó al recuerdo, fue cuando Servando Gómez de la Cortina, Caballero de Santiago, coronel de las Milicias Provincianas de la Nueva España y Primer Conde de la Cortina, contrajo nupcias con doña Paz Gómez Rodríguez de Pedrosa, nieta del Conde San Bartolomé de Jala, procreando una hija única María Ana Gómez de la Cortina, quien fue segunda Condesa, la cual se casó a su vez con su primo don Vicente Gómez de la Cortina, ella fue madre del célebre José Justo Gómez de la Cortina, Conde de la Cortina y de Castro, Caballero de la Orden de Montesa, gentil hombre de la Cámara de Fernando VII, Rey de España de 1808 a 1821.
Agrego que recibió la Gran Cruz de Carlos III que reinó de 1759 a 1788, dicho Rey sometió a la iglesia, expulsó a los jesuitas que eran los educadores y los protectores de los más necesitados, y a los súbditos les dio como razón: «Los súbditos deben de aprender que han nacido para callar y obedecer y no para discutir las altas órdenes del Gobierno».
José Justo Gómez de la Cortina además fue Ministro de Hacienda, General de Brigada, Gobernador del Distrito, Diplomático, erudito, gramático, filólogo y dueño de la Casa Colorada cuya biblioteca era de fama y además la apreciable galería de obras pictóricas, siendo la ubicación de dicho palacio en el número 73 de la calle de Venustiano Carranza, mejor conocida como la Casa del Conde de San Bartolomé de Jala.
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