El devenir histórico de América Latina ha guardado varios mitos, como el de ser una comunidad unida en sus objetivos económicos y políticos. Hay otros rasgos que a más de uno nos gustaría fuesen un mito como su dependencia económica y su historia estrechamente determinada por Estados Unidos. Hay una característica que se resiste a convertirse en un mito y es su tradición de ser fiel y vanguardista a los ideales de las democracias liberales, comenzada con las revoluciones independentistas decimonónicas y defendida a pesar de su historial de dictaduras militares del siglo XX (Argentina, Chile, Perú) o de algunas de sus actuales democracias que guardan comportamientos autoritarios y dirigidos a un próximo régimen dictatorial en el supuesto de no encontrarse ya en una, como en el caso de México y su descompuesta vida pública o como en el alarmante caso de Venezuela, el cual ya practicó el golpismo y se encuentra a un paso (muy pequeño) de convertirse en una dictadura franca y derecha. Eso se verá en el transcurso de los siguientes dos o tres meses.
Hay analistas que alertan del peligro de ser demasiado condescendiente con lo que ocurre en este país desde el 2014, con la violencia que viven los venezolanos y su sistema político. Solicitando atentamente, ya dejarse de eufemismos y hablar de «crisis institucional”, “desgobierno”, “dictadura” y no los culpo. La Oficina de los Derechos Humanos de la ONU, 19 miembros de la OEA (por lo menos hasta el 24 de marzo), la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), todos los países del Mercosur, entre otros, ya se han pronunciado al respecto de lo ocurrido desde abril pasado con la anulación de las competencias de la Asamblea Nacional venezolana, exigiendo reestablecer las condiciones de la Asamblea, convocar elecciones supervisadas y atender las urgentes necesidades de la población (es inconcebible que los venezolanos estén luchando por comer).
Sospecho que la alerta que han generado las tendencias políticas actuales provocan que se usen eufemismos y suene feo hablar de dictadura latinoamericana en 2017. Llama la atención el punto al que se tiene que llegar para hablar «tranquilamente» de autoritarismo extendido y crisis institucional. Como lo discutí en el artículo anterior «La democracia está cambiando» y pareciera ser que la democracia cuando «triunfa» lo hace de manera absoluta. Si en Venezuela había efectivamente una democracia, se plantea siempre en términos principalmente políticos y se reduce la atención que se le da a los diversos aspectos de su vida pública. En el caso venezolano ¿la Asamblea Nacional tiene que recibir un golpe en la cara y tener una ciudadanía hambrienta para acusar de dictadura? En el caso mexicano ¿tiene que afectarse al bolsillo familiar para desestabilizar la vida pública y pensar de una vez en franco autoritarismo?, sobre todo cuando hay un montón de síntomas que alertan sobre la dirección dictatorial que está tomando el país como la inquietante discusión sobre la jurisdicción y competencias del Ejército fuera de los cuarteles.
Las historias de las conquistas democráticas comienzan con la necesidad de transformación política pero sus objetivos van mucho más allá de los mecanismos de transmisión del poder. Venezuela actualmente se encuentra precisamente en esta lucha por el cambio político, en defensa de lo que su memoria histórica les dicta y su descontento actual motiva. No se discute, el gobierno debe abandonar la senda de insensatez que ha tomado no sólo por principios sino también porque la violencia escalará y el enfrentamiento se concentrará en el Estado, porque el hambre no puede mitigarse con discursos, comerciales de televisión o elecciones y basta recordar cómo empezó la Revolución Francesa.
Sin embargo, es poco alentador la corta concepción de democracia que parece haber en América Latina. Podemos hablar de algunos casos ejemplares como las luchas contra la corrupción que se han librado recientemente en Chile y Brasil, pero una vez más, alerto sobre el peligro de no llevar la democracia al salón de clases, al comedor familiar, a los espacios de trabajo y de ocio y reconocer de una vez que vivir en un régimen democrático no es lo mismo que vivir en democracia. Tampoco culpo a los críticos de este sistema de organización social, pero aún no inventamos otro sistema alternativo y así como los venezolanos reconocen abiertamente y sin miedo que se enfrentan a un gobierno dictatorial, como mexicanos debemos dejarnos de eufemismos y reconocer nuestro propio contexto.
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