A 30 años de abandonar el PRI, justo luego del triunfo de Carlos Salinas de Gortari, Andrés Manuel López Obrador, ganó la Presidencia de la República, en un tercer intento y luego de la formación de una plataforma partidista propia, prácticamente patrimonial. Un triunfo vaticinado desde hace meses, pero inesperadamente arrollador, como no se había visto en décadas.
Llega a la presidencia luego de una épica lucha de por lo menos doce años, con aspecto de cansancio, luego de haber recorrido tres veces todos los municipios del país y tras de hacer concesiones que no hubiera hecho el López Obrador de 2006, en su primer postulación (una derrota muy cuestionada), ni el de 2012, donde en una inequitativa contienda perdió ante el presidente Peña Nieto.
Con un discurso repetido miles de veces sobre su lucha contra la mafia del poder, con soluciones calificadas generalmente como populistas: trabajo para dos millones y medio de jóvenes, duplicar la pensión a adultos mayores, construir refinerías, combatir la corrupción que en sus cuentas le ahorra 500 mil millones de pesos.
Dando cobijo y haciendo alianzas impensables, López Obrador demostró una vez más, como lo a hecho en los últimos 18 años, que una cubierta de teflón lo protege, el articulista Jesús Silva Herzog, a sólo tres días de la elección publicó en el diario El País de España, una amplio y certero retrato de López Obrador, transcribimos unos párrafos que son la síntesis perfecta del personaje «La inminente victoria de López Obrador es testimonio de una tenacidad asombrosa. Durante décadas ha estado en el centro de la atención nacional. Sus frases, su acento, sus dardos y sus tics se han vuelto parte de nuestra comida diaria. Hecha de más derrotas que de victorias, el hombre que vino del trópico ha creído siempre en su causa y, sobre todo, en sí mismo. Ha sido el político más temido y el más amado. Un factor de polarización y, al mismo tiempo, una antorcha de esperanza. Lo hemos dado por muerto varias veces y está más vivo que nunca. Se creyó que su radicalización tras perder las elecciones en el 2006 sería su fin. Tuvo una segunda oportunidad en 2012 y volvió a perder la presidencia, ahora con un margen claro.
Pocos creyeron que tenía futuro por delante. Al cerrársele las puertas en su partido, emprendió la marcha para formar una nueva organización política. Parecía un salto al vacío, la obstinación de un hombre que no admite su ocaso, el capricho que volvía a dividir a la izquierda. Su apuesta terminó siendo acertada: aquella aventura quijotesca se perfila a conquistar la mayoría. López Obrador es un hombre de fe porque ha visto más allá de lo razonable, porque es un creyente en lo inaccesible.
La fascinación y el temor que suscita pueden explicarse por su extravagancia. López Obrador no se hizo en la política de las camarillas ni en la de los linajes. No ha ascendido presumiendo diplomas ni apostando a las recompensas de la disciplina. No es hijo del centro sino de la periferia. Más bien, es hijo de la periferia de la periferia.
Se hizo, literalmente, sobre la marcha. Como nadie, ha recorrido el país de punta a punta. Hace años viajaba horas para reunirse, en un poblado remotísimo, con una decena de simpatizantes. Hoy llena las plazas. Se curtió con tosquedad en la batalla política, ahí donde se quiebran los límites de lo posible, ahí donde se cuestiona lo aceptable. Su singularidad es relevante. En el horizonte mexicano supone la aparición de un liderazgo radicalmente distinto, al mismo tiempo auténtico e indómito, profundo y desbocado. Será el primer líder social que ocupará la presidencia de México. Eso es López Obrador: un espléndido dirigente social. Hombre de instinto, terco, perceptivo, audaz, imaginativo, misteriosamente elocuente. Ahí puede arraigar la intensidad de la devoción y el temor que provoca. El político más raro y también en el más talentoso que ha conocido México en muchas décadas».
Lo novedoso de su última campaña fue el ofrecimiento de hacer la cuarta gran transformación de México y enumeraba: La Independencia, La Reforma, La Revolución y ahora una gran transformación, en la que se logrará un país auténticamente democrático, se combatirá la corrupción y a la impunidad. Habló de su aspiración de ser un presidente a la altura de Francisco I. Madero, Lázaro Cárdenas y Benito Juárez, lo que se antoja una legitima ambición de trascender a la historia, aunque desmesurada y en el caso de Madero criticable, ya que fue un presidente nada exitoso y lleno de temores; errático y el más nepotista en la historia de México. Ingenuo y torpe. Cuya mejor contribución a la Revolución según carta de Isidro Fabela escrita desde La Habana, al conocer la muerte del llamado Apóstol de la Democracia, fue su sacrificio.
A semanas de su triunfo, Andrés Manuel López Obrador sigue sorprendiendo con los nombramientos de su próximo gabinete y el ampliado. Es difícil imaginar la cuarta transformación de México, pero ciertamente llega con un apoyo popular incuestionable, con el Congreso a su favor y una gran esperanza de los mexicanos que tras doce años de gobierno federal panista y los últimos seis de una corrupción abierta, encontraron en Andrés Manuel López Obrador una esperanza.
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